eldiario.es (España), Jara B Gavín, 4.10.2023

Cinco horas y cuarenta y cinco minutos es el tiempo medio diario que los españoles pasamos de manera activa frente a la pantalla. Un 35% de nuestro tiempo despiertos que se nos va, además, en permanecer conectados a Internet, ya sea con lo que ocurre a nuestro alrededor o bien con otros usuarios, a través de las redes sociales; esos entrenados generadores de dopamina y FOMO (del inglés Fear Of Missing Out, que sería algo así como miedo a perderse algo) que nos mantienen hipervinculados al trabajo, amistades, familia y, también, a toda tendencia que comience a despuntar al otro lado de la pantalla.

Y si hay una tendencia que, en los últimos años, está ganando adeptos a través del imparable escaparate que conforman Internet y las redes sociales es, paradójicamente, la de tomarse un tiempo propio para desconectar de todo. ¿A qué se debe este boom?

Conectarse para desconectar

Basta con hacer una búsqueda rápida en Internet para encontrar cientos de opciones de retiros en la naturaleza que, aunque en su origen estaban basados en la práctica del yoga, la meditación o las terapias alternativas al aire libre, con cada vez más frecuencia ofrecen actividades como trabajar en un huerto, dar paseos por el bosque, cocinar o, simplemente, dedicarse a la vida contemplativa.

Y son concretamente las redes sociales el lugar en el que, cada vez más perfiles, ofrecen fotos de entornos naturales idílicos y vídeos que se reproducen en bucle al son de canciones que prometen trasladarnos al Nirvana, bombardeándonos con un estilo de vida que alaba las bondades desconectar en la naturaleza pero que, sin embargo, disparan su hechizo desde un lugar que ha pasado de ser un espacio de conexión a situarse como una de las mayores y más peligrosas adicciones del s.XXI.

La paradoja no reside únicamente en el hecho de que ese retiro que nos ayudará a “desconectar de todo” aparezca, la mayoría de las veces, tras las mismas pantallas que terminan por saturarnos y hacernos sentir que estamos demasiado conectados con lo de fuera y poco conectados con nosotros mismos sino que, además, muchas de las actividades que se ofrecen en estos retiros son perfectamente factibles sin la ayuda de guías, facilitadores o chamanes.

¿Qué nos está ocurriendo para estar dispuestos a desembolsar cantidades de dinero —en ocasiones desorbitadas— por realizar actividades que podríamos incorporar a nuestra vida de manera gratuita o mucho más económica?

El día a día, el confinamiento y la espiritualidad

En una sociedad dominada por la productividad y unos niveles de consumo que serían imposibles de sostener si no dedicáramos la mayor parte de nuestro tiempo a, precisamente, producir, tomarnos un descanso alejados de cualquier reminiscencia a lo laboral es lo más parecido a unas vacaciones en el paraíso, incluso si estas se producen en la sierra de al lado de casa.

Salvo que en este tipo de vacaciones, las que ofrecen los retiros wellness en la naturaleza, sabemos que, además del trabajo, tendremos ‘permiso’ para olvidarnos, durante unos días, de atender a cualquier persona —incluidos familiares, amigos o pareja—, asunto o actividad que no seamos nosotros mismos y nuestro bienestar.

Puede que, precisamente, sea esta una de las claves del éxito de estos retiros: permitirnos el lujo de ‘hacernos caso’ sin sentirnos culpables por haber dejado de hacer, durante unos días, lo que, bien la sociedad, bien nuestro círculo cercano, espera de nosotros.

Esa autoexigencia, ese sentimiento de no poder parar es, probablemente, el que nos empuja a buscar alternativas y opciones que nos eximan de la culpa que genera el necesitar o, simplemente, querer tomarnos un tiempo para nosotros mismos. Y, seguramente, haya algo de cierto en que si estos pequeños momentos de descanso y autocuidado se producen previo desembolso económico, de alguna manera, ‘nos lo habremos ganado’.

El otro gran motivo por el cual este tipo de retiros o viajes guiados a la naturaleza está experimentando un crecimiento imparable reside, sin duda, en el confinamiento vivido hace tres años. Según explica Víctor Vallés, médico de familia, a elDiario.es este tuvo “un gran impacto en nuestra manera de ver y apreciar los beneficios de estar en contacto con la naturaleza, algo en lo que muchas personas ni siquiera habían reparado antes de la pandemia. Ahora son esas personas las que necesitan que alguien las guíe en sus primeras experiencias con el entorno natural, ya sea practicando yoga, meditación o recogiendo setas en el bosque”.

Para Elisa Torres, también médica de familia, “existe además un componente directamente relacionado con la ruptura que las últimas generaciones han experimentado con respecto a la espiritualidad; mientras que la religión no deja de perder adeptos, muchos de estos retiros en los que se espiritualiza a los elementos de la naturaleza, actividades o incluso al propio cuerpo humano, no dejan de ganarlos”.

Gregorio Expósito, psicólogo general sanitario, refuerza esta última idea apuntando la importancia que la espiritualidad ha tenido históricamente en la evolución del ser humano: “Creer en algo, ya sea en un árbol que da frutos, en la capacidad de las estrellas para guiarnos o en el calor del sol, ha sido, durante años, el motivo por el cual las etnias y las tribus se han unido; eso es lo que hace que el grupo se una y se cree un sentimiento de pertenencia a una comunidad”.

