Terra (Brasil), 5.06.2013
Marco Feliciano sabe que es el diputado evangélico más odiado por los homosexuales en Brasil, y que su ascenso político no sólo a ellos asusta.
Es capaz de reunir una multitud en un templo y llevarla al éxtasis cuando vaticina que un presidente evangélico pentecostal gobernará un día el país con más católicos del mundo.
Es domingo y Feliciano, presidente de la Comisión de Derechos Humanos y Minorías de la Cámara de Diputados (CDHM), desciende de un vehículo oscuro, se fotografía con un niño negro que lo esperaba desde hacía horas y avanza hacia una iglesia de la Asamblea de Dios en Goiania, 200 km al sur de Brasilia.
Antes de entrar al edificio donde lo esperan centenares de fieles, en su mayoría mujeres, Feliciano sonríe y asegura que es un «sobreviviente».
Desde que fue elegido al frente de la CDHM el 7 de marzo, y se convirtió en el político más repudiado por activistas gays, criticado por artistas como Caetano Veloso o el actor de cine Wagner Moura, el protagonista de Tropa de Elite, este pastor se describe como sobreviviente de una campaña que, según él, intentó en vano etiquetarlo como «enemigo número uno de Brasil».
«Ellos terminaron convirtiéndome en celebridad, en el héroe de la familia brasileña por mi lucha contra un solo sector, la militancia gay», dijo Feliciano a la AFP.
A sus 40 años, dejó de ser conocido apenas por los fieles que lo oyen predicar y cantar, y que ahora gritan «¡aleluya!» cuando les pide una muestra del «poder que asusta a Brasil». En sus cultos o en el parlamento, no se distingue el pastor del político.
Hace cinco años fundó su propia iglesia dentro de la Asamblea de Dios, la Catedral del Avivamiento, y en 2010 fue elegido diputado del estado de Sao Paulo por el Partido Social Cristiano, con la mayor votación entre los 73 miembros de la poderosa bancada parlamentaria evangélica.
Pero antes que por su éxito electoral o religioso, Feliciano es reconocido o temido por lo que reitera desde que llegó a la CDHM.
A diario circulan declaraciones suyas contra el matrimonio y la adopción de bebés por parte de personas del mismo sexo, la legalización de la marihuana, o sobre la supuesta maldición bíblica que arrastran los africanos o la existencia de una «dictadura gay».
Los activistas gay «quieren imponer su estilo de vida sobre mí, luchan contra mi libertad de expresión. Me acusan de intolerante, pero he recibido amenazas de muerte», afirma.
Feliciano defiende sin complejos el credo conservador evangélico que representa al 22,2% de la población brasileña (42,3 millones de personas), según el censo de 2010.
En la última década la Iglesia católica perdió millones de fieles en Brasil ante el avance los evangélicos, que además de fuerza política cuentan con medios de comunicación y una extensa red de templos. Los católicos son el 64,6% de la población de más de 190 millones de habitantes, según el censo. En los años 70, el 91,8% de los brasileños era católico.
Para sus críticos, Feliciano, lejos de ser tolerante, es un racista y homófobo que debe renunciar.
«Esta comisión no representa hoy los movimientos minoritarios ni es de derechos humanos, es una comisión de conservadores y religiosos fundamentalistas», dice a la AFP Evaldo Amorim, de la Asociación Brasileña de Lesbianas, Gays, Bisexuales, Travestis y Transexuales.
Las protestas contra Feliciano también son rutinarias. Un día son docenas de jóvenes dentro del Congreso pidiendo su salida y otro parejas homosexuales besándose y acariciándose al paso del diputado.
En el momento más intenso de la polémica por su nombramiento en la CDHM, Feliciano lloró en su oficina. La presión era muy intensa, los políticos le dieron la espalda, en las redes sociales se hablaba pestes de él, y a su despacho entraban llamadas preguntando si era un «sex shop», recuerdan sus asesores.
Pero cuando la AFP lo encontró por primera vez, lucía muy sereno a pesar de que la justicia había autorizado horas antes los casamientos entre homosexuales.
Semanas atrás había recibido el respaldo político para seguir en el cargo, y su prédica convocó a miles en Camboriú, una ciudad del sur de Brasil, donde se escuchó el grito «¡Feliciano me representa!». El diputado pastor volvió entonces a llorar, esta vez de emoción.
«Las manifestaciones contra mí, 40 en total desde el 7 de marzo, no juntaron 5.000 personas. ¿Usted vio a algún padre de familia? Sólo en un culto puedo reunir 100.000 personas», afirma.
Sin perder nunca el tono y las maneras suaves responde a los señalamientos.
¿Es racista? «Mi mamá es negra, mi padrastro es un negro, lo que escribí fue que los negros eran descendientes de un hijo de Noé que fue maldecido. No dije que el negro es maldecido. Además, toda maldición fue rota en la cruz de Cristo. Ya no hay maldición», responde.
Feliciano, de piel blanca, mediana estatura y rasgos gruesos, lleva alisado su cabello «afro», y depiladas las pobladas cejas. ¿Es homófobo? «Jamás, en Brasil ser homófobo es un delito. No tengo prejuicio contra los negros o los homosexuales», indica.
«Lo que rechazo es el acto homosexual», aclara. ¿Y cómo distingue lo uno de lo otro? «Homosexual es la persona que tiene una orientación diferente de la mía, pero que no interfiere en mi vida. El acto homosexual ocurre cuando ese homosexual, enfrente mío, se toca, se besa con su compañero. Lo que hagan en cuatro paredes no me importa».
A Feliciano le gustan las películas de Moura y la música de Caetano, sus críticos más famosos, y replica a los activistas diciendo que él también tiene amigos gays.
Feliciano fue católico hasta los 13 años, incluso sirvió como monaguillo, pero se convirtió al protestantismo pentecostal después de consumir drogas.
En 2004, siendo ya un famoso pastor, conferencista y exitoso empresario, renegó abiertamente de la política, pero después se lanzó al Congreso para luchar contra un proyecto de ley que penaliza con más rigor la homofobia, porque, según él, podría llevar a la cárcel a pastores que citen en público los pasajes de la Biblia que condenan el homosexualismo.
Hoy Feliciano es un político a tiempo completo. Cuando la AFP lo encontró en Goiania, al frente de sus fieles, le pidió a los evangélicos que se movilizaran en defensa de la familia.
Fueron casi tres horas de una prédica intensa en que muchos lloraron, gritaron y saltaron sin reprimirse, y que culminó cuando Feliciano, Biblia en mano, vaticinó que un presidente evangélico, «en la paz de Jesucristo», alcanzaría el poder en Brasil.
«Tengo la intención de crecer políticamente», admite cuando se le pregunta si es el protagonista de su profecía, e incluso comparte la que podría ser su próxima campaña.
«Mi nombre es Feliciano, soy candidato al Senado. Usted me conoce. Yo lucho por la familia, yo quiero defender sus hijos y sus nietos. Si usted está a favor del aborto, no vote por mí, porque yo soy familia».