El País (España), Jesús Rodríguez, 11.07.2010
Las vibrantes notas de Tú eres Pedro envuelven el Vaticano. El sol se desploma sobre Roma. Benedicto XVI oficia con gesto desmayado ante 15.000 sacerdotes. Lucen hábitos de todas las órdenes. Se defienden del calor con gorros con los colores papales y publicaciones religiosas convertidas en improvisados abanicos. Muchos religiosos se desprenden del alzacuellos. Otros se arremangan. No todos. Un centenar de legionarios de Cristo no pierden la compostura. Son inconfundibles. Actitud recogida, sotana bien planchada, cuello almidonado, zapatos lustrados, puños con gemelos, breviario en piel, peinado con raya y fijador. Visten sobre el hábito el roquete, una elegante prenda eclesiástica de lino blanco. Uno de ellos descubre que las polvorientas sillas de la plaza de San Pedro están dejando huellas blanquecinas sobre sus trajes talares. Alarma. Saca un paquete de pañuelos del fondo de su sotana, distribuye entre sus compañeros y limpian con ahínco los asientos. Ya tranquilos, se sumergen en sus oraciones.
Les gusta repetir que ellos nunca aflojan. Según el legionario Gabriel González Zambrano, director del Instituto Sacerdos, en Roma, una institución de la Legión que forma cada año a un centenar de sacerdotes de países en desarrollo en la disciplina de la congregación: «Somos como los futbolistas, si haces concesiones, pierdes la fibra. Y eso está pasando con los curas que hablan de eliminar el celibato. Aflojan. Tras el Concilio Vaticano (1962-1965) ya hubo en la Iglesia una ola de descontrol, confusión y experimentos raros. Los legionarios no hemos aflojado. Somos sacerdotes orgullosos de serlo. No queremos pasar desapercibidos».
Son la punta de lanza de la Iglesia más conservadora. No se permiten concesiones. No pierden el tiempo. Es pecado. No tienen más asueto que 20 minutos al día. Y dos semanas de vacaciones al año en comunidad. En orden de batalla para instaurar el reino de Cristo. Su caza y pesca de fondos y vocaciones no se detiene. Tampoco su hambre de influencia. Una cuestión de poder en el seno de la Iglesia. En liza con las viejas órdenes religiosas y también con los grupos neoconservadores alimentados por Juan Pablo II de cuyo elenco forman parte. Mientras los seminarios de las órdenes clásicas se vaciaban tras su particular mayo del 68, los de la Legión colgaban el cartel de completo. En 1950 solo tenían un sacerdote, su fundador, Marcial Maciel; hoy, cerca de 1.000. Su estrategia corporativa ha sido crecer a toda costa. Copiando el ardor guerrero de los jesuitas y el elitismo del Opus Dei. Y añadiendo una pizca de secretismo. Su objetivo siempre fue atraer a los «líderes del mundo»; como confirma un viejo legionario: «Maciel tuvo claro que teníamos que ir a la punta de la pirámide; a por los líderes naturales y económicos y, a través de nuestros colegios, a por sus hijos. La clave era influir. Y, teóricamente, ayudar a los pobres a través de los ricos, como Robin Hood».
Han creado en solo 60 años un holding eclesial con 15 universidades y 48 más en México para las clases populares; 177 colegios, 133.000 alumnos, 20.000 empleados, 3.450 sacerdotes y religiosos y un millar de consagradas (su rama femenina de religiosas sin hábito); un brazo laico, Regnum Christi, con 75.000 miembros divididos en células; y una telaraña de seminarios, comunidades, institutos, casas de retiro y formación, campamentos, clubes juveniles y de debate, medios de comunicación y pisos en 45 países, de los que nueve colegios, dos escuelas infantiles y una universidad están en España. «Diez legionarios trabajamos por 20 curas», profiere con orgullo el padre Florián Rodero, un legionario irreductible. «Los curas progres piensan que tener un aspecto digno y distinguido nos separa del pueblo. Y yo les contesto que hay que estar con el pueblo, pero sin ser del pueblo. Hay que estar en tu sitio como sacerdote listo para defender a la Iglesia de la persecución de la que es víctima por sus enemigos».
