Milenio, Alex Slater, 19.02.2012

El “problema evangélico” de Mitt Romney es mucho más profundo de lo que parece a primera vista. Él nunca iba a ganar el apoyo de los grupos conservadores más prominentes que se reunieron en Texas el fin de semana pasado para nombrar a Rick Santorum como su hombre del momento.

Pese a las bajas puntuaciones de Romney entre los votantes evangélicos, muchos de los cuales consideran abiertamente que el mormonismo es una secta, éste podría ganar las primarias en Carolina del Sur el sábado. Aunque las encuestas de salida en 2008 mostraron que 60% de los votantes de ese estado son blancos y evangélicos o born again (“cristianos vueltos a nacer”), Romney puede contar con que ese bloque sustancial se divida entre otros candidatos, dándole una ventaja.

Esa fue la estrategia ganadora de Romney en Iowa, donde sólo 14% de los born again y evangélicos votaron por él, el resto se fragmentó. Un análisis de las encuestas de entrada en ese estado mostró que Romney tenía una puntuación alta con los votantes republicanos tradicionales y adinerados —que notablemente no priorizan los valores familiares de la misma manera que otros en el partido.

La gran división entre los cristianos born again y los evangélicos por un lado, y los conservadores pragmáticos, menos orientados a la religión, por el otro, se ha vuelto cada vez más clara en el apoyo que ha atraído Romney durante estas primarias. A su vez, esto revela una división más fundamental en el partido republicano, que podría costarle cara en las elecciones generales.

A medida que los conservadores más pragmáticos evolucionan en su visión de asuntos críticos como el matrimonio gay, al que ahora apoya una pluralidad, los cristianos “renacidos” y los evangélicos quieren preservar el status quo doctrinal. Y esa tensión es insostenible.

George W. Bush manejó esa división ofreciéndole algo a todos –recortes de impuestos a los ricos y una prohibición a la investigación con células madre a los religiosos. También tuvo la oportunidad de unir a los estadunidenses de todas las creencias gracias a los ataques del 11-S.

Pero no es el caso de Romney. ¿Por qué? Bueno, dicho llanamente, es mormón. Como tal, los evangélicos nunca confiarán en él. ¿Votarán por él renuentemente, por votar contra Obama, en las elecciones generales? Posiblemente, pero no de una manera que represente a la base energizada que necesitan los republicanos para ganar estos comicios.

Las elecciones de 2004 son una analogía. Bush era universalmente odiado por los demócratas (como lo es Obama ahora por la derecha), y sin embargo la izquierda no pudo unirse totalmente y con real entusiasmo en torno del carácter anémico de John Kerry. El resultado fue una base demócrata débil votando el día de las elecciones , lo que le aseguró a Bush un segundo periodo.

Este es el riesgo para Romney. ¿Podrá unir al Partido Republicano? Lo está intentando en Carolina del Sur, presentando cantidad de anuncios por tv que enfatizan su veto a las leyes que apoyan las investigaciones con células madre y a la venta sin prescripción de anticonceptivos.

Creo que esto no va a funcionar, ni en Carolina del Sur durante las primarias ni con los evangélicos durante las generales. En las que probablemente serán unas elecciones altamente competitivas, podría necesitarse que sólo un pequeño porcentaje de esos votantes se quede en casa el día de las elecciones para darle el triunfo a Obama.

Por supuesto, todo depende de la habilidad de Obama para atraer a sus votantes. Y en esto los demócratas tienen razones para ser optimistas.

El voto afroamericano, por ejemplo, está dando señales de favorecerlo. Y la reciente recaudación estratosférica de fondos ayudará a montar una estrategia que no se parecerá a nada que se haya visto, además de la difusión de gran cantidad de anuncios anti-Romney que deprimirá la presencia republicana en las urnas.

Es demasiado pronto para saber con seguridad si los cristianos born again y los evangélicos se presentarán a votar. Pero la respuesta a esa pregunta, sin duda, será crítica en determinar quién será presidente los próximos cuatro años.