Wonderland: una comunidad secreta liderada por mujeres que toman ayahuasca y marihuana en rituales

Por |2022-02-21T09:24:27+01:0017 febrero, 2022|Miscelánea|

ElDiario (España), Pol Pareja, 17.02.2022

En una pequeña ermita situada a casi 1.000 metros de altitud y aislada de la civilización, un grupo de personas se reúne cada mañana, al salir el sol, y cada tarde, en el ocaso. En completo silencio, encienden un porro de marihuana. Una anciana preside la ceremonia. Cada uno le da tres caladas y se lo pasa al de al lado mientras le rezan a la Moreneta (la virgen de Montserrat) y cantan el Virolai, una canción dedicada a esta figura y convertida en símbolo patriótico y espiritual de los catalanes.

Son integrantes de Wonderland (El país de las maravillas, en su traducción), una discreta comunidad liderada por mujeres y formada por unas 200 personas que viven repartidas en distintos puntos aislados de Catalunya. Desde hace 30 años, aúnan ritos chamánicos con tradiciones litúrgicas catalanas y forman una red de personas que ellos llaman “tribu” a pesar de que no viven todos en el mismo sitio.

A los miembros de esta comunidad les une la relación con una abuela de 70 años, llamada “la iaia” y considerada la líder espiritual del grupo. También comparten un estilo de vida que defiende alejarse de las ciudades y reconectar con la naturaleza. Todos ellos consumen periódicamente, en diversas ceremonias y rituales, plantas enteógenas como la ayahuasca, la marihuana, el peyote o el San Pedro.

La comunidad y sus usos no han sido documentados en todo este tiempo. Recientemente, la antropóloga eslovena Maja Kohek convivió con ellos durante un año para elaborar su tesis doctoral en la Universitat Rovira i Virgili, centrada en el uso comunitario de plantas psicoactivas en este grupo.

“Veo a la comunidad como una especie de indígenas de Catalunya”, señala esta antropóloga. “Están recuperando conocimientos prácticamente desaparecidos y lo mezclan con tradiciones de otras culturas”. Wonderland tiene incluso una bandera propia: es transparente. Según sus miembros, representa la unión entre culturas.

Desde el pasado diciembre, elDiario.es ha podido visitar en diversas ocasiones los lugares en los que viven y se reúnen los miembros de esta comunidad. También ha entrevistado a media docena de sus integrantes. Los perfiles son de todo tipo: hay profesionales liberales, jubilados con pensión y también gente que vive en la montaña de manera prácticamente autosuficiente. La mayoría, un 70%, son mujeres.

También hay familias con niños pequeños, que aceptan y conocen la existencia de todas estas plantas que consumen sus padres. La mayoría de ellos acude a escuelas basadas en pedagogías alternativas en entornos rurales. Algunos padres de la comunidad, sin embargo, han optado por educar a sus hijos en casa.

Una abuela que lidera el grupo

“La iaia” vive en una casa aislada en la cima de una montaña. Para llegar se debe conducir durante más de media hora por una escarpada pista de tierra llena de curvas y piedras. La masía está elevada a casi 1.000 metros de altitud y preside un valle lleno de corzos y riachuelos. La chimenea, humeante en una plomiza mañana de diciembre, indica que hay alguien dentro.

“Adelante”, dice una voz femenina desde el interior.

Una anciana recibe frente al fuego. Tras saludar con un largo y caluroso abrazo, exige que ni se revele su nombre real ni el sitio en el que estamos. “En el reportaje pon que me llamo Estela”, solicita mientras sorbe una infusión de romero. El resto de mujeres entrevistadas también lo ha hecho bajo anonimato.

Estela es alta y lleva su largo pelo blanco recogido con una trenza. Unas orejeras de forro polar la protegen del frío que hace incluso dentro de la casa, donde no hay agua corriente ni apenas luz (solo algunas lámparas alimentadas con placas solares). En el salón la acompaña uno de sus hijos, de unos 30 años, y otro hombre, que a los pocos minutos se irá de la estancia.

“Wonderland es algo espontáneo, no hay ni estructura ni reglas”, señala mientras prepara otra infusión. “Es como una red, como un pueblo. Es una manera tribal de vivir”. Estela define este grupo como una “tribu descentralizada”, repartida por distintos puntos aislados de Catalunya. “Ya no vivimos todos juntos, pero el modelo es el mismo”, añade. “Estamos todos en contacto, nos reunimos para celebrar rituales y nos ayudamos en lo que haga falta”.