Eran los elegidos. Iban a salvar la Iglesia. Fueron el eficaz martillo de la Santa Sede contra la Teología de la Liberación; activistas incansables contra el condón, el aborto, la eutanasia y la reproducción asistida (en la última década, a través de sus sesgadas cátedras de Bioética); enemigos del matrimonio entre personas del mismo sexo; generosa fuente de financiación para el Vaticano y, ante todo, la fiel caballería ligera de Juan Pablo II para implantar su modelo de catolicismo: resistencia, reconquista y restauración. La Iglesia como poder político. La Legión creció muy rápido. Tenía los pies de barro. Y un terrible secreto en su interior que tras décadas de ocultamiento terminaría por estallar: su fundador, Marcial Maciel, nacido en México en 1921, era un farsante.
Marta Rodríguez, una consagrada de 30 años que ha hecho promesa de obediencia, pobreza y castidad y tiene un hermano legionario, rememora los fastos de la Legión de Cristo en noviembre de 2004, en el Vaticano, cuando Juan Pablo II celebró los 60 años de profesión sacerdotal del fundador. Entre las frases de cariño que el Papa le dedicó hubo perlas como esta: «Mi afectuoso saludo se dirige ante todo al querido padre Maciel, al que de buen grado acompaño con mis más cordiales deseos de un ministerio sacerdotal colmado de los dones del Espíritu Santo». Era la consagración de la congregación. «Estaba rodeada de 10.000 miembros del movimiento en audiencia privada con el Papa, todos con las bufandas amarillas del Vaticano, y pensaba, ‘somos perfectos’. Juan Pablo II nos decía: ‘Se siente, los legionarios están presentes’. Y te creías lo mejor de la Iglesia. Pensabas, soy del Regnum Christi y qué fácil es ser del Regnum Christi. Cuando a comienzos de 2009 el padre Luis Garza (el vicario y segundo de a bordo de la Legión) nos confesó la vida inmoral del Padre Maciel me pasé llorando tres días y tres noches. Ya no era tan fácil ser del Regnum Christi. He pasado de Disneylandia a la realidad. Ahora nos toca cambiar. Fíjate Maciel, ¡Un hombre que nos hablaba con tanta belleza de la castidad…!».
Cuando uno entra en el hermético territorio de los legionarios, la primera tentación es adivinar dónde están guardados los retratos delfundador. En qué desván se encuentran arrumbados. Desde la condena de Benedicto XVI a Maciel en mayo de este año han desaparecido. No están detrás del sofá ni entre los estantes de la biblioteca. ¿Los habrán quemado? Nadie parece saberlo. Han sido borrados de la faz de la Legión. Como aquellas viejas fotografías del estalinismo de las que se iban evaporando los disidentes como si nunca hubieran existido.
Marcial Maciel, perfecto ejemplo de sacerdote durante décadas para sus seguidores; dueño de vidas, mentes y haciendas, falleció de cáncer en enero de 2008 en una discreta urbanización de Jacksonville (Florida, EE?UU), 20 meses después de haber sido apartado por Benedicto XVI de la práctica pública del sacerdocio por haber abusado sexualmente de 20 seminaristas. Nunca hubo juicio. El nuevo Papa hizo borrón y cuenta nueva amparándose en la avanzada edad del reo, 84 años. Bastante duro había sido ya para Joseph Ratzinger sacar adelante la investigación de la Iglesia contra Maciel que Juan Pablo II y su entorno (principalmente su número dos, el cardenal Angelo Sodano, viejo amigo del dictador chileno Augusto Pinochet e íntimo de Maciel) habían congelado durante una década. Los abusos sexuales apenas representaban el primer capítulo de la extensa biografía de crímenes de Maciel que se irían conociendo en los meses siguientes. Y que obligaría al Papa a destapar la olla de la legión y ordenar una auditoría de la congregación a nivel mundial a cargo de cinco obispos. Tras recibir los resultados y reunirse con los visitadores, la declaración de la Santa Sede del pasado 1 de mayo sobre la vida y las obras de Maciel concluía sin paños calientes: «Los comportamientos gravísimos y objetivamente inmorales del padre Maciel, confirmados por testimonios incontrovertibles, se configuran, a veces, en auténticos delitos y manifiestan una vida carente de escrúpulos y de verdadero sentimiento religioso». Ante la gravedad de los hechos, el Papa ha ido más lejos de la pura retórica y ha intervenido la congregación a través de un delegado al que ha otorgado plenos poderes religiosos, jurídicos y económicos para deshacer su madeja ideológico/financiera. La maquinaria vaticana se encuentra en la disyuntiva de disolver, refundar o simplemente reformar la orden. Cualquier posibilidad se contempla. El derecho canónico le otorga al Papa poder absoluto sobre las órdenes religiosas. Lo confirma un catedrático de Derecho Canónico que pide anonimato: «Si se disolviera el citado instituto, sus bienes pasarían a ser administrados por la Santa Sede. El Papa es un monarca absoluto y puede tomar las decisiones que considere oportunas». Los legionarios contienen la respiración.
