Diario Público (España), Ferran Barber, 5.07.2015

«¿Qué quiere que le diga? Yo no estoy muy seguro de que sean ciertas todas esas matanzas de cristianos y de niños cometidas por musulmanes», aseguraba hace unos meses César Rodríguez en el transcurso de una larga entrevista concedida al suplemento Diásporas de Público. Este argentino con nacionalidad española es uno de los supuestos miembros de la brigada Al Andalus, a quienes el juez Ruz acusa de integración en una organización terrorista islámica.

No se ha demostrado todavía que estuviera pensando seriamente en unirse a Daesh y viajar a Oriente Medio para combatir a los infieles. De hecho, en espera del juicio, él sigue defendiendo su inocencia y condenando cualquier forma de violencia. Lo que sí ha admitido Rodríguez son sus relaciones, más o menos cercanas, con algunos de los miembros de los círculos salafistas que frecuentaban la cafetería de la mezquita de la M-30, en Madrid. En unos pocos años, pasó de ser el hijo de una humilde familia de inmigrantes argentinos a acaparar titulares a ambos lados del Atlántico por sus presuntos vínculos con islamistas violentos.

Distorsión perceptiva

En tal sentido, no hay ninguna duda de que sus nuevas amistades modificaron y sesgaron su percepción del mundo, además de su sistema de valores. «Si tiras una pelota es normal que te la devuelvan», aseguraba durante la entrevista. «Por otro lado -añadía-, lo de la violencia islamista… ¿Cuándo empezó a suceder? Yo creo que lo de cortar cabezas fue posterior a mi detención. Además, no me fío de los medios de comunicación porque yo mismo he vivido la difamación y las mentiras en mis propias carnes. Del Estado Islámico se dijeron muchas cosas que luego resultaron ser falsas».

César Rodríguez nació en 1989 en Santiago del Estero, una población del norte de Argentina. El día en que la Prensa española se hacía eco de su detención, varios diarios de su departamento natal se preguntaban sorprendidos qué hacía este inmigrante en compañía del ex recluso de Guantánamo Lahcen Ikassrien y entre la lista de barbudos proporcionada por la policía de Madrid. El caso de Rodríguez era en cierto modo singular porque ni él ni su familia tenían relación alguna con el Islam. Y menos todavía, raíces musulmanas.

Su acercamiento y conversión a la religión de Mahoma se produjo de una forma circunstancial. Tampoco la miseria, el analfabetismo o el desarraigo parecen haber tenido un papel relevante en el proceso personal que le empujó a sepultar todo su sistema precedente de valores y a instalarse en un nuevo marco cognitivo debilitante y peligroso. El relato que él mismo hizo de su evolución proyecta la imagen de un joven inmaduro, idealista y tan espiritualmente curioso como intelectualmente poco pertrechado para interpretar la deleznable información que le proporcionaron sus colegas.

Vídeos de Iluminatis

Vídeos de iluminatis y el Arribado entreverados con la clásica propaganda islamista sobre los crímenes imperialistas le llevaron a pensar que Al Qaeda es en verdad un movimiento de disidencia controlado. O lo que es lo mismo, una creación ajena a los musulmanes, auspiciada por Occidente para demonizarles y justificar su ulterior represión. La idea, más o menos popular, más o menos aceptada entre determinados círculos de la opinión pública mundial, venía acompañada en su caso de una negación obstinada y sistemática de los crímenes cometidos por Al Qaeda o por Daesh.

Muchos de los terroristas capturados en combate han ido aún algo más lejos en este proceso sicológico, a menudo sin retorno, y han justificado sin complejos la esclavitud sexual, el asesinato de ancianos o las formas más abyectas de violencia. Inevitablemente, mucha gente se pregunta qué clase de demencia puede llevar a un ser humano a degollar despiadadamente a un niño o a prender fuego a una cristiana octogenaria, en el nombre de Alá, de su profeta o de quien sea. La respuesta es ninguna.

Entre los terroristas capturados durante las últimas semanas por los socialistas libertarios de Rojava (norte de Siria) había kurdos de Turquía cuyo conocimiento del Corán era más superficial que el de un lama buthanés o un seminola de la Florida. Habían sido reclutados en entornos sociales degradados de las ciudades turcas y formados en los rudimentos de la fe mediante una especie de cursillo express sobre el Islam y las maldades de Occidente. Se les adiestró en el uso de armas, ya dentro del califato del oprobio, y se les envió a inmolarse a cambio de un pedazo de paraíso y un puñado de huríes, a ambos lados de la eternidad.

Como en las sectas

Todos los clichés a los que los más ínclitos exégetas de la «cosa islamista» han venido aferrándose para explicar a contrapelo la irrupción de estos fanáticos son desmentidos a diario por los hechos, testarudos, lo cual lleva a preguntarnos, inevitablemente, cuáles son los procesos psicológicos que convierten al vecino del segundo izquierda en un asesino despiadado.

