Público (España), Iñaki Beraluce, 14.05.2019

Ron Wheelock nació en las montañas Rocosas de EE.UU. Es, por tanto, un gringo: uno de los muchos norteamericanos que recalaron en la selva amazónica por el llamado de la ayahuasca. Pero el caso de Wheelock es especial: él es “El Gringo”, con mayúsculas, posiblemente el hombre que más ayahuasca ha cocinado, “convidado” y vendido de todo el Amazonas: no menos de 10.000 litros, suficientes para 250.000 dosis, según las estimaciones del periodista y antropólogo Carlos Suárez Álvarez.

Ron es uno de los múltiples personajes que desfilan por el último libro de Suárez, ‘Un cultivo rentable’, un libro multimedia que sigue la senda iniciada hace un par de años por ‘Ayahuasca, Iquitos y Monstruo Voraz’, una apasionante incursión en el chamanismo, la sociedad amazónica y la propia selva de uno de sus mejores conocedores, al menos entre los blancos: Carlos Suárez Álvarez, madrileño afincado en la floresta desde hace más de diez años, y que podremos escuchar en persona dentro de unas semanas en la III Conferencia Mundial de Ayahuasca, que se celebrará en Girona el primer fin de semana de junio.

‘Un cultivo rentable’ habla de un tema que se suele soslayar en el mundo ayahuasquero: el negocio que hay detrás, que ha generado una pujante industria en torno a Iquitos, la capital amazónica del Perú y centro neurálgico del turismo de la ayahuasquero, y más de una fortuna. Wheelock, el Gringo, es uno de los grandes beneficiarios de la “bonanza de la ayahuasca”. O al menos lo era, porque desde que en 2018 el servicio postal de Perú prohibiera el envío de ayahuasca líquida fuera del país, el negocio se ha desplomado, según cuenta Suárez en el libro.

“En sus buenos años, Ron llegó a enviar casi mil litros de ayahuasca al año, a los cinco continentes. Un trabajador incansable. Digamos que ha exportado diez mil litros y que cada litro de su purga puede dar al menos 25 dosis, pues ha repartido la estimable cifra de 250 mil dosis por el mundo entero”, me cuenta Suárez vía Facebook, el medio por el que hablamos cuando la comunicación con Leticia -capital del Amazonas colombiano- funciona. Diez mil litros a razón de 250 dólares el litro suponen 250.000 dólares [en realidad, algo menos, porque el precio fue subiendo hasta alcanzar la cifra de 250], una cifra importante para Europa, pero una verdadera fortuna en el Amazonas.

“Ron me parece, de todos los gringos que han llegado a Iquitos, el que se ha adaptado mejor a la dinámica local. Es de un pequeño pueblo del sur de Estados Unidos, se dedicó durante mucho tiempo al cultivo de marihuana, hasta que en una ocasión, por problemas con la justicia, decidió establecerse definitivamente en Iquitos y aprender curanderismo. Lo hizo con maestros bien conocidos, y se dedicó a pasar consulta, como un curandero local. Ron es un personaje extraordinario”.

Pero si Wheelock vende -o vendía- cada litro de ayahuasca a 250 dólares, sus compradores de este lado y aquel del Atlántico obtienen un margen aún mayor: cada litro, convenientemente dosificado, puede generar entre 3.000 y 4.000 euros. Y estamos hablando de una bebida -el té de ayahuasca- cuyo coste marginal es cero, en tanto crece -o crecía- en estado silvestre: “Un paisano que ha aprendido a cocinar y lo vende a alguno de los albergues que funcionan en Iquitos le pueden pagar 20 o 30 dólares el litro”, me cuenta Suárez.

¿Cómo se explica el encarecimiento del 10.000% de la ayahuasca desde su origen en la selva hasta que llega a los labios del consumidor en Occidente? Algunos terapeutas aducen que la inflación es consecuencia directa de la prohibición de la planta. No opina igual Suárez:

“No creo que esta multiplicación del preció deba atribuirse a la clandestinidad, sino a lo de siempre: que a medida que el producto cambia de manos en la compleja cadena productiva mundial, su valor se va multiplicando exponencialmente y que los menos favorecidos por esta bonanza de la ayahuasca (pero podría ser del café, del mijo, de cualquier producto natural) están en el primer eslabón de la cadena, y son los agricultores recolectores. Luego llegan los vivos, que son los intermediarios, y que sólo por saber quién vende y quién compra se ganan un dinero importante”.

El análisis de la economía de la ayahuasca que hace Suárez en el libro no pretende ser moralista, más bien descriptivo. No en vano, según me cuenta, “yo con este libro no estoy culpando a nadie de nada, sino mostrando cómo Occidente, el Monstruo Voraz, se presenta en los lugares y lo altera todo de manera arrolladora. Yo formo parte, a mi manera, con mis libros, de ese proceso de globalización, tanto como el danés que toma ayahuasca en Copenhage sin saber las implicaciones ecológicas que tiene, y tanto como Ron Wheelock, que procesa las plantas”.