PHILIPPE PONS – El País, Tokio – 04/04/2000
El primer ministro japonés, Keizo Obuchi, sufrió una embolia cerebral en la noche del sábado al domingo pasados, que le ha hecho caer en estado de coma y que, según los medios de comunicación, le ha llevado a la muerte cerebral. El ministro secretario del Gabinete, Mikio Aoki, ha sido nombrado primer ministro interino. De confirmarse oficialmente, la muerte cerebral de Obuchi podría provocar una crisis política justo cuando la coalición gubernamental empieza a dar muestras de agotamiento. El Gobierno tiene previsto dimitir hoy para permitir que el Parlamento elija a un nuevo jefe del Ejecutivo.
Tras el derrame cerebral sufrido por Obuchi, hospitalizado en la noche del sábado en una unidad de cuidados intensivos, Aoki, que también era ministro portavoz, asumió temporalmente las funciones de jefe del Ejecutivo y presidió su primer Consejo de Ministros. En una conferencia de prensa, Aoki declaró que Obuchi había sufrido un infarto cerebral, pero se negó a comentar la gravedad de su estado. El grave estado de Obuchi corre el riesgo de abrir una crisis política. Ante la clara hipótesis de que no pueda retomar sus funciones en un breve plazo, el Partido Liberal Demócrata (PLD), mayoritario en el Parlamento, buscaba ayer dentro de sus filas el candidato adecuado para asumir de inmediato las funciones de primer ministro.
El derrame cerebral de Obuchi ocurre en un mal momento para su Gobierno. La cumbre del Grupo de los Ocho (los siete países más industrializados más Rusia), que se celebrará en Okinawa del 21 al 23 de julio próximo, debía servir para reafirmar el prestigio diplomático de Japón, en un momento en que el primer ministro se disponía a decidir el mejor momento para convocar las elecciones generales previstas para octubre.
Obuchi estaba por otra parte enfrentado a desavenencias en la coalición tripartita de centro-derecha sobre la que se apoyaba su Gabinete: ciertos miembros del pequeño Partido Liberal (PL), encabezados por su presidente Ichiro Ozawa, amenazan con abandonar la coalición. . Esa hipotética salida de la coalición, que amenaza con traducirse en una escisión del Partido Liberal, no tendría en cualquier caso incidencia sobre la mayoría gubernamental ya que el PLD reúne un número suficiente de escaños en las dos Cámaras japonesas.
Hábil conocedor de los secretos de la política, Obuchi había sucedido en julio de 1998 a Ryutaro Hashimoto, que dimitió tras la derrota de su partido en las elecciones al Senado. El primer ministro había logrado evitar el desastre económico-financiero que se anunciaba y había vuelto a poner la economía sobre los raíles mientras formaba una coalición de centro-derecha. El plan de salvamento de los bancos y una política de relanzamiento del gasto público, que ha comenzado a sacar la economía de la recesión más grave desde la derrota de 1945, le habían valido un alto índice de popularidad.
Pero, desde el otoño, el viento había comenzado a cambiar para el primer ministro. Su alianza con el Nuevo Komeito, emanación de la secta budista Sokagakkai y cuyo poder inquieta, ha sido mal acogida por el partido de liberales-demócratas y por la opinión pública. Un escándalo (la apropiación ilegal de acciones del gigante de las telecomunicaciones NTT-Docomo por su secretario particular) que suscitó interpelaciones en la Asamblea, y la entrada en vigor de la ley sobre la reducción de escaños en el Parlamento han contribuido a mermar la popularidad de Keizo Obuchi.
Aunque la oposición haya tenido que dar marcha atrás, el poder excesivo que ostentaba esta coalición ha hecho que la opinión pública se resienta. Una serie de escándalos en la policía y las fuerzas de autodefensa (Ejército) han agravado todavía más el deterioro de la imagen del Gabinete. Según un sondeo del diario Yomiuri Shimbun, el 63% de las personas preguntadas manifiesta su insatisfacción con el trabajo de su Gobierno, frente a un 28% que apoya la gestión del Ejecutivo de Obuchi.