20 Minutos (España), Pablo Rodero, 18.06.2024

Una pizza, un cóctel y una pregunta a la tarotista. Esta es la peculiar oferta que La Margherita, una pizzería con una agradable terraza ubicada en el barrio madrileño de Acacias, hace a sus clientes desde hace tres años los martes y jueves. Un reclamo que parece estar funcionando y que habla mucho del momento dulce del tarot. Una práctica minoritaria hace pocos años que ha abierto nuevos horizontes desde el confinamiento de 2020, llegando a espacios anteriormente insospechados como este.

«Empezaron a ver que era algo que la gente buscaba y quisieron hacerlo más cercano a la población», explica Belén Cerdeira, la responsable de redes sociales de la pizzería. «Tenemos dos tarotistas en plantilla que vienen aquí y se van turnando una y otra. En función del volumen de gente que haya, pues viene una o vienen las dos. La acogida está siendo muy buena, a la gente le encanta».

Una mesa en la esquina de la terraza, bajo unos neones donde se lee «Real queens eat pizza», está decorada con un tapete morado, una bola de cristal y una vela. Hasta allí se van acercando los clientes y allí les esperan dos tarotistas, preparadas para dar respuesta a sus inquietudes a través de las cartas.

«Yo antes notaba que era mucha más la gente mayor la que se acercaba y ahora hay muchísima gente más joven», asegura Carmen Ortega, de 52 años y tarotista profesional desde hace ocho, tras una larga carrera trabajando en hoteles. «La pregunta clave sigue siendo el amor, pero es cierto que ahora noto que lo van enfocando más al crecimiento personal».

A su lado, su compañera Felisa Serrano, de 38 años, corrobora su percepción sobre los cambios en sus clientes en los últimos tiempos: «Yo creo que la gente se está acercando al tarot de otra manera. Antes era como algo muy oculto, algo que, además, la gente cogía con mucho miedo, venían diciendo: ‘¡Ay, a ver, si me sale algo malo no me lo digas!’. Y no nos damos cuenta de que el tarot es una energía y que está para ayudarnos, no está para sentenciar a nadie».

¿Una religión postmoderna?

El origen histórico de la baraja del tarot es discutido. Hay quien dice que empezó en China otros sitúan su origen en el Antiguo Egipto y otros ven su antecedente inmediato en la llamada baraja mameluca hallada en Turquía, pero el consenso más amplio remonta sus orígenes a la Italia renacentista. Su uso con fines adivinatorios, sin embargo, es algo posterior, a partir del siglo XVIII en Francia.

Esta técnica de cartomancia se basa en un juego de preguntas y respuestas en las que una tarotista -generalmente, este rol ha sido asumido por mujeres- interpreta el resultado de la tirada y se lo expresa a la persona que escucha enfrente.

En España, fue una práctica que tuvo que realizarse en la clandestinidad durante el franquismo, pero desde la Transición, a medida que la sociedad se iba secularizando y el nacional catolicismo quedaba atrás, siempre ha existido un pequeño nicho de consumidores de productos vinculados al esoterismo y de personas que acudían a las tarotistas en busca de respuestas. El punto de inflexión vino, como tantas otras cosas, con la pandemia, que vivió un auténtico boom para el mundo del tarot. Apoyado en la extraordinaria difusión que permiten las redes sociales, el tarot se ha convertido en los últimos años en una suerte de nueva forma de religión postmoderna para miles de personas de todas las edades.

«La gente con la pandemia se acostumbró mucho a quedarse en casa, entonces aumentaron las ventas, se despegó totalmente», declara, rodeado de barajas del tarot de todo tipo y diseño, Ricardo Salas, el dueño del Museo del Tarot, una cadena de tiendas especializadas en este tipo de cartas que abrió su primer local en la calle San Alberto de Madrid hace 26 años. Sus ventas han aumentado un 30% desde 2020. «La gente busca soluciones a cosas que no la tienen en realidad y buscan una forma mágica de conseguirlas. Aunque yo no lo llamaría religión, eso sería ofender a las religiones. Aparte, en mi caso, yo soy ateo, no creo en nada que no se pueda demostrar», declara Salas.

—¿Y sí crees en el tarot?

—»No, yo colecciono barajas del tarot, no creo que el tarot te pueda decir tu venida. Creo que tú, a través del tarot, puedes interpretar cómo te va a ir la vida».

La aparición de prácticas vinculadas con el pensamiento mágico en estos tiempos de retroceso de las religiones históricamente mayoritarias en el mundo occidental ha sido materia de estudio por investigadores y académicos en los últimos años. El profesor Eduardo Vizcaíno, profesor asociado de Sociología en la Universidad de Huelva, escribió una tesis doctoral sobre las nuevas espiritualidades de los jóvenes en España y ha continuado investigando al respecto desde entonces.

«El auge del tarot, creo que tiene que ver con los tiempos de incertidumbre en los que vivimos, de cambios tan acelerados y continuos que no podemos estar seguros de lo que vendrá. La incertidumbre, casi siempre referida al futuro, crea una desazón y un malestar vital que no siempre se lleva bien. El tarot ofrece respuestas a esa inseguridad e incertidumbre», explica el profesor Vizcaíno. «Como también nos situamos en tiempos de posverdad, no es de extrañar que jóvenes bien formados y educados en el pensamiento racional y científico conjuguen bien otro tipo de pensamiento siempre y cuando cubra una necesidad».

