Clarín (Argentina), 20.09.2009
El primer encuentro de Clarín con integrantes de la comunidad del «Maestro Amor» fue en una casa de Miraflores, un pueblo de una sola calle, en las sierras de Catamarca, muy cerca del límite con La Rioja. Habían explicado por teléfono que, por malas experiencias que tuvieron con la prensa, preferían que la charla no fuera adentro del predio donde viven los seguidores del líder detenido.
En esa primera reunión no había ningún catamarqueño. Sólo estaban un arquitecto llegado desde la Patagonia, una médica endocrinóloga de Palermo, una licenciada en Educación nacida en Capital, una periodista de San Isidro y el director de una escuela de fotografía, de Béccar.
En su mayoría pasan los 50, no visten túnicas ni sandalias. «Llegué escapando de la locura que hay en Buenos Aires. Me robaron dos veces y decidí con mi esposa vender nuestra casa y probar acá», explica Juan Pablo, el que vino de Béccar.
Durante una charla de cuatro horas, repetirán varias veces que llegaron hasta aquí en una búsqueda espiritual. «Di vueltas por la India, el Macchu Picchu y al final encontré mi lugar», precisa Alicia, que años atrás fue consejera de la Universidad del Comahue, en Neuquén.
En la serie de preguntas y respuestas, se nota el alto nivel cultural de la mayoría. Por eso llama más la atención cuando llega el momento de hablar de «El Maestro», como todos llaman a Ricardo Ocampo, ahora preso en La Rioja. «Las cosas que él te dice pueden parecer obvias, pero no lo son. Te impactan de una manera diferente. Lo que él provoca a su alrededor es muy especial. Al principio, a mí me era indiferente. Pensá que era una lectora compulsiva de (Jean Paul) Sartre. Y acá me ves», explica Romina, ex periodista del portal Terra, de Telefónica.
La sensación tras la charla es más confusa. Cuesta entender la admiración que transmiten por su líder. Ocampo no terminó la primaria, pero cautiva a personas muy formadas. «Imaginate que es algo poderoso lo que él provoca. De otro modo no habría 280 personas que vienen de toda Argentina y otros países», dirán un día más tarde, en la visita al predio de «Meditazen», una especie de cámping con cabañas, cocinas, panaderías, huertas, salita de atención médica y un templo donde meditan y hacen artes marciales.
La visita de Clarín al predio fue el jueves a la tarde, horas después de que todos los que allí viven fueran y volvieran a La Rioja para manifestarse en la puerta de los Tribunales, donde debía declarar el «Maestro Amor». Salvo las tareas de cocina y panadería, el resto de las actividades no son muy concurridas. «Los ánimos hoy no son los mejores», apunta uno de los encargados del lugar. Los chicos juegan al básquet en un aro del gimnasio y unas nenas ensayan una coreografía. Adentro del templo, cinco personas se sientan en silencio frente a una imagen con telas colgadas. «Es la hora de la meditación», vuelven a señalar.
Al final del recorrido, se les pregunta si la delicada situación judicial de Ocampo pone en riesgo el futuro de la comunidad. «El es una parte muy importante de lo que aquí sucede, pero tenemos que estar preparados para poder continuar», afirman.
En Colonia del Valle -donde está «Meditazen»-, los vecinos difieren en sus vínculos con la comunidad. Algunos hablan de un temor inicial, que fue desapareciendo a medida que conocieron a los integrantes. «Era raro ver a algunos que se vestían de blanco. Nos parecían gente diferente a nosotros, pero a medida que fue pasando el tiempo, nos juntamos en los festejos, los invitamos nosotros; también nos hacemos atender por las doctoras que tienen», aclara Luisa, que vivió toda su vida en el pueblo.
Otro hombre, en la esquina de la plaza de Miraflores -a un kilómetro de la comunidad-, tiene más reparos. «Yo no me les acerco. Sé que han ayudado a gente de la zona, conmigo no se han metido ni bien ni mal». Cuando se le pregunta su opinión por las acusaciones contra Ocampo, explica: «Hay quienes piensan que le hicieron una cama, como se dice vulgarmente, y otros que creen que es verdad. Pero eso no lo vamos a saber nunca».