Público (España), Henrique Mariño, 4.03.2021
Cuando Jorge Decarlini franqueó la puerta de cuatro metros de altura y avanzó hacia la basílica de El Palmar de Troya, no podía imaginarse que en aquella cárcel de almas, rodeada por un muro de un kilómetro y medio de longitud, habría tantos críos. «Predominan los centroeuropeos bilingües», una observación del periodista que sorprende porque la acción se desarrolla en una antigua pedanía de Utrera que se independizó del municipio sevillano hace dos años.
Es Semana Santa y los frailes y monjas procesionan con la Virgen de la Aurora, que tuvo a bien aparecérsele hace medio siglo a cuatro niñas con acento andaluz. Ahora la chavalada alterna a su paso el alemán y el castellano con deje sureño, mientras que a la izquierda observan la imagen los hombres con escapulario y a la derecha, las mujeres con velo. «Al sorprendente número de niños ya le cuesta mantener el decoro», escribe Jorge Decarlini en ¡Milagro! (Libros del K.O.), una investigación sobre esta secta católica escindida de Roma.
«Cuando entré en la finca, de casi doce hectáreas, no me imaginaba que hubiese tal cantidad de menores, pero entonces confirmé con mis propios ojos que la Iglesia palmariana induce a sus fieles a tener muchos hijos para que haya cantera. Cuantos más, mejor, por lo que los animan a procrear», explica el escritor gaditano, quien señala que algunas camadas rondan la decena de cachorros. Ninguna novedad en otros credos, aunque aquí y ahora cobra más sentido: esta orden cismática ha ido perdiendo devotos, por lo que esa medida se suma a la recuperación de antiguos miembros para la causa.
Pero vayamos al principio, cuando en marzo de 1968 la virgen se le apareció a cuatro niñas en medio de la nada. Una visión que se repetiría con dos beatas elegidas desde las alturas, a las que se sumaría una tercera que recibió la comunión de la mano de Jesucristo. Crédulos y creyentes acudieron al lugar, escenario de sucesivos arrebatos místicos. Aquello parecía una rave donde corría, más que el éxtasis, el ácido lisérgico. En vez de la cabina de un pinchadiscos, instalaron un altar. Y, cuando parecía que la temporada llegaba a su fin, en octubre Clemente y Manolo se convirtieron en los DJ residentes. Que rule la rula…
El primero trabajaba como contable en una compañía de seguros, pero paradójicamente sería el segundo, abogado, el que llevaría las cuentas de la Iglesia Cristiana Palmariana de los Carmelitas de la Santa Faz en Compañía de Jesús y María. O sea, Clemente hablaba con Dios y Manolo estafaba a todo dios. «Uno era la fachada porque resultaba convincente y el otro, el cerebro que movía los hilos por detrás, encargado del ideario y de la organización», añade Decarlini, convencido de que ambos se necesitaban mutuamente y que, en solitario, la Iglesia palmariana hoy no existiría. El desparpajo y las habilidades sociales de Clemente Domínguez se complementaban con las dotes doctrinales y contables del ideólogo Manuel Alonso Corral.
El primero sería el primer papa del rebaño herético, pero sin el consentimiento del segundo no se hacía nada. Sí, papa: los dos espontáneos, quienes habían llegado a aquel paraje por curiosidad, sacaron tajada de las apariciones marianas, desplazaron a los primeros visionarios y terminarían fundando una Iglesia al margen del Vaticano. Para ello, Clemente aseguró que se comunicaba con Dios —desconocemos a través de qué medio, aunque hoy se supone que lo haría por Whatsapp—, quien le enviaba estigmas por mensajes: unas llagas de crucificado en las palmas de las manos o una cruz en la frente, rollo Cecilio G.
El arzobispo de Sevilla rechazó desde el principio que todo aquello fuera un milagro, pero la fe mueve montañas, incluidos los Alpes suizos. El Palmar de Troya se convirtió en un destino de peregrinación desde toda Europa, aunque las apariciones calaron sobre todo en los ojos incautos ojos de alemanes, suizos y austriacos, antes de fijarse en las retinas suramericanas y africanas. Los ofrecidos, claro, ofrecían también su dinero y aquel humilde altar terminaría siendo una fortaleza rodeada de murallas donde quien entraba no salía. Y, si osaba hacerlo, era excomulgado, expuesto al diablo y repudiado por su familia.
