El País (Uruguay), Sebastián Cabrera, 5.01.2013
Una señora de pelo platinado apoya sus manos en mi cabeza y luego las desliza lentamente por mis brazos y mis piernas. Mientras, eructa sin parar. Me está santiguando. Ella se llama María del Carmen Bosch pero es más conocida como «la curandera gaucha» y dice que nació con el don de curar los «males espirituales». También dice que murió dos veces (y revivió, a los segundos) y que es vidente desde chica. La escena dura unos 45 segundos y, cuando termina de santiguarme, Bosch tiene la sonrisa del debe cumplido. Pero yo no me siento ni mejor ni peor.
Estamos en el living de su casa, una prolija vivienda de paredes exteriores blancas y anaranjadas, en las afueras de la ciudad de Canelones. Un living dominado por una enorme televisión de pantalla plana y donde el único símbolo religioso es un cuadro de Jacinto Vera, el primer obispo católico de Uruguay. La «curandera gaucha» vivió durante muchos años en Montevideo y hace poco regresó a esta, que es su ciudad natal, y ha provocado bastante revuelo en el pueblo. Ahora en verano su jornada de trabajo a veces se extiende hasta eso de las tres de la mañana. Lo de los eructos no es una peculiaridad de Bosch: muchos curanderos lo hacen. De hecho, se supone que -cuando eructa o bosteza- la curandera le está quitando un «mal de ojo» que le hicieron al paciente.
Cada vez hay más gente que consulta a curanderas como Bosch, pero también a paes, maes, tarotistas, a gente que lee la borra del café o que lee el agua, a videntes o -como se le dice popularmente- «brujas».
El sociólogo Néstor Da Costa los define como «proveedores de servicios de anticipación de futuro». Y dice que -en un mundo donde la gente cada vez está más interesada en reducir las incertezas- no solo se recurre más a estos servicios, sino que, además, van cayendo los prejuicios «anti creencias» (ver recuadro en página 8).
Este no es un fenómeno nuevo, existe desde siempre. En 1797, el Protomedicadato del Virreinato del Río de la Plata, autorizó a los curanderos a ejercer en forma legal bajo ciertas condiciones «para alivianar a los habitantes de la campaña», según cuenta el doctor Alejandro Turnes en un documento sobre ejercicio ilegal de la medicina elaborado para el Sindicato Médico del Uruguay (SMU). Y el mismo Turnes dice que el SMU, desde su creación en 1920 y durante esa primera década, hizo «una auténtica cruzada» de la lucha contra el curanderismo.
En los hechos, el fenómeno se hizo algo más oculto durante el siglo XX. Pero ahora es visible (hay programas de tarot en televisión todas las noches, por ejemplo), hay servicios 0900 y la gente ya no tiene vergüenza en decirle a sus amigos que ha recurrido a los servicios de «una bruja». Y hasta lo recomiendan (ver recuadro).
A voluntad
Oscar Cafferatta, el marido de Bosch, es alto, de larga melena negra, camisa desabrochada y un crucifijo colgado en el pecho. Y es algo así como su secretario. Al mediodía, cuando llegué a su casa, fue él quien abrió la puerta y después se sentó en el sillón del living a escuchar la entrevista. A su lado, la hija de ambos, Johana, una jovencita que canta en el grupo de cumbia «Las Pekadoras».
La curandera se preparó para la ocasión, se la ve bastante elegante: lleva varios collares, las uñas y la cara bien pintadas. Su sello personal es un lunar pegado a la nariz. «Trabajo horriblemente, la videncia es agotadora para la mente», se queja Bosch, de 59 años, ni bien se sienta en la mesa. «Siento que Jesús me ubicó en Canelones, porque me necesitaba. Acá hay muchos problemas», dice después.
Sobre la mesa hay un paquete de cigarros y dos celulares. Ella no cobra: es a voluntad, lo cual no quita que la mayor parte de la gente que viene le deje algo de dinero y sobre todo regalos. «Regalos a patadas», dice.
