Clarín (Argentina), Guillermo Villarreal, 14.10.2021

No había lugar para las mentiras en la secta de Mar del Plata: su padre, el gurú, el amo, como se hacía llamar, tenía el poder de leer la mente. Ella había aprendido que si faltaba a la verdad, las consecuencias solo aumentarían su martirio, más torturas, otra paliza. Así, ante cada pregunta, iba sólo con la verdad. «Aun hoy -le dice la mujer a los jueces-, me cuesta mentir».

Víctima y testigo principal en el juicio contra una secta, una organización que pregonaba la filosofía del hinduismo basado en el yoga pero que en realidad se dedicó a cometer aberraciones, quebrada al revivir su pasado, reveló detalles estremecedores.

Ella es uno de los 15 hijos que tuvo el líder de la secta; 13 con seis mujeres, todas discípulas, y 2 hijas con su mujer. A las dos las embarazó y ambas tuvieron hijos de su padre. Estudios de ADN ordenados por un juez confirmaron algunos de los casos.

El lunes pasado, la mujer se sentó ante los jueces Roberto Falcone, en la sala, Fernando Machado Pelloni y Nicolás Toselli, vía remota, y brindó uno de los testimonios más crudos que se oyó en el Tribunal Oral Federal de Mar del Plata en lo que va del juicio. Se quebró al ver en una pantalla a su madre, Silvia Cristina Capossiello (70), imputada como coautora, online desde el penal de Ezeiza: «Vengo a decir la verdad«, dijo. Habló durante cuatro horas.

Las víctimas son 32 y los procesados son cuatro -tres hombres y la mujer del líder, Capossiello-. Eduardo de Dios Nicosia, el gurú, falleció en enero pasado, a los 74 años, en el hospital de la cárcel de Ezeiza. La muerte le deparó un sobreseimiento que nunca hubiera recibido en vida.

Las acusaciones contra Nicosia y su séquito son múltiples: abusos sexuales agravados, trata de personas, reducción a la servidumbre y explotación laboral y económica. Hay agravantes como fraude y amenazas, torturas, vejaciones.

Se menciona también en la acusación el hecho de haber alterado la identidad de 13 chicos, nenas y nenas que al nacer fueron inscriptos con identidades falsas. Según testimonios, una vez embarazadas, el gurú hacía casar a la futura madre con un discípulo de su secta, quien para «dar una apariencia de normalidad» le daba su apellido al bebé.

Un arsenal en la secta de Mar del Plata

La acusación que esgrimen los fiscales Juan Manuel Pettigiani y Carlos Fioriti contempla además el dato del arsenal que los federales encontraron en el cuarto piso del City Hotel. Tenían armas de todo tipo: pistolas, carabinas con miras, fusiles, escopetas, visores nocturnos y más de mil balas.

Nicosia -aseguraron fuentes del caso- dormía con dos pistolas bajo la almohada; su mujer, Capossiello, solía mostrarse con una escopeta que en la noche también dejaba a mano, bajo su cama.

Los cuatro imputados, que están presos en el penal de Ezeiza, son Capossiello; el venezolano Sinecio de Jesús Coronado Acurero (74), señalado como la mano derecha del líder; Luis Antonio Fanesi (64), integrante de la organización desde sus inicios; y el psicólogo Fernando Ezequiel Velázquez.

Los alegatos serán cerca de fin de año.

«Hola, llamo para denunciar que en el City Hotel de Mar del Plata están siendo explotadas 32 personas, una de las cuales nació fruto de una relación incestuosa«, avisó una testigo de identidad reservada a la línea 145, un número donde se reciben pedidos de asistencia y se toman denuncias ante casos de trata de personas. Fue a mediados de 2017, lo que disparó la investigación.

En julio de 2018, el City Hotel, un dos estrellas sobre la Diagonal Alberdi al 2500, en el centro a tres cuadras de Punta Iglesia, que funcionaba como una cooperativa de trabajo, fue allanado. El fiscal Nicolás Czizik contaba con testimonios y datos suficientes para respaldar la denuncia; el juez Santiago Inchausti procesó a Nicosia con prisión preventiva y lo embargó por 10 millones de pesos.

