La Voz de Galicia (España), Alejandro Martínez, 20.03.2016

El líder de la secta de Oia, Miguel Rosendo, ejercía un poder absoluto sobre sus adeptos más fieles, los consagrados que vivían con él en la casa. Él era quien tomaba las decisiones más importantes de su vida privada, según se desprende de las declaraciones del sumario que instruye el juzgado número 1 de Tui.

No solo decidía si sus fieles debían continuar los estudios o ponerse a trabajar, sino que también emparejaba a sus adeptos según su conveniencia. Al menos cinco parejas se unieron en matrimonio por la orden y voluntad del todopoderoso Miguel Rosendo, según el sumario. Los jóvenes accedían a casarse por la admiración que sentían por su líder, para evitar contrariarle y, en el caso de algunas mujeres, para escapar de sus caprichos carnales. Llevarle la contraría suponía la ira del fundador y el vacío del resto del grupo.

«Me casé con mi marido para dejar de sufrir los abusos sexuales por parte de Miguel, pero mi sorpresa fue que tras el matrimonio los mismos continuaron», relata una de las víctimas en un atestado de la Guardia Civil. «La noche antes de casarme, Miguel estuvo conmigo porque decía que tenía que purificarme», añadió. Otra víctima contó a los investigadores que cuando a ella le ordenó casarse con su marido también lo hicieron simultáneamente otras tres parejas. «Un día en su consulta le dije que quería ser monja y él me contestó que mi camino no era ese, era casarme. En aquel momento yo tenía pareja que él ya conocía, me dijo que tenía que casarme y así lo hice», manifiesta una testigo.

El propio Miguel Rosendo reconoció ante el obispo de la diócesis de Tui-Vigo que en el seno de su organización había matrimonios concertados. «Es cierto que se fomentan los matrimonios entre los miembros, pero detrás de estos casamientos concertados hay un afán por formar familias cristianas», reza el acta de lo que dijo en la reunión que mantuvo con el obispo Luis Quinteiro Fiuza el 12 de febrero del 2014 para comunicarle las conclusiones del visitador canónico tras las primeras denuncias que le obligaron a marcharse a Madrid.

Lo que no contó en aquella reunión es que entregaba preservativos a las parejas para evitar que hubiera embarazos, según el relato de una de las víctimas que consta en el sumario. «Nos mandó preservativos para evitar que nos quedáramos embarazadas. Desobedecí, y la respuesta fue que me despidió de la herboristería y me hizo firmar un papel conforme había recibido una indemnización de 20.000 euros que nunca cobré», aseguró en el cuartel.

Desde niñas

Simpatizantes de la orden fueron objeto de la supuesta lascivia del fundador desde que eran menores de edad, según declaraciones que se han sucedido tras el inicio de la instrucción judicial. «Cuando tenía doce años era habitual que me abrazase, me acariciara la mano, me tocase el culo, yo eso nunca lo vi mal, ahora mismo me doy cuenta de que son tocamientos, que eso no es correcto». Con 16 años le ordenó que se bajase los pantalones y le hizo tocamientos en presencia de una de sus colaboradoras. Otra víctima relata que sufría agresiones sexuales desde los 14 años hasta que a los 25 ya no aguantó más y se fue de la secta. Miguel Rosendo hacía ver a sus víctimas que sus acercamientos eran un trabajo espiritual: «Siempre hacía de la misma forma, se acercaba y te decía al oído que te deseaba, entonces ya sabías que ese día o al siguiente te iba a tocar».

Arrodillado ante el obispo, lo negó todo

Miguel Rosendo siempre ha negado haber cometido abusos sexuales. El obispo de Tui-Vigo le creyó en un principio y no dio crédito a las primeras denuncias de las familias, que tuvieron que contratar a un detective privado porque no encontraron amparo en las autoridades eclesiásticas ante los presuntos desmanes del líder de una asociación católica de fieles. Ante la cascada de testimonios, la Iglesia no tuvo más remedio que dar credibilidad a quienes apuntaban que Miguel Rosendo no era, supuestamente, el hombre santo que parecía.

En una reunión en el obispado en la que participaron el entonces máximo representante Luis Quinteiro Fiuza, el vicario pastoral, José Vidal Novoa y el visitador canónico y sacerdote en Baiona, Manuel Salcidos, le leyeron un informe de este último en el que constaba la acusación de abusar sexualmente de varias mujeres. Entonces Miguel Rosendo se arrodilló ante el obispo y, besando un crucifijo, negó estas imputaciones. Dijo que entendía que se vertieran sobre él «este tipo de falsedades porque trabaja con personas golpeadas por la vida que han perdido su dignidad y a las que les resulta más fácil acusar a otros de sus errores que a sí mismos». Fue en febrero del 2014, la última vez que vio al obispo, porque poco después se marchó a Madrid, donde lo esperaba el cura Ignacio Oriol.