«La gente no es que crea en el curanderismo», reflexiona Bosch, «la pobre gente está atrapada en el curanderismo porque busca soluciones para su vida; quiere mejorar». Su primer videncia, cuenta ella, fue haber anunciado la muerte de su abuela, a los 15 años.
Cuando habla sobre sus supuestos poderes, Bosch no es muy humilde y afirma que «acierto todo». Dice, además, que cura enfermedades, incluso cáncer, solo con santiguados. «A veces a la gente le exijo pavadas, como no mirarse al espejo por ese día», explica, «pero a ellos también los mueve la esperanza de curarse». Cuesta creer que, con unos pases y unos eructos, alguien se cure de un cáncer. Más bien parece imposible. Ello tal vez lo sepa, por eso igual recomienda ir a los médicos.
Bosch sale del living y me lleva a su altar. Recorremos la casa acompañados por el caniche «Panchito», un perrito que ladra como si fuera un doberman. Al fondo, al aire libre, hay una improvisada sala de espera y más atrás está el templo, un pequeño galpón que huele a incienso, donde hay unas cuantas velas y cabezas de ajo. También hay una camilla «para santiguar algo grande», para casos importantes.
«Acá paso muchas horas rezando», dice y mira al altar donde hay una figura grande de Jesucristo y otras más pequeñas de santos, entre ellos San Sebastián, su guía espiritual. También hay rosarios, jarras y botellas de cerveza que suele dejar Cafferatta, vasitos con caña y «whisky del bueno», botellas de sidra, flores y otras ofrendas. Ahí, en el altarcito, Bosch santigua a la fotógrafa y se viene toda esa seguidilla de eructos, que por momentos se parecen al balar de una oveja. Al final le dice que estaba «muy cargada» y que por eso esta vez eructó más. A mí no me lo había dicho. Se ve que no estaba tan cargado.
Vidas pasadas
Los ojos de Alejandro Rivero se abren bien y pone cara casi de éxtasis cuando enciende la computadora y le da play a un video de casi tres horas donde uno de sus «pacientes», como les llama, fue exorcizado hace unos días mediante una hipnosis. Allí, dice, le sacaron un tumor en el oído y unas piedras de la vesícula. También descubrieron que en su cuerpo habitaban dos espíritus de vidas pasadas y los sacaron. Era una prostituta italiana que había muerto de manera trágica y que había estado casada con él, y un enfermero violador y asesino de mujeres. Todo con la ayuda de su padre muerto, que se hizo presente durante la sesión.
Rivero rastrea las vidas pasadas con la hipnosis, pero dice que solo lo hace si es necesario. «Porque si viene un payaso a preguntarme si fue Napoleón Bonaparte en su otra vida, no lo hago», dice, muy serio, en su apartamento en Punta Gorda, donde no hay ningún adorno que remita a la brujería o a lo místico.
«Solo lo hago (las regresiones a vidas pasadas) si hay sufrimiento, si alguien está pasando mal», agrega. Para eso, se ayuda en su «guía espiritual», que sería algo así como un nexo con el más allá. Y dice que ese guía es una energía, un espíritu, una luz, «llamale como quieras».
Rivero no es curandero, se define como hipno terapeuta y psíquico vidente. Pero la definición de curandero de la Real Academia bien podría aplicarse a lo que él hace: aquella persona que «sin ser médico, ejerce prácticas curativas empíricas o rituales». Rivero, de 40 años y licenciado en gramática y literatura en Suiza, dice que puede curar, incluso un tumor.
-Pero si eso fuera así, nadie iría a los médicos.
-No, no, no. Esto es si la luz lo permite. Porque hay ciertas cosas que vos tenés que vivir porque es lo que te tocó vivir. Pero hay, por ejemplo, tartamudeos o asma que la gente trae de otras vidas.
El video del principio corre y ahí se ve al paciente tirado en un sillón y con los ojos cerrados. Se llama Ricardo y va contando lo que le dice su padre muerto. Mientras, Rivero me susurra bien despacito, en el oído: «Soy el único que hace esto acá en Uruguay… Exorcismos. Mi objetivo es despertar conciencias».
