SoHoMexico (México), Mónica Ocampo, 27.08.2014
Para pertenecer a la Iglesia de la Cienciología se necesita dinero y tiempo. Entre más cantidades de ambos se invierta más pronto se llegará al camino de la libertad espiritual. A esa conclusión llegué después de someterme a un tortuoso interrogatorio, películas, talleres y cursos de autoanálisis. También se necesita leer mucho para ser un feligrés de la religión que fundó el escritor de ciencia ficción Lafayette Ronald Hubbard en 1954; al menos, eso deduzco cuando el chico regordete del staff me muestra el folleto en el que aparecen los veinte libros que conforman los cursos de Scientology para el mejoramiento de la vida. Antes de continuar la conversación es necesario identificarme. Nada oficial, sólo el nombre y ocupación.
Así que me convierto en una pedagoga llamada X que vive en el centro del DF. Memorizo los datos para no caer en contradicción ante el joven sonriente que se distingue del resto de sus compañeros por llevar perfectamente remarcada la línea del planchado de su pantalón negro. Recorremos el primer piso del macro templo ubicado en Balderas 27 esquina con Juárez, en el centro del DF. Tres pasos son suficientes para confirmar que en este edificio de cinco niveles hay opulencia a manos llenas: exhibidores de caoba con todos los libros de L. Ronald perfectamente alineados, piso de mármol, paredes con la palabra “Scientology” grabada en piedra, sillones reclinables de piel y más de una decena de pantallas Panasonic de 56 pulgadas.
Supongo que si el paraíso existe es parecido a lo que veo, así que acelero el paso para ingresar al siguiente lugar: una habitación oscura con una pantalla de casi dos metros y medio con lector de disco Blu–Ray incluido que me hace sentir como en el cine, pero sin las palomitas de maíz. Mientras los aparatos se encienden de forma automática, mi acompañante repasa con habilidad la gran variedad de videos que explican qué es la Cienciología y sus beneficios. “Después de esto tu vida no será igual”, me dice con un ligero golpecillo en el hombro, acto seguido apaga las luces y cierra la puerta.
Intento ponerme cómoda mientras inicia la película relacionada con la Dianética, una palabra que jamás había escuchado. Pienso que estaré destinada al aburrimiento durante treinta minutos, sin embargo, ocurre todo lo contrario gracias al protagonista: Patrick Dempsey. Sí. El apuesto neurocirujano de la serie Grey´s Anatomy con un perfecto doblaje al español. Me entusiasmo. La historia trata de un jugador de futbol americano que tras un accidente en el emparrillado queda parapléjico, pero el drama aumenta cuando le pide a su prometida que se olvide de él e intente rehacer su vida; por supuesto, la novia no le hace caso. Para animarlo le regala un libro llamado Dianética. Lo lee y soluciona todos sus problemas: vuelve a caminar, se casa y tiene hijos. Un final feliz hollywoodense.
La película me agradó, pero aún no sé qué es Dianética. Al salir del cuarto le pido a mi nuevo amigo que me explique el significado; sin embargo, con una mirada autoritaria a través de sus gruesos lentes me sugiere realizar el test de personalidad de manera gratuita. Acepto.
Para pertenecer a la cienciología se necesita dinero y tiempo. Entre más cantidades de ambas se invierta, más pronto se llegará al camino de la libertad espiritual.
Nos dirigimos a una pequeña sala con varios cubículos. Me da un lápiz, borrador y tres hojas con 200 preguntas de opción múltiple. Pienso que responder con datos falsos sería práctico, pero no útil para comprobar si la Cienciología es efectiva para mí. Así que trato de tomarlo con la mayor seriedad posible. Vuelvo a estar solar durante treinta minutos entre cuatro paredes. Hay preguntas que en verdad te ponen a pesar, como: “¿Cantas o silbas con frecuencia sólo por gusto?”, por supuesto que canto —horrible—, pero no sé silbar. A pesar de la confusión doy un sí. “¿Hojeas horarios de trenes, directorios o diccionarios sólo por placer?”, si estoy en un país extraño, obviamente, así que doy otro sí. “¿Piensas tener dos hijos o menos en tu familia, aun cuando tu salud y tu ingreso te permitan tener más?”, tener uno sería un gran acto de valentía, así que relleno la opción sí. “¿Comprarías a crédito con la esperanza de no retrasarte con los pagos?”, cada vez que pago con tarjeta confío en que así será, otro sí. Espero un cuarto de hora más para saber los resultados de mi examen.
