El Periódico (España), Germán González y Jesús Alabat, 5.03.2025
“En la Iglesia se vivía un clima de angustia y miedo por las enseñanzas que transmitían los pastores, que afirmaban que, si se separaban de la iglesia o de las enseñanzas que se les imponían, serían castigados con grandes desgracias para ellos y sus familias, con enfermedades gravísimas e incluso la muerte”. Este es el relato que se exponen cuatro feligreses de la Iglesia Evangélica Samaria de Terrassa en una ampliación de denuncia por “maltrato psicológico” remitida al juzgado de la capital vallesana que investiga a dos miembros de esa comunidad religiosa por presuntas agresiones sexuales por un responsable de las actividades de ocio, T. A, y un miembro de la congregación. Sin embargo, esta vez se incluye en la denuncia al pastor José García, más conocido como Pepe, y a su mujer.
La ampliación de la denuncia, a la que ha tenido acceso EL PERIÓDICO, tiene como “objeto los daños a la integridad moral y vejaciones continuadas cometidas” en el seno de la iglesia evangélica de Terrassa “durante décadas”, que han supuesto un “maltrato psicológico” para los cuatro feligreses. La abogada Mónica Santiago, del despacho Vosseler y que representa a estos jóvenes, califica de forma indiciaria estos hechos como posible delito de lesiones, otro contra la integridad moral y un tercero de agresión sexual ante un nuevo caso cometido por T. A., con lo que ya sumarían tres. En la denuncia se especifica incluso que se practicaban sesiones de exorcismo e intentos de suicidios.
La denuncia concreta que los cuatro feligreses habían formado parte de la Iglesia Samaria de Terrassa desde su infancia y asistían todos los fines de semana al local. La acusación sostiene que “bajo la dirección de los pastores” de la iglesia, José García y su mujer, o con su participación directa, se visionaban vídeos que representaban supuestas imágenes del infierno, con escenas muy explícitas y palabras “que generaban terror en niños de muy corta edad, a quien no se les permitía negarse a verlos” y se enfrentaban a “duras represalias” si no lo hacían.
Represalias y control
Las amenazas de que si se separaban de los designios de la iglesia les pasaría algo malo conseguía que los feligreses, en este caso de corta edad, no abandonaran la congregación y “sufrieran constantemente” ante el temor “de hacer algo que pudiera no agradar al pastor” y, por tanto, padecer las consecuencias que venían escuchando. Los denunciantes añade que sus padres acudían a este grupo religioso y también estaban condicionados por “la manipulación psicológica» ejercida por el pastor. El escrito remitido al juzgado precisa que ese “clima de represalias y control” por parte de los miembros de esta iglesia evangélica “ha generado diferentes trastornos y lesiones en la integridad física” de los cuatro jóvenes.
J., una de las denunciantes, subraya que a los 17 años le diagnosticaron un trastorno de la conducta alimentaria y por ello los pastores “la humillaban” públicamente ante los demás creyentes diciéndole que era “una princesita” y que “en la vida lo había tenido todo y por eso estaba mal”. La subían a un escenario frente a toda la comunidad y le ridiculizaban por su aspecto, haciéndole creer que era una persona desagradable. Su situación empeoró, hasta que llegó un momento que no se podía levantar de la cama y sufrió “delirios”. Intento de suicidios Desde la iglesia, asevera la denuncia, la “coaccionaron para que no acudiera a un profesional de la salud mental, pues para ellos eran el diablo”. Al final, cayó en una profunda depresión. “El miedo que le había imbuido desde que tenía uso de razón con la visualización del infierno y los demonios”, recuerda Judith, le hizo creer que el origen de su depresión “era una posesión demoniaca y por ello se sometió a dos sesiones de exorcismos, con imposición de manos y recitación de oraciones”. Las llevo a cabo el pastor. Esa situación provocó que intentara suicidarse tirándose desde una altura de ocho o 10 metros, por lo que tuvo que estar ingresada en una unidad de cuidados intensivos.
C., por su parte, explica que a causa de las imágenes “impactantes” de los videos sobre el infierno, ha tenido problemas toda la vida para conciliar el sueño o transitar por zonas oscuras, pues en la penumbra “veía sombras y figuras inexistentes (alucinaciones)”. Esa presión era mayor, recuerda, porque su entorno social y familiar estaba implicado en la iglesia, de manera que, si ellos le repudiaban, se quedaba completamente solo y sin nadie externo que pudiera servirle de apoyo. Este joven afirma que también fue víctima de tocamientos por parte del responsable de actividades de ocio de la congregación, por lo que este monitor ya suma tres acusaciones. Los otros dos denunciantes también relatan que han sufrido ansiedad y trastornos.