Todo empezó cuando, a principios de los 90, Estela se vino a vivir a esta casa semiabandonada con cuatro mujeres más y seis de sus hijos. En la zona las tacharon de brujas, las acusaron de practicar magia negra e incluso de formar parte de una secta. Fueron arreglando paulatinamente la casa y, con el boca a boca, se fue formando una comunidad de gente que venía a pasar unos días a la masía a cambio de ayudar en su reconstrucción.

Aquí acaban, desde hace décadas, muchos jóvenes con problemas de adicciones o que quieren realizar un cambio en su vida. “Trabajan la tierra, están al aire libre y se sienten útiles”, explica esta anciana. “Hay un trabajo espiritual que les ayuda a sanarse y si quieren conseguir alguna droga sintética están muy aislados, tienen que caminar seis horas”.

Una premisa rige desde hace décadas la vida de Estela: no le puede decir que no a nadie. Cualquiera que llegue hasta su casa puede quedarse sin pagar nada, siempre y cuando ayude con el huerto y las tareas domésticas. “Yo siempre les acepto, aquí se comparte todo lo que tenemos. Pero en función de cómo sean se encontrarán a una iaia o a otra”.

Esta abuela –en ocasiones locuaz y simpática, en otras parca y seca– reniega del papel de líder de la comunidad. “Aquí no hay líderes, cada uno hace lo que quiere”, refunfuña. El resto de mujeres entrevistadas en los últimos meses opina lo contrario. “Es la iaia de todos”, explica semanas después Marta, seudónimo de otra mujer que forma parte de la comunidad. “Si Estela toca el silbato, todas volamos a reunirnos con ella”, añade otra.

La casa está llena de motivos religiosos y pequeños altares en los que conviven figuras de la Moreneta con motivos budistas. La cocina recuerda a la de una casa de colonias, con ollas de gran tamaño y carteles que indican que se debe dejar limpia una vez usada. En una puerta de madera hay grabada una hoja de marihuana. No hay relojes en ninguna habitación, solo un calendario de siembra lunar.

«Esto es un convento del siglo XXI», comenta la abuela, que explica que lleva décadas tomando ayahuasca cada quince días. «Aquí rezamos todo el día». Al preguntarle cuánta gente hay en la casa, responde que no tiene ni idea. «Nunca somos un número fijo, podemos ser cuatro o cinco o trece o catorce», apunta. «Depende del día».

Los ritos de Wonderland

Los miembros de esta comunidad hablan con reverencia de las plantas enteógenas. Durante las entrevistas, todos se refieren a la ayahuasca como “la planta” o “la medicina” y a la marihuana la llaman “Santa María”.

“Para mí la ayahuasca y la Santa María son mi vida, me dicen todo lo que tengo que hacer”, explicaba durante una mañana de febrero Sofía, seudónimo de una mujer de 46 años que conduce varias ceremonias y vive en otra masía aislada en el monte junto a una docena de personas.

Sofía enseña durante un paseo la inmensa finca que rodea su casa. Hay varias tiendas de campaña, de estilo mongol, en las que se hacen rituales. Los aledaños de la casa están llenos de animales –pavos, perros, ocas, gallinas– que campan en libertad.

Sofía también muestra un gran invernadero lleno de plantas que ella considera medicinales. “Cultivamos nuestra propia medicina”, apunta mientras pasea por su interior. En casi cualquier lugar de la casa hay algún joven faenando. Todos han venido a vivir y a trabajar en la masía durante un tiempo a cambio de comida y cama.

Las mujeres de la comunidad participan en diversas ceremonias de manera regular, casi todas ellas bajo los efectos de alguna planta. Hay ritos tomados de otras culturas, como la ceremonia del temazcal o las sesiones de ayahuasca. Otros, sin embargo, son rituales genuinos inventados por este grupo o bien adaptaciones “catalanizadas” de otras costumbres.

Es el caso de la ceremonia Santa María, el ritual que se celebra cada mañana y cada tarde en una alejada ermita en medio de la montaña. Reunidos en semicírculo, los participantes comparten un gran porro. Antes de pasarlo, cada uno da tres caladas: una por el sol, otra por la luna, y otra por las estrellas.

Estela ha adaptado este rito, originario del culto del Santo Daime en Brasil, con nuevos cantos. En Wonderland se reza a la Moreneta, se canta el Virolai y también se pronuncia una versión adaptada del Padre nuestro con referencias a la marihuana.