Estoy nerviosa, siempre he pensado que explorar la mente es como abrir una caja de pandora donde no sabes qué males encontrarás; sin embargo, al igual que en la Mitología Griega, el espíritu de la esperanza puede contrarrestar cualquier mal. Por fin encuentro al chico robusto. Por undécima vez me pide que lo acompañé a otra sala. Me observa como si fuera un bicho extraño. Sonríe ligeramente mientras marca con un bolígrafo el Análisis de Capacidad Oxford test de personalidad—.
—En general eres una persona estable—, dice en tono mesiánico.
—Pero estás muy deprimida. No como para cortarte las venas, pero sí deprimida—, su comentario me angustia. Le pregunto si eso es bueno, malo o si represento un peligro para la sociedad, obviamente esquiva mi duda con otra revelación: “Eres desconfiada”.
Esa palabra me hace recordarme a los seis años. Cuando una compañera de la primaria me cortó con las tijeras una de mis dos coletas. La dejó tan corta que el peluquero tuvo que tronchar la otra para hacerme un look de honguito. Creo que mi madre aún conserva ese mechón como testimonio de la crueldad infantil. No sé si la mamá de mi excompañerita haya hecho lo mismo con el lápiz que le enterré en la espalda a su hija.
Después de 23 años de esa experiencia es lógico que sea desconfiada, pero tampoco soy una mujer ermitaña que vive en la montaña y se alimenta de plantas para evitar contacto con la gente, pero de acuerdo con la Dianética no lo he superado y eso afecta mi comportamiento en el presente. Sucede que a lo largo de la vida, la mente graba todo lo que ves, sientes y escuchas. Ese registro consecutivo que acumulas a lo largo de tu existencia se llama “línea temporal”, que influye en la toma de decisiones relacionadas con la supervivencia.
Las vivencias dolorosas se almacenan en un lugar llamado “mente reactiva” que tienen efectos negativos en el presente y futuro, lo que impiden alcanzar la felicidad completa. Esos engramas —imágenes mentales inconscientes— sólo pueden ser removidos por la Dianética a través de una auditoría —una serie de preguntas
que el auditor (una persona calificada) formula para ayudar a detectar zonas de malestar espiritual y mejorar su condición— que involucra un E–Metro —similar a una caja de toques— que mide el estado mental o el cambio de estado.
Cuando se identifican y eliminan todos los dolores emocionales, la persona se convierte en un Clear —aclarado en español—; es decir, una persona libre en cuanto a sus emociones, que puede pensar por sí mismo y es capaz de experimentar la vida sin las trabas causadas por los engramas del pasado. Obviamente mi nuevo camarada de sonrisa perfecta no tiene ánimos de explicarme qué es Dianética, ni mucho menos decirme que “la capacidad de vivir bien, con plenitud y disfrutar de esta vida es el don del Clear”, una definición que encontré semanas después en la página oficial de Scientology. Lo único que le interesa es darme ejemplos banales sobre las consecuencias que puedo sufrir en el ámbito laboral y personal a causa de mi desconfianza. Según él, soy una mujer solterona, sin amigos y próximamente desempleada si no tomo uno de los cinco cursos de Ética y Supervivencia.
—¡Saber en quién puedes confiar! Ese es el libro adecuado para ti. Aprenderás a reconocer las intenciones de cada persona con sólo mirarlos a los ojos—, dice entusiasmado. Desconfío un poco, pero acepto que me de los precios con tal de eliminar ese “riesgo” que vivo en las relaciones personales. Caminamos hacia otra sala. Esta es similar a una pecera transparente donde toda la gente te observa mientras decides sacar la cartera para tener un futuro “brillante”.
“El logro de los beneficios y metas de la Dianética y Scientology exige la participación dedicada de cada individuo, ya que sólo se pueden lograr avances a través del esfuerzo propio”.
Para iniciar esta crónica y seguir el camino para convertirme en una Clear tendría que invertir en la primera fase 700 pesos y 25 horas distribuidas en un horario que no interfiera con mis actividades laborales y personales, pues otra de las ventajas que ofrece este templo es que mantiene abiertas sus puertas los 365 días del año. Antes de dar el sí, soy interrumpida por mi amiguito, quien me recomienda el programa Recorrido de Purificación para liberarme de “los residuos tóxicos” que retiene mi cuerpo y que obviamente me impiden llegar al avance mental y espiritual, algo así como “cuerpo sano, mente sana”.