«Ratzinger y Maciel nunca se entendieron», explica un sacerdote sexagenario que abandonó la Legión hace una década. «El Papa es un hombre tímido, reflexivo, un teólogo. Y Maciel tenía la mínima formación teológica; era un hombre de pueblo hecho a sí mismo; un seductor; un actor con una presencia imponente ante el público. Para Maciel, la Legión, su obra, era una obsesión, un fin en sí mismo. Estaba poseído por su misión. Era lo único importante para él. Más importante que el Evangelio. Nada le hubiera apartado de esa misión, ni los niños, ni las drogas. Una vez me dijo: «Yo iré al infierno… y la Legión… lo que dios quiera».
Dos años y medio después de su muerte, la mayoría de los legionarios no niegan los delitos de Maciel. Una actitud novedosa en la Legión, que durante décadas defendió a capa y espada la inocencia de su fundador ante las periódicas denuncias de pedofilia, vida disoluta y adicción a las drogas que desde 1997 aparecían en los medios de comunicación, atribuyéndolas a un complot de los enemigos de la Iglesia. Maciel era un mártir. Eso ha cambiado. Nadie niega sus culpas. Aunque muchos las asumen con la boca pequeña; minimizan sus tropelías como un misterio que solo Dios entiende. Según ellos, Maciel era débil, pero hizo cosas buenas. Su ideario está vigente. «Dios escribe recto con renglones torcidos». «Aunque el tronco estuviera podrido, las ramas son frescas y buenas». «No juzguéis y no seréis juzgados». Reflexiones sin salida que esgrimen algunos entrevistados. Esos que confían que cambiando algo nada cambie. Sin embargo, cuando se pregunta a uno de los hombres fuertes de la Legión sobre los crímenes de Maciel, no le queda más remedio que tragar: «No queda nadie en la Legión que piense que esas acusaciones son mentira. Los abusos a seminaristas están comprobados. También que tuvo tres hijos de dos mujeres, aunque no tenemos la seguridad de que todos los que lo dicen lo sean. Está comprobado que tuvo una doble vida; que jugó con diversas identidades y tenía varios pasaportes; y desvío fondos. Luego está el tema de si violó a sus hijos, si era adicto a los opiáceos y el lavado de dinero… Pero lo que realmente hay que determinar es si la Legión era para él una tapadera o si sirve a la Iglesia. Yo creo que la Legión tiene sentido. No me puedo explicar por qué Dios eligió ese instrumento, a Maciel, para crearla. Pero no olvide que el autor es Dios».
-¿Me lo puede explicar?
-Dios fue el artista; Maciel, el pincel, y la Legión, la obra de arte.
