El País (España), Joaquín Gil, 21. 07.2022

La valenciana C. B. tenía cuatro años cuando desembarcó por primera vez en un centro deEl Patriarca en Toulouse (Francia). Corría 1984 y C. B. se zambulló de lleno en la que entonces era la principal organización de rehabilitación de toxicómanos del mundo. Tenía 350 sedes en 18 países. Aterrizó en esta comunidad de inmaculada reputación un año después de que ingresaran sus padres para transitar el camino de desengancharse de la heroína, y permaneció hasta 1998. “Sufrí abusos decenas de veces entre los 12 y 16 años. Hay cientos de víctimas desconocidas en el mundo. Me metía su miembro en la boca. Siempre era él”, confiesa.

Él es Lucien Engelmajer, un antiguo vendedor de muebles de barbas blancas fallecido en Belice en 2007 a los 86 años, que fundó El Patriarca en 1973 y lo pilotó hasta 1998. C. B. no es la única víctima que ha decidido hablar por primera vez. EL PAÍS ha recabado testimonios inéditos de cinco afectadas y dos exdirectivos que revelan una realidad incómoda en una organización que trató a 50.000 toxicómanos en dos décadas. Engelmajer, además, se dedicó a montar un enorme mecanismo de evasión fiscal que ocultó, al menos, 77,5 millones de euros en Suiza y Luxemburgo entre 1983 y 1998.

Las prácticas sexuales del fundador, denuncia C. B., arrancaron en forma de tocamientos durante un viaje de fin de semana a Suiza con su familia, al que la invitó su agresor en 1992. Y se intensificaron en los dos años siguientes. El abusador minaba la autoestima de su presa. “Me destruyó psicológicamente con 12 años. Me llamaba puta. Era una técnica para poder agredirme sexualmente después”, apunta C. B.

La víctima cuenta que sufría agresiones sexuales un par de veces a la semana con 13 años. Tras rebelarse, Engelmajer forzó su destierro a un centro de la organización en Nicaragua. Sus padres, que ya han fallecido, miraron hacia otro lado. “Ellos nunca pensaron en denunciar. Temían ser expulsados y volver a caer en la droga”, resume. “La comunidad de El Patriarca estaba formada por gente débil, en una situación de vulnerabilidad”, justifica C. B.

T. Martín también entró a formar parte involuntariamente de El Patriarca. Cayó en una residencia de la población francesa de Beaumont-de-Lomagne. Fue en 1991, tenía nueve años y acompañaba a su madre en el trance de desengancharse de la heroína. Martín denuncia que Engelmajer le daba besos en la boca desde los 11 años y que con 13 ya sufrió su primera agresión sexual. “Mi madre me pidió que la acompañara a ver a Engelmajer a su residencia francesa en La Motte (Provenza-Alpes-Costa Azul). Cuando entré, le dijo que tenía que hacerle una felación para que yo aprendiera cómo se hacía. Me quedé en shock. Mi madre le hizo esta práctica sexual conmigo delante. Después, ella se fue y yo me quedé a solas con él. Acabé haciéndole una felación. Engelmajer me advirtió de que, de lo contrario, mi madre lo pasaría mal. Nunca he hablado con ella de esto”.

El que fuera hasta 1998 vicepresidente de la organización en España, Salvador Arcas, también conoció esta realidad solo visible de puertas hacia dentro. “Lo de los abusos era un secreto a voces. Cuando a una chica le decían, ‘ve a saludar a Lucien’, ya sabías lo que había. Él creía que estaba salvando a jóvenes que venían de la calle, la droga, prostitución…”, indica este exdirectivo. Arcas explica que la coraza de silencio que blindó al fundador se sustentó en una estructura “alienante” que laminaba a los críticos. También, en la vulnerabilidad de las víctimas: toxicómanos y sus hijas.

Una captadora de víctimas al servicio del líder

La esposa de Arcas, Dolores Juan, que fue tesorera de El Patriarca en España entre 1993 y 1998, describe también un esquema de abusos jerarquizado. “Engelmajer tenía en 1995 una secretaria que actuaba como madame. Le llevaba a las niñas. Cuando residíamos en la sede de Náquera (Valencia), a finales de los noventa, le dije a mi hija que si en alguna ocasión Engelmajer intentaba algo con ella, le pegara una patada en los huevos y gritara”, recuerda.

