El Mañana (México), Silvia Hernando, 23.01.2022

Libros, series y artes plásticas demuestran que la búsqueda de trascendencia está de plena actualidad. Se trata de un género fluido en el que caben la imaginación, la magia y los sueños. Un anhelo unifica las aspiraciones de sus cultivadores: sublimar el poder de la mente.

El texto se explaya más en su versión original, pero las instrucciones básicas podrían resumirse del siguiente modo: en el vigesimotercer día del mes, a partir de las 23.00, la persona que lleve a cabo este ritual deberá concentrar toda su energía en su fantasía sexual más intensa. Desnuda, a la luz de las velas, escribirá ese deseo en un papel que después salpicará con sangre, saliva, y flujos genitales. Junto con un mechón de pelo y otro de vello púbico, la nota se enviará a la mañana siguiente a la sede del Templo de la Juventud Psíquica (TOPY, en inglés). Veintitrés rituales consecutivos después, el individuo se habrá convertido en un Iniciado pleno del Templo.

Bautizada como El sigilo de los tres líquidos (sic), esta liturgia basada en el símbolo del sigilo —parte de las enseñanzas del influyente taumaturgo de principios del siglo XX Austin Osman Spare— permite franquear el acceso a la sociedad secreta fundada en Inglaterra en 1981 por, entre otros, Genesis P-Orridge, creadora multidisciplinar, y multipolémica, fallecida en 2020. Pionera del rock industrial con Throbbing Gristle y Psychic TV fue también emblema del movimiento transgénero. Involucrada en todo lo que tuviera que ver con la liberación, P-Orridge tenía un sueño: desatar los poderes reprimidos de la mente.

Pintoras visionarias como Hilma af Klint y Remedios Varo se encumbran hoy como fenómenos de masas.

Como manda la posmodernidad, su iglesia pagana está cosida de influencias: del chamanismo a la psicodelia, las proféticas teorías sobre el control social que Throbbing Gristle desarrollaron junto a los escritores William S. Burroughs y Brion Gysin y, sobre todo, la magia del caos, vástago de las teorías de Spare, a su vez discípulo del brujo supremo de nuestra era, el fundador de la religión Thelema, la Gran Bestia 666: Aleister Crowley. Los textos fundacionales del TOPY conforman el volumen La biblia psíquika, que la argentina Caja negra editó hace un par de años cubriendo un vacío en lengua castellana que se había prolongado durante décadas: en el inglés original, se escribieron entre 1980 y 1990.

En la estela de La biblia psíquika, una creciente cantidad de libros relacionados con lo arcano, lo esotérico, lo paranormal, lo misterioso, lo desconocido o —convengamos en llamarlo— lo oculto, están atravesando en época reciente el túnel hacia la luz de la literatura en español. Algunos son títulos fundamentales —aunque no dejen de ser minoritarios—, pero no habían sido traducidos o solo existían ediciones precarias. Otros suponen nuevas adiciones a un género fluctuante, donde caben temas dispares atados por el hilo invisible de lo trascendental: la magia y la alquimia, la brujería y el satanismo, los viajes astrales y los trances lisérgicos, el espiritismo y la espiritualidad, las sociedades secretas y los masones, la ufología y la astrología, los sueños y sus interpretaciones. Un dato revelador: a raíz del confinamiento, se dispararon las búsquedas en línea de los horóscopos.

La ocultura (occulture), término acuñado probablemente por P-Orridge, no solo goza de buena salud en la literatura, donde resucitan mitos como Lovecraft y se multiplican los títulos sobre hechizos y wiccanismo. Se manifiesta también en la plástica (de las performances rituales de Marina Abramovic y las sesiones espiritistas de Suzanne Treister a las publicaciones que descifran los significados herméticos de la iconografía del arte, como Relaciones ocultas, de Sans Soleil), en las series (el reboot de Sabrina; Penny Dreadful; la española y documental Edelweiss, sobre la secta ocultista nazi…) y en los videojuegos (las sagas Resident Evil; Silent Hill; Outlast…). Presentes desde los orígenes de la humanidad, con la explosión del New Age en los sesenta todas estas cuestiones han desempeñado un papel relevante en la moderna sociedad occidental, donde el peso de la religión —a cargo de aportar explicaciones a lo inexplicable— ha ido irreversiblemente enflaqueciendo.

