Tiempo de San Juan (Argentina), Walter Vilca, 3.05.2020

Era un secreto lo que sucedía en esa finca de Pocito. En apariencia se trataba de una cooperativa agrícola y comercial, pero también allí funcionaba algo tan misterioso y oculto que se asemejaba a una secta. Un grupo religioso conformado por nueve familias sometidas por un líder espiritual, que bajo falsos mandamientos bíblicos y contactos sobrenaturales manipulaba a todos y cuya perversión llegó al extremo de promover el sexo entre sus integrantes y miembros de una misma familia. Un sujeto abominable que, entre esas aberraciones, llegó a prostituir su propia esposa y a violar a la propia hija.

La aterradora historia se conoció en la década del 90 y quedaron muchos interrogantes por revelar. Secretos que seguramente guardaron los miembros de la llamada “Comunidad San Sebastián”, que nunca se sabrán y que la justicia de San Juan no pudo comprobar. “El Gringo” o “Juan Carlos”, como apodaban a U.D. –no se da su identidad para preservar a las víctimas-, igual pagó con la cárcel parte de los delitos que cometió, pero tras su sombra perduran relatos de los más increíbles.

No se sabe cuándo y cómo empezó todo esto. “Juan Carlos” era un empleado de correo, casado y con hijas pequeñas. Un hombre supuestamente muy normal, que vivía con su familia en un populoso barrio de Rawson, pero que cargaba en su ser esas desviaciones sexuales. Su ex esposa declaró mucho tiempo después que, en aquel entonces cuando éste trabajaba en la sucursal del correo de Sarmiento, la hacía ir a esa oficina y la obligaba a tener relaciones con conocidos suyos en su presencia. A veces por dinero u otras a cambio de favores personales.

Ella misma relató que el sujeto la maltrataba y que, si se negaba hacer lo que mandaba, la golpeaba. Que no tenía límites, que la prostituía hasta en la calle. Que al menos en dos ocasiones le ordenó trasladarse a la Plaza 25 de Mayo, en el centro sanjuanino, para encontrarse con clientes a los que debía complacer sexualmente.

Nunca nadie explicó y la justicia tampoco indagó demasiado de cómo surgió y se formó la “Comunidad San Sebastián” o esa especie de cooperativa llamada “Los Amigos” a principio de los 90. Juan Carlos trabajó hasta 1993 en el correo, pero dejó todo para dedicarse a ese proyecto comunitario en Pocito. Quizás esas 9 parejas o matrimonios y sus 19 hijos buscaban un mejor porvenir cuando se asentaron en la finca “El Tambo”, en callejón Del Medio, entre las calles 13 y 14.

Los relatos señalan que los adultos y los niños trabajaban a la par en los cultivos y la granja. Tan próspero fue el emprendimiento que abrieron negocios, como un autoservicio y un comedor en Rawson. En teoría era una sociedad en la que todos eran dueños y empleados a la vez, pero la realidad indicaba que Juan Carlos y un amigo suyo, que además era vecino de su barrio, administraban las ganancias. Al resto le daban lo justo para subsistir y prácticamente estaban sumidos a la servidumbre, según un testimonio en la causa.

La mentira del “profeta”

Pero algo más había. Juan Carlos se había convertido en el mandamás y líder espiritual de la comunidad. Aquel era un grupo unido por la religión, pero a un nivel de casi de una secta dentro de la cual este hombre se erigía en pastor y mensajero de una inexistente cofradía a la que llamaba JAS (Juventud de Ayuda Social). Un delirante que daba órdenes y amenazaba que aquel que desobedeciera recibiría duros castigos del más allá.

Puertas afueras de esa finca parecía todo normal, nadie sabía que en el interior de esa pequeña comunidad oraban, rendían cultos a santos católicos y seguían a raja tabla los designios de Juan Carlos. Un extraño personaje que en sus ritos juraba que mantenía contactos sobrenaturales con los integrantes de la “JAS” y que ellos se reencarnaban en él. Según declararon las víctimas, el supuesto líder cambiaba la voz y decía que hablaba en nombre de un tal Jorge, de un Héctor o de una “señora Luisa”, incluso en alguna oportunidad alegó que Jesús se posaba en su cuerpo. En ocasiones ponía un medallón en su frente, pronunciaba sus reflexiones con tono español y en lengua italiana. Su poder y su locura era tal que, entre esos sermones y supuestos mensajes bíblicos, instaba supuestamente a tener relaciones sexuales entre los miembros de la comunidad, entre padres e hijos y entre hermanos.

Un adolescente, hijo del socio de Juan Carlos, lo confirmó años más tarde al momento de declarar como testigo en la causa judicial. Ese jovencito contó todo eso. Además, aseguró que el jefe de la comunidad, con el verso de “la preparación”, lo obligó a tener sexo con la ex concubina de éste –que también participaba de la comunidad-, con sus propias hermanas y otras tres mujeres mayores. Tenía 14 o 15 años, recordó, y la excusa era que eso le sacaría los males o “saladuras”. Relató que hasta le propuso que se acostara con su madre, lo que no aceptó. Y que era sabido por todos que Juan Carlos mantenía encuentros sexuales con las parejas de los otros hombres.

La madre de uno de los hombres recluidos ahí, declaró en la investigación que todo era hermético en ese grupo, que su hijo cambió por completo desde que ingresó a la comunidad y temía por la suerte de sus nietos.