¿Qué busca la gente joven en el tarot?

Rocío Rivas es uno de esos nuevos perfiles de personas que se han acercado al tarot y que hace años habría sido casi imposible ver acudiendo a una tarotista. Tiene 31 años, es psicóloga clínica y no es religiosa, aunque sí cree en «cierta energía» con la que conecta a través del tarot y le ayuda en su día a día.

«El tarot a mí llegó de una manera muy espontánea, me regalaron las cartas, aprendí y desde entonces es un recurso que utilizo muchas veces para reflexionar y alguna vez he ido a que me echen las cartas», declara esta madrileña que ha acudido a tarotistas en el centro, entre otros, a «un sitio muy famoso en Tirso de Molina que tiene una oferta: 10 euros, 10 minutos». Un servicio express que muestra muy bien como el mundo del tarot también se está adaptando al aumento de la demanda.

«Yo creo que se debe un poco a la falta de espiritualidad, al haber pasado de una religión católica a no tener respuestas, viviendo con unas condiciones materiales tan complicadas, buscamos respuestas fáciles y buscamos cierto control dentro de la incertidumbre», explica Rivas que también ve detrás del auge del tarot, mayoritariamente entre las mujeres, un elemento de reafirmación feminista. «A lo largo de la historia, la información más lógico-matemática-racional ha estado asociada al género masculino y todo lo que tenga que ver con la intuición, con las sensaciones, que está también relacionado con menstruación, ciclos lunares, etc., siempre se ha considerado brujería, algo oculto, que no debe ser visto y creo que, de alguna manera, también muchas mujeres, a día de hoy, están conectadas con este tipo de conocimientos».

Cuando en el año 2000 Mar Casals y su madre, la famosa tarotista catalana Mariló Casals, fundaron su escuela de tarot, ella misma admite que, «cuando decías que eras tarotista, la gente te miraba raro». Cuando la gente le preguntaba su oficio ella prefería responder con un término inventado, «analista de acontecimientos», esperando que nadie quisiera seguir indagando. «Ahora, esto está de moda y cuando dices: ‘Soy tarotista’. La gente dice: ‘¡Ay, qué guay!'».

Este cambio de percepción se ha notado, también a partir de la pandemia, en un repunte extraordinario de demanda de la escuela que lleva el nombre de su madre y de la que ella es directora. La Escola Mariló Casals, con sede en Barcelona, ha pasado a dar todas las clases a través de videollamada para poder dar servicio a un número creciente de alumnas y alumnos.

«La pandemia, de alguna manera, abrió todos estos temas. Nos encontramos una situación en la que la gente necesitó buscar respuestas y, por otro lado, tuvimos la expansión de Internet», declara la tarotista y astróloga. «Hasta 2020, teníamos un target que solamente era de Barcelona, de gente que podía venir a clase a Barcelona, o que venía fin de semana en los intensivos desde Madrid o desde cualquier parte. Nuestro público ahora es de todas partes de habla hispana y de gente que está conectada al mundo».

Casals, que ha formado parte de la organización de congresos sobre tarot en todo el mundo y redactó un código ético sobre esta práctica en 2006, coincide en ver un paralelismo entre la pérdida de peso de las religiones mayoritarias y el auge del tarot y la astrología. «Hasta el siglo XIX, el tarot era determinista y sentenciador, en el siglo XX tuvo una mirada más psicológica y, ahora, tenemos un tarot más relacionado con el autoconocimiento, el crecimiento personal, responsabilizarnos de nuestra vida en medio de una crisis de valores religiosos», defiende Casals. «El ser humano necesita buscar respuestas o saber cuál es su propósito. Y en este espacio la astrología y el tarot son las que, de alguna manera, se están utilizando para conectar con esta posición».

A Patricia, le echaron las cartas por primera vez en un local de copas de Malasaña, con una temática más específica de temas esotéricos que la pizzería Margherita. Esta joven de 24 años de Pozuelo de Alarcón, Madrid, trabaja en un departamento de recursos humanos y se define como «religiosa, no practicante» que no cree en la Iglesia. Según los datos del último barómetro del CIS, actualmente, solo el 17,2% de la población española se define como católico practicante, pero un 37,4% adicional lo hace como católico no practicante, haciendo que el sentimiento católico aún sea mayoritario entre la población.

«Siempre ha sido un mundo que me llamaba mucho la atención. Había escuchado muchas historias de la gente pues tanto de que se cumplen de no se cumple y yo siempre me he sentido con esas ganas de ver qué me dirían a mí si yo iba», declara Patricia, que, aunque admite que lo que le dijo la tarotista no se ha cumplido del todo, sí que ha tenido cierta influencia en sus decisiones posteriores. «Influye porque me replanteo las cosas más veces, pero no es como que hago caso estricto a lo que me salió a mí en la tirada, yo creo que te ayuda un poco a quitarte la incertidumbre sobre el futuro».

La terraza de la pizzería Margherita se va animando. Las tarotistas están ya en su puesto y están listas para ir respondiendo las preguntas de los clientes. Una mesa de media docena de chicos y chicas de veintipocos años es la primera. Una se acerca y se sienta con la tarotista y el resto cuchichean entre risas escuchando la pregunta y la respuesta después de la tirada. Llega otra pareja y preguntan al camarero: ‘¿Aquí es lo del tarot, no?’. Se sientan y ocupan la única mesa que queda libre. Un jueves más, las tarotistas han llenado la terraza.