El Mundo (España), Ricardo F. Colmenero y Alberto Di Lolli, 18.09.2024

Durante su carrera como cirujano jefe del Hospital de Bellvitge, el doctor Sans Segarra investigó en secreto las experiencias cercanas a la muerte. Ya retirado, acumula un millón de seguidores y habla abiertamente de la reencarnación en teatros repletos de fans. Hablamos con el octogenario doctor y también con científicos que refutan sus teorías.

La historia ya se la saben. Bien porque la han vivido, se lo han contado, lo han leído o, como mínimo, han visto a Patrick Swayze hacerlo en Ghost. Alguien está a punto de morir. De hecho, se muere durante un rato y, cuando regresa, cuenta la historia de que abandonó su cuerpo, que viajó por un túnel hacia una luz, que toda su vida pasó ante sus ojos en un instante y que se sentía muy bien. Otros dan más detalles: que podían caminar entre los médicos, atravesar una pared y ver lo que ocurría en la habitación de al lado; que viajaron a paisajes idílicos, o que charlaron con familiares fallecidos que les dicen que su hora todavía no ha llegado, antes de regresar abruptamente a su cuerpo.

Los médicos que han escuchado estas historias han acabado por creerse las llamadas «experiencias cercanas a la muerte» (ECM). Primero porque había muchas, demasiadas, y en todas partes del mundo. Y segundo porque incluso los niños contaban la misma historia. Otra cosa es que eso que viajaba por ahí fuera el alma o, como la bautizó el cirujano catalán Manuel Sans Segarra, la supraconciencia, tras devolver a su cuerpo a alguna que otra. «Es la conciencia que existe más allá de la mente y el cuerpo físico», detalla.

Licenciado en Medicina y Cirugía por la Universidad de Barcelona con doctorado cum laude, además de antiguo jefe de Cirugía Digestiva del Hospital Universitario de Bellvitge, un día, durante una guardia, tuvo que reanimar a un paciente en muerte clínica tras sufrir un accidente de circulación. Lo que le contó tras regresar a su cuerpo, llevó a Sans Segarra a investigar en secreto hasta su jubilación, en la que ha decidido echar toda su carrera por la borda y embarcarse en algo tan sencillo como demostrar científicamente que hay vida después de la muerte.

¿Y hay vida después de la muerte?

Hoy tenemos pruebas objetivas certificadas y con base científica que nos permiten afirmar que la muerte física no es el fin de nuestra existencia. Nuestra existencia real perdura después en otra dimensión energética.

Pero usted es una eminencia médica, ¿no tiene compañeros que digan que se ha vuelto loco?

Tiene usted toda la razón. Cuando empecé a investigar este fenómeno no me atrevía a decirlo porque posiblemente me hubieran ingresado en el servicio de psiquiatría. Ahora estoy jubilado y puedo expresar con toda libertad lo que viví, lo que he investigado y de lo que estoy realmente convencido. De todas maneras, estoy viendo un movimiento de apertura muy importante en el mundo científico hacia esta nueva ideología trascendente.

Como tema tratado desde la Antigüedad, cuesta creer que Sans Segarra esté de moda. A sus 81 años roza el millón de seguidores en Instagram. Hoy publica su libro La supraconciencia existe: Vida después de la vida en la editorial Planeta. Y lleva semanas llenando teatros de toda España con el asunto, ante un público que le venera como si regalara la eternidad. Para verle hoy en el Teatro EDP Gran Vía de Madrid las entradas están agotadas. Y para el viernes en el Coliseum de Barcelona. Y para el lunes en Vigo. Y para el jueves siguiente en Sevilla. Y el siguiente en Palma de Mallorca. Allí contará, entre otras cosas, y por no menos de 30 euros la entrada, que «venimos al mundo sin nada y nos vamos sin nada».

¿Usted cuando se muera a dónde piensa ir?

Pasaré a otra dimensión energética en mi evolución vital, que es hacia el conocimiento del ser, de mi auténtica realidad existencial, que es mi supraconciencia. Y, según mi grado de evolución, volveré a reencarnarme hasta llegar al punto omega de Teilhard de Chardin, que es lo que llamamos santidad, o budeidad en las filosofías orientales.

¿Nuestros seres queridos fallecidos nos espían en el cuarto de baño?

No lo sé. Lo que sí le puedo asegurar es que muchos enfermos me han contado con lágrimas en los ojos que en la experiencia cercana a la muerte, que es en otra dimensión energética, han contactado con familiares con los que estaban afectivamente muy unidos, y se han comunicado telepáticamente con ellos, y los han abrazado. La muerte no existe.

A menudo se habla de las experiencias cercanas a la muerte como fenómenos inexplicables, pero lo cierto es que la neurociencia y la psicología ya han conseguido explicar bastante. Carlos Tejero Juste, neurólogo del Hospital Clínico Universitario Lozano Blesa de Zaragoza y portavoz de Sociedad Española de Neurología (SEN) explica que el túnel de luz del que hablan estos pacientes es la consecuencia de un bajo aporte de circulación sanguínea en la corteza occipital del cerebro, que anula la visión lateral y deja sólo iluminado el fondo. «Algo que también pasa en casos de epilepsia, migraña y afecciones de retina», enumera.