Álvaro Corcuera, un sacerdote mexicano de 52 años, licenciado en Ciencias de la Educación y emparentado con la familia ducal de Medinaceli, fue elegido director general de la congregación tras el inesperado abandono del cargo por Maciel en enero de 2005. Corcuera no concede entrevistas. Le encontramos en los jardines de la sede de la Legión, en Roma, a espaldas del Vaticano, rezando el rosario. Saluda con afecto. Adopta expresión de sorpresa. Accede, «pero les ruego perfil bajo, me lo ha pedido el Papa». Viste una impecable guayabera blanca, esa camisa ligera de origen cubano que los legionarios usan durante el verano. Corcuera tiene fama de templagaitas. De quedar bien con todo el mundo. De ir de perfil. Es un tipo astuto, refinado y muy preocupado por su forma física. Como manda la Legión. «Esta tarde a las cuatro tengo partido de frontón porque se me están poniendo kilos aquí», y se palpa la cintura. El puesto le viene grande. Posiblemente fue el hombre de paja de Maciel para seguir influyendo en la Legión ante la retirada forzada del fundador. Corcuera lo niega: «Mi elección fue limpia».
En su frío y desnudo despacho anejo a su celda, delante de una Coca-Cola Light, el padre Corcuera reconoce que nunca aspiró a ocupar el trono de Maciel: «Yo era rector del seminario de Roma y era feliz. Me gusta la enseñanza. Suceder al fundador era un paquete. Si hubiera sabido lo que iba a venir me hubiera dado un infarto. Fue una sorpresa que Maciel no aceptara la reelección. Hoy no descarto que la Santa Sede le indicara que abandonara la dirección general viendo lo que se avecinaba. Juan Pablo II moría solo unos meses después. Y la investigación a partir de las denuncias de pederastia de los antiguos seminaristas iba adelante. Una investigación de la que la Santa Sede nunca nos informó. Me enteré de la sanción de 2006 a Maciel 10 minutos antes de que se hiciera pública. No he tenido más información que el resto de los legionarios. No sabemos lo que va a pasar».
-¿No sabía nada de las andanzas del padre Maciel?
-Era imposible entrar en su vida. Era muy reservado. En sus viajes, quehaceres; en su habitación no entraba nadie. No usaba despacho. Hacía las reuniones de paseo. Viajaba continuamente. Las decisiones las tomaba él sin consultar con nadie.
-Pero usted era una persona cercana…
-Entiendo las sospechas de la gente. Y le garantizo que no tenía ni idea. Si hubiera sospechado habría investigado más. Pero Maciel era muy privado; nadie le preguntaba en qué gastaba. Un fundador es una figura destacada dentro de cualquier congregación: todos tienen un santo. A este señor nadie le cuestionaba nada. Y nos costó admitirlo. Y le aseguro que ya no podemos reconocer al padre Maciel como modelo cuando sabemos que llevó a cabo actos terribles. Pero nos ha costado muchísimo reconocerlo, porque ese perfil de ahora no coincide con lo que nosotros experimentamos, vimos y escuchamos del él.
Sobre el papel, Maciel creó un perfecto modelo de vida religiosa. Amor, obediencia, pobreza, castidad. Sacerdotes ejemplares. Caballeros a la antigua. Capaces de compartir mesa con los poderosos. Losbienhechores. Y llevárselos al huerto. Así conquistaron a lo largo de su trayectoria a tres Papas; muchos obispos y cardenales; varios dictadores, y los hombres más ricos del mundo. Aunque fuera a base de halagos, alabanzas, jamones o sobres con efectivo, el gran arma de seducción de Maciel en la curia.
En España, Maciel disfrutó desde su llegada en 1946 del apoyo de la dictadura de Franco, que le recibió en tres ocasiones. De sus ministros más poderosos. Y de las grandes familias del régimen. Un viejo legionario recuerda aquellos primeros pasos: «En los años sesenta el comunismo se colaba en Europa. Había sacerdotes guerrilleros. Y a nuestros seminaristas les insultaban en Roma por llevar sotana. Nos propusimos salvar a la iglesia del marxismo. Cuando los jesuitas optaron por los pobres a finales de los sesenta y se alejaron de los ricos, que habían sido su clientela durante siglos, las grandes familias franquistas se sintieron traicionadas, se volvieron hacia nosotros y comenzamos a pescar en ese caladero. Ignacio María de Oriol y Urquijo fue nuestro primer apoyo. Nos dio casas, fincas, autobuses. Cinco de sus hijos y un sobrino entraron en la Legión. Dijo a las grandes familias vascas que nos apoyaran. Veneraban a Maciel. Le llamaban nuestro padre. La mujer de Oriol, Malen Muñoz, me dijo una vez: ‘Si quieres conocer a alguien que os convenga, me lo dices y te lo pongo a tiro’. Por donde salían los jesuitas entrábamos nosotros».
