La personalidad necesaria

BLANCA VÁZQUEZ MEZQUITA EL País, 13/10/1994

La tragedia de los 53 miembros de la secta del Templo del Sol presuntamente autoinmolados en Suiza y Canadá la semana pasada es el episodio más reciente de una cadena de hechos dramáticos protagonizados por organizaciones sectarias destructivas. Pero el fenómeno de las sectas es mucho más amplio. Incluye a grupos muy diversos y guiados por distintas motivaciones, cuya estructuración y comportamiento parecen responder a unas carencias individuales, sociales y de civilización, presentes en el mundo de hoy. El filósofo Salvador Pániker, la ex diputada Pidar Salarrullana y la psicóloga Blanca Vázquez Mezquita exponen su análisis sobre algunos aspectos del problema.

¿De dónde venimos y adónde vamos? Si no te lo planteas a los 14 años, casi peor, lo haces a los 20. La crisis siempre surge sorda e irremediablemente. Estuve de acuerdo. Me lo decía una amiga al hablarme de sus hijas adolescentes. Esto es prácticamente todo lo que se necesita para caer en las manos de un gurúmalintencionado. Estar en el sitio adecuado en el momento oportuno. Los sectarios son seguidores de una religión no oficial. Esto mismo favorece la cohesión patológica del grupo, el rechazo masivo hacia la sociedad y el oscurantismo de la organización sectaria. Cuando una investigación policial se cierne sobre una de esta sectas, casi siempre después de una matanza, es difícil reconstruir la intrincada estructura que ha desembocado en ese irracional arrebato final.Y cuando llega el caso, suele haber un gurú dotado de un notable encanto superficial, un megalómano iluminado capaz de arrastrar a sus fieles de una forma incomprensible. Elmaestro es siempre un sujeto carismático. Su carisma se encuentra anclado en una leyenda que él mismo y sus acólitos se encargan de difundir. El gurú es siempre un hábil manejador de personas. Sabe detectar las debilidades de cada uno y explorarlas en su propio beneficio. No tiene escrúpulos. Es un buen comunicador.

Pero este maestro es a la vez un inadaptado social. Normalmente ha fracasado en lograr un ajuste personal y social y ha creado su propia superestructura de la que se alimenta su ego y su a menudo insaciable sed de poder y riqueza. Es un psicópata. Cuando nos asombramos de saber que cientos de personas son capaces de autoinmolarse o ser inmoladas por la voluntad de un solo hombre, olvidamos que esto ha pasado muchas veces a lo largo de la historia. No está tan lejos el movimiento nazi, por ejemplo. Personas bienintencionadas, probos trabajadores y pacíficos padres de familia no dudarían en aplicar una fuerte descarga eléctrica a un anónimo conciudadano con tal de no desobedecer a la autoridad. Este hecho es conocido por la psicología social y fue demostrado de forma experimental por Stanley Milgram en 1973.

Todo lo que necesita adquirir un maestro para hacerse con la voluntad de sus seguidores es precisamente esto, autoridad. Conseguida la autoridad, el resto viene solo. Nada más fácil que explotar de una manera abusiva técnicas de persuasión coercitiva bien conocidas. Casi todos prodríamos llegar a ser sectarios, y de hecho lo somos, cuando seguimos una determinada idea con exclusión de toda información incoherente con nuestro ideal.

La crisis de identidad propia de la juventud constituye el caldo de cultivo privilegiado para las sectas a la búsqueda de futuros seguidores. El joven carente de un modelo paterno sólido, educado de forma excesivamente autoritaria o laxa, con dificultades para relacionarse con otros jóvenes y tendencias depresivas es el más atractivo para un hipotético captador. Muchos padres comprenden demasiado tarde que su hijo ha sido captado. Para entonces el joven ya ha sustituido a su familia biológica por otra más verdadera y superior: la secta.

Este proceso de sustitución constituye el núcleo mismo de la destructividad de la secta. Las sectas destructivas imponen una adhesión total y exclusiva. La sociedad exterior es mala de una forma global, la secta es buena de una forma absoluta. El captador estudia las carencias afectivas de su presa y la secta da respuesta de una forma transitoria a todas las necesidades del futuro sectario. Una persona en crisis, o simplemente ingenua, se sentirá fascinada de forma inmediata por esta acogida.

El paso siguiente consiste en desvincular a la persona seducida de todos sus lazos sociales anteriores. La secta acaba siendo el único grupo de referencia del sectario. Es muy importante la vida en comunidad. Se controla la información a la que el captado tiene acceso. El contacto con el exterior está medido y supervisado al milímetro. Finalmente, ocurre la conversión del iniciado, que puede haber sucedido de forma súbita o progresiva. Significa la abdicación de lo que antes era la persona para ser una nueva persona. Pero ésta ¿quién es? El converso ya no es el que era. Piensa que voluntariamente ha adoptado una confesión que de forma mágica le facilitará la serenidad y la plenitud. El converso se ha despersonalizado. Es un niño pequeño en brazos de su padre, el gurú; no tiene voluntad. Es muy posible que el presectario fuese un sujeto necesitado de verdades sólidas y estables, una persona con una baja tolerancia a la ambigüedad inherentes a la existencia. El dogmatismo es quizá la característica psicológica que mejor pueda pronosticar la vulnerabilidad del presectario. También la que mejor podemos evitar enseñando a nuestros hijos a razonar de forma crítica y autónoma.