La marsellesa Dominique Pérez nunca pensó que su desembarco en la residencia de El Patriarca de la población francesa de La Motte en 1980 devendría en pesadilla. Forzada por su hermana a ingresar en el centro ―era el último cartucho para desengancharse de la heroína―, Pérez vivió sus primeros abusos en pleno mono mientras se deshidrataba. “Me llevaba a su casa ―una dependencia dentro del centro― y me tocaba por todos los sitios. En otras ocasiones, Engelmajer le decía a su esposa que se fuera de la casa para manosearme”. “Nunca llegó a penetrarme por miedo a infectarse de sida”, afirma.

Pérez se enfrentó al líder. Un gesto que forzó su destierro a otras residencias de la organización en Benigánim (Valencia), Castellón, Valladolid y Barcelona. “Hay más de cien víctimas en todo el mundo”, coincide esta mujer, que encadenó crisis de ansiedad y una depresión nerviosa tras abandonar el centro. Y que explica que no denunció en los tribunales por miedo a ser expulsada. “Te decía, si no estás de acuerdo, ahí tienes la puerta”, relata desde su casa de la población gala de Rocbaron.

María (nombre figurado) tuvo más suerte que sus compañeras durante los 11 años que pasó en la comuna. Asegura que Engelmajer trató de abusar de ella tres veces desde que entró a inicios de los ochenta. Tenía 17 años y consiguió pararle los pies. Los intentos se fraguaron en centros de Toulouse, Miami y Nicaragua después de la muerte por sida de su novio. “Un día fui a llevarle una tisana. Cuando entré en su habitación, me dijo ‘toca mi piel, mira qué fina la tengo’, y noté que tenía una erección. Me quedé bloqueada. Le dije que él para mí era como mi padre. Me contestó ‘lárgate’ y me dio un empujón”, cuenta esta gallega, que empezó a tomar drogas cuando estudiaba Psicología en la Universidad de Santiago.

María sostiene que las prácticas de Engelmajer eran vox populi. “Lo sabía todo dios. Era una situación asquerosa. Lo intentaba con todas, con la madre y con la hija. Era un obseso. Presumía siempre. Te decía: ‘Hoy lo he hecho con una, ayer con otra…”, concluye esta víctima que tampoco denunció. “¿Para qué? Yo pensaba que me iba a morir…”.

La nicaragüense Laura (nombre figurado) también frustró los abusos de Engelmajer. El fundador de El Patriarca, cuenta, trató de agredirla sexualmente en 1994 durante una visita oficial a Managua para promocionar la sede nacional. “Me pidieron que fuera a llevarle unas películas al hotel donde se hospedaba. Había rechazado alojarse en la residencia de El Patriarca. Cuando estaba en la habitación, me cogió la mano, me pidió que le acariciara y que le ayudara a desvestirse. Entré al baño y me fui con la excusa de que me habían llamado. Me dio un beso en la boca al salir”, recuerda.

Tras el frustrado intento de agresión, Laura vio cómo su pareja ―un directivo de la asociación que ocupó responsabilidades en México― caía en desgracia y era degradado. “Lo desterraron, le quitaron responsabilidades”, relata esta mujer, de 54 años y residente en España.

Junto a los abusos, el grupo creado por Engelmajer recurrió a un monumental esquema financiero para evadir el pago de impuestos. Su mecanismo ocultó, al menos, 77,5 millones en Suiza y Luxemburgo a través de una tupida madeja de sociedades pantalla, según reveló este periódico. El dinero eludido procedía de ingresos no declarados entre 1983 y 1998, como donaciones privadas y la venta callejera de libros y revistas. El entramado permitió también controlar 242 propiedades en 14 países.

El Patriarca cambió su nombre por Dianova en 1998. Y, desde entonces, opera en España como “una ONG de acción sin ánimo de lucro” que tiene acuerdos con administraciones públicas como la Diputación de Álava, la Generalitat de Cataluña o la Comunidad de Madrid, que le ha concedido 4,4 millones de euros en ayudas desde 2016 para acoger a menores y tratar a toxicómanos.

La directora de Dianova en España, Gisela Hansen, niega que esta ONG haya recibido reclamaciones o que se haya visto envuelta en investigaciones judiciales por los abusos de Engelmajer.