Maciel siempre se llevó bien con la derecha. En España, el primer Gobierno del Partido Popular en la comunidad de Madrid, en 1995, le sirvió de grupo de presión (mediante el apoyo entusiasta de Gustavo Villapalos y José María Michavila) para montar su universidad en Madrid, la Francisco de Vitoria. Daniel Sada, de 48 años, el hombre con corbata de la Legión en España y hoy rector de esa universidad, llegaría a ser asesor personal de José María Aznar en la Moncloa para asuntos de voluntariado, ONG y familia. Y lo que es casi tan importante, consejero personal de Ana Botella en los proyectos humanitarios de la segunda dama. «En cuanto Ana conoció a Daniel, se lo apropió. Él es un activista. Ana estaba muy cerca de sus ideas y, además, su hermana Macarena Botella ya estaba en el entorno de los legionarios. Sada ayudó mucho a Ana en las ONG que montó. Hoy, Macarena es directora de Relaciones Institucionales de la Francisco de Vitoria, y la mujer de Ángel Acebes, Ana Pérez Martín, directora de la carrera de Enfermería. Zaplana también les ayudó cuando era presidente de la Comunidad Valenciana. Con el PP en el poder, los legionarios consiguieron acceso al Gobierno. Y eso se traducía en influencia y subvenciones», explica un antiguo miembro del Gabinete de Aznar.
Sin embargo, ninguno de los 3.450 legionarios de Cristo recibe un sueldo ni tiene más pertenencias que su crucifijo. Viven en comunidades estancas. Desde que «toman el uniforme», sus bienes pasan a poder de la congregación. Si su familia, con la que solo se pueden comunicar una vez al mes, les regala un reloj o un ordenador, el superior los recoge y dispone de ellos. A los 15 años de vida religiosa entregan la mitad de su herencia a la Legión; a los 25 pasan a la propiedad de la congregación «todos sus bienes presentes y futuros». Ese dinero es inyectado en fondos de inversión, como el Integer Ethical Fund, una Sicav domiciliada en Luxemburgo cuyos intereses alimentan la expansión de la Legión, «aunque por delicadeza no disponemos de ellos, solo de su usufructo, hasta que muere el sacerdote», explica Evaristo Sada, de 49 años, secretario general y primer ejecutivo de la congregación.
La pobreza es una obsesión en la Legión. Sus responsables remachan a cada paso que damos que sus miembros viven en penuria, negando así las informaciones que atribuyen a la congregación una fortuna de 25.000 millones de euros resguardados en paraísos fiscales. «La mayor parte de nuestro patrimonio son los terrenos y los inmuebles de nuestros centros educativos. Es un gran patrimonio, pero no vamos a vender».
El control del dinero de la Legión está en manos de Álvaro Corcuera y, sobre todo, de su hombre en la sombra: el padre Luis Garza, un brillante ingeniero por Stanford perteneciente a una de las grandes familias industriales de México. Así lo confirma René Lakenau, un empresario mexicano de 57 años que preside Integer, el opaco grupo de seglares que asesora a la congregación en sus asuntos terrenales:«Somos un equipo profesional que les ayuda en la elaboración de presupuestos, contratación, recursos humanos, en temas educativos; somos el soporte de sus obras; pero en asuntos de dinero, los padres tienen el control. El dinero se maneja de forma centralizada desde la dirección general. Ahí no entramos. El desvío de fondos del padre Maciel no pasó por mí. Los Legionarios tienen buenos amigos que les aconsejan con el dinero».