Se trata de un gimnasio con instalaciones de primer nivel donde además estaré sometida a una dieta orgánica, suena interesante, pero inaccesible al escuchar el costo: 15 mil pesos. Le explico que hasta ahora la relación más sana y duradera que he tenido, ha sido precisamente con esas “toxinas malignas”, así que prefiero conservarlas en mi cuerpo hasta que aprenda a confiar en todos los mortales que conozco.
Regresando al tema del libro Saber en quién puedes confiar le pido que me dé un par de días para organizar mis tiempos en el trabajo y esperar a que sea quincena para liquidarlo. Me suelta un tibio “como quieras”, pero ahora lo interrumpo al pedirle que me explique —una vez más— qué es Diánetica. Con una actitud de empleado bancario que hostiga todos los domingos con llamadas telefónicas, me responde.
Después de tres horas, salgo de aquel templo sin mi duda aclarada y con 100 pesos menos en mi cartera para acudir a un taller con título de película: ¿Realmente te conoces a ti mismo o sólo una sombra de ti?
Como en cualquier religión, se necesita una aspirina y mucha paciencia para evitar que la fe abrazada por Tom Cruise y John Travolta se convierta en un dolor de cabeza, pero después de 10 minutos de escuchar a Clarisse Meschoulam —la conferenciante del taller de Autoanálisis—, intuyo que se trata de una vendedora de promesas oculta en el cuerpo de una mujer de físico espectacular, pero rostro senil.
Es una mujer muy coqueta: viste de negro, botines con tacón de aguja, aretes largos, un collar dorado y un pañuelo en el cuello. Aunque es bajita, proyecta una gran presencia entre los asistentes, quienes la observan con gran admiración. Aunque no se cansa de decir que el libro de Autoanálisis que sostienen sus manos es mágico, advierte que los resultados dependen del entusiasmo de cada persona, un aspecto que deja muy en claro el propio L. Ronald Hubbard: “El logro de los beneficios y metas de Dianética y Scientology exige la participación dedicada de cada individuo, ya que sólo se pueden lograr avances a través del esfuerzo propio”.
Ambas corrientes no ofrecen ni se presentan como una curación física. Incluso, esta sociedad religiosa no acepta personas con alguna enfermedad física o mental, de acuerdo con el libro mencionado en el párrafo anterior, antes de que cada creyente “aborde su causa espiritual”, es sometido a un examen médico por “especialistas calificados”. Pero algo que jamás explica nuestra ponente es la relación entre Dianética y Scientology.
La primera abarca el tema de los engramas —momentos de dolor emocional— y que una vez borrados la persona se convierte en un Clear, mientras que en la segunda, Hubbard la desarrolló al descubrir el “espíritu humano”, conocido en el lenguaje religioso como “Thetán”. Pero para llegar a ese punto existen una innumerable cantidad de cursos que incrementan conforme se avanza de nivel. Al menos esto entendí, después de dos semanas de investigación a través de artículos periodísticos del diario español El País, documentales de la cadena de televisión inglesa BBC, en la página oficial de Scientology, conversaciones con uno de los exfeligreses —esa historia la contaré más adelante— capítulos de South Park, y por supuesto, un curso de Autoanálisis de 15 horas.
Regresando al discurso de Meschoulam es inevitable no recordar los aspectos “más valiosos” del libro. Si tienes mala memoria, esta es la solución. Si eres incapaz de cerrar círculos en tu vida, esta es la solución. Si no puedes disfrutar del presente, esta es la solución. Si vives frustrado —por cualquier motivo—, esta es la solución.
Una membresía hacia la felicidad perpetua que lamentablemente gozarán sólo unos cuantos de los treinta asistentes que estamos reunidos en esta sala de juntas similar a la de un hotel cinco estrellas con coffee break incluido. Porque la Cienciología puede ser bendecida por la popularidad de las estrellas de Hollywood, pero no profesada por personas sin techo y con el estómago vacío. Así que los 53.3 millones de mexicanos que viven en pobreza (de acuerdo con los resultados de la Medición Multidimensional de la Pobreza 2012 CONEVAL), no podrán pertenecer a esta sociedad religiosa para llegar al camino de la espiritualidad.