Sintonía de una patología

SALVADOR PÁNIKER  13/10/1994

El síntoma lo es de una patología amplia y difusa en la que podemos incluir también los fundamentalismos (religiosos, nacionalistas, étnicos), los movimientos neofascistas y, en general, todo tipo de regresiones hacia la simplificación. ¿Por qué la involución, por qué las sectas? Los considerandos filosóficos no parecen difíciles. El animal humano es esencialmente frágil, la sociedad es compleja, el horizonte incierto; lo cual genera ansiedad y hace posible el cortocircuito «salvador». Las sectas, en tanto que grupo estructurado y con doctrina simple, neutralizan la angustia, proporcionan seguridad.Se trata de un fenómeno general, e incluso generalizable. Recordemos la célebre observación de Ortega que decía (más o menos) que las ideas se tienen y en las creencias «se está». Todos queremos un lugar para «estar», un territorio propio en el seno de un grupo afín. Un club. Un club de creencias compartidas. Ello es que no hay creencias individuales; el asentimiento a doctrinas inverificables es cosa de grupo, y tanto más estructurado -con estructura de poder- ha de ser el grupo cuanto más irracional sea la creencia.

Max Weber fue el primero en dar al término secta un contenido sociológico, y se lo dio por oposición al de iglesia. Hoy el mundo de las sectas es muy amplio, aunque siga siendo válida su definición etimológica, la que deriva del latín sequí y secare, seguir al líder, escindirse de un grupo doctrinal previo. Hay sectas religiosas, pero también meramente mágicas, políticas, cientifistas, etcétera. Suele distinguirse entre sectas inofensivas y sectas destructivas. Lo característico de estas últimas sería que, en su dinámica de captación, utilizan técnicas que destruyen la personalidad previa del adepto.

¿Por qué tantas sectas? Pues por los mismo que el 90% de las grandes firmas norteamericanas han establecido programas de anti-estrés en sus empresas. En Occidente existe, además, un peculiar y bien abonado caldo de cultivo: tenemos un sistema educativo que prima la sumisión, sin disponer de la contrapartida del fomento de la crítica y la creatividad. A diferencia de la antigua China, donde juntó al confucianismo que regula ba hasta los detalles más cotidianos de la conducta humana, existía el taoísmo que des codificaba la conciencia, en Occidente no hay institución que se encargue de compensar los daños causados por la so cialización. A lo sumo, disponemos de terapias (algunas sectas se llaman explícitamente terapéuticas). En Occidente venimos de la Biblia: el hombre es culpable y, en consecuencia, tiene que obedecer.

Procede hablar también de la secularización descompensada, la tan denunciada pérdida de las raíces. Durante siglos, la familia, la iglesia, el vecindario, fueron los principales soportes del sistema. Hoy la movilidad social y el urbanismo antiecológico hacen que nadie conozca ni trate a sus vecinos. Nada de extraño tiene entonces el renacimiento de lo arcaico, la búsqueda de identidad, la proliferación de grupos de encuentro, movimientos de comunidad, tribus, sectas. O el interés por Oriente que a menudo degenera en esoterismos de pacotilla.

Existe un factor común con el fundamentalismo religioso, y es el rechazo de la modernidad. La misma Iglesia católica tiende al integrismo y recupera sus orígenes sectarios (secesionistas) al ponerse a contracorriente del mundo, al hacerse sorda a las apelaciones de la historia, la hermeneutica, la ciencia. Pero ya digo que nada de esto resulta demasiado sorprendente. Todos buscamos tranquilizarnos. De alguna manera, todos somos sectarios / doctrinarios, todos tendemos a creer en fantasías inverificables. Porque lo que llamamos realidad es, ante todo, el resultado de un consenso social. Creemos en doctrinas inverificables que, sin embargo, se autolegitiman. Pues ya se sabe que toda doctrina -a diferencia de una hipótesis científica- se caracteriza por no ser falsable. Si la cura psicoanalítica tiene éxito, la doctrina queda confirmada; si no tiene éxito, la doctrina también facilita la explicación de por qué no tiene éxito. La doctrina es siempre irrefutable.

Siendo ello así, la diferencia entre los llamados grupos normales y las sectas estrafalarias sólo reside en el grado de integración en el sistema dominante del consenso. Un católico puede argüir que el hecho de creer en la virginidad de María, por extraña que sea la doctrina, no le convierte (hoy) en sectario. La comunidad de los creyentes y muchos siglos de teología y arte sacro legitiman su creencia. Por el contrario, quienes piensen que el señor Moon es el nuevo mesías serán fácilmente excomulgados de la normalidad.