En todos los seminarios y comunidades que hemos visitado en Italia y en España sus superiores afirman invariablemente estar a dos velas. Algo que contrasta con el aspecto inmaculado de sus propiedades. Todos los edificios están situados en buenos barrios y son amplios, diáfanos y agradables; silenciosos y minimalistas; no hay una mota de polvo; los muebles son sencillos, pero de buen gusto; los suelos están pulidos como espejos, el jardín, bien segado y cultivado. A los caminos de grava no les falta una china, y en el cuarto de baño de invitados un montón de toallas blancas perfectamente dobladas aguardan para secar las manos. Sobre la piscina no flota ni una hoja y el césped del campo de fútbol parece un green de golf. En sus capillas, en penumbra, rezan seminaristas estáticos como figuras de porcelana.
El seminario de Salamanca, con 150 estudiantes y 20 formadores, recibe de la dirección general un euro por persona y día. Para completar ese presupuesto, la comunidad tiene que buscarse la vida; es la tradición: desde recaudar entre bienhechores («al principio te da vergüenza, pero luego te acostumbras») hasta consumir productos desechados por las grandes superficies comerciales. En el gélido invierno salmantino la calefacción nunca funciona. Los yogures están caducados y se descansa poco. El ejercicio físico es propio de un marine. Los seminaristas juegan al fútbol con la misma convicción con la que rezan. Un ex legionario de 42 años afirma que es una forma descarada de programación del individuo.
La comida que compartimos con ellos en Salamanca es sencilla e insulsa. Pobre, pero digna. Un veterano legionario incide en esa idea de exaltación heroica de la pobreza en la congregación: «Los de abajo nunca vemos un duro. La manía en la Legión siempre ha sido que vayas justo de dinero; vas de viaje y no te llega para el hotel. Toda la vida nos han dado menos dinero del que necesitamos y tienes que presentar un recibo de cada gasto. Eso contrasta con la vida que llevaba Maciel, al que nadie le pedía explicaciones. Viajaba en primera, en la TWA, porque ahí coincidía con los líderes, y nos parecía normal. Iba a los mejores hoteles y tenía un Mercedes, y nos parecía normal. Venía a Salamanca y si no le gustaba la comida encargaban un bistec a un restaurante. Vivía a otro nivel». Para un legionario de la generación de los ochenta, «de acuerdo, aun suponiendo que el padre Álvaro y el resto de la cúpula no supieran las peores cosas de Maciel, deberían haberse dado cuenta de que no era un modelo de vida religiosa (perdía el tiempo, le gustaba la buena vida, el confort, era despótico); y aun así consintieron en crear una imagen falsa y heroica de él (que nosotros creímos), y ahora no hacen nada por adaptarse a la intervención del Papa. Lo que teníamos que hacer es salir al encuentro de las víctimas de la pedofilia y el abuso de poder; reconocer nuestros errores y disponernos a una refundación en serio.
-¿Su visión de las cosas está muy extendida entre sus compañeros legionarios?
-Hay de todo. Algunos sacerdotes se están saliendo durante el verano o tomando distancia para ver si las cosas cambian con el delegado del Papa. Otros simplemente esperan. Por países, los americanos son muy críticos de cómo se han llevado las cosas y cómo nos han mentido los superiores; son muy legalistas, ven en la pedofilia un delito, como falsificar pasaportes, que merece una condena, y no entran en disquisiciones morales. En España hay sacerdotes muy quemados, y a alguno que sabía algo de Maciel lo mandaron al exilio. En México, donde la Legión es poderosísima y donde más se daba el culto a la personalidad del fundador, es donde más se juega al doble lenguaje y al engaño. Entre los mexicanos, la mentira y la ambigüedad son tácticas normales para hacer el bien. Y nuestros seminaristas no se enteran de la fiesta.
