Diario Vasco (España), Estrella Vallejo, 21.06.2012

Hace seis años que Xavier salió de ‘Las Doce Tribus’, una comunidad que trata de vivir como los cristianos primitivos y que está instalada a lo largo y ancho del planeta. En Gipuzkoa, también. Siguen a ‘Yashua’, Jesús en Hebreo y cada grupo tiene su propio lenguaje. Creen fervientemente que todo aquello que «queda fuera de su grupo está contaminado por el demonio» y es por ello por lo que ‘impiden’ a sus adeptos salir de allí. Consideran apropiado el castigo físico como método de educación infantil y es, en parte, por ello por lo que han recibido numerosas denuncias.

Juantxo Domínguez, presidente de la Asociación de Prevención Sectaria, trabaja con víctimas de sectas. Su objetivo es conseguir que la manipulación psicológica se considere como un delito, «al igual que en Francia, Alemania o Bélgica». Diariovasco.com quiso hablar con algún miembro de las ‘Doce Tribus’ y se negaron.

«Los ojos de mi sobrino destilan odio»

Estafan y destrozan familias, se camuflan entre otros centros de terapias alternativas o, incluso, entre otros centros de salud, pero lo que ocurre en el interior de estos establecimientos ha convertido la vida de muchas personas en un auténtica pesadilla.

«Por un lado están las sectas que conocemos todos, pero éstos son grupos o centros que actúan con un proceder manipulativo que provocan el mismo dolor», dice Juantxo Domínguez, presidente de la Asociación de Prevención Sectaria. «Hay un centro Donostia que tiene 19 denuncias interpuestas y el caso ha quedado archivado sin dar opción a los denunciantes a declarar ante el juez. No podemos dar nombres, pero publicamos blogs explicando los casos de todas esas familias», explica.

Entre esas 19 denuncias hay varios datos coincidentes: la manipulación psicológica, la falta de una titulación adecuada, el tratamiento a bebés e incluso la utilización de infusiones, mezcladas presuntamente «con varios orfidales» que provoca a los adeptos un adormecimiento total.

«Mi mujer acudía una media de 10 horas diarias, llegaba a casa y al sentarse en la mesa para cenar, no era capaz de llevarse el tenedor a la boca, verborreaba y era incapaz de ponerse en pie», asegura Enrique (nombre falso) que lleva años padeciendo las consecuencias de lo que supone tener a un familiar cercano atrapado en el desconocido mundo de la manipulación psicológica.

José Luis (nombre falso) también da por perdido a su sobrino. «A partir de los dos meses de ‘terapia’ la dueña del centro hace creer a los adeptos que sus padres o familiares cercanos les maltratan psicológicamente, de manera que corta totalmente la relación con ellos», dice. «Los ojos de mi sobrino destilan odio, hace tiempo que no quiere saber nada de nosotros, lo han convertido en un monstruos deshumanizado y sin sentimiento. Es fuerte decirlo, pero es así. Hemos intentado ayudarle y sacarle de allí, pero por desgracia es ya irrecuperable», lamenta José Luis.