El Confidencial (España), Antonio Villarreal, 4.04.2024

Nueva Vrajamandala, la colonia fundada en 1979 a las afueras de Brihuega, ha triplicado su población en cinco años. El auge de la meditación, la pandemia o la guerra en Ucrania han ayudado a reflotar un movimiento que había salido del foco Yadunandana Swami, frente a uno de los edificios del complejo.

Las dos mujeres bajan los escalones cuchicheando nerviosamente al ver, en mitad del patio, a Yadunandana Swami. El maestro, de 61 años, es un hombre bajito con el cráneo rapado, un rastro de arcilla ocre en el puente de la nariz —tilak, extraída de una de las ciudades sagradas del hinduísmo— y ataviado con una superposición de prendas naranjas en distinto grado de intensidad. Al ver a las devotas les lanza una sonrisa y desplaza sus Crocs color azafrán en su dirección. «Hare Krishna», dicen ellas. «Hare Krishna», responde él. Una de las dos añade que es un honor conocerle en un español con claro acento eslavo. Son ucranianas, dejaron su país con la guerra y acabaron en Barcelona.

El swami, el término con que se describe a esta figura dentro del hinduísmo, es la máxima autoridad administrativa de Nueva Vrajamandala, la comunidad más importante y estable de Hare Krishna en España, que este año celebrará su 45º aniversario. Los Hare Krishna en España tuvieron su apogeo hace más de 40 años.

El movimiento, que se distingue de otras corrientes hinduistas en su monoteísmo —mientras que otras corrientes védicas creen en una tríada de dioses o Trimurti (Visnú, Brahma y Shiva), ellos ven a Krishna como la forma principal de Dios de la que emana todo lo demás— fue legalizado en agosto de 1976. Tres años después, la organización anunciaba la compra de la finca de Santa Clara, un terreno de 300 hectáreas a las afueras de Brihuega (Guadalajara) por el que pagaron 60 millones de pesetas a plazos. Así se cimentó la aldea que ha servido de refugio a los devotos de esta religión de origen bengalí en las duras y en las maduras.

La población se triplica

La población de Nueva Vrajamandala, sin embargo, no es independiente de lo que pase fuera de sus muros. Hace diez años, coincidiendo con la crisis económica, el registro de personas empadronadas aquí se desplomó. En 2016 solo quedaban 26 personas, según los datos del INE. Hoy, sin embargo, la comunidad ha tocado techo alcanzando los 75 vecinos, una cifra nunca vista en décadas.

Su máxima autoridad administrativa, equivalente a un alcalde pedáneo, precisa que hay otros devotos que residen en Brihuega con sus familias. Hubo una época en que Yadunandana respondía solo al nombre de Javier. Era un adolescente aficionado a los temas paranormales en un país que avanzaba hacia la democracia. «En 1977 yo era un jovencito de 14 años, estaba en un grupo y estudiábamos la parapsicología o la ufología, leíamos la revista Karma 7», explica el religioso a El Confidencial. En aquella publicación, surgida en las postrimerías del franquismo, los artículos sobre avistamientos de ovnis se mezclaban con otros sobre ocultismo o filosofías heterodoxas. La revista, como todas las del estilo, estaba muy perseguida por el régimen, ya que acababa siendo un caballo de Troya para las ideas progresistas, calificadas por los censores al mismo nivel que el satanismo. Al joven Javier, sin embargo, lo que más le llamaba la atención era lo que venía desde Oriente. «Me metí en el mundo del yoga, empecé a leer libros como Kundalini Yoga de Swami Sivananda», explica. De ahí se fue adentrando hasta llegar al Bhagavad-gītā, el texto sagrado del siglo III a.C. donde Krishna resume las doctrinas hinduístas a Arjuna antes de la batalla de Kurukshetra.

