Periodistas en español (España), Félix Población, 12.12.2012
Han transcurrido algo más de tres meses desde que la Guardia Civil denunciara, el pasado 19 de agosto, que los restos de la vidente Luz Amparo Cuevas, fallecida dos días antes, permanecían expuestos sin sepultura en un féretro alojado en la capilla de El Escorial, sita en la arbolada pradería donde la mentada aseguraba en vida que se le apareció la Virgen de los Dolores.
La racha de comparecencias marianas se inició hace más de treinta años en la finca de Prado Nuevo de la citada localidad madrileña, convertida desde entonces en destino de marchas peregrinas. En contra de lo convenido en 1986 por el cardenal Tarancón, que advirtió que no se debía dar crédito ni prestar apoyo a las supuestas apariciones, su colega Rouco Varela no ha dejado de otorgar concesiones a la Fundación Pía Virgen de los Dolores, obra de la vidente Cuevas, hasta el punto de nombrar capellanes para prestar ayuda espiritual a los peregrinos, crear una casa para formación de seminaristas, autorizar misas semanales en la capilla todos los sábados y hasta vía crucis, rosarios y vigilias en Prado Nuevo.
Mientras no dejan de recaudarse fondos, que los devotos suministran a la aludida fundación, y a pesar de la comunicación cursada el pasado 6 de septiembre por el gobierno de Madrid a los familiares para que el cadáver de la vidente fuera inhumado según establecen las leyes (hasta 48 horas después de la defunción o un máximo de 96 en caso excepcionales), nada ha cambiado desde la denuncia suscrita por la Guardia Civil el pasado verano.
Según fuentes del Partido Popular consultados por un medio electrónico, el ríspido Rouco Varela, presidente de la Conferencia Episcopal, y Jorge Fernández Díaz, ministro del Interior a quien en última instancia correspondería tomar una decisión por afectar el caso a la policía sanitaria y mortuoria -aunque esas competencias estén transferidas al gobierno de la comunidad madrileña-, están haciendo todo lo posible para que los restos de la vidente no se muevan de Prado Nuevo, como testimonian los más de tres meses transcurridos desde el óbito de la Devota de los Dolores.
Es archisabido que ambos, el cardenal Rouco y el ministro Fernández, mantienen una larga amistad, a la que no es ajena la vinculación del segundo con el Opus Dei, pero es muy probable -también- que los dos coincidan en valorar el poder de convocatoria que, a efectos de fe más o menos decimonónica y recaudaciones para el culto, siempre tuvieron y al parecer pueden seguir teniendo los cadáveres de las iluminadas en los centros de peregrinación, aunque el siglo XXI siga adelante y uno de los mentados no sea, por lo tanto, ministro de Fernando VII o Isabel II en la Corte de los Milagros de nuestro muy admirado Ramón María del Valle Inclán.