El Mundo, 27.06.2008
Los compañeros Quico Alsedo y Roberto Bécares pintaron el otro día la crónica de una boda de la cienciología en Madrid. Iván Arjona, presidente de la sección española de un conglomerado con base en Los Angeles y cientos de millones de dólares en beneficios, comentó: «Esto no es ninguna secta, sólo queremos lo que cualquier religión: mejorar la vida de la gente y vivir en comunión con el cosmos». Estupendo. Según la RAE, secta es «el conjunto de seguidores de una parcialidad religiosa o ideológica». También, claro, «conjunto de creyentes en una doctrina particular o de fieles a una religión que el hablante considera falsa». Por vivir en comunión suponemos que se refiere a «participar en lo común» del cosmos, o sea, compartir con ardillas, protozoos y premios nacionales de dramaturgia la materia oscura, los protones y los frigoríficos, racimos de neutrones y canarios color lavanda, alegres electrones y viejos cepillos de dientes, lunas de Saturno y canciones de las Ronettes, versos de Pemán y cartuchos de impresora.
Tras la sentencia del Supremo español, que legalizó la cienciología y la autorizó a inscribirse en el registro de cultos, sus líderes largan esponjados. Los ropones basaron su sentencia en otra previa del Constitucional, cuando en 2005 autorizó a ejercer a una congregación tan filantrópica como Moon, pues, expuso, el Estado no puede juzgar si una religión resulta verosímil.
Bien dicho.
Si algunos creen que hay un señor invisible que dicta jurisprucencia desde las nubes (la religión, según George Carlin), también resulta lícito abrazar la palabra de L. Ron Hubbard, fundador de la cienciología, ex-marino que bajó de la montaña, es un decir, con las tablas sagradas de un credo pulp que llena el mundo de seres intergalácticos. Según Hubbard, somos seres espirituales e inmortales (thetans), con mente y alma (lo cual que las dos ciudades de San Agustín), mientras Xenu, emperador extraterrestre, hizo de las suyas hasta lograr que usted, yo y nuestros vecinos seamos conglomerados de almas alienígenas.
Cada cual tizna su cerebro como le place. Uno mismo cree que fumando escribe mejor, a despecho del flechazo arrojado por Terenci Moix, cuando observó que el uso del tabaco, más que a emular aJoyce, conduce al enfisema. Mi perro, por otro lado, cruce de hipopótamo y aviónico orejón (de ahí su mote, Poporejo) estima que todo aquello que camina, yace o vuela resulta comestible, colocado por el dios de los cuadrúpedos para gozo de su imbatible estómago, y esto incluye el mando a distancia, el carmín y la crema corporal. Asunto distinto es que ciertos cultos puedan catalogarse como sectas destructivas, esto es, grupos cerrados, autoritarios, que actuan sobre la personalidad de los fieles hasta ponerla patas arriba. Al respecto puede consultarse lo señalado en su día por Miguel Perlado, psicólogo; y sobre la cienciología, como contrapunto al relato nupcial, el ternurismo de los novios, la casulla del oficiante y el confeti, este artículo de Time.
Sometidos al galernazo de un siglo XXI esotérico, animista, viperino, ufológico, nacionalista o mágico, conviene acudir a otros pastos, siquiera por condimentar el guiso, o empanada cósmica.