Maciel hizo que sus legionarios no tuvieran nada, no supieran nada, no ambicionaran nada, que olvidaran a sus familias («el que mira atrás no vale»). Y que huyeran del sexo opuesto. El ex legionario sexagenario describe esa conducta: «Yo desde el principio detecté que Maciel era un hombre con un problema sexual. Era un inmaduro. Temía al sexo. Y eso se nota en las normas que fijó. En Maciel había un rechazo a la sexualidad y, al tiempo, una sexualidad desatada. Es un caso de estudio». Según el estricto reglamento redactado por Maciel (aún vigente), los legionarios deben salir siempre de dos en dos. Y de sotana o impecable terno cruzado negro con alzacuellos. Es su coraza. No pueden escribir a una mujer; pasear, fotografiarla, viajar ni convivir con ella; tampoco estar a solas ni visitarla en su domicilio (a no ser que se esté muriendo). Tienen prohibido asistir a espectáculos, desde encuentros deportivos hasta la ópera o el ballet; presenciar películas si son «frívolas o sensuales». No pueden poseer libros, ni radio ni televisor. Y leer únicamente la prensa que autorice su superior (en Salamanca, La Razón). Su correo está intervenido. El que envían y el que reciben. Para defenderse de las tentaciones de la carne, Maciel les recomendaba «el descanso, la contemplación de la naturaleza, la programación del tiempo y la huida de la improvisación y la ociosidad». Le pregunto al padre Miguel Segura, valenciano, de 39 años, rector de la comunidad de Roma, maestro de novicios, físico de nadador y uno de los hombres más influyentes de la Legión, qué tiene que hacer un seminarista si todo eso le falla:
-¿Le autorizaría a que se infligiera castigos físicos para vencer la tentación?
-Para empezar, si tienes una sexualidad descontrolada no puedes entrar en la Legión. Aquí hay que vivir sanamente, y si aprieta, yo recomiendo amistad, deporte y descanso. Si esa persona es homosexual, le aconsejaría que abandonara la Legión. Si eres gay no puedes ser legionario; no puedes ser sacerdote; no puedes vivir la castidad rodeado de hombres. En cuanto a los cilicios y azotarse… son muestra vanidad. Yo aconsejo que se levanten antes, ayunen, se den baños fríos… que no pongan en peligro su integridad física.
La tercera clave en la Legión es la obediencia. El control absoluto sobre el individuo. «Te convencen de que debes a la Legión fidelidad y lealtad. Y terminas por asimilar que ese es tu camino. La abnegación no es no comer, sino que te niegues tu criterio y voluntad. La Legión está por encima de uno. Es la imitación de Cristo. La cuestión no es que te manden a limpiar el comedor; la cuestión es que creas que es lo mejor que te puede pasar. Nunca te atreves a hacer la menor crítica de un superior. Si hacías la menor observación, el padre Maciel terminaba por enterarse. Teníamos los dos votos secretos (que abolió en 2007 Benedicto XVI para facilitar el trabajo de sus visitadores): no criticar a los superiores y no aspirar a sus cargos. Era su táctica para que nadie abriera la boca. Los superiores eran tus confesores. Te tenían en un puño. Maciel te llamaba a capítulo y sacaba una hoja de la sotana y tenía apuntado todo lo que habías dicho. La red de chivatos era tremenda», explica el sacerdote que abandonó la Legión. «Por eso entre nosotros hay un doble lenguaje; para que no te pillen dices lo contrario de lo que quieres decir; es una esquizofrenia constante», explica otro legionario en filas.
La norma es que los que mandan tienen razón. Un legionario crítico con el sistema afirma que «los superiores son expertos en la ambigüedad; todo lo presentan como voluntad de Dios, sin razonarlo seriamente, y nosotros hemos entrado a ese juego como niños». No todos piensan igual. Un seminarista rebate esa idea con la doctrina macielista en la mano: «Mi superior representa la autoridad de Cristo en la Tierra». Para un tercero: «Esto es como el ajedrez, tenemos unas normas estrictas de juego que no te puedes saltar, y las aceptas, pero luego eres libre jugando», explica el padre William Brock, de 60 años, formador de novicios desde hace 27; un tipo simpático y abierto con aspecto de viejo jugador de fútbol americano; «esto tiene reglas, pero también libertad de movimientos».