La historia de la secta en Mar del Plata

La historia de la congregación espiritual que dirigió Nicosia comienza en los ’70. Nacido en 1946 en Buenos Aires, con los años se hizo conocido por un rango elevado del hinduismo, como «Swami Vivekayuktananda». Fue pionero del yoga en el país. A mediados de los ’60 fundó un instituto de estudios yoguísticos en la calle Viamonte, el comienzo de una comunidad espiritual. También tuvo una sede en avenida Santa Fe.

Con la dictadura militar se fueron a Venezuela, donde Nicosia estuvo tres años preso, implicado en un homicidio. Regresaron en los primeros años de los ’80 y comenzaron a desplegar el que fue su método para captar seguidores, las conferencias que dictaba el psicólogo e instructor de yoga Fernando Velázquez.

Una de sus funciones, leyó el fiscal Fioriti en la apertura del juicio, era “dictar conferencias a partir de las que mantenía charlas personales con algunas de las personas que allí asistían», detectaba sus vulnerabilidades e informaba luego a Nicosia «a fin de lograr su captación”.

Para ingresar a la comunidad, sus seguidores debían «despojarse» de todos sus bienes materiales. Luego, vivían una pesadilla.

Según la acusación, «con la complicidad de los acusados y mediante engaños, falsas promesas, fuerza, violencia y abuso de situaciones de vulnerabilidad, valiéndose de su rol de líder religioso o espiritual, Nicosia sometió a las personas integrantes de la congregación previamente captadas y a los miembros de su grupo familiar a diferentes delitos contra la integridad sexual».

Entre ellos, enumeraron que «les efectuó personalmente tocamientos, abusos sexuales con acceso carnal y, a su vez, obligó a contraer relaciones sexuales a los discípulos y a los integrantes del grupo entre sí”.

«Nicosia y sus consortes -sostuvo la fiscalía- se valían de un proceso de coerción psicológica y aislamiento de las víctimas, típico de las organizaciones sectarias, generado a partir de la manipulación psicológica que se les imponía».

Al City Hotel llegaron en los ’90. Al parecer, una discípula lo compró para la congregación, luego atravesaron un proceso de desalojo y terminaron funcionando como una cooperativa de trabajo. Según dicen, el poder de convencimiento del gurú era colosal: otra discípula, en esos años, donó un hotel en la calle Buenos Aires al 1900, frente al casino, que explotaron.

Evitaron el desalojo judicial y se transformaron en una cooperativa de trabajo, así el City Hotel no tributaba y hasta recibía subsidios del Instituto Nacional de Asociativismo y Economía Social (INAES), contó una fuente de la investigación.

En su testimonio, que duró unas cuatro horas y continuará el próximo lunes con preguntas de las partes, la hija del gurú contó cómo funcionaba la organización y el rol que ocupaba cada integrante, su madre incluida («las mejores personas para papá son las que nada dicen, para estar con papá hay que hacer lo que él quiera«, le decía a su hija antes de dejarla para ser abusada por Nicosia), describió cómo fue abusada desde su infancia y los tormentos que tanto ella como sus hermanos padecieron.

Cómo sigue el juicio de la secta de Mar del Plata

Se prevé para los próximos días la declaración de uno de ellos. Narrará lo que vivió y corroborará testimonios que constan en la causa, sobre las torturas a las que fueron sometidos a manos del gurú, ahogamientos en el inodoro, picana en los genitales, encierros, quemaduras, palizas. «A mí me desfiguró a trompadas», recordó en su testimonio su hija.

El gurú los manipulaba, los abusaba o los obligaba a tener relaciones sexuales con otros miembros del grupo, y los convencía que tenía el poder de leerles la mente. El swami, el amo, lo controlaba todo, mediante el método del terror, y no descuidaba detalle para dar la buscada apariencia de normalidad, de hecho había inscripto su instituto yogui en el Registro Nacional de Cultos.

Su hija contó que nadie podía escapar del hotel aunque la puerta se mantuviera siempre abierta. «Yo tuve la valija hecha dos años y no pude hacerlo», contó. Lo consiguió, dijo, cuando advirtió que su padre, el gurú, tenía intenciones de abusar de su hija, la hija de ambos. Entonces escapó.