Empezó a frecuentar la casa barcelonesa de Tiana que una pareja de amigos convirtió en el primer templo del país dedicado al visnuísmo de Bengala (más conocido por su nombre en sánscrito: gaudiya vaisnava) al que más tarde siguieron otros, erigidos en casas alquiladas de la Ciudad Condal. Yadunandana había encontrado su camino, que ha durado ya más de 50 años y que, según recoge su LinkedIn, prosiguió con estudios religiosos en instituciones de Bélgica, Luxemburgo o Gales. Aunque su epicentro sigue estando en el templo de La Alcarria, sus viajes dentro y fuera de España son constantes. A efectos prácticos, es un alto ejecutivo de esta religión.

— ¿Es usted el miembro más longevo de esta comunidad?
— No, hay otros. Por ejemplo un alemán, aunque lleva ya muchísimos años en España, que es discípulo de Prabhupada. La ventaja de formar parte de un culto tan relativamente reciente es que los grados de separación con el gurú supremo son mínimos.

El camino de Prabhupada

Las raíces datan del siglo XVI, pero el movimiento Hare Krishna tiene en realidad menos de 60 años de vida. El iniciador de todo fue un hombre apodado Prabhupada, que en 1966 viajó a Nueva York en un buque mercante desde Bengala Occidental. Las leyendas siempre recalcan que solo llevaba 40 rupias en el bolsillo. El caso es que allí hizo fortuna al congregar a cientos de hippies que andaban buscando sentido a su existencia. Prabhupada les dijo que el sexo libre o las drogas eran solo unos entremeses insatisfactorios para su búsqueda, y que la respuesta estaba en el modo de vida que predicaba Krishna. Aquella fascinación llegó hasta las más altas cotas de la cultura popular de aquella época.

En un célebre concierto, Prabhupada teloneó con su mensaje a Grateful Dead y los Big Brother and the Holding Company, cuya cantante era Janis Joplin. Poco después, George Harrison le abrió las puertas de los Beatles y financió el desembarco de la Sociedad Internacional para la Conciencia Krishna a Inglaterra, Europa y al resto del mundo.

El movimiento pegó especialmente fuerte en Rusia y sus países satélites, por eso no es nada sorprendente que las dos devotas que viajaron esta Semana Santa a Brihuega fueran ucranianas. El éxodo provocado por la guerra ha tenido la consecuencia de engrosar las comunidades Krishna de todo el continente.

El italoamericano Stephen Guarino, hoy con 84 años, fue uno de aquellos jóvenes que encontró a Prabhupada en las calles de Nueva York en 1966. El gurú pronto le asignó la tarea de amanuense y, a los dos meses, dejó sus orígenes católicos para convertirse al hinduísmo. Acabó convirtiéndose en su biógrafo oficial y, tras la muerte del fundador, fue uno de los 11 apóstoles escogidos para seguir formando a los futuros sannyasi, aquellos devotos que optan por una vida monástica y acaban formando parte del clero. Guarino, que recibió el nombre Satsvarupa dasa Goswami, conoció un día a Yadunandana y le tomó como discípulo. Hace 15 años, el español ascendió a maestro espiritual y es, desde entonces, conocido como Yadunandana Swami.

Hábitos y rituales

Yadunandana amanece cada mañana a las 4:30 y se dirige al templo. La comunidad de Nueva Vrajamandala está formada por aquellos devotos que han escogido una vida monacal y otros con un nivel de compromiso distinto, por ejemplo quienes viven con sus familias en modestos apartamentos o los que realizan alguna labor más terrenal —aunque al final todo se santifica de alguna forma— como las labores de cocina o el cuidado del huerto. Aquellos que acompañan al sannyasi al templo de madrugada se dedican, primero, al rezo.

El maestro lleva en una bolsa atada al cuello un collar de mantras, similar a un rosario. «Recitamos el mantra», explica, y comienza el canto: «Hare Krishna. Hare Krishna. Krishna, Krishna. Hare, Hare. Hare Rama. Hare Rama. Rama, Rama. Hare, Hare». Por cada recitación de un mantra se pasa una cuenta del collar. «Normalmente son un par de horitas de meditación, hasta las 07:30», calcula. Luego se mete en una clase de filosofía y teología hasta la hora de desayunar, cuando se encuentra en el comedor con el resto de miembros de la comunidad.