La pintura es, seguramente, el medio donde más claro se percibe el resurgir de lo sobrenatural. En su tiempo, en torno a las primeras décadas del siglo XX, artistas como Hilma af Klint, Remedios Varo y Leonora Carrington disfrutaron de poco o ningún reconocimiento. Ahora, aquellas videntes y visionarias, que se daban de la mano con los espíritus para atravesar el umbral a estadios superiores de conciencia, son ensalzadas como fenómenos de masas. Después de que el Reina Sofía sacara a la luz a finales del pasado año (y hasta abril) los tenebrosos grabados donde Belkis Ayón (1967-1999) recreaba los rituales de la sociedad secreta afrocubana Abakuá, el último redescubrimiento místico lo protagoniza la sanadora suiza Emma Kunz (1892-1963), expuesta por primera vez en España, hasta junio, en la Tabakalera de San Sebastián. «En épocas de decadencia se vuelve a lo kitsch y, cuando la cultura se apropia de ello, la estética se vuelve más refinada», explica Pilar Soler, que en 2019 organizó en La Casa Encendida de Madrid la muestra de art brut esotérico El ojo eléctrico. Para la comisaria, la búsqueda de dimensiones paralelas sigue activa y vigente en la obra de creadores como Maya Hottarek, Rachel Garrard y los españoles Rosa Tharrats, Felipe Talo y Diego Delas.

Médiums, filósofos y esoterismo superventas

De Steiner al infinito. La colectiva Joseph Beuys: Antecedentes, coincidencias e influencias, en el Museo Helga de Alvear de Cáceres (hasta mayo), profundiza en las ideas que moldearon el pensamiento del alemán. Su concepción del arte y la vida está atada a la antroposofía, filosofía de Rudolf Steiner en torno a la posibilidad de acceder al mundo espiritual a partir de tres ejes: imaginación, inspiración e intuición.

Artista, médium y campesina. De estilo abigarrado y encantadoramente naïf, los dibujos de la campesina catalana Josefa Tolrà (1880-1959), realizados en trance mediúmnico, materializan a los «seres de luz» con los que establecía contacto. Su obra, hoy en importantes colecciones, pasó desapercibida para casi todos menos para el poeta Joan Brossa. En 2014, una retrospectiva en Barcelona confirmó su redescubrimiento.

Luces en Nuevo México. La teosofía de Helena Blavatsky espoleó las mentes creativas de ambos lados del Atlántico. Asentado en Nuevo México, EE UU, en los años treinta, el llamado Grupo pictórico trascendental amalgamó las ideas de la profeta rusa con las de Steiner, Kandinsky… para pintar los colores de la iluminación. Olvidados durante décadas, tanto en colectivo como representados por miembros como Agnes Pelton, aquellos artistas protagonizan en la actualidad grandes exposiciones y elogiosos artículos en prensa.

Esoterismo superventas. Antes de que Dan Brown embriagara a medio planeta con sus conspiraciones, El ocho (1989), de Katherine Neville –que conjuga historia, ajedrez, alquimia y masonería—, sentó las bases del esoterismo superventas. Para la autora, que la novela siga «viva y relevante» se explica por sus «conexiones cósmicas»: «Las que todos tenemos con los misterios ocultos (o irresolutos) del universo».

Todo Satán. Más de un escritor ha firmado un pacto con el diablo e innumerables lo han invocado en su literatura. El gran libro de Satán (Blackie Books) reúne decenas de textos en un completo volumen: de Mark Twain a Samanta Schweblin, 666 páginas de mala, malísima narrativa.

Imaginación al poder. Para los alquimistas, el «fuego secreto» era el ingrediente de la piedra filosofal. De ahí el título El fuego secreto de los filósofos, de Patrick Harpur, (Atalanta), una historia multidimensional de la imaginación a través de mitos, poesía, ciencia y psicología, de la que se extrae una triste conclusión: la inventiva atraviesa horas bajas.