Perfil (Argentina), Fernando Torrado, 2.12.2012

El caso de Estefanía Heit y Jesús Olivera, acusados de secuestrar y abusar de Sonia Molina en Coronel Suárez, sacó a la luz el rol de las sectas luego de que la madre de Heit denunciara que su yerno, señalado como gurú evangelista, le había “lavado el cerebro” a su hija. Sin embargo, existen otras experiencias sectarias que no son necesariamente religiosas. Este cronista asistió a un curso de la empresa Espacio de Creación, que bajo el nombre “coaching grupal” ofrece un “entrenamiento” para lograr objetivos personales. Después de pagar 800 pesos y recibir una factura provisoria sin número de CUIT, el taller fue de cuatro días extensos (jueves y viernes de 19.30 a 1, sábado de 11 a 23 y domingo de 10 a 19.30) en un salón de Almagro.

Todos llegan a través del “boca en boca”: uno de los requisitos para ingresar al curso es haber sido recomendado –ellos le dicen “referido” o “enrolado”– por algún conocido que lo vivió previamente y se comprometió a no dar información exacta de los ejercicios. De esta manera, cada participante se presenta a los talleres sin saber con precisión de qué trata
El primer día, un grupo de colaboradores dio la bienvenida a cerca de setenta cursantes. “¡Las puertas están abiertas!”, repetía de forma incesante una recepcionista con el cuerpo erguido y la mirada rígida. Nos fuimos sentando en las sillas y empezó a sonar música épica de fondo. Cuando ingresó el coach se escuchó Así habló Zaratustra, de Richard Strauss, que fue la banda sonora de 2001 odisea del espacio.

La puntualidad es un valor central en el curso de coaching. “Así son ustedes, no son distintos afuera”, les dijo con tono de reto el entrenador a tres o cuatro personas que llegaron apenas unos segundos tarde. Esa no es la única regla que debe cumplirse: durante el taller no se puede ingerir alimentos ni conversar con compañeros sin el permiso del instructor. Héctor Navarro, presidente de la Red de Apoyo a Víctimas de Sectas, explicó a PERFIL que “la finalidad es que las personas, cansadas, con hambre, abandonen su capacidad crítica y terminen acatando todo lo que se les diga”. Si bien el curso no constituye delito, ya que la asistencia es voluntaria, el especialista advierte que se trataría de una derivación sectaria y coercitiva del coaching, que debilitaría las emociones y pondría en riesgo la psiquis de los cursantes.

Autoritario. En el estilo de conducción del coach resalta el autoritarismo. Sólo se puede hablar cuando él autoriza, y si alguien no cumple lo calla de forma inmediata. “Hay que aprender a escuchar”, recriminó en varias oportunidades a los cursantes. También se ocupó de fijar la actitud de los participantes: pidió que no fueran a juzgar sino a “tirarse a la pileta”.

A los que estaban de acuerdo con las normas les pidió que se pusieran de pie. Nos levantamos todos, a excepción de una participante que manifestó su desacuerdo y fue invitada por el coach a abandonar el taller de forma inmediata.

Una de las actividades centrales consistió en gritarle en la cara a un compañero “¡¿qué querés?!” de forma ininterrumpida durante varios minutos, con el objetivo de hacerlo decir sus deseos más profundos. “Tienen que taladrarle la mente al compañero”, nos explicó el coach. Cuando terminó el ejercicio, varios lloraban. Otro ejercicio apuntó a que el individuo eligiera una meta y tres miedos, que fueron representados cada uno por un compañero.

La mecánica fue similar a la actividad anterior: “¡Te vas a matar!, ¡te vas a matar!”, tuve que amedrentar a uno de los cursantes para que superara su miedo a hacer un viaje largo en moto.

A merced. El taller dirige todo el tiempo los estados de ánimo. Después de estas actividades de fuerte carga violenta, llegaron el baile y la distensión. Esta vez el salón pareció convertirse en un boliche. Mientras los demás bailaban, me permití sospechar acerca de los métodos del curso y sentí que estaban manipulando y controlando nuestras emociones. “¡Dejá de pensar!”, me interrumpió fijando sus ojos en mí uno de los colaboradores del coach y siguió bailando.

Lejos de resistir la mecánica de los ejercicios, la mayoría fue mostrando conformidad y satisfacción con los resultados.

¿Por qué una persona se expondría a tratar sus problemas emocionales en un marco de violencia y humillaciones? Navarro explica: “La captación por una secta es similar al enamoramiento en relación con alguien que nos utiliza y realmente no nos quiere. En estas sectas crean una dependencia hacia el grupo, se endiosa a los dirigentes, que tienen la palabra santa y que no pueden ser contradichos. Consiguen que ‘superen’ defectos, como fumar, por ejemplo. Desgraciadamente, eso lo consiguen por el sometimiento del adepto a las normas de la secta y no implica un real mejoramiento en profundidad”.

La sensibilidad y la meditación también son estimuladas a lo largo del curso. Los asistentes se relajan con una técnica basada en cerrar los ojos, aflojar el cuerpo e imaginar una historia que el propio coach va narrando. Uno de estos relatos induce a imaginar un largo y oscuro túnel, que el participante estaría atravesando hasta llegar a un basural en el que se “depositan” los recuerdos y los conflictos para dar lugar al nacimiento de un nuevo “ser”. La experiencia termina con los cursantes caminando a lo largo y a lo ancho del salón e intercambiando abrazos con los compañeros.

Amarás a tu prójimo… El “bombardeo de amor” es otro rasgo central del curso. A lo largo de las jornadas se estimulan los abrazos y las expresiones de afecto. El sábado a la noche llegó un grupo que estaba participando de un curso más avanzado, y se sumó a la actividad. Se formaron dos filas en las que los cursantes fueron enfrentándose entre sí de forma alternada. Ante cada uno debieron elegir un número: el uno equivalía a ignorar a la persona, el dos a mirarla a los ojos, el tres a darle la mano y el cuatro a abrazarla. En un principio los votos fueron variados, pero indefectiblemente todos los cursantes terminaron optando por la cuarta variante. Navarro señala que “los abrazos hacen que los participantes forjen fuertes lazos de ‘amistad’, lo que ahonda la dependencia. Los obligan a confesar las debilidades y los defectos morales. Luego utilizan ese conocimiento para humillarlos y conseguir así que se sometan”.

El domingo a la noche, para finalizar el curso, el clima se volvió festivo. Con la visita de los familiares, se entregaron los diplomas a cada participante. Hubo lágrimas, bailes y más abrazos. Muchos cursantes terminaron cantando a los gritos “¡soy feliz!, ¡soy feliz!”, de Ricardo Montaner.

Un rato antes, el coach se había ocupado de convencer a los participantes de que se anotaran en un segundo nivel del curso. “Si no lo hacen, están locos”, ironizó. A esa altura, el negocio está asegurado: los cuerpos vuelven a sus casas, pero las mentes se quedan adentro.