Personalmente estimo que la asimetría entre el grado de sofisticación alcanzado’ por la evolución hacia lo racional / secular y lo poquísimo que hemos profundizado en el origen «místico», es lo que hace que el animal humano sea presa fácil de las supercherías. A mi juicio, sólo el tipo humano que he propuesto llamar retroprogresivo (a la vez originario y secularizado) puede vivir gozosamente su finitud y adentrarse críticamente hacia la complejidad y la incertidumbre. Sin necesidad de dogmas tranquilizantes. Este tipo humano sabe, por ejemplo, que la pregunta por el sentido de la vida carece precisamente de sentido. Alguien abierto a la experiencia no pregunta por las razones de existir. Dicho de otro modo: la preocupación por el sentido de la vida, que tantos totalitarismos doctrinarios ha generado, no es tanto una cuestión filosófica como el síntoma de que el flujo dinámico del vivir ha sido obstruido. He aquí el meollo de la cuestión: no obstruir la vitalidad crítica / retroprogresiva del ser humano. En el caso de las sectas la obstrucción es obvia y brutal. Pero encontramos análoga falacia en las religiones dogmáticas y en los credos doctrinarios: la falacia de dar respuesta a preguntas -que no deben plantearse.

La inhibición del Gobierno

PILAR SALARRULLANA DE VERDA  13/10/1994

Durante ocho años dediqué gran parte de mi actividad política como senadora y diputada a estudiar los problemas que, para la sociedad, se derivaban de la actuación de las sectas destructivas y a ayudar a cuantas personas sufrían por esta causa, desde el punto de vista familiar, social y jurídico. Con pena, casi con remordimiento, hace año y medio, abandoné esta tarea; dicho castizamente: tiré la toalla. El motivo no fueron ni las amenazas, ni el miedo, ni el cambio de vida que padecí (tuve que llevar escolta durante dos años).Fueron dos las causas que me obligaron a dejarlo: la cantidad de dinero que me ha costado defenderme en los tribunales de las querellas, cantidad que ni mi sueldo ni mi familia podían ya soportar y, la más importante: la sensación de soledad y de impotencia que me dominaba. Frente a un Goliat superpoderoso, me he sentido como un David que no tenía en sus manos ni siquiera la honda bíblica. Los medios de comunicación me llamaban siempre que surgía la noticia de un nuevo caso trágico provocado por estas organizaciones; daba datos, llenaba páginas escritas, programas de radio y televisión, participaba en debates y luego se volvía al silencio. Organizaciones, instuciones, asociaciones me pedían conferencias sobre este asunto (muchas veces boicoteadas por las mismas sectas), llenaba los salones y después, otra vez el silencio. Alcaldes, concejales, diputados, altos cargos, citaban mis libros sobre el problema como referencia cuando querían quitarse de encima el problema y tras ello, más silencio.

Los ciudadanos a quienes he ayudado, unas veces con éxito y otras sin él me juraban apoyo y agradecimiento eternos. Pero todas estas actuaciones provocaban demandas y querellas en los tribunales por parte de las sectas de las que me he tenido que defender yo sola, porque, pese a las promesas, primaba el «tengo miedo a esa gente», «no quiero recordar el infierno que pasé» o «ella se ha metido en esto voluntariamente, ¡qué se las arregle!».

Y la impotencia ha sido mayor ante la inhibición del Gobierno y del Parlamento. El 17 de febrero de 1986 presenté en el Congreso de los Diputados una moción, consecuencia de una interpretación, que tenía dos propuesta:

1. «El Congreso de los Diputados insta al Gobierno a asumir plenamente la resolución del Parlamento Europeo de 1984 sobre una acción común de los Estados miembros de las comunidades europeas a raíz de las diversas violaciones de la ley cometidas por nuevas organizaciones que actúan al amparo de la libertad religiosa».

2. «El Congreso de los Diputados acuerda crear una comisión de estudio que estudie en profundidad la situación actual de las sectas seudorreligiosas en España y analice las repercusiones de su actividad en nuestra sociedad».

La comisión, formada por un diputado de cada grupo parlamentarlio, realizó un trabajo importante y serio durante un año, y el 2 de marzo de 1989 emitió un informe y 11 propuestas de resolución que implicaban actuaciones para casi todos los ministerios y que fueron aprobadas prácticamente por unanimidad. Estas propuestas no eran la panacea para acabar con la actuación ilegal de los grupos sectarios, eran sólo un primer paso para detener su avance, y la fórmula para alertar e informar a todas aquellas instituciones y ciudadanos que no conocían para nada este problema y podían ser fácilmente sus víctimas; además, serían cauce para ir avanzando en este terreno.

Pero para ponerlas en práctica se necesitaba voluntad política por parte del Gobierno (y no la ha habido) y alguien que se ocupara de seguir su cumplimiento día a día; yo había dejado de ser diputada y nadie ha recogido el testigo. Por eso, cada vez que surge otra vez una tragedia provocada por las sectas, sólo queda repetir por dentro esa frase tan antipática: «Ya lo decía yo…», y la sensación frustrante de un trabajo no terminado por falta de apoyo de quien lo podía haber dado si hubiera querido.