Decarlini relata cómo al calor de las apariciones marianas acudieron «católicos de postín» desde varias ciudades españolas «como moscas a la miel», por lo que se desató una lucha para controlar la finca. La performance de la virgen ya no era un juego de niñas, ni tampoco de iluminados, porque un menda con tattoos sobrenaturales impresos en su cuerpo era cosa seria. Y el —ni pizca de— santo extático Clemente recurrió a un arzobispo vietnamita para que lo ordenase como obispo. Luego se quedó ciego en un accidente de tráfico y, valga la paradoja, tuvo una visión: Jesús coronándolo papa y sucesor de Pablo VI.
Rebautizado como Gregorio XVII, consideraba que la hoja de ruta del Vaticano se había desviado, por lo que a partir de entonces todos los caminos conducían a El Palmar, no a Roma. El rechazo al aggiornamento del Concilio Vaticano II supuso una regresión al catolicismo troglodita y, entre los preceptos, además de dar la misa en latín, las mujeres debían cubrir el pelo con un velo y tenían prohibido usar pantalón. Una anécdota en comparación con las barbaridades que tendrían lugar dentro de la congregación, aunque entre sus páginas de oro figuran la excomunión del rey Juan Carlos I y la canonización de Franco, Primo de Rivera o Carrero Blanco, el único que realmente alcanzó los cielos.
«Clemente se supo aprovechar de un contexto histórico concreto, cuando se produjeron cambios en la liturgia que contrariaron a muchos católicos. Entonces se inventó una teoría conspirativa que los convenció: Están envenenando a Pablo VI, encerrado en una mazmorra, y quien da la cara es un doble que corrompe la Iglesia contra el criterio del verdadero papa, vendría a decir», explica Decarlini, quien subraya que la aparición se habría quedado en una historieta perdida entre las visiones que proliferaron durante el franquismo si no fuese por la personalidad de Clemente y Manolo, quienes eclipsaron a las precursoras.
Así, hay niñas de Fátima o de Lourdes, pero no de El Palmar, donde Gregorio XVII sacaba tiempo, entre trago y trago, para ordenar cardenales a destajo y, de paso, excomulgar al anticristo Juan Pablo II. Él se paseaba tan pancho por la Feria de Abril de Sevilla rodeado de su séquito y se cogía unas cogorzas de órdago en bares y restaurantes de la capital. Iba tan ciego que Manolo tuvo que tomar cartas en el asunto. «Controlaba sus desmanes para que no afectasen a la credibilidad de la Iglesia, porque llegó a oficiar misa visiblemente borracho», asegura el autor de ¡Milagro! Éxtasis y sombras en El Palmar de Troya.
Decarlini señala que a Clemente le traía sin cuidado la mala fama que había cosechado en la provincia, una vida extramuros que no se correspondía con la férrea disciplina establecida dentro, un régimen esclavista donde la explotación laboral era manifiesta y la sexual, difusa, aunque con testimonios que corroboran los abusos. «Le gustaba mucho disfrutar de los placeres de la vida, pero la ceguera lo sumió en una depresión absoluta y llegó un momento en que vio que su papel en la organización era nulo», apunta el periodista.
Fieles explotados
La Iglesia palmariana se vale de él para exhibirlo públicamente cuando procedía, sobre todo durante los actos y ceremonias importantes. Gregorio XVII es una sombra de sí mismo, recluido en El Palmar hasta que a Manolo le interesaba llevarlo de gira por España y Europa para captar adeptos. Queda relegado y ya solo es la cara visible de la secta, un mero papel representativo que alterna con sus tremendas melopeas de hotel en hotel —aunque le chiflaban los paradores—, como puede verse en el documental El Palmar de Troya (Movistar+), dirigido por Israel del Santo.
