ABC (España), José Ramón Navarro-Pareja, 3.03.2025
El profesor William Franke (Milwaukee, EE.UU.,1956) enseña Filosofía, Literatura y Estudios Religiosos en la Universidad Vanderbilt y en la Universidad de Macao. Está considerado entre los mayores eruditos del mundo en el estudio de la literatura comparada y la religión. Su método … es el pensamiento apofático que consiste en el conocimiento negativo de las cosas: no podemos afirmar o definir qué es Dios (porque es incognoscible), pero podemos decir qué no es. Se trata de un método sutil que se aplica a muchas áreas en el conocimiento ordinario. Por ejemplo, es posible que no podamos definir qué es un gobierno perfecto, pero podemos afirmar que en un gobierno perfecto los ministros no roban, no atacan a los otros poderes del Estado o no agreden a los medios de comunicación. Es un método prudente para conocer cuestiones difíciles de definir. Franke ha sido una de las voces invitadas al seminario ‘Orientalismo y occidentalismo: miradas cruzadas’ organizado por el Instituto Cultura y Sociedad de la Universidad de Navarra.
—¿Cree que la pandemia nos cambió como personas?
—Ha acelerado los cambios que ya estaban en marcha hacia una sociedad cada vez más tecnologizada y tecnocrática. Todos nos vimos arrojados a internet durante ese periodo. Y, por supuesto, existe el riesgo de que esto nos deshumanice. La máquina se vuelve dominante y, en ciertos aspectos, eso significa el eclipse de la dimensión religiosa.
—Las relaciones han cambiado. No hablamos en persona, ni siquiera por teléfono, usamos WhatsApp. ¿Hay un déficit de relación entre humanos?
—Su manera de formular la pregunta expresa las ansiedades que tenemos acerca de la pérdida de contacto humano directo cuando todo se vuelve internet. Y comparto esas preocupaciones. Pero también valoro las posibilidades de interconectividad que se han multiplicado. En cierto modo, creo que hay motivos para el optimismo.
—¿Cuál es el futuro de la religión en el mundo de la inteligencia artificial (IA)?
—La inteligencia artificial es un instrumento incomparable. Realmente, su poder no tiene precedentes. Es el poder para convertirnos a todos en robots. A primera vista, hay una especie de apocalipsis de la religión y la religión desaparece como relación con lo sagrado del otro que, en mi opinión, es su auténtica esencia. Una relación con la santidad del prójimo. ¿Vamos a perder esta dimensión de los demás con estos avances? Es toda una cultura tecno-científica la que ahora se manifiesta con el poder de la IA. De alguna manera, la IA es una oportunidad para divinizarnos y esto es anatema en términos religiosos. Y esa es la agenda de algunos de los defensores de la IA.
—¿En quién está pensando?
—Podríamos mencionar a Sam Harris, uno de los cuatro jinetes del ateísmo (junto a Richard Dawkins, Christopher Hitchens y Daniel Dennett). Ellos realmente contemplan la desaparición de la religión y declaran que esto dará paso a una edad de oro de mayores posibilidades para el florecimiento humano. La religión es algo negativo en su léxico. Y no quiero criticarlos en todo, porque hay diferentes tipos de religión. Mucha religión es idólatra y no nos abre realmente a esa dimensión de lo sagrado del prójimo. Se convierte en una forma de encerrarse en la propia comunidad o incluso de orgullo propio, pero en la que se excluye al otro.
—¿Qué papel juega la secularización?
—La esencia de la religión es esta apertura infinita hacia los demás, que es el imperativo ético al que nos enfrentamos hoy como en todas las épocas. Las bendiciones de la religión pueden comunicarse a través de la secularización. No me opongo a eso. El cristianismo se seculariza y ha sido el motor de la civilización occidental moderna y de los movimientos liberacionistas como la liberación de la mujer, de las minorías, de todos los grupos identitarios.
—¿Qué la parece la elección de Donald Trump?
—Trump es un reto. Él hace y dice lo contrario de lo que acabo de decir en muchos sentidos. Pero quiero resistir el impulso de oponerme a él. Creo que hay otra manera de responder. No quiero estar en contra de todo lo que hace porque lo haga él, porque puede tener algunos efectos positivos. De hecho, incluso antes de las elecciones, esperaba que tuviera efectos en la guerra de Ucrania y en otros asuntos. Cuando articulo mi filosofía, que yo llamo pensamiento apofático y que es pensar a partir de lo que no podemos conocer, no quiero excluir al contrario. Y si Trump habla el lenguaje de América primero y la imposición, no quiero oponerme a eso, porque cuando te opones se endurece la resistencia. Me gustaría dejar que sus palabras se disuelvan cuando descubra que en realidad no tiene un adversario contra el que erigirse. Y no quiero condenar a los trumpistas porque estén en el bando contrario y no estén de acuerdo conmigo. Todo lo contrario.
