El País (Colombia), Lucía Franco, 11.05.2022
Andrés tiene hoy 20 años. A los 12, fue sometido a una terapia de conversión para que dejara de ser homosexual en la iglesia Misión Paz a Las Naciones en Cali, institución a la que pertenece el candidato presidencial John Milton Rodríguez. A pesar del tiempo que ha pasado, recuerda con nitidez lo que hicieron con él: “Era un exorcismo para sacar el demonio del homosexualismo que llevaba dentro”.
El ritual de liberación, como lo llamaron en su congregación, se llevó a cabo en una casa rural a las afueras de la ciudad. Allí, media decena de hombres agarraron a Andrés de las extremidades mientras le apretaban el estómago y repetían una y otra vez la misma oración: “Te liberamos. Eres libre de todo demonio y homosexualismo. Renuncia al pecado que no te deja vivir para alabar a Dios”. “Intentaba mover los brazos y las piernas, pero no podía. Me sentía muy mal. Yo era muy pequeño, y todos los hombres eran mayores, tenían mucha fuerza”, recuerda Andrés, que cuenta que esos rituales se reservaban solo para drogadictos, alcohólicos y homosexuales.
Una de cada cinco personas LGTBIQ ha sido sometida a algún tipo de terapia de conversión en Colombia, y entre las personas trans es una de cada tres, según un informe de la fundación Thomson Reuters. “Uno de los problemas es que la mayoría de las personas que han sufrido este tipo de torturas o abusos no saben que lo que están viviendo son efectivamente terapias de conversión, porque no se promocionan de forma abierta y estos centros no se dedican exclusivamente a estas prácticas, por lo que estos datos podrían ser mucho más alarmantes”, explica Juan Felipe Rivas, de la ONG Colombia Diversa.
En Colombia, estas mal llamadas “terapias” —pues carecen de todos los certificados de las instituciones psicológicas oficiales que permitan considerarlas como tal— son legales. Esto quiere decir que, a ojos de la ley tratar de forzar la orientación sexual de una persona a través de oscuros rituales de carácter místico, utilizando la fuerza física, amenazando o maltratando no es constitutivo de delito.
Desde la organización internacional All Out han lanzado una campaña que ha recaudado 48.000 firmas pidiendo la prohibición de estas prácticas. Este martes, el partido de centro Alianza Verde, de la mano del congresista Mauricio Toro, llevó al Congreso de Colombia un proyecto de ley que busca proteger a las personas LGTBIQ de caer en una terapia de conversión: “Proponemos prohibirlas en Colombia, tal como se ha hecho en Francia, Canadá, Chile y Ecuador, entre otros. Esto es un mandato, no solo por los 40.000 ciudadanos que firmaron, sino por los cientos de personas diversas, para que no tengan miedo porque no hay nada que curar”.
El proyecto de ley prohíbe explícitamente que cualquier persona ofrezca, publicite y practique una de estas terapias, así como buscar lucro con ellas. Además, prohíbe que se destinen fondos públicos para la práctica y promoción de las mismas. Alberto de Belaunde, portavoz de OutRight International, explica que se han fijado en las experiencias en Ecuador y Argentina para elaborar el proyecto de ley. El gerente de campañas para América Latina en All Out, Andrés Forero Ordóñez, denuncia que las terapias de conversión son una forma de tortura. “Lo mínimo que los Gobiernos deberían hacer es prohibirlas y castigar a quienes las ejerzan. Son prácticas que se basan en la idea completamente equivocada de que estas personas están enfermas”.
La vicepresidenta del Colegio colombiano de psicólogos, Blanca Ballesteros, explica que los pensamientos suicidas, la depresión y la ansiedad son solo algunas de las muchas consecuencias que estos procesos dejan a las víctimas.
Para Danne Aro, directora de la Fundación GAAT (Grupo de Acción y Apoyo a Personas Trans), una de las barreras más grandes al hablar de este tipo de terapias es que están muy normalizadas. “Las contamos como anécdotas entre amigos, pero cuando lo piensas, en realidad es muy grave porque han intentado convertir a alguien en algo que no es. En mi caso, me negaron la posibilidad de tener un vínculo espiritual”, explica Aro, que fue incluida por sus padres en un programa de terapia de conversión cuando estos se enteraron de que era una mujer trans.
Ahora, tras un largo proceso de sanación y horas y horas de charlas informativas con quienes tiene más cerca, Aro ya logra hablar de esto con su familia con cierta normalidad. “Hoy recuerdan que cuando me llevaron allí, me hicieron un exorcismo”, dice.
La experiencia fue particularmente traumática: “Me hicieron exámenes de todo tipo para encontrar qué era lo que estaba mal en mí. Revisaron mis cargas hormonales y me preguntaron si me habían violado cuando era pequeña. Incluso en algunos centros religiosos me hicieron exorcismos y procesos de sanación para eliminar la influencia que me hacía ser diferente o una persona con una orientación sexual no heterosexual”.
Cuando Sergio tenía 14 años le pasó lo mismo. Sus padres lo llevaron a un psicólogo cristiano que le preguntó si alguien lo había violado cuando era niño. No era su caso, pero se trata de una pregunta recurrente en este tipo de sesiones. Sergio recuerda que el psicólogo le dijo que sus padres estaban dispuestos a internarlo si él no aceptaba la terapia: “Vas a tener terapias de electrochoques. Te van a mostrar fotos de hombres desnudos y te van a dar choques hasta que tu cuerpo acepte que eso no es normal, que a ti no te pueden gustar”. Como en muchos otros casos, aterrado ante la posibilidad de que sus padres lo pudieran pasar mal por su culpa, aceptó entrar en la terapia de conversión.
A Óscar no solo lo obligaron a convertirse sino que se transformó en el líder de la comunidad cristiana en donde estaba para convertir a otros hombres como él. “Mi pastor me dijo un día que había tenido una revelación de Dios y que sabía que yo era homosexual. Después me enteré de que fueron otros asistentes a la misa los que le contaron”. El pastor le ofreció ir a un lugar en donde hacían terapias de conversión a los 15 años: “Acepté porque me dejé convencer de que había algo malo en mí y estaba cometiendo un pecado”.
Fue a un curso llamado Aguas vivas en donde al final lo certificaron como una persona exgay. “A partir de ahí, yo mismo empecé a dirigir ese curso. Les dije a decenas de hombres como yo que eran unos pecadores”. Les hacía confesarse y aceptar que alguien había abusado de ellos para justificar su homosexualidad, para encontrar una justificación. “Me impuse una terapia de conversión, y después traté de hacer lo mismo con los demás”. Óscar se convirtió en un guía implacable: “Los obligaba a dejar el sexo y la masturbación, y si tenían sueños homoeróticos, los castigaba”. Con ello, aspiraba a que recorrieran su mismo camino para conseguir lo que en su día lograron con él, que la culpa pudiera con el deseo.
Para su congregación, la transformación de Óscar nunca fue suficiente. Su confianza en la comunidad se empezó a resquebrajar cuando lo amenazaron con echarlo de la misma después de asistir, como parte de su trabajo en la Alcaldía de Medellín, a una marcha en favor de los derechos LGTBIQ. Después, tuvo que hacer una lista de las personas con las que había tenido relaciones sexuales para pedirles perdón. Según su pastor, aquella era una práctica restaurativa. Pero, poco a poco, Óscar se fue sintiendo cada vez más alejado de aquel hombre. Tras cinco años, abandonó su comunidad. Lo hizo arrepentido. Por el daño que se había causado a sí mismo y por el que le hizo a otros hombres.