ABC (España), Mariano Cebrián, 7.02.2022
«Trabajo como psicoterapeuta y psicólogo clínico y jurídico. Tengo mi consulta privada en Ciudad Real y, excepcionalmente, también puedo desplazarme a domicilio». Esto es lo que se puede leer aún en el perfil de LinkedIn de Pedro Julio Merino Cejudo. Hubo un tiempo en el que este profesional de la Psicología tenía una reputación. Los medios de comunicación locales lo tenían como colaborador y la administración contaba con él para dar charlas en bibliotecas y colegios para jóvenes. Ahora, una sentencia del Tribunal Supremo le ha condenado a 17 años y medio de cárcel por abusos a menores. «Algunas veces, aunque la Justicia es lenta, también es justa», afirma la representante de las familias, Concepción Marín.
Dos familias pusieron toda su confianza en él para tratar trastornos conductuales de dos de sus hijas, pero fue el inicio de una pesadilla.
Casi seis años después de todo ello, «por fin se ha hecho justicia», asegura la abogada. Las jóvenes siguen en tratamiento psicológico y psiquiátrico, e incluso llegaron a estar durante un tiempo ingresadas en la Unidad de Hospitalización de Salud Mental Infanto-Juvenil del Hospital de Ciudad Real. «Ahora hay un pequeño alivio, pero uno no puede pasar página de los abusos sexuales incluso aunque se haga justicia», concluye con rotundidad Marín.
Años sin salir a la calle por las secuelas
Durante todo este tiempo se han encontrado al psicólogo en alguna ocasión por la calle, puesto que estaba en libertad con medidas cautelares y una orden de alejamiento. «Me decían que no sabían cómo iban a reaccionar y me llamaban cada dos por tres para preguntarme cómo iba el proceso judicial y, aunque eran pacientes, los nervios podían muchas veces con ellos», recuerda la abogada.
Algo que corrobora una de las madres de las víctimas, la mayor de ellas, que cuando sucedieron los hechos tenía 12 años y ahora está a punto de cumplir los 18. Su progenitora cuenta a ABC que su hija «estuvo al borde del suicidio, pero gracias a Dios, a base de mucho tesón y de mucha terapia, va a salir adelante». Eso sí, ha sido y es una «carrera de obstáculos» en la que han tenido que ponerse de nuevo en manos de profesionales de la Psicología, que al principio tuvieron que ser mujeres porque, según reconoce, su hija desconfiaba de los hombres.
El olor fuerte de la colonia de hombre pone en alerta enseguida a la otra de las víctimas, que cuando sufrió los abusos sexuales tenía 11 años y en marzo cumplirá 17. «Debido a las secuelas psicológicas, se ha tirado sin salir a la calle durante años y ha tenido varios ataques de ansiedad y de pánico en el centro escolar», relata su madre, que incluso llega a decir que la niña se negaba a quedarse a solas con su abuelo.
Las sesiones de Merino Cejudo se desarrollaban siempre de la misma manera, y se iniciaban con una entrevista conjunta de la madre y la hija, tras la cual el condenado se quedaba a solas con la menor en la consulta. Era en ese momento cuando usaba la terapia hipnótica y cometía los abusos.
Al terminar la sesión, según informó en su momento la Fiscalía, el psicólogo conminaba a las niñas a que mantuvieran en secreto lo ocurrido en su despacho y que no se lo contaran a sus progenitores, llegando incluso a hacerles regalos para convencerlas, como un teclado o una visita a un centro de recuperación de animales.
Llantos de alivio después de la condena
Desoyendo sus advertencias, las menores contaron a sus padres lo sucedido y fue entonces cuando se inició un largo proceso judicial que acaba de terminar ahora con la sentencia del Tribunal Supremo. Fue el pasado viernes cuando la abogada de las familias recibió la notificación de la misma y, aunque ya eran las once de la noche, no dudó en llamar por teléfono para darles la buena nueva.
El llanto se desató en las casas de unas familias que, después de casi seis años de sufrimiento, pueden respirar con algo de alivio, pese a las secuelas psicológicas que estos hechos dejaron a las dos jóvenes. Solo queda esperar que en breve se ejecute la sentencia del Alto Tribunal.
«Esto es lo más parecido al infierno que hemos vivido», expresan ambas progenitoras, que creen que «no hay mayor daño que un padre pueda sufrir que el sufrimiento de un hijo». Aun así, no piden venganza porque, según dicen, «ese sentimiento nos envenena a todos y no queremos que nuestras hijas crezcan odiando, pero sí que es necesaria la justicia para intentar cerrar heridas». En lo que sí hacen hincapié es en la concienciación de la sociedad: «Es muy importante educar a los niños para que hablen sin miedo con sus padres y les cuenten cualquier experiencia de este tipo u otros con el fin de que monstruos como éste no salgan impunes».