—¿Cuál es la relación del conocimiento apofático con la verdad?
—Usted dice «con la verdad». Por supuesto que hay muchas verdades. En realidad, no quiero descartar la verdad, pero uno podría decir «no se puede hablar de la verdad». Pero pienso que todos, como seres humanos, compartimos un mismo mundo. No hay un planeta B. Estamos, por la fuerza de las circunstancias, en relación con un terreno común que es nuestra Tierra. Y creo que eso hace que la verdad, que nos incumbe a todos, sea imperativa. Sin embargo, tenemos que admitir que esta verdad va a ser percibida y aprehendida de manera diferente por cada cultura y, en última instancia, por cada individuo diferente. Y entonces va a ser una verdad existencial. Así que todos lo entendemos de una manera diferente.
—Se habla mucho de posverdad.
—Por supuesto. ¿Y de dónde viene eso? La verdad ya no es una simple correspondencia con los hechos. ¿Qué hechos? ¿Quién los interpreta? Incluso en la filosofía clásica, por supuesto, hay diferentes teorías de la verdad como coherencia o la verdad como correspondencia con los hechos. Y, en última instancia, la verdad es también una cuestión moral, ética y religiosa. La idea de que la verdad puede definirse científicamente, de manera aislada de la dimensión moral y religiosa de los seres humanos, resulta algo ilusorio, pero la ciencia se volvió idólatra al reclamar la verdad para sí misma. La verdad es esta apertura que experimentamos hacia los demás y a la realidad misma más allá de nuestras interpretaciones dentro de cualquier sistema conceptual.
—¿Por qué triunfó el wokismo en las universidades de su país?
—Por muchas razones, y algunas de ellas son la debilidad y la necesidad de sentirse justificado, una especie de autocomplacencia. Hay una psicología en el wokismo que nos exonera del sentimiento de culpabilidad en un mundo que es casi insoportablemente injusto. Y entonces, ya sabe, todos nos sentimos fuertemente motivados a identificarnos.
—¿Cuál es el mecanismo que ha hecho que la victimización sea la consigna de toda una generación?
—Creo que el cristianismo está en el fondo de todo esto porque es la religión que deifica a la víctima. Y es un mensaje muy poderoso: en la víctima vemos a Dios revelado, humillado, torturado, condenado a morir en la cruz. Esa es una revolución total en el mundo antiguo, pero conquistó al mundo debido a que hay algo tan profundamente verdadero que es nuestra humanidad. Así que creo que hay una razón muy profunda para que la victimización sea reconocida como la raíz de la religión. Y en el caso del wokismo, de una religión cívica. Pero también hay todo tipo de otros motivos que son menos honorables. Existe, en particular, el mecanismo de la búsqueda de un chivo expiatorio. Queremos creer que hemos identificado al culpable. Y creo que esto está en funcionamiento en el wokismo. Lo que ha sucedido es que el hombre blanco heterosexual, heteronormativo se ha convertido en un chivo expiatorio. Y no es que quiera quejarme. Es la forma en que funciona el mecanismo. En realidad no importa quién sea la víctima, porque el punto es tener la unanimidad de todos contra uno para deshacer la guerra de todos contra todos, que es el estado natural de la sociedad humana. Esto es lo que resuelve el Leviatán, la guerra de todos contra todos, convirtiéndola en la guerra de todos contra uno.
—¿Es ese identitarismo una forma de tribalismo?
—Tiendo a ver negativamente el identitarismo porque mi pensamiento apofático se centra en la no identidad, en tratar de pensar más allá de nuestras identificaciones. Aunque reconozco que la identidad es necesaria, es una fase. Y por eso dudo un poco en equiparar el identitarismo con el tribalismo porque la idea de las tribus me gusta. De hecho, veo un modelo de las sociedades tribales de las Américas precolombinas, por ejemplo, que tienen virtudes extraordinarias que me gusta destacar. Pero creo que la connotación del tribalismo que hay en su pregunta es su carácter excluyente. Es nuestra tribu contra los demás. Y en esa medida, creo que hay una conexión aquí: el identitarismo es, en esa medida, una especie de tribalismo.
—¿Puede elegir un poema clásico para ilustrar este momento?
—Elegiría el Infierno de Dante. Pero señalaría que el Infierno es la primera parte de la Divina Comedia, un clásico que avanza del Purgatorio hasta el Paraíso. Todo es parte de un proceso unificado. Debemos reconocer con angustia el infierno en el que se ha convertido nuestro mundo, con la perspectiva del potencial de pasar del Purgatorio al Paraíso.