New York Times (Estados Unidos), Ruth Graham y
Cuando era niña, Karen Johnson asistía con tanta regularidad a la iglesia luterana que se ganó un premio por su asistencia perfecta. En su edad adulta, dio clases de catequesis. Pero en la actualidad, Johnson, quien a sus 67 años es una empleada de un negocio de máquinas tragamonedas, ya no va a la iglesia.
Todavía dice que es una cristiana evangélica, pero no cree que sea necesario ir a la iglesia para vivir en comunión con Dios. “Me llevo a mi modo con el Señor”, afirma.
La relación de Johnson con la religión incluye momentos frecuentes de oración, según explicó, además de algunos pódcast y canales de YouTube que abordan temas políticos y hablan de lo “que ocurre en el mundo” desde una perspectiva de derecha y, en ocasiones, cristiana. Nadie desempeña un papel más central en sus opiniones que Donald Trump, el hombre que, en su opinión, puede vencer a los demócratas. Está convencida de que los demócratas están destruyendo el país y terminarán en el infierno.
“Trump es nuestro David y nuestro Goliat”, dijo Johnson hace poco, mientras esperaba frente a un hotel en el este de Iowa para escuchar un discurso del expresidente.
Desde hace décadas, los electores blancos que son cristianos evangélicos han respaldado a los candidatos republicanos, lo que logró que la política del partido se centre en temas culturales conservadores; gracias a ellos, Ronald Reagan y George W. Bush se convirtieron en nominados y presidentes.
Sin embargo, ningún republicano ha tenido una relación más estrecha —ni más contradictoria— con los evangélicos que Trump.
Este magnate de los casinos divorciado en dos ocasiones no se esforzó en aparentar ser especialmente religioso antes de su presidencia. El fervoroso apoyo que recibió de los votantes evangélicos en 2016 y 2020 por lo regular se describe como una acción de lo más transaccional: una inversión en sus designaciones de magistrados de la Corte Suprema que promoverían la abolición del derecho federal al aborto y otras de las principales prioridades del grupo. En general, los mismos partidarios evangélicos comparan a Trump con el antiguo rey persa Ciro el Grande, que liberó a la población judía aunque no era uno de ellos.
Pero los estudiosos de la religión, gracias a un conjunto cada vez mayor de datos, proponen otra explicación: los evangélicos no son exactamente como eran antes.
En alguna época, ser evangélico significaba asistir con regularidad a la iglesia, tener como principal interés la salvación y la conversión y tener opiniones muy firmes sobre temas específicos, como el aborto. En la actualidad, se usa con la misma frecuencia para describir una identidad cultural y política: una en que los cristianos se consideran una minoría perseguida, ven con desconfianza a las instituciones tradicionales y Trump ocupa un lugar preponderante.
“La política se ha convertido en la principal identidad”, señaló Ryan Burge, profesor asociado de ciencias políticas en la Universidad del Este de Illinois y pastor bautista. “Lo demás viene determinado por la afiliación partidista”.
Este análisis es especialmente atinado entre los estadounidenses blancos, que durante la presidencia de Trump empezaron a identificarse más como “evangélicos”, aunque la tasa general de asistencia a las iglesias iba en declive. Esta tendencia fue muy marcada entre los partidarios de Trump: en 2021 un análisis realizado por el Centro de Investigación Pew reveló que más estadounidenses blancos que expresaban “opiniones favorables” del exmandatario habían comenzado a identificarse como evangélicos durante su presidencia que aquellos que no lo hacían.
Las reuniones electorales republicanas que se celebrarán en Iowa la próxima semana pondrán a prueba la medida en que Trump todavía posee esa identidad. Entre sus rivales, el gobernador Ron DeSantis es el que más se ha esforzado en atraer a los evangélicos de Iowa, con las acciones tradicionales. Logró el apoyo de figuras evangélicas prominentes y ha avalado su auténtica postura radical con respecto al aborto, un tema en el que ha criticado la falta de congruencia de Trump, y en las batallas culturales en Florida, su estado natal.
“En Iowa, estos temas importan”, aseveró Andrew Romeo, portavoz de la campaña de DeSantis.
