La Vanguardia (España), José L. Micó, 27.04.2020

Star TrekDuneBattlestar Galactica… Las producciones de ciencia ficción que incluyen ideas religiosas son abundantes. Sin embargo, la sociedad moderna no ha sabido —o no ha podido o, simplemente, no ha querido— plantar y cuidar estas simientes. Con todo, a medida que se expande el universo virtual, aumentan las posibilidades de que esta situación cambie, porque la conexión espiritual con la tecnología es cada vez mayor, en especial, en tiempos de crisis como los causados por la pandemia del coronavirus.

Para empezar, el culto que se le rinde hoy a lo digital es casi, casi religioso. Movimientos sociales como la Primavera árabe o las reivindicaciones contra la emergencia climática toman la tecnología como una aliada preferente para enfrentarse a la injusticia. Estos fenómenos relegan a un plano secundario las dimensiones legales o económicas. Entienden las innovaciones sobre la comunicación y la obtención y gestión de información, como internet, las redes sociales, los dispositivos móviles, la inteligencia artificial o el aprendizaje automático, como instrumentos que pueden propiciar una transformación necesaria. He aquí otro paralelismo con la reacción frente a la Covid-19.

Esta concepción se asemeja enormemente a la que han tenido fieles de distintas religiones a lo largo de los siglos. El consenso que se construye actualmente a través de la tecnología es amplio y poderoso. Los analistas, entre ellos, Stan Stalnaker, otorgan a las redes sociales la misma función que, en el pasado, tuvieron los predicadores que buscaban sujetos a los que convertir a su fe. Según Stalnaker, fundador y director de estrategia del Hub Culture Group, “hay una gran audiencia solitaria que busca respuestas espirituales”.

Él, que igualmente ocupa la dirección de seguridad de la información en Ven Finance Ltd., no duda en afirmar que el siglo XXI será muy propicio para las religiones de raíz tecnológica. Las estadísticas parecen darle la razón. Por ejemplo, un informe de Cigna revela que la mitad de los estadounidenses se sienten solos “a veces o siempre”. Otro estudio, de PRRI, demuestra que el 18% de los norteamericanos son “espirituales, pero no religiosos”, y siete de cada de diez encuestados, tanto lo uno como lo otro.

En el resto del mundo, la sensación es similar. El 84% de la población mundial se define como “religiosa”, como se destaca en un trabajo del Pew Research Center. El activismo social no es forzosamente religioso, no obstante, a menudo sienta las bases para que los movimientos espirituales se desarrollen sobre sus plataformas: la Web, Twitter, Telegram, herramientas de big data… Además, periódicamente aparecen novedades digitales o desastres, como el que nos ha llevado al confinamiento, que facilitan esta evolución.

Neuralink es un proyecto del empresario Elon Musk para enlazar cerebros humanos y sistemas informáticos con el objetivo de tratar a pacientes con desórdenes neurológicos, pero también para lograr la simbiosis de las personas con la inteligencia artificial. Facebook ha invertido mucho esfuerzo y dinero en crear algoritmos que rastreen la actividad cerebral de los navegantes y la plasmen en palabras. Iniciativas como estas modifican la percepción de los límites entre las máquinas, los individuos y su propósito en la vida. Sea como fuere, ¿puede la tecnología procesar a Dios para que resulte fácilmente comprensible?