El Confidencial (España), Laura Mateo, 7.09.2024

«Hare Krisnha. Nueva Vrajamandala», se puede leer, nada más pasar con el coche por Brihuega (Guadalajara), el jardín de lavanda más famoso de la Alcarría. Una cuesta terrosa y con varios baches conduce hasta lo que es ‘la plaza’ del complejo. Allí espera Yadunandana Swami. Se le reconoce fácilmente. Su vestimenta de color naranja, sus zuecos a juego, su cabeza perfectamente rapada y un pequeño trazo de arcilla -traída directamente desde las tierras sagradas de la India- sobre su frente y nariz son rasgos característicos. El hombre, de 61 años, es maestro Hare Krishna y presidente de Nueva Vrajamandala, la comunidad rural de la entidad religiosa de origen hindú asentada en Guadalajara desde hace ya 45 años. En lo que aún se conoce como Finca de Santa Clara, antiguo aposento, según cuenta la leyenda, del médico particular de Alfonso XII, se ha creado lo que actualmente es el poblado Hare Krishna más grande de España.

En él viven de manera permanente 64 personas entre las que hay mujeres, hombres y niños, pero hoy, lunes 26 de agosto, está más concurrido de lo normal. Decenas de niños corretean por las calles mientras medio centenar de hombres y mujeres, ataviados con ropajes coloridos, bailan y cantan. «Hare Krisnha, Hare Krishna, Krishna Krishna, Krishna Hare. Hare Rama, Hare Rama, Rama Rama, Hare Hare». «Hoy es un gran día, se celebra el nacimiento de Krishna, estamos preparados para la ocasión», explica Yadunandana.

De pronto, una pareja hindú aparece de entre las enormes ramas verdes que marcan el camino hacia el huerto. «Hare Krishna», pronuncian, mientras hacen una reverencia ante Yadunandana. Él incluso, le besa los pies. Después de una breve conversación en inglés, se dirigen a toda prisa hacia el gran edificio que hay justo en el centro de la finca, que cuenta con 300 hectáreas.

De las ventanas comienza a salir el sonido de tambores, acompañado de unos dulces cánticos acompasados en sánscrito. Yadunandana se dirige también hacia allí. Se descalza, sube unos pequeños escalones, y abre la puerta de lo que es el templo sagrado de Krishna. Toca lo que parecen unas pequeñas campanas y entra en su interior. Hombres, mujeres y niños cantan y bailan. Es su manera de rezar a Krishna hoy, más que nunca, con motivo de su ‘cumpleaños’. Y esto es lo que hace Yudanandana todos los 26 de agosto desde hace más de 40 años, en lo que para él ha sido siempre su «modo de vida».

Toda una vida dedicada a Krishna Su nombre civil es Javier Pera, pero desde hace 46 años se le conoce en la comunidad como Yadunandana. Ese nombre le pertenece desde que se inició en los Hare Krishna, cuando sólo tenía 15 años. «Pero llevaba practicando desde los 14», apunta. «En esa iniciación, el maestro que ofrece la ceremonia, da un nombre de acuerdo a la naturaleza de cada persona. En mi caso, Yadunandana es un nombre de Krishna, que significa que la deidad nació hace 5.000 años en la familia de los pudientes», afirma el ahora también Swami. El término significa maestro en sánscrito, y hace referencia tanto a hombres como a mujeres ya que, en la comunidad Hare Krishna, ambos sexos pueden ejercer el sacerdocio. Yadunandana nació en Barcelona, en el año 1963. Proviene de una familia católica, pero eso no le influenció en sus creencias. Inició su andadura en el mundo de los Hare Krishna gracias a su grupo de amigos. «Juntos estudiábamos la parapsicología y los ovnis», cuenta Yadunandana. «Dos de ellos visitaron el templo de Barcelona y me hablaron de la conciencia de Krishna. Luego fui yo el que empecé a visitarlo y me di cuenta de que este mundo me atraía. Recibí libros de la conciencia de Krishna, empecé a leerlos y me gustaba porque daba respuestas a preguntas esenciales de la vida. También me atrajo el estilo de vida comunitario, de compartir, de ser abierto y a la vez de tener valores que hagan que la vida sea más sólida, menos volátil», explica.