La ermita, donde caben apenas una docena de personas, está muy bien cuidada. Un par de estufas –una de leña, otra de gas– mantienen la temperatura del lugar. Junto a la pared hay almohadas para que los participantes estén cómodos. En cada esquina hay pequeños altares con flores, velas y figuras de la Moreneta, mezcladas con simbología hindú, budista e incluso de una diosa griega. En medio de la estancia, un altar de piedra con otra figura de la virgen de Montserrat preside el lugar.

“Nos reunimos, meditamos y arrancamos el día con otra energía”, describe Estela. “Al final del día lo volvemos a hacer para cerrar la jornada y reflexionar sobre cómo hemos estado o  si nos hemos peleado con algún otro miembro del grupo”.

Otra ceremonia genuina de Wonderland, cuatro veces al año, es la llamada Navegación Mariana. Consiste en aislarse durante cuatro días en un bosque, sin comida ni bebida, en un pequeño perímetro marcado por un hilo del que no se puede salir excepto en caso de emergencia. No se pueden llevar ni utensilios ni linternas ni nada que pueda distraer la atención. El tercer día, después de 72 horas de ayuno, se suministra a los participantes una bebida con marihuana, cardamomo, pimienta negra, almendras y clavero.

Los rituales de este grupo también incluyen el Retiro de Luna –un retiro solo para mujeres de una semana en el bosque–, la Búsqueda de visión –similar a la Navegación Mariana, donde a veces se toman otras plantas– y la Danza del Sol, que consiste en pasarse cuatro días y cuatro noches sin parar de bailar.

Visto desde fuera, resulta tentador suponer que lo que realmente quieren los integrantes de esta comunidad es pasarse el día colocados. No es exactamente así. Fumar cannabis fuera de los rituales, por ejemplo, está mal visto. Lo mismo ocurre con las otras plantas. Para ellos, estas sustancias no son para pasarlo bien sino para celebrar ritos marcados en el calendario.

“Las plantas para nosotros son sagradas, aquí no permitimos que alguien se pase el día fumando porros”, apunta Estela durante la conversación en su casa. “Quien no comprende el uso que hacemos de las plantas no puede estar aquí”.

Una de las conclusiones de la tesis de Kohek, la antropóloga que vivió con ellos durante un año, es que el uso controlado de estas sustancias en rituales, con conciencia y conocimiento de lo que toman, supone una vía de reducción de riesgos para los usuarios de plantas psicoactivas. “No ví efectos adversos ni personas que hubiesen desarrollado ninguna adicción a estas plantas”, explica esta experta. “En todo momento hay alguien controlando las ceremonias y guiando el consumo, no es una comunidad desordenada en la que todo el mundo se coloca constantemente”.

Peregrinajes a Montserrat

Desde 2017, los miembros de Wonderland también peregrinan cada año durante 10 días a Montserrat en una marcha en la que se consumen psicoactivos por la mañana antes de caminar. Después de la ceremonía de Santa María, los participantes ingieren una cucharada de ayahuasca antes de iniciar la marcha. Algunos días se camina en silencio, otros se cantan canciones. Estela lidera el grupo de caminantes, que algunos años ha reunido a hasta 30 personas, con un estandarte de la virgen de Montserrat.

“La gente flipaba con nosotras”, comenta Marta, 39 años, que ha participado en algunas de estas caminatas. “Recuerdo llegar a la plaza mayor de Vic con todo el grupo, con el estandarte de la Moreneta, se pensaban que estábamos locas”.

Las mujeres entrevistadas describen el peregrinaje como una “ceremonia en movimiento” que surgió durante los momentos álgidos del procés. “No es que en Wonderland seamos independentistas, simplemente queríamos pedirle al abad de Montserrat que liberase a la Moreneta como símbolo de paz, para ver si se acababa la división”, argumenta Estela.

Una vez en Montserrat, los peregrinos hacen una danza y solicitan al abad del monasterio que libere a la virgen. De momento, la Iglesia no ha atendido a sus reclamaciones. “Ya me conocen en Montserrat”, apunta la anciana Estela. “Pero me dijeron que no todos los monjes estaban de acuerdo”

Según Kohek, la antropóloga, la fijación de este grupo con la Moreneta no responde en ningún caso a la fe católica. “Para ellos es un símbolo de paz y de empoderamiento femenino”, explica. “Al venir de una tradición católica a nivel cultural, es comprensible y habitual que se adopten estos símbolos para canalizar la espiritualidad”.