Un rato antes me había dicho que él sabía que yo iba a ir a su casa, que me estaba esperando desde hace cinco meses. «Los maestros te pusieron en mi camino», cuenta, con total naturalidad. No creo que eso sea posible, pero Rivero parece convencido de su discurso. «Hoy de mañana había pensado en vos y en tu mamá», diría después que sonó mi celular y era, efectivamente, mi madre.
«Eso es ser síquico, es el poder mediúnico. Yo tengo fe y la fe mueve montañas», afirma. Luego sostiene que todos tenemos la capacidad de la videncia, pero que hay que saber desarrollarla y entrenarla. Rivero pone el ejemplo del mediático siquiatra Brian Weiss cuando se le pregunta qué hace. Su maestro, el que le enseñó, es el colombiano Aurelio Mejía.
Rivero cobra al menos 500 pesos por consulta. Pero no todos los videntes o curanderos hacen de esto un trabajo. Hay quienes se lo guardan para su círculo íntimo. Es el caso de una maestra duraznense que, según dice su hijo, se conectaba con el mundo espiritual, «que está en otra dimensión». Ella descubrió que tenía una capacidad de percibir cosas, de anunciarlas, dice su hijo, quién pidió no ser identificado. Y pone un ejemplo concreto: «Un día me dijo `vas a vender la moto` y a los dos meses salió un negocio».
Antes de irme, le pido a Rivero que me tire las cartas, algo que él también hace. Y bromeo con que, por favor, no me diga nada muy malo. El sonríe y responde que no dice cosas malas: «Lo que digo es para guiarte a la luz».
Su vaticinio no tiene datos concretos, más bien generalidades que podrían ser reales o no. Dice que no me proyecto en mi mente, vivo mucho al día a día y que soy demasiado racional y diplomático. Que tengo miedos y dudas. Que no me la juego. Antes, la curandera gaucha me había dicho otras cosas, guiada por su instinto: que soy feliz pero medianamente, que cuide mucho mis piernas y que me sigue una mujer castaña.
También le pedí que me tire las cartas a María del Carmen Martínez, quien da clases a aspirantes de tarotistas, y me dijo -entre otras cosas- que tengo problemas de garganta o cuello, que tengo proyectos y que hay en la vuelta «un dinero extra» que es difícil que lo reciba. Alicia de Stefano, otra tarotista, también me dijo que es momento de proyección, que tendré altibajos en la salud y que puedo acercarme a los excesos pero que luego naturalmente me autorregulo. De Stefano cobra 700 pesos por una consulta de dos horas. Martínez cobra 450 pesos una hora. Lo que más les preguntan es por amor, dinero y trabajo, en ese orden. Por la salud no tanto.
A Martínez le molesta que se generalicen las criticas a todos los tarotistas. «Como en el tema del tarot hay gente chanta, dudan del tarot», protesta en su taller, en un garaje de la calle Simón Bolívar en Pocitos, donde también hace de podóloga. «Pero el tarot no se equivoca, el tarot contesta; el tema es lo que interpretamos los tarotistas», se defiende ella.
Martínez siempre le dice a sus alumnos que «el tarot es para el presente». Y explica cuál es la clave de todo esto: «Si, a través de las cartas, entendemos qué es lo que estamos haciendo mal ahora, podremos corregirlo para el futuro. Las cartas me dicen cómo encarás un problema y yo transmito lo que ellas dicen».
De Stefano recibe a sus clientes en la casa de su madre en Cerrito de la Victoria. Allí me da su tarjeta de presentación, que dice «asesora mística» porque le da un poco de vergüenza que la llamen tarotista. «Para mucha gente es sinónimo de chanta», dice y sonríe. Ella se está empezando a dedicar al asesoramiento empresarial. El caso más curioso, entre su cartera de clientes, es el de un ingeniero que es gerente de Antel y que una vez por mes le consulta cómo manejarse, a cuál empleado manda a un viaje o a hacer un trabajo.
Vestida de leopardo y con un generoso escote, De Stefano, de 39 años, aclara que no ve el futuro, que no es vidente. «Doy tendencias y creo en las energías». dice. La información, dice, la saca de la energía de las personas, que «pega» en las figuras del tarot, que a su vez «pegan» en su corazón. «Y de acá (se lleva la mano al corazón) sube por la garganta. Yo siento cómo sube», revela. Creer o reventar.