Cuando comenzó a tomar esa conciencia, tenía 14 años. Quedó maravillado con lo que descubrió en el templo, con esta religión y con todo lo que promulgaba, y decidió comunicarle a sus padres que su deseo era irse a vivir allí. «Les sorprendió mucho, sobre todo a mi madre, pero luego me dieron el permiso para ir», cuenta. Terminó sus estudios obligatorios y, con la intención dedicar toda su vida a esto, decidió emprender su camino hacia la iniciación ya en el templo. «Para la iniciación hay que hacer una preparación, recibir clases sobre la conciencia de Krishna, de los rezos, de los textos sagrados que vienen recogidos en el Bhagavad-gītā… y es preciso dedicarle al menos un año. Yo finalicé mis clases de iniciación a lo 15, de manera muy temprana». Desde entonces ha vivido en los templos de Barcelona, de Málaga e, incluso, de Inglaterra y de Bélgica. «En Inglaterra validé todos los estudios teológicos que había hecho dentro de la comunidad e hice un Máster en Ciencias de la Religión. Después estuve 12 años en una comunidad que tenemos en Valonia, en la Bélgica Francesa, trabajando en un instituto educativo».

No conoce otro estilo de vida que no sea este y ahora aquí, en Nueva Vrajamandala, se dedica a predicar el mensaje de Krishna, tanto dentro de la comunidad como fuera de ella. «Hacemos muchas salidas para juntarnos con otras comunidades de España, pero también vamos por las ciudades expandiendo nuestro mensaje a través de los cantos y los rezos. Creo que habrá pocas ciudades en España que no haya visitado», explica. Pero ahora ya, como Swami. Un día en Nueva Vrajamandala Como todos los días, el despertador suena a las cuatro de la mañana en Nueva Vrajamandala. Algunos miembros de la comunidad, sobre todo los Swami, se ponen en pie muy temprano para acudir a su pequeño templo a orarle a Krishna, uno de los nombres de Dios, que significa «supremamente atractivo». Lo hacen a partir de rezos, cantos o meditaciones a través del Bhakti yoga, el yoga del amor, de la entrega y del servicio. «La comunidad Hare Krishna fundamenta su filosofía y su estilo de vida en los textos sagrados de la India, escritos en la lengua sánscrita y recogidos en el Bhagavad-gītā, donde se explica este método de yoga para conectar con la divinidad, con la propia alma y con todos los seres vivos que son parte de la divinidad», explica Yadunandana. Comulgan con la sabiduría de distinguir el alma eterna del cuerpo, siendo este sólo un vestido que el alma lleva puesto durante toda su vida terrenal. «El alma es eterna y distinta de la materia. El alma puede reencarnarse en otros cuerpos, en otros vestidos, hasta alcanzar la sabiduría total y conciencia de Krishna para, entonces, ascender y dar por finalizado ese círculo», cuenta el presidente de Nueva Vrajamandala. Esa reencarnación del alma en diferentes cuerpos está relacionada con la ley del Karma, a la que también tienen como filosofía de vida. «Todo lo bueno que haces y cosechas en tu vida te será recompensado en esta vida o en la siguiente, al igual que si haces algo malo o maltratas a los demás, tendrás que pagar los resultados», relata. Toda esta cultura fue fundada por Swami Prabhupada, un religioso nacido en Calcuta y que fue instado por su maestro a viajar a Estados Unidos para predicar las doctrinas Krisnaistas en Occidente y difundiendo el mantra sánscrito Hare Krishna.

Su escultura también se encuentra en el templo, justo enfrente de las imágenes de las deidades. Allí se reúnen en comunidad, oran, rezan y meditan hasta más o menos las nueve de la mañana, momento en el que se sirve un copioso desayuno «para reponer fuerzas después de llevar muchas horas en pie». Consta de yogur, tostadas, leche, miel, cereales, zumo de frutas… pero no hay cabida para el café. «No es natural, se considera un estimulante, y nosotros no lo consumimos. Al igual que tampoco consumimos ningún tipo de droga, ni jugamos a juegos de azar». Ya con el estómago lleno, completan su mañana con clases de iniciación o lecciones para que los más avanzados profundicen en la sabiduría y los conocimientos de Krishna. Otros, simplemente, acuden a llevar a sus hijos al colegio de Brihuega o a su trabajo fuera de la comunidad ya que, para vivir allí, no es necesario abandonar la vida en el exterior. Igual que tampoco es necesario vivir en el templo para pertenecer a la comunidad. Los que sí que lo hacen son ahora más de 60 personas que, aunque no pagan un alquiler, aportan a la congregación con servicios o trabajos comunitarios, cada uno tiene su rol, y algún que otro donativo, que es el método fundamental de financiación en Nueva Vrajamandala. Aunque su economía es ajustada, les da para sacar adelante este complejo que cuenta con 300 hectáreas, dos edificios, varios invernaderos y huertos y hasta una vaquería, en la que tienen en régimen de semi libertad a un burro, casi una decena de vacas y un toro.