Jamás salió a la luz todo lo que realmente pasaba adentro de esa finca y las supuestas aberraciones que se cometían en nombre de su religión. Parte de esa tenebrosa historia se puso al descubierto a finales de 1996 tras la muerte de la beba de 10 meses de la hija de Juan Carlos. Esa criatura había nacido con serias deformaciones. El pediatra que la atendió en el Hospital Rawson llegó a la conclusión que sus males eran producto de un síndrome genético y que se daba en casos de incesto. Ese médico consiguió que la chica le contará la verdad. Así supieron que el padre de esa niña fallecida era el propio progenitor de la joven mamá, entonces la convenció que radicara la denuncia en la fiscalía de turno.

La denuncia de su hija

La chica detalló que su papá, primero, intentó convencerla que era una acción divina entregarse a él y un mandato religioso y de placer el tener relaciones sexuales entre familiares. Que luego le pidió que se acostara con él porque tenía dolores estomacales. Y que como vio que no podía doblegar su voluntad, directamente sacó un revólver, amenazó con asesinarla y la violó. En su testimonio expresó que le tenía miedo a raíz de que las golpizas eran una práctica habitual en su vida.

La acompañó su madre, que en esa época ya estaba separada del supuesto líder religioso. Esa mujer también relató las penurias que vivió con este hombre y las veces que tuvo que prostituirse obligada por él o entregarse como una esclava sexual en la finca. La humillación era tal que el sujeto condicionaba a ella y a sus hijos a vivir bajo el mismo techo con la nueva concubina, una joven que tenía más hijos para él, en la casa que tenían en Rawson.

Los dichos sorprendieron a los funcionarios judiciales, que dieron intervención al juez Agustín Lanciani y así se abrió una investigación en el Segundo Juzgado de Instrucción. Paralelamente, recibieron la denuncia de una integrante de la comunidad. Una mujer que por esos días se quebró y buscó ayuda recurriendo al párroco de Pocito, el padre Jorge Harica. Esa señora encontró al cura en una escuela y le contó asustada que estaban contra su voluntad en esa finca, que un hombre las dominaba psicológicamente y sucedían cosas extrañas en referencia a cuestiones religiosas y sexuales. Esta supuesta víctima declaró todo esto en tribunales, pero a los meses se desdijo para salvar a su familia. Su marido era el principal socio del acusado.

A principio de 1997, el juez Lanciani ordenó la detención del supuesto líder religioso. Los policías que concretaron el procedimiento en la finca “El Tambo”, no salían de su asombro. Retrataron la escena describiendo que al momento en que retiraban al sujeto esposado, los otros hombres y mujeres del grupo se arrodillaron a su paso portando imágenes religiosas y juntando sus manos mientras rezaban como si pidieran clemencia por él o despidieran a un Dios.

Caía la mentira y el falso profeta de 43 años acababa entre rejas. Entre fines de marzo y los primeros días de abril de 1999, los jueces Félix Herrero Martín, Mónica Lucero y Juan Carlos Peluc Noguera lo sentaron en el banquillo de los acusados en la Sala II de la Cámara en lo Penal y Correccional. Solo pudieron juzgarlo por el ataque sexual contra la hija y por haber prostituido a la ex concubina. No hubo pruebas o no se investigó a fondo el supuesto sometimiento a la servidumbre, la presunta estafa o los posibles abusos sexuales contra otros miembros. A decir verdad, la mayoría de los integrantes de la comunidad no quisieron declarar contra el acusado. La única mujer que lo denunció, fuera de la hija y la ex esposa, se retractó en el juicio.

En el debate se leyó el testimonio del adolescente, que fue crucial para conocer las perversiones del acusado y respaldar los dichos de las víctimas. Además, declaró el sacerdote y el médico que colaboró para que el caso se denunciara.

El abogado Juan Carlos Juárez tuvo la complicada tarea de defender a U.D., que no mostró arrepentimiento en todo el juicio. Es más, durante su declaración, con total hipocresía reconoció que tuvo relaciones sexuales con su hija, pero aseguró que fue ella quién lo violó y buscó esa situación. Tuvo el cinismo de sentarse frente a frente con la muchacha en un careo para tratar de desvirtuar su denuncia.

El tribunal fue unánime a la hora del veredicto. Pero por más que el fiscal Ricardo Otiñano pidió la pena de 19 años de prisión, los jueces resolvieron condenar al falso líder religioso a 13 años de prisión por los delitos de violación agravada por el vínculo y facilitación y promoción de la prostitución. En el fallo aclararon que no se llegó a comprobar que la comunidad “San Sebastián” haya sido una secta religiosa, que en todo caso el acusado se aprovechó de la ignorancia de sus socios o adeptos para sacar réditos económicos o satisfacer sus deseos sexuales. Por lo demás, giró las actuaciones a un juzgado para que continuara con las investigaciones.

La sociedad en la finca de Pocito supuestamente se disolvió y los seguidores de la comunidad tomaron rumbos distintos. Qué pasó después con su líder, es una incógnita. “El Gringo” o “Juan Carlos” cumplió su condena en el penal de Chimbas y volvió a la calle. En la casa que tenía en Rawson y en la de su vecino y socio dicen, actualmente, que no lo conocen. En la Policía cuentan que le perdieron el rastro y no saben si está vivo o muerto. El único dato que se pudo tener de este hombre de 67 años es que, aparentemente, registra una actividad comercial en algún lugar de la provincia.