El 29 de agosto de 1987, la policía coreana descubrió los cadáveres de 33 miembros de una secta liderada por Park Soon-ja, alias “La Madre”, muchos de los cuales estaban prófugos por una estafa piramidal. Lo que parecía una inmolación típica de fin de milenio puso al descubierto no solo suicidios, sino también asesinatos, estafas, intimidaciones y maniobras financieras ilegales por 17 millones de dólares.

Los cables datados en Seúl, Corea del Sur, que difundieron las agencias de noticias el 29 de agosto de 1987 eran tan espeluznantes como imprecisos. Uno de ellos decía: “Treinta y tres personas fueron encontradas muertas, al parecer víctimas de un suicidio colectivo, en la localidad surcoreana de Yongin. Entre los fallecidos figuran 10 adolescentes. La policía no estaba en condiciones de asegurar esta madrugada si Park Soon-Ja, de 48 años, presidenta de una secta denominada Asociación Odaeyang Co, se encontraba entre las víctimas. Entre los muertos hay algunos niños que eran alumnos de un jardín de infantes y una escuela dirigida por la propia Soon-Ja, así como algunos empleados de la asociación religiosa”.

Con el correr de las horas se tendrían algunas precisiones más, que encuadraban las muertes en una serie de fenómenos similares que parecían marcar esos tiempos que marchaban hacia el fin del milenio, el de los suicidios sectarios masivos, iniciados con la muerte de 917 seguidores del pastor Jim Jones en Guyana en noviembre de 1978.

Sin embargo, la trama del caso no demoró en complicarse cuando pareció un trasfondo de estafas, maniobras y vinculaciones de la “asociación” liderada por Park, a quien llamaban “La Madre”, con otras organizaciones que tras una fachada religiosa ocultaban millonarias maniobras económicas ilegales.

Los cadáveres fueron hallados en el entretecho de una fábrica que la secta tenía en Yongin, a 82 kilómetros al sur de Seúl. Allí sus integrantes supuestamente producían y vendían todo tipo de artesanías para recaudar el dinero necesario para mantener económicamente su funcionamiento y también financiar las actividades de un jardín de infantes y una escuela primaria.

Se trataba de artesanías regionales que, en el salón de ventas, se ofrecían principalmente a los turistas. Eso era también una estafa: si bien en la fábrica, que llevaba el nombre de “El Cielo” se producían unas pocas piezas, el grueso de lo que se exponía como obra de los integrantes de la secta eran en realidad productos de fabricación industrial que Park Soon-ja y sus seguidores compraban en la capital coreana.

En realidad, la fuente de financiamiento – y de maniobras financieras que no se conocieron en un primer momento – eran las “inversiones” que “La Madre” y su círculo más cercano obtenían a través de sus seguidores, que tenían la misión de obtener dinero de sus familiares, vecinos y amigos con la promesa de grandes ganancias.

La mecánica era la típica de un “esquema Ponzi”, la estafa piramidal ideada en los Estados Unidos en la década de 1920 por Charles Ponzi, que funcionaban mediante la oferta de “inversiones” que supuestamente ofrecían altos beneficios pero que, en realidad, se pagaban con los fondos aportados por nuevos inversores, hasta que ya no se podían pagar, dejando un tendal de estafados porque dejaba de entrar dinero fresco.

Más temprano que tarde, el “esquema Ponzi” fracasa y queda al descubierto la estafa. Eso fue lo que le ocurrió a la asociación liderada por Park Soon-ja a mediados de agosto de 1987, cuando ya no pudo continuar con el juego y comenzaron los reclamos de sus inversores.

En un primer momento “La Madre” creyó que podría controlar la situación con el uso de la intimidación y envío a un grupo de adeptos a “visitar” a los acreedores para convencerlos de que no continuaran con sus reclamos. A los que no se dejaron intimidar, trataron de “convencerlos” a golpes.

La movida fracasó tan estrepitosamente como el “esquema Ponzi”, porque en pocos días se multiplicaron las denuncias ante la policía, por los golpes, y ante la justicia, por el dinero que se había esfumado. La suma alcanzaba los ocho millones y medio de dólares.

A partir de ese momento las autoridades lanzaron una orden de busca y captura contra Park Soon-ja y una decena de sus seguidores, que para ese entonces dejaron de mostrarse por los lugares que solían frecuentar… O eso pareció.