El psicólogo clínico Miguel Perlado, especialista en dinámicas de abuso psicológico, nos ha ayudado a penetrar en la mente de un fanático. A su juicio, los procesos presentes son similares a los que intervienen en las sectas. Y si de algo sabe Perlado es justamente de ello, de sectas.

«Las diferencias son de escala», asegura el psicoterapeuta. «En el caso de las sectas, cualquier persona puede ser vulnerable en determinadas circunstancias. Por el contrario, en estos grupos de fanáticos intervienen otras variables adicionales como el contexto familiar o la proximidad de otras personas que sintonicen con el ideario. En muchos de los chavales reclutados, encontramos también problemas de identidad y conflictos en su integración social. Finalmente, en los grupos como Daesh interviene la violencia física y la idealización de la muerte».

¿Pueden ser considerados, en rigor, dementes? Justamente al contrario. Han existido casos conocidos de personas como el norteamericano Joshua Van Haften con patologías mentales que han tratado de integrarse en estos grupos, pero esto no es sólo excepcional, sino desaconsejable y contrario a los intereses de los caudillos islamistas.

No son locos

A todos los efectos y por muy lunática que parezca su conducta, los yihadistas no son locos. Otra cosa es que, tal y como sostiene Miguel Perlado, el militante atraviese un estado mental que, eventualmente, pueda llegar a adquirir la relevancia de un desorden de conducta. «En mi experiencia clínica, el fanatismo, llegado a cierto punto, termina por convertirse en un trastorno del pensamiento en sí mismo.

Las reglas se subvierten; se modifican los valores y la percepción se distorsiona brutalmente hasta llevarnos a preguntarnos qué clase de transformación se ha operado en el individuo para que sea capaz de ejecutar o justificar atrocidades como las que usted menciona», añade Perlado. «Estamos claramente ante un fenómeno conocido en psicología y psiquiatría como disociación». En primer lugar, se eliminan del individuo todos aquellos aspectos esenciales que definen su identidad y progresivamente, «se reemplazan por una nueva identidad mediante un proceso adoctrina te que exige una adhesión inquebrantable y sin fisuras al nuevo grupo».

Según dice Perlado, es un fenómeno ya bien estudiado que explica, también, por ejemplo, que ejemplares padres de familia de la Alemania nazi utilizaran a sus prisioneros judíos como cobayas en perversos experimentos médicos, sin que ello les planteara ningún problema de conciencia.

«Se trata de un mecanismo de duplicación y que, a diferente escala, encontramos con frecuencia entre las víctimas de las sectas destructivas», precisa el psicoterapeuta. «Por ilustrarlo de alguna manera, existen dos partes de la personalidad que funcionan de modo independiente, en compartimentos estancos. Son dos polos de una pila completamente desconectados. Cuando se confrontan, el efecto puede ser devastador».

Agenda geopolítica

Los casos de Daesh y de Al Qaeda son, a juicio de Perlado, paradigmáticos. «Están justificando actos que atentan directamente contra los valores, supuestamente islámicos, en nombre de los cuales asesinan. Dicen que sólo atienden a una agenda religiosa pero en verdad responden a intereses geopolíticos. ¿Cómo consiguen armonizar tales contradicciones entre la gente a la que reclutan? Mediante procedimientos ya bien estudiados en los regímenes totalitarios.

En primer lugar, idealizan la muerte y después, modifican los valores colectivos sirviéndose de la presión grupal». Dicho de otro modo, conocen bien las teclas que tienen que pulsar para cuadrar el círculo de sus contradicciones. Ni a los padres del gulag ni a los arquitectos de Auswitch les eran desconocidos estos métodos.

Todas estas cuestiones ponen sobre la mesa nuevos puntos de fuga para la especulación filosófico-científica sobre la propia naturaleza humana. Si los yihadistas no son necesariamente un colectivo de psicópatas, ¿palpita en cada uno de nosotros el germen latente de un sádico violento o un sociópata? «Uno de los estudios más populares de la psicología consistió en reclutar voluntarios para desempeñar el rol de guardas y prisioneros en la cárcel de Stanford. La prueba, llevada a cabo en 1971, tuvo que abortarse porque los voluntarios que adoptaron el rol de carceleros comenzaron a desarrollar actitudes absolutamente sádicas con respecto a sus colegas. Se les fue de las manos; se lo tomaron demasiado en serio», explica Perlado. «De entrada, todos creemos que somos impermeables a ese tipo de conductas, pero lo cierto es que muchos de estos casos de violencia se dan entre personas a las que, en principio, describiríamos como ajustadas».