El precio del bienestar

En los últimos años, y especialmente después de una pandemia que puso en el centro la necesidad de atender nuestra salud física y mental, el llamado turismo wellness o de bienestar en el que se ubican estos retiros en la naturaleza, ha experimentado un crecimiento sin precedentes que se explica, sobre todo, debido al aumento del estrés y el deterioro de la salud mental derivadas de un estilo de vida que cada vez nos deja menos tiempo para, precisamente, vivir.

Esta industria cuenta con unas cifras de negocio globales en torno a 4,3 billones de dólares, en datos de 2020 recogidos por Statista, y con un pronóstico de crecimiento que alcanzaría los 7 billones en 2025. Cuesta no preguntarse cómo es posible que estos hayan terminado por convertirse en una vía de escape al mismo bucle de consumismo capitalista en que, en el fondo, también se ubican.

Pasar un par de días de conexión con uno mismo, rodeado de naturaleza y, eso sí, con todas las comodidades que ofrece un hotel o alojamiento rural, no es barato, ya que la media de precios para dos días de retiro se sitúa en torno a los quinientos euros. Un presupuesto diario que, según un informe de SRI International para el Global Spa and Wellness Summit (GSWS), ya en 2015 se situaba un 59% por encima del gasto que dedicamos a otros modelos vacacionales y cuyo interés se ha multiplicado exponencialmente en los últimos tres años (un 42% de la población lo considera ahora una prioridad, según recoge un informe que analiza diferentes mercados de la consultora McKinsey).

Al hilo de esto, producciones como Nine Perfect Strangers, la psicodélica tragicomedia en la que Nicole Kidman reunía a nueve personajes llenos de luces y sombras en un retiro de transformación de mente y cuerpo, o retrocediendo hasta los inicios de este boom de la espiritualidad aspiracional, la exitosa Come, Reza, Ama, son dos ejemplos en los que resulta fácil leer entre líneas que esta especie de viajes iniciáticos nos procurarán, además de bienestar, un particular estatus que se mueve entre el éxito (laboral, económico o vital) y lo cool.

Y es que la locura por abrazar esta forma de vida, aunque sea por unos días, ha llegado también a las capas más altas de la sociedad, en las que el ideal de pasar unas vacaciones en un hotel con mayordomo, piscina infinita y barco privado se ha sustituido por encierros en templos de meditación —eso sí, rodeados de lujo— y viajes en los que el mindfulness se alza como la solución a cualquier quebradero de cabeza.

Todos quieren alcanzar el Nirvana

Y aunque, independientemente del número de ceros de nuestra cuenta bancaria, necesitar un descanso, querer estar más presentes y ser más conscientes del lugar que debemos ocupar en nuestro propio mundo tenga más de bueno que de malo, el problema llega, muchas veces, en el modo en que se nos trata de convencer de que este o aquel retiro nos cambiará la vida.

Preguntas y afirmaciones como “¿Necesitas encontrar tu propósito en la vida?”, “¿Quieres escapar del día a día y conseguir la vida de tus sueños?”, “¿Te sientes agotado?” o “Retoma los mandos de tu vida”, repetidas de manera constante, pueden llegar a hacernos creer que, realmente, pensar que nuestra vida es muy mejorable es quedarse corto.

El discurso es tan convincente y la promesa de cambio tan atractiva que ha conseguido crear un producto que apela a un público muy diverso. Aunque resulte difícil bocetar un cliente tipo asiduo a este tipo de retiros, Marta (pseudónimo), guía profesional en un retiro del Pirineo aragonés, comenta, según su experiencia, que “sigue habiendo una mayoría de mujeres de entre 25 y 70 años que, sobre todo, llegan al retiro con ganas de estar a solas, aunque después se produzca un curioso fenómeno de conexión entre el grupo”.

El atractivo de los retiros en la naturaleza parece tener efecto ya que la experiencia de los usuarios es, la mayoría de las veces, positiva, con una alta tasa de repetición. En la valoración posterior que dan los usuarios, explica la guía a este periódico, se suele destacar la gastronomía vegana o vegetariana disponible en el retiro, la posibilidad de conectar con otras personas con inquietudes similares —algo que cobra especial relevancia en una sociedad cada vez más individualista—, la desconexión de las situaciones cotidianas y tener la oportunidad de ocuparse de uno mismo mientras se experimentan unos niveles de calma poco habituales.

El psicólogo Gregorio Expósito explica esto último como una consecuencia lógica de la evolución desde la época del Homo Sapiens y esgrime: “El 90% del tiempo correspondiente a los últimos 130.000 años de evolución los hemos pasado al aire libre, rodeados de naturaleza y animales. Hay estudios que demuestran que aprendemos mejor en la naturaleza, un lugar donde nuestras conexiones neuronales se relajan, y la explicación es tan sencilla como que en el fondo, la naturaleza, el silencio y el aire libre es a lo que estamos acostumbrados como especie, aunque en los últimos siglos nos hayamos distanciado de ello”.

Ahora solo cabe preguntarse si de verdad necesitamos que otras personas nos guíen para descansar y pasar tiempo de calidad, ya sea a solas o con personas con las que sintonizamos, en uno de los espacios más beneficiosos —y gratuitos— que existen y que, además, ha sido nuestro lugar seguro desde el principio de los tiempos.