La Nación (Argentina), Gabriela Origlia, 28.08.2022

Avanza la investigación de la causa judicial contra los “sanadores egipcios” que operaban en esta provincia después de haberlo hecho en Buenos Aires a inicios de 2010. La Fundación Académica Sêshen estaba liderada por Álvaro Juan Aparicio Díaz, que se hacía llamar “licenciado Sahú Ari Merek”, y ofrecía “tratamientos curativos del cuerpo y la mente basados en las técnicas de los faraones”.

La Justicia Federal comenzó a recibir los perfiles psicológicos de quienes estuvieron detenidos cuando la causa estuvo en manos del fuero provincial y que ahora podrían convertirse en víctimas. La Fiscalía pidió el sobreseimiento de Flavia Stefanich, quien estuvo un año y medio presa por este caso.

Los informes fueron realizados por especialistas del área de Asistencia y Prevención de la Trata de Personas del Ministerio de la Mujer provincial y dan cuenta de las graves situaciones que vivieron en el ámbito de la “escuela” y del trato que recibían de parte de Aparicio Díaz y de Laura Carolina Cannes, su mujer. Ambos, al igual que su hijo, Máximo, se autodenominaban “maestros superiores”.

En julio pasado, el juez federal Hugo Vaca Narvaja dejó en libertad a seis de las 11 personas detenidas e imputadas en la causa. La medida benefició a Stefanich, Carolina Altamirano, Liliana Dariomerlo, Noelia López, Maximiliano Isiksonas y Alejandra García, cada uno de los cuales debió pagar una fianza de $150.000. Días después se sumaron Rosa Benavídez, Verónica Floridia, Claudio Urtiaga y Liliana Cristina Marcial.

Siguen en la cárcel Aparicio Díaz y Cannes. La causa se inició en 2020 en el fuero penal provincial, caratulada como “asociación ilícita, estafas reiteradas y ejercicio ilegal de la profesión de psicología”. En el fuero federal podría encaminarse hacia la “trata de personas”.

Poder total

LA NACION accedió a uno de los informes psicológicos en el que el equipo técnico señala que Aparicio Díaz y Cannes ejercieron un “poder absoluto” y se “aprovecharon” de las vulnerabilidades para “cometer el delito de trata de personas con fines de explotación”.

Al analizar a la Fundación Sêshen, sus prácticas y objetivos, la situaron en la línea de “grupos de abuso psicológico” o “grupos de manipulación psicológica”. Incluso consideraron “más adecuado” hablar del uso de la “persuasión coercitiva”, ya que el “sustantivo persuasión se refiere a la dinámica de captación y el uso de sus técnicas concretas”.

También sostiene que la persona analizada fue “captada en un periodo de vulnerabilidad a nivel personal y emocional, lo que la habría colocado en una situación de riesgo, donde habría estado buscando ayuda respecto de la situación de vida que estaba atravesando”.

La confianza con el “Maestro” se habría dado “de manera paulatina y gradual, hasta el punto de que este, tras ardides y engaños, habría comenzado a ejercer influencia sobre ella, a tal punto que esto se convirtió en una dependencia absoluta a las palabras y consejos” de Aparicio Díaz.

Se analizó la presencia de una mecánica de explotación económica. En ese proceso, el equipo técnico identificó “renunciamientos” y trabajos que se hacían sin libre elección. Enfatizaron la “intercepción” a la libertad de la persona analizada en este caso y del resto de los integrantes del grupo por parte de las acciones de Aparicio Díaz y Cannes, además de las de su hijo, Máximo.

“Utilizaban técnicas de manipulación psicológica y de persuasión coercitivas con el fin de inhibir el juicio crítico y la libertad de decisión, control de la conducta, control de la información, control de las ideas y control de las emociones”, describieron.

El relato de la víctima

El reporte corresponde a una mujer que tiene una historia personal que derivó en una situación de vulnerabilidad al momento de sumarse a la “escuela” unos ocho años atrás. Arrancó con “terapia” con Aparicio Díaz, quien después le aconsejó seguir también sus “cursos”. Con su pareja terminaron vendiendo un terreno para afrontar los costos. En su caso, de las 33 “maestrías” llegó a realizar 16 en seis años.

El “maestro” le decía que era “carente, que esto devenía de su familia, que nunca habían sentido amor” y que él la iba a guiar “reparar los daños que sufrió”. También le insistía que “la amistad no existía”, que solo él y su familia “sabían lo que era el amor”, ya que eran la “representación del amor en la tierra”. Se autodefinía como “el ojo que todo lo ve”.

La mujer terminó con problemas significativos con su pareja –a quien temía denunciar por “temor al maestro”– y pidiendo préstamos para seguir los cursos. Se terminó separando, y cuando iba a iniciar un emprendimiento, a comienzos del 2020, Aparicio Díaz la calificó de “elegida” para mudarse al campo de Pozos Azules, en Traslasierra, para “estar protegida del fin del mundo que se venía”. Cuando dudó, él la presionó y le dio una lista de compras que debía llevar.

En el campo, donde había otro grupo de “elegidos”, pasaban “días sin alimentarse y bañarse” y trabajaban toda la jornada; ya tenían asignadas las tareas. Debían bañarse en un arroyo con agua sucia y estancada; Aparicio Díaz y su familia comían primero y al resto “le tocaban las sobras”.

En un momento, el “maestro” comenzó a cobrar las sesiones de terapia y las clases. Les enfatizaba que estar con él era “un honor, un privilegio” y que “le debían la vida”. A la persona analizada por los peritos le avisaron que acumulaba, en esas semanas, una deuda de $100.000; ella pidió otro préstamo.