Pero el historial de Trump y las encuestas recientes dan a entender que no hay ninguna certeza en este punto. A principios de diciembre, Trump le llevaba una delantera de 25 puntos a DeSantis con los electores evangélicos, según una encuesta organizada por Des Moines Register, NBC News y Mediacom Iowa.
Es posible que un aspecto más importante que el apoyo de figuras destacadas y los planes políticos sea la forma en que Trump ha adoptado el cristianismo como identidad cultural, además de su compromiso de defenderlo.
En un mitin reciente en Waterloo, Iowa, Trump describió a los cristianos como un grupo que sufre gran persecución y enfrenta a un gobierno que se ha convertido en un arma para combatirlo. Los católicos en este momento son el blanco de “los comunistas, marxistas y fascistas”, indicó e hizo referencia a una controversia reciente en torno a un memorando del que se retractó el FBI, además de comentar que “pronto seguirán los evangélicos”.
Bancas vacías
Mucho antes de que Trump apareciera en la escena política, la rutina de Johnson en las mañanas de domingo había cambiado. Cuando era una veinteañera, se casó con un hombre que no tenía fe, así que “dejó de ir al edificio”. Aunque no perdió la fe, las vicisitudes de la vida, los hijos y algunas mudanzas hicieron que cambiara de dirección.
En este aspecto, su caso no era nada extraordinario. La afiliación a la Iglesia en Estados Unidos ha disminuido desde hace varias décadas, así como la proporción de estadounidenses que se identifican como cristianos, y en especial como protestantes, la rama que históricamente ha sido el centro gravitacional de la religión estadounidense. A mediados del siglo XX, el 68 por ciento de los estadounidenses se identificaban como protestantes. Para 2022, ese porcentaje había caído al 34 por ciento, según Gallup (otro 11 por ciento solo se describía como “cristiano”, categoría que Gallup no incluyó sino hasta finales de la década de 1990).
Al principio, las bajas sobre todo afectaban a los grupos protestantes principales más liberales. Pero en años recientes, la asistencia a la iglesia de quienes se identifican como evangélicos también ha bajado, y ahora una mayor proporción de conservadores que de liberales dice haber abandonado la iglesia. En 2021, por primera vez según los datos registrados, menos del 50 por ciento de los estadounidenses pertenecían a alguna Iglesia.
“Es el cambio religioso más pronunciado y rápido en la historia de nuestra nación”, afirmó Michael Graham, antiguo pastor ejecutivo de una iglesia multiconfesional en Orlando, Florida, y coautor de The Great Dechurching, un libro de reciente publicación.
La transformación ha sido particularmente visible en Iowa, donde quienes se identifican como evangélicos (que representan alrededor de una cuarta parte de la población del estado) tienen una gran influencia en la política republicana, pero la práctica religiosa ha mostrado cambios más marcados que en el resto del país.
Entre 2010 y 2020, la población del estado que pertenecía a alguna Iglesia— personas con cierta participación en una congregación— cayó casi un 13 por ciento, una baja más pronunciada que en los demás estados, con excepción de Nuevo Hampshire, según el Censo de Religiones de Estados Unidos, una amplia encuesta decenal de congregaciones.
En las entrevistas, feligreses y clérigos describieron las iglesias y la asistencia a las mismas como transformadas por una serie de fuerzas, como el envejecimiento de la población y las actividades juveniles.
En el condado de Lucas, una zona rural escasamente poblada con la segunda tasa más baja de adhesión a la Iglesia en Iowa, Marci Prose, la pastora principal de la Iglesia del Nazareno de Chariton, atiende a una congregación de unas 30 personas. Hace poco, la congregación trasladó a un local más pequeño que antes era un gimnasio.
Cuando la iglesia organizó un almuerzo para los miembros mayores de la feligresía, “solo una mujer de la iglesia, mi esposo y yo fuimos las personas que no fueron invitadas”, dijo.
Los primeros meses de la pandemia de coronavirus, cuando las iglesias suspendieron el culto presencial por las órdenes de cuarentena y, en muchos casos, comenzaron a retransmitir en directo los servicios en Facebook y YouTube, produjeron transformaciones duraderas en los hábitos. Ahora, algunos fieles que antes no faltaban a la iglesia se unen a los servicios en línea y, en algunos casos, prueban las ofertas de las iglesias que están lejos de sus hogares. Otros, simplemente, nunca recuperaron el hábito de asistir.