A esa conclusión llegué después de preguntarle a Roberto Blancarte, Investigador Asociado del Grupo de Sociología de Religiones y de la Laicidad (GSRL) y profesor del Centro de Estudios Sociológicos del Colegio de México, si la Cienciología —a la que se le negó el registro y reconocimiento como religión en México por tercera ocasión en 15 años a finales de 2012— es elitista.
—No diría que es elitista, pero sí es una religión donde no todos los sectores de la sociedad puede tener acceso. Se requiere de un grado de satisfacciones materiales resueltos. Una seguridad económica que garantice que no morirás de hambre al siguiente día por llegar a pie a la libertad total—, me explica días después de haber escuchado por más de tres horas a Meschoulam, quien además recibió un reconocimiento por parte de los chicos del staff al final del taller. Sin embargo, antes de ser galardonada — con diploma y aplausos incluidos—, realizamos una actividad en parejas, algo así como una auditación, pero sin el E–Metro, pero sí con preguntas que aparecen en el capítulo “Incidentes Generales” del libro de Autoanálisis.
Mi compañera se llama G. Es una señora mayor que por alguna extraña razón me recuerda a mi abuela, así que controlo las ganas de abrazarla pidiéndole que sea la primera en realizar la dinámica. Así que comienzo mi
papel de auditor. Preguntas que obviamente no se podrían responder ante un extraño como: “¿Fuiste feliz?, ¿Acabas de construir algo?, ¿Tu vida es alegre?, ¿Alguien te ha dado algo?, ¿Comiste algo sabroso?, ¿Tienes un amigo?» Todas las respondió, pero en pasado.
G fue feliz de niña, cuando se trepaba a los árboles y sentía cómo el viento golpeaba su pequeña cara. G construyó un castillo de arena siempre que iba a la playa con sus primos. La vida de G era alegre cuando vivía en casa de su abuela en Orizaba, Veracruz. G jamás ha vuelto a comer algo tan sabroso como los chilaquiles de frijol que su abuelita le preparaba, “molía el frijol en el metate, a la masita le ponía cebolla, sal y cilantro y todo eso lo sazonaba con manteca”. G tiene la mirada inundada de lágrimas y yo el corazón apachurrado.
Clarisse Meschoulam nos interrumpe con una porra estilo futbol: “¡Perfecto, lo están logrando!”. Según ella, recordar episodios felices del pasado nos cambia en el presente, nos da una mirada de felicidad, pero creo que es más nostalgia. De extrañar algo o alguien. Cosas buenas que te han pasado y que echas de menos. Entonces, recuerdo a mi primo Hugo, quien falleció hace más de un año. A veces, cuando tengo suerte lo sueño igual que cuando éramos niños: jugando y burlándonos de todo, o de todos.
Por fortuna no somos las únicas que estamos ancladas en el pasado, pero sí las más discretas al momento de expresarnos. A un lado, se encuentra otra señora quebrada en llanto. Su compañera trata de calmarla, pero es inútil: sólo llora y vuelve a llorar. El matrimonio que al inicio del taller estaba junto a mí, confiesa que la última vez que fueron felices como pareja fue cuando se fueron de excursión con sus compañeros de la prepa. Por la apariencia, deduzco que hasta abuelos pueden ser. Me cuesta trabajo aceptar que su momento “más feliz” fue hace más de tres décadas. Tener dos piernas, dos brazos, dos ojos y una boca ¿no es motivo de felicidad? Compartir tu vida con alguien ¿Tampoco es motivo de celebración? Entonces, ese laberinto sin salida que me torturó en mi época de estudiante del Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH) del “¿Por qué estoy aquí?, ¿Para qué existo?, ¿Qué es la felicidad?”, vuelve a apoderarse de mí una vez más.
No salí de este taller con las respuestas a esas preguntas existenciales, pero sí con un curso de superación personal y un libro de Autoanálisis gratis dentro de mi bolso. Mi exitosa carrera en las rifas y juegos de azar se resumen en tres cosas: un exprimidor de limones para mi madre en un sorteo del 10 de mayo en la escuela, una raqueta de tenis en la fiesta de aniversario de un antiguo trabajo y una botella de ron que gané en un crucero en Catamarán por las playas vírgenes de Cuba, y ahora la ruta al camino de mi felicidad gratis y con un nombre falso. Creo que la suerte mejora con el paso de los años.