Sobre lo de estar flotando fuera del cuerpo, la revista Neuron publicaba este mismo verano el resultado de un experimento en la Universidad de Standford tras toparse con un paciente que, aunque no se moría, creía estar flotando y presenciaba desde fuera sus propias conversaciones. Los investigadores lograron reproducir estos efectos estimulando el Córtex Parietal Medial (PMC), algo que sucedería también una parada cardiorespiratoria. «Casi todos los síntomas de experiencias cercanas a la muerte se pueden encontrar en casos de epilepsia», apunta Tejero Juste.

Con lo de hablar con parientes la cosa se pone más complicada. La falta de oxígeno causa alucinaciones. En esta situación el cerebro libera gran cantidad de neurotransmisores y hormonas como endorfina, dopamina, serotonina, y un potente alucinógeno llamado DMT (dimetiltriptamina), que proporciona una sensación de bienestar, placer y paz. Aunque tampoco hace falta estar a punto de morirse para creer que uno habla con fallecidos. «Muchas personas mayores tienen estos disturbios de sueño», apunta el neurólogo.

Lo que más cuesta explicar es que, con un nivel tan bajo de actividad cerebral, los humanos vivamos experiencias tan conscientes e intensas. En 2013 la Universidad de Michigan infartó unas cuantas ratas que, sin latido ni respiración, dispararon su actividad cerebral. «Habría que hacer más experimentos, pero claro, no sería ético», concluye Tejero Juste.

Pese a su formación académica, Sans Segarra no llegó a la idea de la «supraconciencia» desde la medicina, sino desde la física cuántica. En su libro, tras picotear en teorías de algunos premios Nobel, repasar las partículas elementales básicas y algunos principios cuánticos, afirma haber llegado con algunos físicos a la conclusión de que «el cuerpo es energía de baja frecuencia tridimensional». También que «las emociones, sentimientos, pensamientos, recuerdos, memoria y conciencia local son energía de alta frecuencia electromagnética». Y, como conclusión, afirma: «Hemos de aceptar, ante la evidencia, la existencia de la supraconciencia, una energía sutil de alta frecuencia que persiste a pesar de la muerte clínica, tiene continuidad fuera del cerebro (…) y justifica las vivencias que nos cuentan los pacientes tras su experiencia cercana a la muerte».

¿Podemos comunicarnos con personas fallecidas?

Para contactar con esa dimensión energética se requiere un grado de evolución hacia la vida trascendente que no todo el mundo tiene. Lo que sí es cierto, y de esto hay pruebas objetivas, es que los seres queridos que están en la otra dimensión después del fallecimiento pueden comunicarse con seres queridos en la dimensión humana para ayudarles en situaciones conflictivas.

¿Y los perros y los geranios también tienen supraconciencia?

Todo ser vivo tiene su tiene conciencia y existen distintos grados. Lógicamente, cuanto menos evolucionados, su nivel es más bajo. El ser humano es el que tiene el nivel más alto.

¿Y los alienígenas?

No tengo excesiva experiencia en alienígenas pero, lógicamente, sí son seres vivos… El universo hay que definirlo como una unidad. Está todo holográficamente unido y, por lógica, no existe única y exclusivamente vida en nuestro planeta.

¿Y me puedo reencarnar en un alienígena?

Puede ser perfectamente justificable reencarnarse en un ser de otro planeta.

¿Y nuestra supraconciencia es eterna?

Totalmente.

¿Y antes de nacer dónde estaba?

En otro plano energético. Y al ser holística respecto a la conciencia primera tiene sus propiedades, que son omnipresencia, es decir, que es eterna; omnisciencia, que lo sabe todo, y omnipotencia. Por ejemplo, la intuición es una manifestación de nuestra omnisciencia y la omnipotencia. La creatividad de un artista es expresión de la omnipotencia.

¿Y cuál es el sentido de este juego eterno de vida y muerte?

Ir evolucionando, eliminando nuestras impurezas, hasta llegar a descubrir nuestra auténtica esencia, que es la supraconciencia, que está obstruida por el ego, que nos induce a que lo importante es el ser, el tener y el haber. Estamos totalmente equivocados en nuestra evolución. Solo cuando descubrimos nuestra auténtica identidad es cuando realmente somos felices y libres.

¿Entonces Dios nos montó una gincana?

Creo en una conciencia primera, en una inteligencia primera, en un diseñador que está fuera del universo, que lo ha creado y que ha intervenido en la vida de nuestro planeta hace 4.000 millones de años. Es el principio de todas las religiones. Yo le llamo Dios, pero es un Dios de amor, de comprensión. No es el Dios dogmático que me enseñaron en mi formación cristiana. He cambiado rotundamente a cuando era médico. Ahora tengo pruebas objetivas de que existe una conciencia primera que llamo Dios. Ahora sí creo realmente en este Dios, que es el mismo que antes, pero me lo habían estructurado de otra manera.