Y los horarios de los trabajos manuales y los deportes juveniles ya no consideran la mañana del domingo, lo que dificulta la asistencia regular de los trabajadores y las familias.
Tricia Shuffty, de 42 años, una votante independiente de tendencia republicana en el condado de Lucas, dijo que votaba sobre todo por “cuestiones bíblicas”. Pero “desafortunadamente, trabajo los domingos”, dijo Shuffty, quien es guardia de seguridad, “así que no puedo ir regularmente”.
Tanto el clero como los expertos en religión señalan que el hecho de que las personas hayan abandonado la Iglesia, o nunca hayan asistido, no quiere decir que se hayan olvidado de la religión. Desde hace tiempo, el evangelismo ha tenido una cepa individualista que se resiste a la idea de que la fe personal requiere asistir a alguna iglesia. Muchas personas cuya conexión con la religión organizada se ha erosionado no han dejado de identificarse firmemente como cristianas.
No obstante, esta caída ha tenido efectos más allá de la espiritualidad individual. Conforme se han debilitado las conexiones con comunidades eclesiásticas, los líderes eclesiásticos que solían congregar a los fieles para apoyar causas y candidatos han perdido influencia. Una nueva clase de líderes ideológicos ha llenado este vacío: las personalidades de las redes sociales y creadores de pódcast, que antes eran predicadores proféticos y políticos radicales.
‘El único salvador que puedo ver’
Durante el inicio de la temporada de las primarias republicanas en 2016 casi no había ninguna señal de que los evangélicos apoyarían a Trump con el entusiasmo que llegaron a mostrar. Cuando la revista World, una publicación cristiana muy influyente, encuestó a unos 100 líderes evangélicos en diciembre de 2015, ninguno mencionó que Trump fuera su candidato preferido.
Sin embargo, a medida que Trump fue ganando terreno en las etapas iniciales de las primarias, su creciente fuerza entre los electores evangélicos blancos se volvió evidente. Los sondeos mostraban que el futuro nominado era más popular entre un grupo en particular: los evangélicos blancos que nunca o casi nunca iban a la iglesia.
También llegó a ganarse a los blancos que asistían con regularidad a la iglesia, un grupo que se inclina por los republicanos. Por desgracia, la relación de Trump con los evangélicos siguió los pasos de su relación con el Partido Republicano. Aprovechó la deteriorada confianza y participación en las instituciones cívicas y luego, cuando se convirtió en presidente, reconfiguró las instituciones a su imagen.
Trump elevó a un grupo de figuras de los medios y pastores evangélicos desconocidos, que por lo regular no pertenecían a la corriente teológica principal, pero le tenían una devoción inquebrantable. Expresó más apoyo a los cristianos como grupo de electores que a sus valores, como habían hecho presidentes anteriores. La atmósfera de sus mítines era similar a la de ciertas ceremonias religiosas.
“Ha integrado a quienes aman a su país y creen en Dios, pero no eran las personas que por lo regular asistían a la iglesia”, explicó Jackson Lahmeyer, fundador de Pastors for Trump, grupo nacional de líderes eclesiásticos que respaldan al expresidente.
En 2008, más de la mitad de los republicanos afirmaban que asistían a la iglesia por lo menos una vez al mes, según datos recopilados por Burge del Cooperative Election Study de la Universidad de Harvard. En 2022, más de la mitad afirmaban asistir a la iglesia una vez al año, cuando mucho.
El mismo Trump se ha convertido en el modelo de quien adopta el evangelismo como identidad, no como una práctica religiosa. En 2020, anunció que ya no se consideraba presbiteriano, sino “cristiano multiconfesional”, una tradición estrechamente asociada con el evangelismo. Es raro verlo en la iglesia, pero una encuesta realizada este otoño por HarrisX para The Deseret News reveló que más de la mitad de los republicanos consideran a Trump una “persona de fe”. Es un porcentaje mayor que el de cualquier otro candidato presidencial republicano para 2024 y mucho mayor que el del presidente Joe Biden, quien toda la vida ha sido católico y asiste a misa con frecuencia.
Cada vez más personas en muchas de las regiones de Iowa que con más fervor apoyan a Trump se ajustan a un perfil religioso similar al del expresidente. “Iowa es conservadora culturalmente, con cristianos no practicantes en este momento”, dijo Burge. “Es exactamente la base de Trump”.