Autoanálisis es el primer curso de superación personal que tendré. Debo de asistir a clases, decir «presente» cuando escuche mi nombre —el ficticio—, cumplir con las lecciones, llevar lunch para el receso y pedirle permiso para ir al baño a mi supervisora, una veinteañera uniformada con una gran habilidad para interrumpir la concentración de los alumnos con su repetitiva pregunta: “¿Alguna palabra que no hayas entendido?”.
Según L. Ronald Hubbard, descubrió tres barreras fundamentales que impiden a una persona tener buenos resultados al estudiar un tema: la falta de masa, un gradiente demasiado pronunciado y la palabra malentendida. La primera consiste en no identificar verbal y visualmente de qué se habla, la segunda es emprender una acción sin haber comprendido la lección previa, y la última tiene que ver con darle una definición incorrecta a la palabra o símbolo, lo cual hace que la persona experimente una sensación de “estar en blanco o de vacío”.
Luego de escucharla es inevitable no imaginar que este método ayudaría a los más de 25 millones de niños de educación básica en el país —cifra del documento “El Derecho a la Educación en México. Informe 2010”— que son considerados analfabetos funcionales, porque a pesar de saber leer y escribir, presentan dificultades a la hora de comprender textos escritos.
Esa perspectiva de libertad hacia el conocimiento me fascinó. El saber que puedo aclarar mis dudas hasta con piedras —sí, en cada cubículo hay un recipiente con muchas de éstas para representar los objetos o conceptos que no comprendes— me dio seguridad para comenzar a creer en este método científico.
El hecho de que la Cienciología no era una fe, sino una ciencia, admito que me entusiasmó. Entonces, me convierto en la niña nueva del salón de clases llamado Edad de oro del conocimiento. Me siento cómoda en mi silla reclinable, pero lo mejor es el cubículo individual de casi tres metros, ubicado en uno de los ventanales que tienen vista hacia la Alameda y Avenida Juárez. Supongo que si en todas las escuelas públicas existieran estas comodidades, el desempeño de los alumnos sería de gran nivel.
El objetivo del día es entregarle a la profe las dos primeras lecciones que consisten en responder más de veinte preguntas relacionadas con el libro de Autoanálisis, pero como soy muy persistente —y me urge terminar este texto— le propongo entregar hasta la cuatro, así que la supervisora de nombre Y me da una palmadita en la espalda. Tengo cuatro horas antes del descanso para resolver la primera parte y no logro concentración. Leo una vez y otra vez para poder entender y resolver el cuestionario. No sé por qué comienzo a pensar que también soy una analfabeta funcional a pesar de que en mi adolescencia me creía muy cool por haber leído Así habló Zaratustra y El Anticristo, de Nietzsche.
Me desespero, pero finjo ante la profe que todo va de maravilla, de lo contrario, sacará las piedras del recipiente para ejemplificar cada uno de los conceptos, y entonces, esto sí puede volverse un dolor de cabeza, pues no sé cómo podría explicar con piedras el primer capítulo titulado “Sobre llegar a concentrarnos nosotros mismos”, que es justo lo que necesito, pero no logró conseguir. Ha llegado la hora del receso y llevo apenas cinco preguntas. Soy una mujer de palabra que se comprometió a entregar cuatro lecciones, así que sacrificio mi hora de comida. Si conservo este paso saldré a las 10 de la noche y tendré que venir durante cuatro semanas completas para terminar este nivel de 120 preguntas. De repente, descubro un pequeño atajo para llegar al primer nivel del puente de la libertad espiritual sin necesidad de memorizar todos los conceptos. Lo que en mi época de estudiante representaba un acto deshonesto, hoy es mi salvación: copiar los conceptos del libro hacia mi libreta de apuntes.
La cienciología recluta a sus seguidores de tres maneras: como público, staff y como «SEA Organitation», integrantes del grupo de élite y de control de esta sociedad.
No puedo mirar de frente a la profe. Sé que soy su peor alumna, pero el fin siempre justifica los medios, así que cumplo mi palabra y le entrego las cuatro lecciones, mientras junta sus palmas para aplaudir me pide que al terminar busque al amiguito sonriente que me inició en el camino de la Cienciología. Al verlo me da un abrazo tan cálido que por un momento pienso que lo conozco de años. Entusiasmado me pregunta si deseo formar parte del staff de esta sociedad religiosa.
