La Voz, Cádiz, Daniel Pérez, 24.11.2010

Rafa no se llama Rafa. Pide que se salvaguarde su identidad porque todavía tiene a personas cercanas en Nueva Acrópolis, la asociación filosófica (para unos) y secta (para otros) que estuvo repartiendo folletos en una carpa en El Palillero los pasados 24 de octubre y 18 de noviembre. Aun así, se ofrece a detallar su experiencia, e incluso remite algunos pasajes por escrito. En cualquier caso, Redune, la entidad sin ánimo de lucro responsable de «prevenir la actividad de organizaciones sectarias y ayudar a sus afectados» más importante de España la incluye sin reparos en su listado público de «grupos que actúan hoy por hoy en el país». Redune trabaja con investigadores, sociólogos, psicólogos y profesores universitarios, y actualiza periódicamente la relación de entidades sobre las que cree necesario alertar.

Rafa conoce Nueva Acrópolis «casi desde su fundación», ya que la primera vez que visitó la sede apenas era un crío. «Empezaron a adoctrinarme desde muy joven», confiesa. No obstante, «el proceso para explicar determinadas costumbres y creencias está muy organizado: no lo hacen antes de los 18 años, posiblemente por temas legales, y nunca hasta haber pasado el primer curso, ése que publicitan en las calles con carteles que ellos mismos realizan cada poco tiempo, bajo el nombre de ‘Introducción a la filosofía’, que suele durar tres meses y que internamente llaman ‘Probacionismo’».

‘Hermanos en el Ideal’
«En la época que me tocó vivir con ellos tuve que seguir los pasos para entrar a formar parte de ‘la familia’ -los acropolitanos se llaman entre sí ‘Hermanos en el Ideal-, junto a otros dos jóvenes que se incorporaban a la organización». Fue entonces cuando a Rafa le tocó pasar el ritual de Cortadura, basado en «la superación del miedo y en aprender a soportar la incomprensión de los demás».

«Tienen teorías complicadas o surrealistas, como que la Tierra fue habitada en primer lugar por Lemures, una raza parecida al Yeti que desapareció, y a la que siguieron los Atlantes, que también se hundieron en el mar. Y todos hemos sido parte de esas ‘encarnaciones’ en sucesivas vidas, y también hemos sido piedra, vegetal, animal… y hemos pasado la escala ‘evolutiva’ hasta llegar donde estamos hoy». También defienden la llegada de una nueva ‘Edad Media’: «Habrá crisis económica y hambrunas, y eso obligará a que ‘los filósofos’ salvaguarden el conocimiento en cavernas y bibliotecas de acceso restringido».

¿Dónde está, entonces, el peligro? Según Rafa, en que el afán de los iniciados por ir escalando en la jerarquía de Nueva Acrópolis, «en su estructura piramidal», les obliga a cumplir puntillosamente con sus protocolos. Si no lo haces, o los cuestionas, no eres «tan ‘miembro de la familia’ como otros», con lo que te impiden acceder a sus ‘secretos’, a su ‘sabiduría superior’. «Conozco a gente, a gente inteligente, que sólo vive para eso».

«La familia ‘de verdad’, al igual que los amigos no acropolitanos ‘son un estorbo’. Eso lo dijo y lo dejó por escrito el fundador», mantiene Rafa. «¿Cómo es posible que nuestras familias no se dieran cuenta de dónde nos estábamos metiendo? Porque el secreto es parte importante de todo y porque las acciones en sí no son llamativas ni peligrosas». Rafa se pregunta, por ejemplo: «¿Hacen daño poniendo un puestecito con libros en El Palillero? Pues no, si ese gesto no fuera en realidad una mano tendida para cogerte el brazo».

Mención aparte merece el tema de las cuotas. «Había que pagar una cuota ‘voluntaria’ con la que más vale no fallar. Si no quieres o haces ver que no puedes sostener económicamente a la entidad con tu aportación, te limitan el acceso a las reuniones internacionales. La cuota suele rondar los 30-50 euros mensuales, pero a mayor grado en la organización, mayor será el desembolso».

«Nunca te obligan a coger una cerilla y a quemarte el brazo, ni te piden que les entregues dos millones de pesetas, pero te minan la personalidad», recalca Rafa, que abandonó la organización hace años, tras disentir abiertamente con algunos de sus principios. Y sentencia: «Te comen el coco».