Magia negra
Un muro decorado con cabezas de plástico y muñecos ensangrentados es lo que se ve desde afuera. En la calle La Paloma, a tres cuadras del estadio de Cerro y en medio de un barrio humilde de viviendas de chapa, está la casa del pae Donato de Oxum, quien se dedica a la magia negra. Su nombre es Donato Vargas: fue cuidacoches en Ejido y Colonia por 16 años, trabajó en propaganda del Frente Amplio y al mismo tiempo se metió de a poco en la religión. Se especializó en las «líneas duras». Sus carteles están por todo Montevideo, en los árboles.
Llegamos en auto, tocamos bocina y ahí aparece Donato, vestido de verde de pies a cabeza. Abre y cierra rápido el portón. Una vez adentro, invita a un galponcito de chapa que es su templo o «consultorio», como dice un cartel. Ahí domina el color rojo y está lleno de figuras: hay calaveras, imágenes cristianas y afroumbandistas. Hay cuchillos, velas y hormigas negras que caminan arriba de los muñecos.
El pae saca dos lagartos que estaban en una jaula, pero uno le muerde un dedo y él se queja. «Menos mal que es la lagarta chica, que no tiene dientes», dice. Los lagartos se tranquilizan una vez que él los pone arriba de la mesa, llena de piedritas.
Su sistema es simple. A cada cliente le hace escribir una carta con los pedidos buenos y otra con los pedidos malos, que empieza con el encabezado «pido justicia». Ahora en un rincón del templo tiene dos bolsas preparadas con los pedidos (sentencias, les llama) de clientes que esta noche, se supone, llevará a un cementerio tras hacer un ritual. En cada bolsa hay un puñal y una prenda de vestir de la persona, además de las cartas.
Su nicho de mercado es aquella gente que quiere hacerle mal a otra y eso le ha generado choques con el mundo afroumbabandista. «Nadie viene a decir `quiero que le vaya bien al señor que se fue con mi mujer`. ¡Mentira!», grita, «los quieren partir al medio». Donato no esconde cuánto cobra porque «hacer el mal es más caro que hacer el bien». Un trabajo sentimental sale 3.500 pesos. Si es sentimental y económico, 5.000. Y si él se tiene que trasladar, 15.000 pesos. El pae tampoco esconde que lo suyo es un negocio.
-Yo brindo un servicio y trabajo con gente egoísta, ignorante. ¿Tengo la culpa? Si no pagan acá, le pagarán a Pare de Sufrir -ironiza-. Creo que el 90% de todo lo relacionado a la religión es curro, es gente que vende buzones. Y el 10% es fe.
-¿Y lo suyo es curro?
-Dejame del lado del 10%.
«Si el bebé llora, es mal de ojo»
Que un bebé recién nacido casi no duerma y llore toda la noche es un motivo obvio de preocupación para sus padres. Entre las medidas desesperadas que muchos toman, hay quienes llevan al niño o su ropa a una curandera, para que le saque el mal de ojo. A Martín, un joven carrasquense, el médico le dijo que su bebé lloraba por los cólicos, pero otros le hablaron de un mal de ojo. «La gente viene con estrés de la calle y les transmite esa mala onda», dice él, «entonces los nenes no paran de llorar». Primero le pasaron el dato de una curandera mendocina que saca el mal de ojo por teléfono, desde Argentina. Ella le pidió el nombre de la niña, luego les dijo que estaba «recontra ojeada» y que le pusieran una cinta roja en el moisés. Pero siguió llorando. Y entonces acudió a Piti, una curandera en Paso Carrasco, quién le pidió que vaya a su casa con tres mudas de ropa limpia y una usada dada vuelta. La mujer tomó una cruz, la pasó por la ropa usada, mientras rezaba y eructaba. Luego bendijo la ropa sin usar. A los cinco días repitió el procedimiento. Martín le dio 200 pesos y a las semanas su bebé dejó de llorar. Pero no sabe si fue por obra de Piti.