El que manda de verdad es Manolo, quien de algún modo transige con los excesos de su socio porque ellos no predicaban para el mundo, sino para sus acólitos, que no se enteraban de lo que pasaba fuera. Vivían en una irrealidad paralela, sin contacto con el exterior, más allá de las visitas al banco para que sacasen la pensión. Obviamente, no veían un duro, como tampoco recibían un salario por sus extenuantes jornadas de trabajo porque estaba prohibido poseer dinero. «Una entrega a la causa, a la que le daban su vida, deslomándose durante años», afirma Decarlini.
Si el rol de los sacerdotes que no estaban en la cúpula era residual, las mujeres se limitaban a trabajar y a rezar. Reducidas a mano de obra esclava, su higiene era forzosamente precaria. El autor recoge el caso de una monja que mantuvo relaciones sexuales con un sacerdote en una de las torres de la basílica, aunque el hermetismo y la dificultad para obtener testimonios de primera mano lo llevan a apelar a la prudencia: «No hay constancia de abusos a mujeres». Daniel Boluda, subdirector de El Palmar de Troya, se remite al análisis del psicólogo clínico Miguel Perlado, quien se plantea en el documental «hasta qué punto hay consentimiento sexual cuando estás sometido por una secta».
Enrique Moyano, un electricista arrepentido, asegura en el libro que en los conventos algunos sacerdotes «mantenían relaciones homosexuales con cardenales de las altas esferas o entre ellos mismos, bien por ascender un poco más o bien porque lo necesitaban». Decarlini denuncia la hipocresía y la doble moral que imperan en la Iglesia palmariana, como le relató un exobispo catalán: uno de los amantes de Clemente, el padre Nicolás, buscaba «jovencitos y criaturas». Boluda añade que el propio papa intentó «echarle mano a un chaval», aunque deja claro que no pudo contrastar «su imagen como violador».
Tampoco incluyó en el documental los abusos sexuales cometidos por su amante y encubiertos por la jerarquía porque las fuentes eran indirectas. «En todo caso, Clemente tenía la mano larga y sus tocamientos y proposiciones sexuales eran conocidos». El maltrato que sufrían los mayores tampoco está completamente atado, si bien hay testimonios que aluden a «una relación con el tratamiento de la enfermedad negligente». Según el jefe de investigación de la serie documental, «no se trataron cánceres y hubo una negación del auxilio médico, que incluye a las mujeres que no recibieron asistencia pese a las dolencias causadas por permanecer mucho tiempo arrodilladas».
Pese al machismo dominante, el sometimiento a los sacerdotes, la explotación laboral y los abusos sexuales no confirmados, las mujeres permanecían enganchadas a la secta y no se planteaban una huida o liberación. «Quien se quejaba, ¡a la calle! Un drama para ellas, porque estaban alienadas, aunque quienes lograron salirse denuncian el lavado de cerebro», añade Decarlini, quien escribe que el padre Sebastián murió porque estaba enfermo y Clemente se negó a que le diesen una dieta especial. «Un antiguo miembro encargado del cuidado de los ancianos percibió una desidia absoluta y muy poco interés en prestarles asistencia, por lo que algunos fallecieron».
Tampoco había escape para los hombres, repudiados por sus familias si osaban dejar El Palmar de Troya. «Si se atrevían a hacerlo, rompían la relación», subraya Decarlini. También pesaban las amenazas de la cúpula eclesiástica. «Jugaban con ellos, los presionaban y les hacían creer que fuera sus vida desaparecería. Unas prácticas intimidatorias que alcanzaban la sublimación cuando los fieles tenían dieciocho años, habían nacido dentro de la Iglesia palmariana y solo conocían eso», añade el autor de ¡Milagro! «Por eso algunos han necesitado ayuda psicológica cuando salieron a un mundo que desconocían».
Del éxtasis del documental al milagro del libro
El libro ¡Milagro! Éxtasis y sombras en El Palmar de Troya llega a las estanterías un año después del estreno del documental, que recurre a la ficción para reflejar, por ejemplo, las juergas etílicas de Clemente, pues solo existen unas imágenes reales grabadas en vídeo durante una de sus giras europeas. «El formato era necesario porque hay muy poco archivo en comparación con otros trabajos como Wild Wild Country y, sin esa escenificación, sería imposible reflejar algunos hechos. Lo fundamental es que el resultado de Israel del Santo y su equipo fue excepcional», detalla Daniel Boluda.