«Necesitamos al toro para que preñe a las vacas y nos den leche. No practicamos una alimentación violenta, porque los animales son almas igual que nosotros. Nuestra dieta es lácteo-vegetariana, y con esa leche que nos dan las vacas hacemos yogur, queso y multitud de dulces y platos. Ahora el toro que tenemos ya está viejo, pero cuidamos tan bien a nuestros animales que ellos nos lo devuelven en forma de alimento, de manera que hay vacas que sin ternero han comenzado a dar leche», afirma el Swami. De la vaquería, que está al otro lado de la carretera, se emiten tímidas notas de lo que parece ser una pieza de música. Yadunandana lo confirma. «Les ponemos música hindú con el mantra Hare Krishna para que estén relajadas». Entrando de nuevo en la finca, el sonido de unas campanas bendice la comida, que se sirve a las dos de la tarde. Pero hoy, los que comen son sólo los niños. Con motivo del día de Krishna, los adultos ayunan hasta la medianoche. Aún así, como en esta festividad es mucha la gente que acude de visita a Nueva Vrajamandala, una mujer prepara en una caseta instalada en ‘la plaza’ varias elaboraciones de comida, como pizza, piadinas y panes, y zumos y helados para refrescar a los curiosos. Lar tardes en la comunidad serían mucho más tranquilas. Clases y meditación al término de la comida y una cena ligera hacia las ocho de la tarde, para así estar ya en la cama cuando den las nueve. Pero, como se trata de una jornada especial, la música no para de sonar y los bailes no cesan. Ya cercanas las siete, se acerca uno de los momentos más importantes, el paseo de las deidades en barca. Todo el mundo acude al templo. El ritmo va variando, pero lo que versan las canciones es siempre el mismo mantra. «Hare Krisnha, Hare Krishna, Krishna Krishna, Krishna Hare. Hare Rama, Hare Rama, Rama Rama, Hare Hare». Los fieles se pasan el micrófono unos a otros para cantar. Algunos tocan tambores, platillos y varios instrumentos típicos hindúes.

Mientras, dos hombres entran en ‘el santuario’ donde se encuentran las imágenes y cogen dos de pequeño tamaño. No miden más que un palmo. Aprisa, se las llevan hacia el exterior para situarlas en una curiosa barquita con forma de cisne, decorada con guirnaldas «de flores sagradas», cultivadas en el propio huerto. Una vez colocadas adecuadamente, proceden a meter la barca en una piscina en la que flotan un montón de girasoles. El canto incesante acompaña hasta allí a todos los feligreses que, uno por uno, pasean la barca por la pequeña piscina mientras el resto aplaude. Algunos lo hacen desde dentro del agua, otros prefieren permanecer secos. Cuando el ritual ha terminado, los allí presentes abandonan el lugar y los dos encargados de las estatuillas se las vuelven a llevar al interior del templo. «Las tienen que preparar para las ofrendas de medianoche», explica una mujer vestida con una pomposa tela rosa llena de abalorios y piedras. Porque la fiesta aún no ha terminado, «y eso que llevamos desde el sábado celebrando».

Un silencio sepulcral reina por unos breves minutos, pero enseguida lo rompen unos hombres desde un escenario improvisado. Comienza una sesión de «flamenco Hare». Un hombre con acento andaluz procede a deleitar con unos cantes en honor a Krishna, mientras su acompañante toca dulcemente una guitarra española. Ya es de noche cuando unos hombres vestidos tan solo con una tela blanca comienzan a sacar enseres del templo para colocarlos justo enfrente de la puerta exterior. En una de las mesas están las imágenes, protegidas con una tela. En el resto, flores sagradas, miel, yogur, leche, zumo de varias frutas y agua. Son las ofrendas. Cuando ya está todo listo, los mismos dos hombres comienzan a verter sobre las imágenes todo el contenido de los cuencos que había en la mesa contigua, mientras el resto cantan en corrillo alrededor suyo. Otro hombre se hace con un objeto similar a un candelabro y comienza a pasarlo entre los fieles, que ponen sus manos sobre el fuego para luego tocarse la frente y la parte superior de la cabeza. Todos estos hechos suceden en un lapso aproximado de una hora. A pesar de que el ritual se repetirá de nuevo a la medianoche, esta vez, en el interior del templo.

Puntuales como un reloj, a las doce en punto de la noche se dan por finalizadas todas las ceremonias, y un imponente banquete de más de 100 platos se sirve sobre una enorme y alargada mesa. Yadunandana se despide, sabe que mañana debe levantarse igualmente a las cuatro, y empezar de nuevo un día más presidiendo la comunidad rural Nueva Vrajamandala, que siempre permanece abierta para todos aquellos que quieran hacer un cambio en su vida.