Es complicado saber a qué llama el padre Brock «libertad de movimientos». En la Legión todo está regulado. Desde el atuendo (distinguido) al modelo de reloj (sin adornos y con correa negra); desde el tiempo que un sacerdote debe rezar al día (tres horas) y lavarse los dientes (tres veces) hasta la forma de comer los espaguetis (cortándolos, nunca enrollándolos en el tenedor) o la longitud de las patillas (por la mitad de la oreja). Algo extensible a su movimiento seglar, el Regnum Christi, donde el manual redactado por Maciel orienta al milímetro la vida de sus miembros; sus amistades, práctica espiritual, noviazgo, sexualidad, forma de vestir, decoración de la casa, espíritu laboral (ya sean periodistas, médicos o ministros), educación de los hijos, caza de fondos y pesca de vocaciones. Maciel llega a aconsejar a sus seguidores la inclusión de la congregación «en el propio testamento».
A finales de 2005, la cúpula de la Legión, capitaneada por Corcuera, Garza y Sada, descubrió que Maciel tenía una hija de 18 años. Y una mujer. Le acompañarían durante largos periodos en sus últimos años. Harían exigencias económicas y de organización de la vida del ya anciano y senil Maciel y pernoctarían en casas de retiro de la congregación. En una de ellas, en Cotija (México), saltaría la liebre. «La chica y su madre, que pensábamos que eran sus parientes, resulta que eran su hija y su mujer». Conmoción. Los dirigentes legionarios no se lo comunicarían a sus subordinados hasta tres años más tarde. ¿Por qué? Corcuera contesta: «Tuvimos que asimilarlo y luego explicárselo personalmente a cada uno de los sacerdotes, y se nos pasó el tiempo». A lo largo de 2006, 2007 y 2008, los miembros del movimiento tuvieron que soportar la continua humillación del goteo de informaciones sobre los crímenes de su fundador. Aún le defenderían contra viento y marea. Lo llevaban en la sangre y el cerebro. «Los superiores nunca nos daban toda la información; nos contaron lo de la hija cuando ya había salido enThe New York Times, pero no lo de la pederastia; siempre se guardaban algo». Con esos antecedentes, muchos legionarios se sienten estafados. La demanda legal de dos hijos de Maciel contra la congregación, a la que acusan de consentir los abusos sexuales perpetrados por el fundador contra ellos cuando eran menores, ha sido la última gota. Están dispuestos a que el Papa llegue hasta el final en la depuración de la congregación. Las compuertas se han abierto. Los legionarios han comenzado a hablar.
Comer en la Ostaria Schiavi Falas de Roma junto a tres intelectuales de la Legión, los padres Barrajón, Villagrasa y Aguilar, supone presenciar un encendido debate entre distintos modos de concebir el futuro de la orden: desde la tibieza hasta la revolución. Charlar con lasconsagradas, las religiosas de la Legión, que algunos medios han descrito como «las esclavas de Maciel»; las grandes olvidadas; relegadas durante décadas a tener menos formación intelectual y teológica, menos autonomía, atribuciones, presencia, opinión y margen de maniobra que sus compañeros sacerdotes, supone también un alegato a favor de que las cosas cambien. «Esta herida no se puede cerrar en falso», dicen.
Cualquiera que sea la decisión de Benedicto XVI sobre el futuro de la Legión, la congregación nunca volverá a ser la que fue. Afortunadamente. La traición del fundador ha hecho caer el muro de hermetismo que la rodeaba. Los últimos dos años de Maciel fueron el amargo peregrinar de un anciano derrotado al que algunos obispos no querían ni ver en sus diócesis. Murió rodeado de un puñado de fieles. El padre Alfonso Corona, que le cuidó hasta el final, describe una muerte plácida y piadosa. Otra fuente afirma que el padre Luis Garza le describió de forma muy distinta la agonía de Maciel: «Algunos de los presentes detectaron una atmósfera extraña, estilo demoniaco…».
Juan Pablo II y Marcial Maciel se vieron por última vez el 30 de noviembre de 2004. En esas mismas fechas, el entonces cardenal Ratzinger acababa de reactivar el sumario por pederastia contra el fundador de la Legión. Cuatro meses más tarde fallecía Wojtyla y Ratzinger accedía al trono de San Pedro. La última fotografía de Juan Pablo II y Maciel muestra a un Papa moribundo acariciando la frente de su viejo amigo. Era una despedida. Maciel ya nunca será santo. Wojtyla, probablemente, tampoco.