Delirante de hambre, un creyente que llevó a su familia a vivir con un culto cristiano apocalíptico en un paraje remoto en el sureste de Kenia le envió un angustiado mensaje de texto a su hermana menor hace dos semanas. Aunque le rogaba que lo ayudara a escapar, todavía seguía bajo el control del predicador que lo había atraído hasta ese lugar, tras prometerle que sería salvado a través de la muerte por inanición.
“Respóndeme rápido, porque no tengo mucho tiempo. Hermana, el fin de los tiempos ha llegado y la gente está siendo crucificada”, le dijo Solomon Muendo, un exvendedor ambulante, a su hermana. “Arrepiéntete para que no te quedes atrás. Amén”.
Muendo, de 35 años, había estado viviendo en el bosque Shakahola desde 2021, cuando, al igual que cientos de otros creyentes, abandonó su hogar y se mudó allí con su esposa y sus dos hijos pequeños.
Habían acatado el llamado de Paul Nthenge Mackenzie, un extaxista convertido en televangelista quien, al declarar que el mundo estaba a punto de acabarse, comenzó a promocionar entre sus seguidores a Shakahola como un santuario cristiano evangélico del inminente apocalipsis.
Sin embargo, en vez de un refugio, la propiedad de 320 hectárea es un terreno baldío quemado por el sol lleno de matorrales y árboles raquíticos, que se ha convertido en una espantosa escena del crimen, salpicada de tumbas poco profundas de creyentes que decidieron morirse de hambre o, como Mackenzie preferiría, se crucificaron a sí mismos para poder encontrarse con Jesús.
Hasta hace un par de semanas, 179 cuerpos habían sido exhumados y trasladados a la morgue de un hospital en la ciudad costera de Malindi, a unos 160 kilómetros al este de Shakahola, para ser identificados y practicarles las autopsias. Los principales patólogos del gobierno informaron hace dos semanas que, si bien el hambre causó muchas muertes, algunos de los cuerpos mostraban señales de muerte por asfixia, estrangulamiento o golpizas. A algunos les habían extirpado órganos, según una declaración jurada de la policía.
Cientos de personas más siguen desaparecidas, quizás enterradas en tumbas no descubiertas. Otros deambulan por la propiedad sin comida como Muendo, cuya esposa e hijos están desaparecidos, contó su hermana.
La horrible magnitud de lo que los medios de comunicación de Kenia han calificado como la “masacre de Shakahola” ha dejado al gobierno intentando explicar cómo, en un país que se cuenta entre las naciones más modernas y estables de África, las fuerzas del orden público tardaron tanto tiempo en descubrir los macabros sucesos en una extensión de tierra ubicada entre dos populares destinos turísticos, el Parque Nacional Tsavo y la costa del océano Índico.
El hecho de que tantas personas ignoraran el instinto humano más básico de supervivencia y eligieran morir ayunando ha planteado preguntas delicadas sobre los límites de la libertad religiosa, un derecho consagrado en la constitución de Kenia.
El cristianismo evangélico —y los predicadores independientes— han ganado popularidad en toda África. Es parte de un auge religioso en el continente que contrasta con la rápida secularización de antiguas potencias coloniales como el Reino Unido, el cual gobernó Kenia hasta 1963. Cerca de la mitad de los kenianos son evangélicos, una proporción mucho mayor que en Estados Unidos.
A diferencia de las iglesias católica romana o anglicana, que se rigen por jerarquías y reglas, muchas iglesias evangélicas están dirigidas por predicadores independientes que no tienen supervisión.
El presidente de Kenia, William Ruto, un ferviente creyente cuya esposa es predicadora evangélica, se ha mostrado cauteloso a la hora de imponer restricciones a las actividades religiosas, aunque hace un par de semanas le pidió a un grupo de líderes eclesiásticos y expertos legales que propusieran formas de regular el caótico sector religioso de Kenia.
Para Victor Kaudo, un activista de derechos humanos en Malindi que visitó Shakahola en marzo, la libertad otorgada a predicadores como Mackenzie ha ido demasiado lejos. Kaudo, notificado por los desertores del culto, encontró creyentes demacrados que, aunque estaban al borde de la muerte, lo maldijeron y calificaron de “enemigo de Jesús” cuando trató de ayudarlos.
Una mujer hambrienta, con la cabeza rapada por orden de los líderes de la secta, se agitó furiosamente en el piso cuando Kaudo se le acercó y le ofreció sustento, según muestra un video que grabó.
“Quería que estas personas hambrientas sobrevivieran, pero querían morir y conocer a Jesús”, recordó Kaudo. “¿Qué hacemos? ¿Acaso la libertad de culto prevalece sobre el derecho a la vida?”
Mackenzie le ha dicho a los investigadores que nunca ordenó a sus seguidores que no comieran y que simplemente predicó sobre las agonías de los últimos tiempos profetizadas en el libro de Apocalipsis, el último del Nuevo Testamento. Fue arrestado en abril, puesto en libertad y luego lo volvieron a detener. Está bajo investigación por acusaciones de asesinato, terrorismo y otros delitos. Su abogado se negó a comentar.
Durante su breve aparición ante un tribunal en Mombasa este mes, Mackenzie, de 50 años, vestido con una chaqueta rosa, mostró una actitud alegre mientras saludaba imperiosamente desde el interior de una jaula de metal para llamar la atención del magistrado. El magistrado lo ignoró y extendió su detención.