El Mundo (España), Javier Caballero, 7.09.2014
Tiene apellido de conquistador extremeño, ADN viajado y mirada tímida. Hace casi dos décadas entroncó su genealogía quechua, gallega y porteña con el misterio del clan Flores. Hubo flashes y persecuciones para la pareja que formaban Carlos Orellana y Rosario, bonaerense-boliviano y madrileño-andaluza.
De aquella fenomenal mixtura nació la pequeña Lola, en octubre de 1996. Eligieron el nombre en honor a la Faraona, que había dejado huérfana a España un año antes. Se amaron locamente, pero se acabó en el 97.
Pinitos como actor, sesiones como modelo… Tras los vaivenes, Orellana encontró su lugar. Ocurrió en Vitoria (Álava), en 2002, cuando contaba 33 años (ahora tiene 45). Se ha refugiado en el frondoso barrio de Lakua. Actualizado, renovado por dentro y por fuera, en su tarjeta de visita figura que es Facilitador/Didacta de biodanza, «una técnica corporal que está creciendo a gran velocidad. Nuestra escuela es pionera en el País Vasco. Buscamos la integración del ser humano con el entorno y con sus semejantes a través de esos movimientos innatos que nos conectan con la vida. La biodanza está basada en la observación de cuando éramos niños. Rescata esos espacios creativos, desbloquea cuerpo y mente».
Este lunes arranca en Vitoria la Semana de la Biodanza en diferentes institutos, Centros Cívicos y gimnasios. El jueves le toca el turno a Carlos, quien trabaja con la tercera edad y con personas que tienen leve discapacidad psíquica a través de la asociación APDEMA. «Es un regalo poder danzar con ellos». Los precios: ocho horas al mes por 45 euros (40 euros al trimestre para mayores). Se dan cita el político, el carnicero, la ama de casa, el desempleado…
No es ésta una disciplina nueva para Orellana. Desde chiquillo ha vivido en casa la energía de la biodanza gracias a las enseñanzas de su tía, la Doctora Ercilia Orellana. Ella fue la que le empujó a mudarse a Vitoria y poner el contador de su vida a cero. «Yo no sé si podré dejar herencia económica, me decía, pero lo que te voy a enseñar lo tendrás para siempre. La biodanza me ha hecho centrarme mucho. Ha habido momentos duros, difíciles y dolorosos, con sombras, pero la vida continúa y sale el sol de nuevo, todo fluye».
Con ecos del ‘hippismo’, el yoga y movimientos pacifistas, la biodanza fue creada por Rolando Toro en la década de los 60. Este antropólogo, poeta y psiquiatra chileno, que murió hace cuatro años, fue su catalizador. «No es un movimiento espiritual, ni orientalista. No hablamos de religión, ni de conceptos filosóficos. Recupera gestos de trascendencia y hace que rompamos con esa educación represiva y llena de prejuicios».
No separa su profesión de la vida personal, ya que su pareja también anda sumergida en la biodanza. Con ella ha tenido otros dos críos, de nueve y cinco años. «Adoro verlos crecer. La vida sin niños debe ser muy aburrida. Ellos participan de la biodanza. Nos dan consignas. Hablan euskera perfecto, yo sólo chapurreo ja, ja, ja».
Prácticamente de la nada apareció Orellana en la escena patria. Aquel romance fue un bombazo. Al comienzo de sus salidas con Rosario hubo algún momento tenso con la prensa, pero la crispación no llegó a mayores. «No podría usar la palabra saturación para catalogar aquella época. Venía de ser padre y del ambiente de felicidad con Rosario. Tampoco es que luego nunca haya querido saber nada de los medios. La biodanza me ha ubicado en un lugar seguro».