En las comunidades agrícolas del condado Calhoun, por ejemplo, el porcentaje de miembros de las Iglesias cayó un 31 por ciento entre 2010 y 2020, la caída más pronunciada en el estado, a pesar de que el 80 por ciento de la población todavía indicaba en las encuestas que eran cristianos blancos. Más del 70 por ciento de los electores del condado votaron por Trump en 2020.
“Voté dos veces por Trump y volveré a votar por él”, dijo Cydney Hatfield, agente jubilada de correccionales en Lohrville, una población con 381 habitantes en el condado Calhoun. “Es el único salvador que puedo ver”. Hatfield, a quien criaron como bautista, ya no va a la iglesia. “Solo trato de hacer el bien”, dijo. “Le rezo a Dios todas las noches”.
Para los evangélicos que no apoyan las políticas de Trump, la identidad politizada que ahora suele estar unida a las creencias ha dado lugar a un examen de conciencia.
“Se estaba volviendo muy difícil”, dijo Dale O’Connell, un pastor presbiteriano en el condado de Lucas, que se jubiló del ministerio en 2016, después de 50 años, en parte debido a una atmósfera cada vez más derechista en algunas de las congregaciones a las que sirvió. O’Connell, de 82 años, es liberal y durante años se describió como evangélico. Pero ya no lo hace.
“No sé si hay una palabra política y teológicamente satisfactoria que pueda encontrar ahora”, dijo. “En realidad, no la encuentro”.
Nuevas causas, nuevos líderes
La evolución de la identidad evangélica ya está alterando la forma en que los políticos atraen a estos votantes. La investigación de Burge ha descubierto que a los “cristianos culturales” les importan relativamente poco las causas fundamentales de la derecha religiosa como el aborto y la pornografía.
En entrevistas realizadas en Iowa, los cristianos que no asistían a la iglesia y que apoyaban a los candidatos republicanos, incluso los que decían creer en el gobierno del país según principios cristianos, citaron la inmigración y la economía como sus principales preocupaciones en las elecciones de este año.
Aunque se oponían casi universalmente al aborto, también solían mostrarse escépticos ante las políticas más intransigentes que candidatos como DeSantis han defendido.
La política sobre el aborto es “una cosa en la que realmente no hago hincapié”, dijo JoAnn Sweeting, que sacó a su hijo de octavo grado de la escuela para asistir a un mitin de Trump el mes pasado en Coralville, Iowa. Se refería a la anulación del caso Roe contra Wade: “Siento que las políticas establecidas para nosotros parecen estar funcionando”.
Sweeting se describió como evangélica, pero ya no asiste a la Iglesia. Ve a Trump como un hombre que cree en Dios y reza. Pero dijo que las razones por las que lo apoya son su enfoque de la economía y su progreso en la construcción de un muro a lo largo de la frontera sur.
También le gusta su franqueza. “No trata de endulzar las cosas”, dijo.
Los cambios en la identidad evangélica también han amenazado la influencia de los líderes evangélicos, cuyos cargos en grandes congregaciones, empresas de medios de comunicación cristianos y organizaciones religiosas los convirtieron durante décadas en agentes de poder en la política republicana.
En los últimos meses, los candidatos republicanos han competido por el apoyo de Bob Vander Plaats, uno de los líderes de la política evangélica de Iowa. Pero las encuestas muestran que su apoyo a DeSantis en noviembre tuvo poco efecto en la lealtad de los votantes evangélicos, que siguen favoreciendo ampliamente a Trump. Vander Plaats dijo que pensaba que “hay mucho más margen de maniobra” de lo que dan a entender las encuestas.
En el mitin de Trump en Coralville, fue Joel Tenney, un evangelista local de 27 años que no dirige una congregación, quien pronunció la oración de apertura.
La multitud respondió tibiamente a su apasionada recitación de varios versículos de la Biblia. Pero los asistentes se animaron cuando dejó a un lado las Escrituras y les dijo lo que habían venido a escuchar.
“Estas elecciones forman parte de una batalla espiritual”, dijo Tenney. “Cuando Donald Trump se convierta en el presidente número 47 de Estados Unidos, habrá represalias contra todos los que han promovido el mal en este país”.