LÁZARO COVADLO| El Mundo, OPINION| 24.10.2008

El tesoro de extravagancias y vesania que nos brinda el esoterismo y las sectas que tanto proliferan en los últimos tiempos es muy amplio. Lo afirmo evocando a Aleister Crowley, que otrora asombró a parte de Occidente; su pensamiento podría sintetizarse en la difundida frase, tomada de Rabelais: «Haz lo que quieras, esa es la ley».

Crowley escandalizó a medio mundo, pero hoy muy pocos se acuerdan de él. Nació en 1875 y estiró la pata de mala manera en 1947.Fue un inglés de buena familia que durante su exagerada vida se metió dentro del cuerpo suficiente cocaína y opio como para reventar a un paquidermo. Fue conocido como «el hombre más perverso del mundo». Una exageración, claro (también fue llamado, o se hizo llamar, «la Bestia 666»), y destacó como heroinómano, satanista, montañero en el Himalaya, místico, pornógrafo, ajedrecista, espía, filósofo, narrador y poeta. Para el vulgo fue un depravado y un demonio, para los adeptos un gran maestro. En Cefalú, Sicilia, en la villa donde bajo el lema de Rabelais que postula hacer lo que cada uno quiera porque tal es la ley, fundó Thelema, su Sanctum Sanctorum -«para amasar suficiente energía mágica y conquistar el mundo»-. Todavía quedan quienes lo recuerda acompañado de sus muchos fanáticos y concubinas de múltiples nacionalidades.Mussolini los expulsó, en 1924. Es curioso, el Duce fue mucho más bestial y perverso que él. Tal vez también más estúpido.

Antes de su aventura italiana Crowley tuvo tiempo de inventarse títulos nobiliarios, frecuentar los salones y los cafés de artistas, estudiar en Cambridge, iniciarse en ciencias ocultas y ritos esotéricos, hacerse admirador de Baudelaire, Nietzsche y Swinburne, viajar al Tibet y a Egipto, y dilapidar la mitad de la herencia que le dejara su padre. Crowley participó en la sociedad secreta Golden Down y posteriormente creó la secta Silver Star. También fue poeta.

Para el difunto Ángel Crespo, gran conocedor de la obra de Fernando Pessoa, saber que cuando Crowley agonizaba pronunció la frase «Estoy perplejo», no debe entenderse como la confesión de un fracaso, pero sí como redentora prueba de lucidez.

Una demostración de que hasta a las grandes inteligencias iluminadas también en ocasiones les patina el criterio, puede encontrarse en la admiración que durante una época sintió Pessoa por Crowley.Como además al poeta portugués también le daba por el esoterismo y aquello de la astrología, hizo el horóscopo de la bestia y a partir de ese día empezaron a cartearse. Finalmente Crowley se trasladó a Lisboa por una temporada y a punto estuvo de desquiciar al autor de El libro del desasosiego. Entre otras ocurrencias se le ocurrió fingir su muerte y desaparición en accidente. Quiso simular que había caído desde un acantilado y Pessoa debía testimoniar que había sido el último en verlo justo en el momento de la caída.Pessoa no aceptó el encargo y ese fue el fin de la amistad. Hay gente para todo.

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