La pobreza ayuda

Naturalmente, en los fanáticos de Daesh confluyen otras cuestiones de tipo ambiental y social, claro que bastante más complejas de lo que los medios de comunicación sugerimos a menudo. De entrada, los yihadistas han sido reclutados entre personas de todas las nacionalidades y todos los contextos culturales y económicos. Eso, sin perjuicio de que el grueso proceda de los estamentos más pobres de países mayoritariamente musulmanes. «Es evidente que el reclutador lo tiene mucho más fácil cuando la persona ha sido castigada por el sistema y ha ido acumulando resquemor y odio. En tal sentido, la exclusión y la desigualdad sí juegan un papel relevante», dice Perlado. «Tampoco cabe descartar que se produzcan casos de estrés postraumático o tentativas de suicidio».

¿Cuáles son los supuestos que deben darse para que uno de estos fanáticos comience a cobrar conciencia de la brutalidad de sus actos o los del grupo? «Recuerdo haber trabajado con algún mercenario para la salida y lo cierto es que es harto complicado que realicen ese clic», afirma el psicoterapeuta español. «En primer lugar, hay que romper con el aislamiento y en segundo lugar, dependerá también del contexto  familiar, personal y del acompañamiento profesional».

«En muchos casos, no llegan nunca a confrontarse esos dos espacios separados que antes mencionaba. La culpa puede ser tan persecutoria que, para sobrevivir, se tiende a negar todo lo que nos incrimina. Si por el contrario, se termina cobrando conciencia de los actos, pueden darse incluso respuestas psicóticas breves. Por decirlo de una forma gráfica, se funden los plomos al recuperar la conciencia verdadera del alcance de nuestros actos. Tampoco cabe descartar que se produzcan casos de estrés postraumático o tentativas de suicidio».

Entrar en el cerebro de un fanático de Daesh e interpretar sus vericuetos es un tema complejo donde se mezclan cuestiones puramente médicas y científicas con supuestos morales y éticos y consideraciones opinables acerca de la naturaleza humana. Ni siquiera hay un común acuerdo acerca de los contextos sociales que los humanos consideramos como éticamente inaceptables.

Y la prueba de ello es el trato que Occidente ha dispensado a un sistema de gobierno no diferente, en lo esencial, al de Daesh. Escribía hace un año el periodista británico Ed West que la supuesta hostilidad del Gobierno de Riad hacia los responsables del Estado Islámico podría ser descrita en términos freudianos como «narcisismo de las pequeñas diferencias». De hecho, ningún súbdito saudí advertiría grandes cambios si tuviera que adaptarse a la versión más truculenta de la sociedad creada por los yihadistas.

Privilegios saudíes

Una adúltera o un gay sufrirían hoy la misma suerte en la Mosul de Daesh que en la Jeddah de los saudíes. Y lo mismo un apóstata o el que roba una manzana. Durante los últimos seis meses, Arabia ha condenado a muerte por decapitación a cien personas. Al igual que en los territorios controlados por el califato del oprobio, las ejecuciones devienen a menudo en un espectáculo público, para escarnio de las familias de las víctimas, y de los propios reos.
La muerte por lapidación sigue siendo común en ambos territorios. Las ejecuciones devienen a menudo en un espectáculo público, para escarnio de las familias de las víctimas y de los propios reos.

Naturalmente, no todos los súbditos saudíes participan del ideario de su jeques, del mismo modo que no todos los alemanes comulgaron con las sanguinarias ruedas de molino de los nazis. Un caso más reciente es el del personal sanitario sueco. Hasta bien entrado los setenta, los socialdemócratas apadrinaron la esterilización de decenas de miles de gitanos sin que se alzara ni una sola voz de denuncia.

¿Significa eso que hay sociedades trastornadas? Tal y como señala Perlado, el problema adquiere dimensiones diferentes que exigen, asimismo, acercamientos diferentes. «El fenómeno impacta, en este caso, de una forma reverberante en toda la sociedad y si el discurso totalitario alcanza a la gente en el contexto histórico y social propicio, puede penetrar a niveles insospechados», concluye.

¿Puede un individuo o un grupo de individuos ser reducidos a un puñado de categorías o rasgos de conducta? A juzgar por el Gobierno francés, sí. Pocos días después del atentado en la redacción del Charli Hebdo, la Administración gala invirtió varios cientos de miles de euros en ayudar a sus ciudadanos a identificar a un yihadista mediante una campaña informativa que despertó las iras -y a menudo, las risas- de parte de la ciudadanía.

A juicio de muchos, «rechazar a la familia, cortar con los amigos o dejar de ver la televisión, no describe sólo a un yihadista, sino a la mitad de la población europea». La campaña no pedía de una manera explícita que se delatara al sospechoso, pero proporcionaba un teléfono gratuito para «las dudas de los ciudadanos».