Hay otro momento del libro en el que Sans Segarra suelta: «Los físicos teóricos a los que recurrí comentaron que el entrelazamiento cuántico justificaba la transferencia de información que referían los pacientes en las ECM, y les permitía conocer en el mismo momento lo que ocurría a cualquier distancia. Al preguntarles a los pacientes cómo creían que era posible este fenómeno, respondían que únicamente pensando que querían estar en un lugar determinado ya se encontraban en él».

Su argumentario no sobrevive al filtro del Consejo Superior de Investigadores Científicas (CSIC). «Yo es que con esta gente no puedo», se lamenta Carlos Sabín, doctor en Física, investigador en el Instituto de Física Fundamental del CSIC, investigador Ramón y Cajal del Departamento de Física Teórica de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), y autor del libro Verdades y mentiras de la física cuántica (Catarata, 2020). «Es como los que dicen que pueden curar con la energía de sus manos, o que si piensas con mucha fuerza que no tienes cáncer se te quita. Si hay físicos teóricos que han llegado a la conclusión que dice este señor por qué no los nombra, no sé, sería un descubrimiento impresionante».

—¿Por qué no los nombra?—preguntamos a Sans Segarra.

—El método científico aún impera, y hay personas que aún no quieren manifestar su aceptación de una ideología más trascendente. Como presidente de la Sección de Médicos Senior del Colegio de Médicos de Barcelona incluso organicé un curso de física teórica dirigido por un gran profesor que no quiero decir su nombre porque no quiero comprometerle. Falta mucho.

Sabín desmiente todas y cada una de las afirmaciones del cirujano sobre física cuántica, y no es el primero. En redes otros científicos le acusan de practicar «misticismo cuántico». «Yo es que ni le daría esa consideración porque deja en mal lugar a San Juan de la Cruz y a Santa Teresa de Jesús», dice Sabín. «Es que no sé por dónde empezar. No es verdad nada de lo que dice. Ni somos energía, ni todo es energía. Seguro que hasta nombra a Einstein en su libro». Pues sí: «Una mente humana es una parte del todo, llamado por nosotros universo, una parte limitada en el tiempo y en el espacio. Se experimenta a sí misma, a sus pensamientos y sentimientos, como algo separado del resto, pero es una especie de ilusión óptica de la conciencia».

El físico del CSIC no entiende por qué Sans Segarra se mete en física cuántica: «No pasa nada por creer en cosas que no tienen base científica. La está usando como cajón desastre. Aquí está hablando de un fenómeno cerebral. No opera lo cuántico en el cerebro».

—Y si la física cuántica al final no era la respuesta, ¿pasa algo?— preguntamos a Sans Segarra.

—No, yo digo que veo un clarísimo paralelismo entre los fenómenos que me comentaron los pacientes en las experiencias cercanas a la muerte y los principios fundamentales de la física teórica. Si en algún momento surgen nuevos conceptos que me demuestran que este paralelismo no es cierto, y hay que abordarlo a través de otro, lo aceptaré con muchísimo gusto. Pero las pruebas objetivas que tengo son reales, demostradas y certificadas.

El libro de Sans Segarra remata con experiencias cercanas a la muerte, cuyos protagonistas han regresado con sentido a sus vidas, fe en la inmortalidad y un bestseller. Entre ellos el profesor de la Escuela de Medicina de Harvard, Eben Alexander, quien está convencido de que la ciencia acabará demostrando la existencia del cielo, que él vio con ángeles, campos de flores multicolores, parientes difuntos, animales y hermosas chicas vestidas de campesinas. También nombra al médico de familia de Lleida, José Morales, quien tras un infarto salió de su cuerpo, viajó a una especie de paisaje rural de montaña, y pasó un rato con un amigo de la infancia fallecido.

Todos dicen haber sentido una paz inmensa, una sensación de bienestar eterno, y han perdido el miedo a la muerte. Casi nada. Casi todo.

—En sus charlas en los teatros parece el fundador de una nueva religión. La gente parece tener muchas ganas de creerse lo que usted está diciendo.

—Tiene usted toda la razón. Estamos viviendo un mundo en el que impera el ego. Todo el dolor que tiene el ser humano se origina en el ego y es consecuencia del miedo a la muerte. La sociedad actual está dominada por una falta de sentido a la vida. Por esto hay tantos suicidios. De los 15 a los 35 años es la principal causa de muerte en nuestro país. No pretendo descubrir nada ni ofrecer ninguna religión. Solo digo que somos ego porque vivimos en una dimensión humana, pero que nuestra auténtica identidad es la supraconciencia, con una dinámica totalmente distinta, que se fundamenta en la empatía, el altruismo, la bondad, la belleza y, sobre todo, el amor. Yo sólo espero que mis palabras puedan ayudar a alguna persona.