Muerte en el entretecho

La delegación policial que se presentó en la fábrica y centro de ventas “El Cielo” encontró los locales cerrados y a dos empleados que dijeron no saber nada del asunto ni del paradero de los demás.

No estaban en la lista de buscados, de modo que ni siquiera los llevaron a una comisaría para interrogarlos.

Cuando los policías revisaron el establecimiento lo vieron vacío y silencioso, lo que les confirmó que allí no había nada. No imaginaron siquiera que sobre sus cabezas, en un entretecho de maderas fuertes, 33 personas quietas y calladas, estaban escuchando sus pasos y sus conversaciones.

Estaban escondidas allí desde el día anterior y los empleados que en apariencia no sabían nada tenían la misión de vigilar el lugar y alcanzarles agua y alimentos – en realidad una porción de arroz para cada uno – dos veces por día.

Habían subido colchones, sogas y baldes para hacer sus necesidades. Los empleados que los ayudaron no supieron nunca que también habían subido veneno.

La mañana del 29 de agosto, una llamada anónima informó a la policía que había muertos en la fábrica de artesanías “El Cielo”, que los buscaran en el entretecho.

Los agentes que subieron por una pequeña trampa disimulada en el piso del entretecho fueron recibidos por una oleada apestosa, producto de la mezcla de materia fecal y cadáveres que comenzaban a entrar en descomposición.

Algunos de los muertos, varios de ellos niños, estaban maniatados. Otros tenían las manos libres. En los días siguientes, las autopsias determinaron que casi todos tenían veneno en sus cuerpos, pero que no todos dejaron de respirar por ese motivo, que algunos habían muerto estrangulados.

Entre los muertos estaban Park Soon-ja, de 48 años – cuyo cuerpo no tenía rastros de veneno, sino un golpe mortal en la cabeza – y tres de sus hijos de 19, 22 y 24 años.

Según la hipótesis que dio a conocer la policía, las dosis de veneno eran suficientes para matar a personas de poco peso y niños, pero no alcanzaban para acabar con la vida de los más corpulentos, que debieron ser estrangulados.

La investigación determinó después que Park había ordenado a uno de sus seguidores y empleados, Lee Kyung-soo, que estrangulara con un hilo de nylon a los que permanecían vivos y que después la matara.

El hombre lo hizo y huyó, igual que otros 58 seguidores de la secta que no participaron del ritual de muerte.

Las Iglesias del dinero

Entre los papeles personales y comerciales que “La Madre” guardaba en la fábrica y en su casa, los investigadores judiciales encontraron documentos que revelaban que la estafa que conducía Park Soon-ya no se agotaba en sí misma, sino que estaba relacionada con otra secta llamada Iglesia Evangélica Bautista de Corea, liderada por el multimillonario Yoo Byung-eun.

Descubrieron que Odaeyang Trading Co, la empresa propietaria de la fábrica “El Cielo”, era también una subsidiaria de una compañía de mayor envergadura, propiedad de Yoo.

Un análisis más pormenorizado, reveló que la estafa era mucho mayor que la estimada por las denuncias de los damnificados y que llegaba a unos 17 millones de dólares, que habían sido canalizados por Park a la empresa Semo Corp, dirigida por el líder de la Iglesia Evangélica Bautista de Corea.

La investigación por fraude fiscal no fue sencilla, por las trabas que paso a paso fueron poniendo los abogados del multimillonario, que finalmente fue arrestado en 1992 y procesado por “fraude habitual bajo la máscara de la religión”.

Lo que se le pudo probar fue que él y uno de sus socios menores recogieron donaciones a la Iglesia por más de un millón de dólares para invertirlos en negocios privados.

Por este delito cumplió cuatro años de prisión, pero no vio afectada su fortuna, estimada en unos 500 millones de dólares, con operaciones de negocios no sólo en Corea del Sur sino en Estados Unidos, Francia y Hong Kong.

Al salir en libertad, Yoo decidió cambiarse el nombre por el de Ahae, para emprender una nueva carrera como fotógrafo y artista. Una de sus obras consiste en 2.700.000 fotos para el proyecto “A través de mi ventana”, que fue expuesto en varios lugares del mundo, incluidos el Museo del Louvre y el Palacio de Versalles.

Desde entonces, mantuvo sus operaciones comerciales en las sombras, bajo el nombre de testaferros, por lo que la prensa coreana lo bautizó con un nuevo apodo: “El multimillonario sin nombre”.