SETH FAISON (NYT) – Pekín – El País, 31/07/1999
Sentados en torno a una mesa en la trastienda de un restarurante en el lado sur de Pekín, cuatro seguidores de la secta Falung Gong discuten sobre la preocupación y la frustración que les ha causado la dura represión que el Gobierno chino ha emprendido contra este movimiento espiritual. Los cuatro están de acuerdo en que debe haber algún malentendido. Para ellos, Falun Gong es un camino salvador hacia el despertar espiritual y el bienestar físico a través del ejercicio y la meditación, por mucho que el Gobierno lo considere un grupo político «diabólico». «Prohibir un movimiento entero es imposible», dice Liang Zhenxing, carpintero de 34 años que lleva cuatro vinculado a Falun Gong. «Nuestras actividades son sanas. No vamos a renunciar a ellas. Vamos a continuar pidiendo ser reconocidos legalmente».
La represión contra Falun Gong tiene la apariencia de un típico choque entre la cultura china tradicional y la dura y moderna realidad de la política del Partido Comunista.
En un lado, hay todo un ejército de gente corriente, muchos de ellos mujeres, jubilados y parados, que buscan su realización espiritual. En el otro, un grupo de, cada vez más paranoicos, líderes del Partido Comunista, que se sienten profundamente amenazados por un movimiento destinado a servir de contrapunto a la monotonía que ha infectado a un país cuya ideología oficial ha pasado a ser considerada rancia y sin sentido.
El jueves, la policía china cursó una orden de detención contra Li Hongzhi, el líder fundador de Falun Gong, una gesto sin sentido práctico, ya que Li vive en Nueva York, y Estados Unidos no tiene tratado de extradición con China. En su lugar, la orden refleja la primacía de la política sobre los procedimientos legales en China. Tras un semana de persecución política contra el grupo, se espera que cada ministro demuestre su resolución a combatir el grupo, y la respuesta natural del Ministerio de Seguridad Pública ha sido manifestar que le gustaría arrestarlo.
El jueves, el bombardeo de los medios de comunicación incluyó la cobertura televisiva de la destrucción de parte del millón y medio de publicaciones del movimiento, un acto que recuerda a las antiguas prácticas de quemar libros en el transcurso de una ceremonia pública que los emperadores chinos celebraban tanto para mantener controlada la información como para mandar un mensaje sobre lo que estaba permitido. En la versión moderna, la represión también incluye el bloqueo de diversas páginas de Internet. Los seguidores de Falun Gong confían profundamente en Internet, en los mensajes por correo electrónico y en los teléfonos móviles para transmitir información y poder movilizarse. En qué medida triunfarán las autoridades es algo que aún no está claro.
«Quieren callarnos y que abandonemos nuestras prácticas», dice Zhai Shulin, un cocinero de 32 años del noreste de China. «Pero no podrán. Somos demasiados». Cuántos exactamente es una cuestión que permanece abierta. Zhai y otros seguidores de Falun Gong insiten en que suman más de 100 millones, aunque los estudiosos dicen que la cifra más fiable se sitúa probablemente entre los 20 y los 60 millones. Las autoridades, que no se caracterizan por su precisa descripción del movimiento, dicen que hay sólo dos millones de seguidores. Uno de los principales misterios que rodean a Falun Gong es por qué el 25 de abril sus líderes tomaron el imprudente paso político de enviar a más de 10.000 seguidores a rodear el Zhongnanhai (las oficinas gubernamentales) en Pekín para protestar por lo que consideraban un injusto tratamiento por parte de los medios de comunicación oficiales.
Sin embargo, lo que más ha afectado a los líderes chinos ha sido el descubrimiento de que altos cargos militares y funcionarios ministeriales no sólo creían que Falun Gong podía realmente ayudar a sus practicantes a conseguir curación mística y poderes paranormales, sino que estaban induciendo abiertamente a sus colegas a unirse.
Falun Gong, una variante de los ejercicios tradicionales de qigong que muchos chinos creen que pueden aumentar y canalizar la fuerza vital, toma su nombre del término falun (rueda de la ley) que los practicantes visionan moviéndose en el interior de su cuerpo, tanto emitiendo como absorbieno energía.
Cuando la represión comenzó, la semana pasada, las autoridades consideraban a Falun Gong como la mayor amenaza para su seguridad desde el movimiento estudiantil de Tiananmen en 1989. Los líderes chinos tampoco han perdido oportunidad de criticar a Li, que fundó Falun Gong en 1992 y se exilió a Estados Unidos en 1997. La policía le acusa de alterar el orden público y de ser el responsable indirecto de la muerte de 743 de sus seguidores, algunos de los cuales trataron, gracias a sus supuestos poderes sobrenaturales, de realizar hazañas como volar o meterse en una hoguera. El periódico oficial del Partido Comunista ha publicado un reportaje citando a antiguos colegas de Li en el que se decía que era un trompetista mediocre, un escritor vulgar y un solitario sin amigos. «En el trabajo ni siquiera redactaba buenos informes, así que no puedo creer que haya podido escribir un libro», declaraba su antiguo jefe.
Sin embargo, a sus seguidores en el restaurante de Pekín no les preocupan estas afirmaciones. Cuentan que han llegado a la capital de China desde el extremo noreste del país para protestar por la represión y no lo han podido hacer por la abrumadora presencia policial en la plaza de Tiananmen y en la afueras del Zhongnanhai. No saben si habrá más protestas. Los cuatro hombres ofrecen simples ejemplos de por qué ellos piensan que estudiar Falun Gong es el camino a la salvación física y espiritual. «Yo solía fumar, beber y buscar… uh, personas del sexo opuesto», dice Zhai, el cocinero, quien añade que fue despedido de su trabajo la semana pasada cuando su restaurante, como miles de otros lugares de trabajo por todo el país, realizó una purga de miembros de Falun Gong.
«Ahora sé que ésa no era manera de vivir», dice. «Yo no hago nada que perjudique a la sociedad. He aprendido que, antes de actuar, debes pensar en cómo afectará a los demás lo que hagas. Los otros, primero; tú, después». Zhai afirma que fue detenido durante tres días y fue golpeado por la policía que le custodiaba.
Su amigo Liang es miembro del Partido Comunista, pero afirma que él no veía un choque de intereses entre practicar Falun Gong y creer en el Partido. «Los dos sirven a la gente», dice Liang, «pero si tengo que elegir, seguiré siendo miembro de Falun Gong».
Un tercer hombre, un pastor de vacas de un pueblo en el noreste de China, dice que al menos 70 de los 2.000 habitantes de su localidad practican Falun Gong. Puede que la represión no se extienda a las zonas rurales, donde el Gobierno no controla directamente a los trabajadores, pero el pastor, Ji Peng, asegura que sus paisanos estarían dispuestos a ir a Pekín a protestar contra el Gobierno si pensaran que podrían resultar de ayuda.
Los seguidores afirman que su movimiento no tiene una organización establecida, oficinas, ingresos o aspiraciones políticas. «¿Cómo vamos a ser una organización si no tenemos siquiera una sede?», pregunta el cuarto asistente a la reunión, un profesor de astrofísica en la Universidad de Pekín. «No tenemos fuentes de financiación ni reconocimiento legal. Ni los queremos ni los necesitamos. Todo lo que deseamos es practicar Falun Gong en paz».