Agencia EFE (España), Toni Conde, 17.02.2020

El psicólogo experto en sectas Miguel Perlado (Pamplona, 1973) busca desmentir en su nuevo libro «¡Captados! Todo lo que debes saber sobre las sectas» (Ariel), -fruto de sus veinte años ayudando a familiares y ex miembros-  el «mito» por el cual se piensa que acabar dentro de una secta tan solo le sucede a gente ignorante y asegura que «en una situación de crisis emocional, cualquiera puede entrar».

En una entrevista con la agencia EFE, el especialista, que pasa consulta desde Barcelona atendiendo a familiares y exmiembros de todo el país, calcula que un 0,8 % de los españoles -unos 380.000- han pertenecido alguna vez a una secta. Y asegura que, «en momentos de crisis personal, cuando las convicciones tambalean, es cuando una secta puede seducir».

Enfatiza Perlado, que interviene también como perito judicial en casos de sectas en los Juzgados, que «no se termina entrando en una secta de un día para otro, sino que se empieza alguna actividad de grupo muy poco a poco, de forma que las piezas van encajando para que termines formando parte de la secta».

Todas las personas buscamos obtener certezas que expliquen y simplifiquen la vida, dice Perlado, y ante crisis personales «todas nuestras convicciones entran en duda, por lo que la secta aprovecha esas inseguridades para ofrecernos lo que buscamos: seguridad y creencias firmes».

El psicólogo advierte que los captadores «ni son trileros ni vendedores de humo», y despeja la imagen de la secta como algo oscuro y poco fiable: «se presentan como una actividad cualquiera a la que puedes acudir, sin que parezca nada raro, y si ven que tu perfil es captable, es cuando empiezan a hacer su trabajo».

«A uno le entran. Alguien podría ir varios días a un curso sobre psicología con apariencia académica, que en realidad es una secta, y que no pase nada -según Perlado-, pero puede que otra persona cumpla con el perfil para ser captado, por lo que los captadores actuarán y se asegurarán de que siga asistiendo, hasta que sea miembro».

El psicólogo alerta de que hay que saber identificar las sectas, «aunque sea algo complejo», porque «existen unos elementos sectarios y, dependiendo de cuántos de estos elementos estén presentes en el grupo, se podrá hablar de secta o no».

Una secta ejerce «una dinámica de abuso, de control coercitivo, generando una intensa dependencia, daño y aislamiento del exterior en el individuo», además de «anular la individualidad y tener una estructura piramidal donde se obedece ciegamente el dogma del gurú».

Por eso es importante diferenciar las sectas de las religiones, porque en una religión «se potencia la personalidad del individuo y no se anulan sus expresiones y relaciones personales o familiares, al contrario que en las sectas».

Un adepto establece un vínculo muy especial con el gurú, que es la fuente de los dogmas que deben obedecer los miembros de la secta, aunque Perlado apunta que «esta relación es bidireccional, y en esa relación la mayoría de los gurús creen en lo que dicen, aunque en la práctica presentan una patología narcisista severa y necesitan de los miembros para difundir su mensaje».

El especialista rechaza la metáfora del «lavado de cerebro», porque una relación entre el gurú y el adepto es una relación de codependencia «con elementos de control de la personalidad», pero ésta dinámica es cada vez más gradual. Y se puede dar «incluso en el caso de una relación entre dos personas, donde hablamos entonces de una relación sectaria».

Cuando se sospecha que alguien forma parte de una secta, Perlado recomienda «analizar bien el caso para poder discriminar adecuadamente» y una vez se tiene la certeza, empezar el trabajo con la familia o los amigos para sacar a la persona de la secta, algo que Perlado lleva años haciendo.

«El adepto tendrá que decidir si quiere salir o no», defiende Perlado, que alerta que «una salida forzada puede salir mal, hay que sembrar la semilla de la duda en el adepto para que se dé cuenta de cómo la secta le ha anulado. La experiencia es que la mayoría acaban saliendo de forma voluntaria con los años, aunque otros se beneficiarán de una intervención para la salida como la que describo en el libro».

Pero una vez fuera, empieza el trabajo de reconstrucción: «es una situación de trauma, el adepto tiene que recuperar su identidad y asumir que se la destruyeron, lo que supone un gran coste personal y sentimientos de vergüenza y culpa».

Diferentes factores pueden afectar al grado de recuperación, como el uso de drogas en la secta, las prácticas de grupo o el tiempo que se ha tardado en salir, pero Perlado advierte de unas consecuencias que son comunes: «una gran proporción de exadeptos salen con daños psicológicos en su identidad considerables y en la confianza hacia si mismos y los demás».