JUAN G. BEDOYA – El País, Madrid – 24/02/2007
María del Carmen Galayo Macías, Menchu, perdió su trabajo hace siete años por «mantener una relación afectiva con otro hombre, distinto de su esposo, del que se ha separado, estando en pecado», según los hechos contenidos en una sentencia de 2002, cuando ella tenía 55 años. Todo empezó el 13 de octubre de 2000. Ese día, que Menchu Galayo recuerda como si fuera ayer, la profesora de catolicismo (lo era desde 1988) se encuentra en el despacho del vicario de la diócesis canaria, Hipólito Cabrera, a petición del eclesiástico, y escucha un veredicto que «ni siquiera Jesús, ni siquiera Jesucristo, se atrevió a pronunciar contra Magdalena», dice.
«El vicario me preguntó quién era un señor que había aparecido conmigo en un programa de televisión sobre sectas. Le dije: ‘Es Jaime Rubio Rosales, un compañero’. Siempre íbamos juntos, no me he ocultado jamás. Pero Hipólito insistió: ‘¿Qué hace ese señor contigo?’. Quería saber qué me unía a Jaime. Le dije que afectividad. Así: afectividad. Y me dijo allí mismo que no me iban a contratar de nuevo. Le dije: ‘Eso, Hipólito, me lo dices por escrito, me enseñas los papeles donde se dice que soy una mala persona o que vivo en pecado’. De tú, le hablé de tú, porque siempre le he tratado de tú a Hipólito. Me dijo que no habría papeles. Dijo: ‘Búscate la vida porque ni el obispo ni yo te vamos a contratar».
«Búscate la vida». No era la primera vez que Menchu Galayo escuchaba que se buscara la vida. En 2002 relató a EL PAÍS que en 1988, antes de recibir del Obispado el ofrecimiento para que fuera profesora de religión, se lo había dicho su marido, un arquitecto de Las Palmas, que, según Menchu Galayo, la echó de casa y le arrebató a sus dos hijos por denunciarle como dirigente de una secta llamada Aztlan.
Es en torno a esta historia de «dolor y rabia, porque una secta destructiva es una cosa terrible», añade Menchu Galayo, cuando aparece Jaime Rubio, profesor de Filología Inglesa, periodista y escritor. Divorciado. «Él estaba solo y yo estaba sola. Empezamos a querernos. Y surgió el amor».
«Le dije al vicario, a Hipólito: ‘Es la segunda vez que alguien me manda a buscarme la vida’. Y el vicario: ‘Pues es lo mismo, da igual que sea la primera o la quinta vez. No te vamos a contratar más’. Lloré delante de él. Que me había quitado la comida, que me quitaba la vida. Pero no me escuchó más».
María del Carmen Galayo Macías, prima del ex senador José Macías, del PP, ex presidente del Cabildo de Gran Canaria, intentó «arreglar las cosas por las buenas». Iría a ver al obispo. Era un acto de «coraje, más que de rabia», como cuando se fue hasta el Parlamento Europeo, en Estrasburgo, a dejar los papeles con su historia. O cuando acudió al Congreso de los Diputados, llevada por Izquierda Unida, a dar una conferencia de prensa junto a las también despedidas Paqui Urbano (malagueña, por irse de copas con los amigos y ser concejal de IU) y Resurrección Galera (de Almería, por casarse con un divorciado).
«Me dije: Hay que ir a hablar con el obispo, que me lo diga él, que me diga que me van a echar por pecadora, que me explique qué es ese pecado en que vivo. Pero no me recibió. Así que le esperé y le esperé y le esperé, en la puerta del Obispado. Hasta que el obispo salió camino del coche, sin pararse. Me puso la mano para que la besase y me dijo que lo que tuviera que decirle que se lo enviara por escrito. Lo hice y me contestó a mano una tarjeta, dos tarjetas, en las que me repetía lo que ya me había dicho el vicario Hipólito».
Han pasado cinco años largos y Menchu Galayo sigue igual de «indignada». El Tribunal Constitucional acaba de rechazar que sea inconstitucional el concordato por el que España cede al Estado del Vaticano todo el poder sobre los docentes de catolicismo.Dice ahora: «Parece que estamos en la época de la Inquisición, porque si te separas de tu marido, te vas de copas, tienes un hijo soltera o te afilias a un sindicato, te retiran la idoneidad para enseñar religión. Estamos vendidos».
Menchu Galayo, creyente, dejó sus clases de Formación Profesional en un colegio salesiano de Las Palmas para convertirse en profesora de religión en 1988, «ganando mucho menos dinero». Dijo a EL PAÍS en 2002: «Me pagaban poco, al principio poquísimo, pero sé que fui una buena profesora de religión, que esa asignatura me gusta, que los niños me querían, que me adoran. No tienen derecho a hacer lo que han hecho. Soy española, no una ciudadana del Vaticano. No soy una esclava del obispo».