JUAN G. BEDOYA – El País, Madrid – 24/12/2003
El nacimiento de una niña clónica llamada Eva, anunciado el 26 de diciembre de 2002 por una obispa de la Iglesia de los raelianos, fue desde el principio tan dudoso como que Irak posea armas de destrucción masiva. Los raelianos comunicaron aquel día el nacimiento de Eva como la consecuencia de un extraño debate teológico, y ya se sabe que en teología, al contrario que en aritmética, sólo hay opiniones y, algunas veces, unos enormes faroles. Un año después, nada de sabe de aquella Eva, salvo que no existe oficialmente en registro alguno.
El nacimiento de una niña clónica llamada Eva, anunciado el 26 de diciembre de 2002 por una obispa de la Iglesia de los raelianos, fue desde el principio tan dudoso como que Irak posea armas de destrucción masiva. Los raelianos comunicaron aquel día el nacimiento de Eva como la consecuencia de un extraño debate teológico, y ya se sabe que en teología, al contrario que en aritmética, sólo hay opiniones y, algunas veces, unos enormes faroles. Un año después, nada de sabe de aquella Eva, salvo que no existe oficialmente en registro alguno.
¡El primer bebé clonado! En la resaca navideña de 2002 el mundo se desayunó con una noticia estruendosa: el anuncio de que acababa de nacer una niña clónica, bautizada Eva por los supuestos hacedores. El nacimiento se habría producido de manera inmejorable: 3,2 kilogramos de peso y una salud sin riesgo. «Eva está junto a su madre» en un lugar imposible de conocer hasta que la iglesia que financió la clonación lo desvele, anunció también la obispa y directora de la empresa Clonaid, Brigitte Boisselier. La prelada raeliana explicó que la madre de Eva había donado un óvulo al que los científicos vaciaron de su contenido genético para luego insertarle el núcleo de una célula de ella misma. El método era parecido al empleado por los científicos escoceses que lograron el primer mamífero clónico, la oveja Dolly. Nacida en julio de 1996, Dolly fue sacrificada siete años más tarde por envejecimiento prematuro y una irreparable enfermedad pulmonar.
Fue el 7 de octubre de 2001, un año antes del anuncio de la existencia de Eva, cuando nació el primer humano clónico, si se hace caso a sus creadores. Pero nadie ha podido confirmar tampoco ese dato. La consigna, ahora, entre la comunidad científica, es la de ignorar cuanto se pueda a los extravagantes promotores del proyecto, arrepentida la ciencia seria de haber contribuido a airear irresponsablemente las primeras noticias sobre la clonación humana, que tanto incomodan a los investigadores que trabajan la clonación con fines terapéuticos. Un dato revelador: fue en la tribuna de uno de los templos de la ciencia internacional, la Academia Nacional de Washington, desde donde los promotores de la clónica Eva lanzaron sus soflamas, incluso con el anuncio de un nacimiento anterior de otro humano clonado.
Los protagonistas fueron la citada Brigitte Boisselier, presentada allí como «directora científica» de la Iglesia raeliana; el ginecólogo italiano Severino Antinori, y el responsable del Instituto americano de Andrología, Panayotis Zavos. Un año después del anuncio del nacimiento de Eva por Boisselier, los científicos no sólo no encuentran pruebas de lo dicho por la eclesiástica, sino todas las certezas de que aquello fue un soberbio farol de una secta religiosa hambrienta de publicidad y de dinero.
El Movimiento Raeliano Internacional es una iglesia fundada en 1973 por el periodista deportivo francés Claude Vorilhon, alias Rael, que presume de tener experiencias con extraterrestres. Con la idea de convertir a la ciencia en religión, en 1997, tras el nacimiento de la oveja Dolly, el grupo creó una empresa para experimentar sobre la clonación humana. Dicen que son unos 55.000 en todo el mundo.
Que el desafío de los raelianos ha sido tomado en serio lo demuestra el hecho de que numerosos países se han movilizado para legislar contra lo que hace un año muchos dieron como irreparable.
El debate es si, frente a quienes reclaman la prohibición absoluta de toda clonación, se penaliza sólo la que busque la reproducción, no aquella que tenga fines de investigación y sanación.