La Nación (Argentina), Darío Palavecino, 28.08.2023
Hace frío en el cierre de la tarde y empieza a soplar el viento helado desde la costa, que está a pocas cuadras. Será peor en un rato, cuando caiga la noche, las calles queden casi desiertas y las veredas heladas multipliquen esa sensación térmica que andará un rato por arriba y otro rato por debajo del sufrido cero.
Por fin, desde hace un par de semanas, esta docena de hombres de rostro curtido, zapatillas gastadas y siempre un bolso o mochila a mano ve ese adverso escenario desde el otro lado de un ventanal. Ya con abrigo, un plato de comida, calefacción, una ducha caliente que los espera y una cama donde descansar.
El destino quiso que este espacio con la calidez de la solidaridad que otros les abrieron y ellos encontraron fue, hasta hace no mucho tiempo, el mismo donde los ambientes se inundaron de drama y sufrimiento. De castigos y abusos.
El nuevo albergue ubicado en la zona céntrica fue habilitado por gestión de los voluntarios que son parte del emblemático movimiento conocido como Noche de la Caridad y con apoyo del Obispado de la Diócesis de Mar del Plata. Y funciona en lo que en su inicio fue el City Hotel y en su última etapa había sido propiedad de una secta religiosa que cooptaba y abusaba de personas, en su mayoría mujeres.
El grupo delictivo quedó desarticulado a mediados de 2018 y sus responsables recibieron condenas de hasta 25 años de prisión. Su líder, Eduardo Agustín De Dios Nicosia, falleció mientras estaba detenido. Lo mismo ocurrió con Fernando Velázquez, otro de los acusados.
“Yo dormía en la puerta de este hotel”
Esta reapertura del edificio de 25 de Mayo 2561, entre Córdoba y San Luis, ahora como hogar “Hijos de María”, llegó en coincidencia con los momentos más duros de este invierno, momento en el que alrededor de 120 personas viven en la vía pública de Mar del Plata, según el relevamiento realizado desde la Secretaría de Desarrollo Social del municipio.
El 95% son hombres y mayores de edad. Se ganan la vida cuidando coches, lavando vidrios de autos en los semáforos. O mendigando. A última hora de cada jornada buscan refugio en algún reparo. Desde el hall de edificios públicos hasta la más confortable y menos ventosa sala de cajeros automáticos de las sucursales bancarias que funcionan en pleno centro.
“Yo dormía acá mismo, era mi lugar la puerta de este hotel”, cuenta Daniel, corpulento y sentado en la punta de la mesa donde se comienza a servir la merienda que los recibe cada tarde. Hay mate cocido y té que se pueden cortar con leche. Siempre budín, galletitas o algunos bizcochitos de grasa. Es la escala de bienvenida de cada jornada.
La historia “oscura” del hotel
Olga Paravizini es la referente de la Noche de la Caridad que sigue de cerca esta aventura que emprendieron con ánimo de ayudar a cuántos se pudiera. Por ahora son 12, pero el sueño es que el mismo espacio, que tiene amplias comodidades y solo necesita acondicionamiento, pueda recibir a muchos más.
“Lo propusimos, el Obispado fue nuestro respaldo y la justicia como el Estado nacional acompañaron para que el proyecto hoy sea realidad”, explica a La Nación sobre el camino burocrático por el que tuvieron que avanzar para disponer de este inmueble que había quedado judicializado en el marco de la causa que dio por tierra con aquella secta yogui encabezada por quien se hacía llamar Swami Vivekayuktananda y que abusaba de menores y adultas. Entre ellas estaba una de sus hijas, a la que violó desde los 6 años y más de 20 años después embarazó.
El obispo local, monseñor Gabriel Mestre, definió la historia de este exhotel como “un lugar oscuro” y, durante la misa que celebró para dejarlo inaugurado y habilitado a sus huéspedes, destacó que para esas instalaciones se abre una etapa “de luz para acoger y atender a las personas en situación de calle”.
El visto bueno llegó a partir de una acuerdo con el Juzgado Federal N°1 local, a cargo de Santiago Inchausti, que investigó el caso y encaminó el proceso hacia la instancia de enjuiciamiento de los imputados, y la Agencia Administración de Bienes del Estado (AABE), bajo cuya órbita había quedado el inmueble. Es que, en el marco de los juicios iniciados por las víctimas, es muy probable que el edificio salga en algún momento a la venta para afrontar los millonarios resarcimientos que se prevén.
La institución religiosa es el garante de este emprendimiento que la gente de La Noche de la Caridad se cargó sobre sus hombros para sumar una solución más a las que brinda cada jornada, con el reparto de viandas de comida caliente y asistencia de abrigo a quienes andan a la deriva, sin hogar.
Mano de obra también voluntaria se sumó para acomodar en principio la planta baja. En las distintas dependencias se reparten el sector de cocina, que también pone a disposición lavarropas. En una habitación se reparten la docena de camas, en modalidad cucheta, que están prolijas cuando llegan y así deben quedar cuando los huéspedes se van.
Las reglas de convivencias
A esta docena de primeros ingresantes se los fue seleccionando a partir del conocimiento previo que se tenía de ellos por su presencia en las calles. “Espero que me consigan un piano”, dice Luis, que se sentó de chico frente a esas teclas de marfil y a los 16 ya era profesor. “Quiero volver a tocar las piezas que rendí para aquel examen, las tengo acá”, dice a La Nación y se señala la sien, en señal de una memoria que mantiene plena.
Ese piano, parece, está en camino. Como así también otras donaciones. Llegaron termotanques, cocinas eléctricas, microondas y otros elementos que permiten brindar servicios a esta docena de primeros elegidos.
Olga advierte que todos tienen muy en claro, desde el primer día, que hay un protocolo que cumplir. “Saben que tienen que llegar en condiciones, no se permiten bebidas alcohólicas, no se aceptan peleas y deben cumplir con algunas tareas para mantener el lugar en condiciones”, explicó a La Nación.
Juan, uno de los encargados, los recibe cada tarde. Pasa lista y les entrega la toalla para el momento en que pasen por la ducha. Allí también hay un depósito con algunas prendas, frazadas y calzado. “Las zapatillas cotizan alto”, asegura Olga sobre la necesidad que hay para estos y otros a los que asisten en la calle.
La atención incluye la merienda al momento de arribar. Un par de horas después ya se les sirve la cena y se van a descansar. Temprano deben levantarse para el desayuno, tras el cual el lugar quedará cerrado. “Por ahora es solo de hombres”, aclara Paravizini. Y si bien hay muy pocos casos de mujeres que están en situación de calle y necesitan techo, aclaró que en esos casos tienen fondos de La Noche de la Caridad para pagarles una habitación de hotel.
David, que durante gran parte del año se gana la vida en el sector de balnearios de La Perla, celebra este espacio que le abrieron. “Hoy puedo dormir en un colchón, comer algo calentito y pegarme un lindo baño”, cuenta a La Nación de su escala en este hogar.
La intención es, además de darles techo, ofrecerles durante esta permanencia en el lugar un plus. Paravizini piensa en algunos talleres de capacitación o entretenimiento. Para que “Hijos de María” sea algo más que un albergue para pasar la noche y escaparle al frío y las hostilidades de la calle.