No tengo precisamente un rostro de Virgen de Murillo como para inspirarle confianza después de dos semanas de conocerme, es obvio que no tengo dominio de la obra y vida de L. Ronald Hubbard, supongo que no llevo ni dos pasos recorridos en el largo camino hacia el puente de la libertad espiritual.
Como es su costumbre, no explica nada. Sólo repite el extenso abanico de beneficios que tendría si acepto formar parte del staff de este grupo religioso que no tiene días de descanso y recibe un salario “simbólico”: viajes a las instalaciones ubicadas en Estados Unidos, Reino Unido, América Latina, Europa, Canadá, Asia o África, pero si soy muy nacionalista, puedo colaborar en una de las 16 organizaciones, ubicadas en cada una de las delegaciones del DF, además de la innumerable cantidad de cursos gratuitos que podré cursar. Como si se tratara de un déjà vu me lleva a una sala oscura para ponerme una proyección, comienzo a sospechar que la televisión es una herramienta muy importante para transmitir de manera contundente su objetivo: concentrar la mayor cantidad de personas en este grupo religioso.
Digamos que la película refuerza con imágenes todas las palabras que acabo de escuchar. Al ser uno más del grupo en automático te conviertes en un liberador del pueblo, aquel que endereza caminos, que ayuda al menos afortunado. Aunque la oferta suena tentadora, le pido a mi amiguito que me dé un par de días para pensarlo.
Mientras la iglesia católica intenta convencer a sus feligreses que la pedofilia no es un pecado si la practica un sacerdote, la Cienciología recluta a sus seguidores de tres maneras: como público (quien paga por los cursos y terapias), staff (personas contratadas con una beca de dos años y medio a cinco) y como Sea Organization (Organización del Mar, integrantes del grupo de élite y control de esta sociedad que firman un contrato de tiempo completo por un billón de años).
“En los estatus de staff y Sea Org, si la persona se sale, le cobran todos los cursos realizados”, explica César Velasco, exintegrante. A César lo contacté a través de su blog Cienciología Scientogy Análisis Crítico, en el que narra los abusos económicos y emocionales que esa iglesia cometió hacía él y su familia. Respondió a mis correos con prontitud, pero con algo de desconfianza: “Sí hay muchos casos como el mío, pero ninguno que quiera denunciar, esto es básicamente porque la mayoría de las personas tienen a familiares dentro de la Cienciología, y denunciar significa ser expulsados, lo cual, implica que ningún familiar o amigo vuelva a tener contacto con la persona expulsada”.
César estuvo en la Cienciología por 10 años en una de las sedes más importantes de México denominada Organización Desarrollo y Dianética A.C (ODD), ahí fue víctima de adulterio —por su esposa y uno de los miembros—, robo, fraude y su hija de 12 años sufrió abuso sexual por parte de uno de los integrantes de dicha congregación.
Al realizar los reportes a sus superiores en las oficinas de control continental para América Latina, no se le permitió hacer denuncias penales, pues por políticas internas “un cienciólogo no puede demandar a otro cienciólogo”, así que todo lo arreglaron internamente haciendo que los culpables volvieran a pagar sus cursos y que hicieran “donaciones” a la Asociación Internacional de Cienciólogos.
Luego de saber del caso de César y otros más que ha documentado en su blog, pienso que hay poca transparencia en esta sociedad religiosa. Desconozco en qué momento las clases de superación personal se transforman en un barril sin fondo y sin salida para algunos de los integrantes. Concluí mi clase de Autoanálisis con la conciencia intranquila por la forma en que llené el cuadernillo de 120 preguntas. La supervisora me pidió que me sentara junto a ella mientras calificaba. Estaba nerviosa, no sabía en qué momento iba a descubrirme o comenzar a auditarme frente a todos mis compañeros.
Las tres primeras lecciones obtuve un cien por ciento absolutos. En realidad sólo tuve cinco errores, los cuales me pidió que corrigiera en ese momento. Me siento como un ladrón de bancos a quien le sostienen los costales de dinero los cajeros y la policía para que todo le salga de maravilla. No recibí diploma, pero sí un folleto en el que se mencionaban paquetes completos de conferencias grabadas y libros que van de los 10 mil a los 200 mil 960 pesos, pues entre más cerca al puente de la libertad espiritual, más dinero debes desembolsar.