El subdirector del documental ya había abordado el tema, pero consideraba que se quedó en la superficie. El fenómeno no solo traspasó las fronteras españolas, sino que tuvo mayor arraigo en el extranjero. «Recaudaron dinero a espuertas porque su sistema de captación era muy hábil: mandaban a delegados a localidades de Europa donde se habían producido otras apariciones y allí relataban que existía un pueblo de España donde estaban sucediendo en directo. Eso les reportó financiación entre gente potentada, aunque también entre quienes daban más de lo que tenían».
La historia, según él, no se había contado bien del todo. «Es como el Guadiana, que aparece y desaparece cuando surge una noticia interesante. Sin embargo, era necesario un trabajo documental desde sus orígenes hasta la actualidad, fundamentado en testimonios de personas que lo habían vivido de primera mano», añade el también encargado de realizar las entrevistas. Durante el trabajo de campo, conoció a Louise-Henri Moulins, en su día obispo Zacarías. «Te hablaba de Clemente con una fascinación tremenda y mucha otra gente reconocía que cuando lo veían en acción durante los éxtasis se quedaba prendada, como si él fuera la verdad«, rememora Boluda, cuya conclusión fue clara: la Iglesia palmariana es una secta.
«La gente a la que preguntamos no tiene ninguna duda, porque cumple los requisitos, incluidos el uso de técnicas de persuasión coercitiva. Una vez que te convencen, ya no eres libre», afirma el guionista. Les inoculan en el cerebro que solo en el Palmar se van a salvar, que fuera de él todo es pecado. «A eso súmale la figura de un líder carismático, que pese a llegar al lugar meses después de las apariciones tiene unas visiones increíbles, aderezadas por estigmas espectaculares, hasta que lidera la Iglesia y termina llevando su discurso a la lucha contra el comunismo y a la confrontación con el Vaticano».
A Clemente, fallecido en 2005 a los 58 años, le sucedieron en la una, santa, católica, apostólica y palmariana los antipapas Manuel Alonso Corral (San Pedro II Magno), Sergio Ginés María (Gregorio XVIII) y el suizo Markus Josef Odermatt (Pedro III). Si la historia de esta Iglesia herética es delirante, la biografía de Ginés no es menos disparatada. Tras poner fin a su papado en 2016 para casarse por lo civil con su novia, quien fue monja antes de posar desnuda en la portada de la revista Interviú, aseguró que todo había sido un «montaje». Dos años después, intentó robar junto a ella en la basílica: enmascarado, trepó el muro, se lio a cuchillazos y terminó herido en el hospital.
Algunas voces sostienen que El Palmar de Troya no solo está en decadencia, sino que también atraviesa problemas económicos. Eso los ha llevado a promover su labor de proselitismo para captar fieles a través de internet, aunque al tiempo tratan de recuperar a miembros que habían dejado la congregación. Otros podrían estar deseando escapar del templo-prisión, pero son conscientes de que su decisión provocaría un doble cisma. «Sus familias los repudiarían, porque incluso ahora hay padres que no se hablan con sus hijos, quienes no pueden heredar si no son palmarianos», explica Boluda.
La frontera entre adentro y afuera, según él, cada vez es más sólida, hasta el punto de que «no pueden convivir con una persona que no profese su fe». Medidas que fueron llevadas al extremo por el papa Ginés, algo que no extraña en un pontífice que se casó con una monja. Y, en su desesperado intento de meter a la mayor gente posible dentro, Pedro III está ofreciendo casas gratis a los devotos y se ha abierto a las redes sociales, aunque en El Palmar los hermanos carecen de conexión.
«Antes la red era el diablo, pero ahora tienen una web traducida a diez idiomas, todo sea por sumar fieles y recaudar fondos», explica Decarlini, quien cree que en la actualidad resulta difícil captar nuevos adeptos. «Hoy es complicado que su mensaje cale, de ahí que el primer caladero sea el de los antiguos miembros que se fueron tras pelearse con Ginés. Por eso intentan que regresen las ovejas descarriadas del rebaño». La operación retorno ha comenzado.