Diario de Jerez (España), Francisco Bajarano, 3.03.2014

Una mala noticia para los dados al esoterismo y a los fenómenos paranormales: la telepatía no existe. Parece mentira con el anecdotario existente sobre comunicaciones entre personas distantes por vía misteriosa. Pues, así es. No hay que insistir. Las universidades de medio mundo coinciden en que después de cerca 80 años de experimentos para ver qué podía haber de verdad en la telepatía, han concluido en que no pasa de ser una creencia popularizada de hipótesis paracientíficas. No se ha podido probar ni uno solo de los supuestos mensajes telepáticos. El atractivo de la telepatía ha acabado con ella en cuanto la curiosidad de los científicos ha entrado en su terreno. No soy partidario de quitar consuelos a la gente sencilla, ni las supersticiones siquiera, consideradas pequeñas neurosis de ignorantes, pues todo sirve para sobrellevar la vida.

La telepatía tenía sus días contados desde la invención del teléfono, la radio y la televisión, lo mismo que los aviones dieron un golpe fatal a la bilocación. No es lo mismo: en unas cosas se cree por demostración científica y en otras por fe. El cristianismo combatió las supersticiones y en muchos casos, cuando se dio cuenta de que no había manera de erradicarlas, las cristianizó. El siglo XIX se llenó de soberbia con la ciencia y creímos estar cerca de tener poderes divinos para crear vida humana y comunicarnos con el plano astral. Dar vida al monstruo de Frankenstein era cuestión de poco tiempo y el espiritismo vivió su época dorada. El siglo XX, animado por el socialismo real como nueva religión, creó sus propios misterios parapsicológicos para destruir los misterios eternos. Poco de todo esto ha sobrevivido, salvo como curiosidad.

Para desazón de desamparados, John Gribbin, astrofísico de Cambridge, ha escrito un libro que recomiendo como lectura apasionante: Solos en el Universo. El milagro de la vida en la Tierra, donde expone las pocas posibilidades de que haya vida inteligente en nuestra galaxia. Vida elemental sí, pero nada comparable ni de lejos a una civilización tecnológica. Gribbin cuenta por qué y ha arruinado la esperanza de tantas personas en los extraterrestres: «Estamos solos, y lo mejor es que nos hagamos a la idea.» Pero está la fe y la necesidad humana de creer en algo en su soledad, no importa si es verdad o mentira, y en ese sentido se le augura un buen porvenir a la telepatía, antes de que se la pueda sustituir por otro misterio inocuo.