FELICIANO FIDALGO, El País, París – 30/12/1981

Jesucristo murió anteayer en Montfavet, pueblo del sur francés, próximo a Avignon. El Jesucristo de Montfavet, denominación con la que ha pasado a la historia este personaje, era Georges Roux, un antiguo empleado de Correos, que hace treinta años, de repente, descubrió que era el hijo de Dios reencarnado. Abandonó su empleo, creó la «Iglesia Cristiana Universal», llegó a reclutar hasta 15.000 adeptos en Francia, Alemania del Oeste, Holanda y América del Norte, se enriqueció y, por fin, a los 78 años de edad, abandonó la tierra tras predecir el fin del mundo para 1982.

El evento se produjo, en las vísperas de Navidad precisamente, el año 1950. Georges Roux, inspector de Correos en Aviñón, se levantó de su asiento y, dirigiéndose a sus compañeros, sentenció: «Alea jacta est. Abandono todo lo que es pura apariencia: el sueldo, el retiro obrero, el subsidio familiar. Yo no soy Georges Roux. Yo soy Jesús de Nazaret, dueño del universo. Y me voy». Y se marchó corriendo a casa de su madre, a la que despertó para anunciarla: «Alégrate, mamá. Tú no eres una mujer como las otras. Tú eres la Virgen María, porque yo soy Jesús». La madre tembló, se arrodilló y musitó: «Tienes razón». La aventura de la «Iglesia Cristiana Universal» empezó.Roux no había llegado a este autorreconocimiento de su catadura divina por pura casualidad. Desde siempre había leído libros extraños, se decía poeta y garabateaba en los ratos libres. Sus pretendidas dotes musicales le hacían soñar, y un día, según contó más tarde su madre, puso la mano encima de un perro enfermo y el perro, tendido en el suelo, se levantó completamente curado. Este hecho convenció a Roux definitivamente de que sus «poderes ocultos» eran tan ciertos como los evangelios. Y empezó a ejercer de curandero al salir de la oficina.

El hombre se hizo célebre en la comarca, el eco de sus «milagros» lo afianzó, en Francia y en algunos países extranjeros, y la suerte quiso que una de las seis hijas de Roux se casara con un holandés establecido en Avignon. El muchacho sabía de negocios y comprendió que su suegro era una mina. No hacía falta más que una estrategia, que él hilvanó con precisión. Roux abandonaría su empleo de Correos, se declararía Jesucristo reencarnado y, acto seguido, a vivir del negocio que funcionaría con la razón social «Iglesia Cristiana Universal».

Roux escribió tres libros, fundó la revista Lumiere y con ello dejó asentada la filosofía de la secta: ni carne, ni bebidas, ni sexo, ni medicinas. Sólo alguna fruta y una legumbre de cuando en cuando, para ir tirando. El yerno de Roux recorrió toda Francia anunciando la llegada del Mesías, los libros de su suegro se vendieron por millones, la revista Lumiere aún la reparten sus discípulos en calles y restaurantes parisienses. Los adeptos vinieron de Francia y de Alemania, y hasta de las Américas. En la década de los años sesenta, la «Iglesia Cristiana Universal» llegó a contar con 15.000 miembros. Cada uno de ellos debía suscribirse a la revista Lumiere, tenía que comprar los tres libros de Jesucristo y cada mes le enviaba al mismo Jesucristo entre el 10% y el 30% de su sueldo bruto. Roux pudo comprar un castillo, que era, al mismo tiempo, la gruta de Belén, el templo de Jerusalén y la basílica de San Pedro.

Aquí venían sus discípulos para adorar a Jesucristo y celebrar procesiones. Un día, tres niños, hijos de sus adeptos, murieron por negarse a llevarlos al médico. «Poner un enfermo en manos de un médico es un acto criminal», fulminaba Roux-Jesucristo. Este percance le llevó ante los tribunales y le afectó ligeramente, pero no lo bastante para impedirle dirigirse al Papa de Roma por escrito: «Tú no eres el verdadero Papa. Yo soy Cristo. Pero, si te parece, podemos entendemos. Tú me reconoces como tu maestro y yo te nombraré mi vicario». El Papa no contestó, y el Cristo de Montfavet continuó haciendo milagros. Uno de sus discípulos, profesor de lenguas orientales, llegó hasta él para suplicarle: «Maestro, quisiera irme con el Padre. Necesito tu permiso». Tres días después el profesor murió y nunca se supo cómo.