La experiencia de la antropóloga

Kohek también participó en uno de estos peregrinajes a Montserrat y en todo tipo de ritos. Durante el periodo que convivió con la comunidad para elaborar su tesis, llevó a cabo lo que se conoce como “observación participante”: un método de investigación que consiste en participar activamente en las actividades del grupo al que se está estudiando.

La antropóloga formó parte de todas las ceremonias que pudo. Estuvo en los peregrinajes, en los retiros en el bosque y en los rituales diarios. Consumió en cada momento lo mismo que el resto de miembros de Wonderland. “Nunca había trabajado así”, señala, recordando un día en que intentó conducir una entrevista para su tesis bajo los efectos de la ayahuasca. “Al final asumí que debía tomar notas de todo una vez acabada la sesión, porque si no era imposible”.

Kohek era la primera académica que estudiaba el grupo. Al llegar, generó ciertas suspicacias. “Al principio desconfiábamos, se nos hacía raro tener a alguien al lado apuntando cosas en una libreta”, explica Clara, seudónimo de otra de las mujeres que forman parte de la comunidad. “Pero con el tiempo se convirtió en una más”. La antropóloga recuerda que le costó integrarse a su llegada, cuando todavía no hablaba demasiado bien español. “En algunos momentos me preguntaba qué hacía ahí”, rememora. “No tenía claro si podría sacar una tesis doctoral de todo lo que estaba viviendo”.

Tras un año en Wonderland, la antropóloga admite que ella también experimentó un cambio personal. Por ejemplo, cuenta que dejó de fumar tabaco y cannabis después de años siendo una consumidora habitual. “Todavía me pregunto qué pasó conmigo”, señalaba en diciembre. “Debo admitir que mi visión del mundo ha cambiado después de la experiencia”.

El liderazgo femenino

Las mujeres que lideran esta comunidad parecen nadar a contracorriente de las tendencias actuales en el mundillo de las plantas psicoactivas. En primer lugar, porque las ceremonias no están lideradas por chamanes masculinos como en la mayoría de ocasiones.

“Los hombres han tenido una posición de poder en demasiadas ocasiones en este sector”, analiza Sofía, que desde hace un tiempo juega un papel determinante como conductora de rituales con plantas. “Yo le he tenido que parar los pies a varios chamanes con los que tenía una alianza y compromiso espiritual”. Sofía añade que, con el tiempo, en Wonderland han creado “un poderío de mujeres” que se ha acabado convirtiendo en algo muy valioso y original.

“Es cierto que son las mujeres las que mandan y quienes han levantado estas casas”, señala la antropóloga Kohek. “Pero en ningún momento describiría lo que ocurre en la comunidad como una competición entre géneros o que se haya creado en contraposición al hombre”.

Otras entrevistadas le quitan hierro al hecho de que sean las mujeres las líderes de la comunidad. “Creo que es circunstancial”, explica Marta. “Lo relevante no es que Estela sea una mujer sino su experiencia y energía… Si hubiese sido un abuelo catalán, hubiese tenido la misma ascendencia”.

El otro factor que diferencia a esta comunidad es la ausencia de ambición económica en los rituales con plantas. Las sesiones de ayahuasca están cada vez más mercantilizadas –se llega a cobrar más de 600 euros por una– en retiros en los que se intenta obtener el máximo dinero de los asistentes vendiéndoles todo tipo de sustancias alternativas.

Cuando Estela celebra uno de sus ritos o retiros, solo pide a los asistentes que pongan su voluntad en una pequeña hucha. “No se le puede poner precio a la espiritualidad”, señala la anciana. “Se está desvirtuando todo, quien juega a hacerse rico con esto lo acabará pagando”.

Estela recuerda que ni se publicita en las redes ni trata de sumar nuevos miembros para Wonderland. Quienes forman parte del grupo son personas que en algún momento u otro han acabado pasando unos días en su casa. Tras la experiencia, han decidido buscar una manera alternativa de vivir.

“Aquí no hay ninguna doctrina ni normas, es una cosa que funciona sola. Tampoco le decimos a nadie que le va a ir bien vivir como nosotros”, apunta Estela ante una gran chimenea situada en el suelo de su salón, “si quieres entenderlo deberías venir y vivir aquí con nosotras un tiempo”.

“Yo soy simplemente la ‘iaia’ de todos… entiéndelo como quieras”, remacha para concluir la conversación. Al acabar la entrevista –la primera que concede a un medio de comunicación–, la mujer despliega una petición. “Por favor, en el texto no pongas que soy una jubilada. Mejor defíneme como jubilosa”.

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