En Nueva Vrajamandala todo el mundo parece absorto, ocupado en su tarea. No son del género contemplativo. A lo lejos, un hombre arregla las paredes del invernadero. El color naranja fosforito de su chaleco aúna las vocaciones del albañil con la del devoto de Krishna. Más abajo, otro hombre enjuto y con un gorro de lana observa los semilleros, que habrá de empezar a plantar en pocos días, cuando no haya riesgo de helada.

«Siempre vamos incorporando algunas variedades nuevas, pero hacemos una conservación de semillas antiguas como esta lechuga de Brihuega», señala el hombre, que se identifica como Pritu. Todos los nombres, impuestos por el maestro cuando el devoto inicia su formación espiritual, tienen su razón de ser. En este caso, Pritu fue una encarnación de Krishna que fomentó el desarrollo de la agricultura. Pritu, antes Patxi, es originario de Navarra y llevaba años llevando el campo en otras comunidades Hare Krishna.

Tras 20 años en la finca de un devoto en Málaga, acabó recalando en los montes de Guadalajara poco antes de la pandemia. «Yo nunca me había acercado a Dios, hay otras familias que son católicas y van a misa los domingos, pero la mía era todo lo contrario», indica. «Pero cuando necesité cambiar de rumbo y… entonces pedí ayuda a Dios, pues se me manifestó todo este tema». Además del huerto, el otro pilar de la comunidad es la vaquería no-violenta.

A unos cientos de metros de los edificios principales, cuentan con unas quince reses entre vacas, toros y bueyes, que pastan apaciblemente en el prado. Un burro blanco, rescatado de alguna finca cercana hace años, les acompaña cada día. Aunque la vaca es considerado un animal sagrado, los vedas —los textos más antiguos de la literatura india, base de la religión védica— indican que su consumo es beneficioso para estimular la bondad. Para salvar el escollo del modelo actual de producción de lácteos, en este tipo de comunidades rurales comenzaron muy pronto a criar sus propias vacas felices, otorgándoles cuidados especiales como la práctica de música tradicional.

— La vaca se considera una madre, nos alimenta con su leche. De hecho, y esto es muy curioso, aquí hay vacas que sin ternero dan leche.
— ¿Leche sin ternero? ¿Y eso cómo puede ser?
— Pues por el cariño a los vaqueros, supongo, porque las cuidan bien. En un costado de la ladera, Pritu acumula los desechos de las vacas junto con restos vegetales para fabricar estiércol. Lo va removiendo a lo largo de cinco meses. Necesitan esa circularidad y además, que todo gire a un ritmo de otra época.

Todo culto exótico, al desarrollarse muy lejos de su área de influencia, corre el peligro de desaparecer cuando el principal impulsor fallece. El movimiento Hare Krishna vivió una crisis mundial en 1977 con la muerte de Prabhupada, que no diseñó ninguna hoja de ruta para sus seguidores.

En España, en 1988, los devotos vivieron otro sobresalto con la deserción del alemán William Ehrlichman o Bhagavan Das, responsable del Sur de Europa. La prensa de la época dijo que huyó de Europa con 30.000 dólares bajo el brazo, los portavoces de la comunidad lo negaron: tan solo quería casarse. Tanto da, lo cierto es que hoy vive en California y está casado. Pero aquello provocó un descenso del número de adeptos, 86 en toda España.

Sin embargo, Nueva Vrajamandala, el bastión, resistió. Hoy el líder religioso cuenta comunidades en Barcelona, Madrid, Málaga, sur de Tenerife, Valencia, Cantabria y una última incorporación en San Vicente del Raspeig. «En toda España creo que somos miles», calcula Yadunandana. «Si tomamos como referencia la Fiesta de Krishna en Málaga», que se celebra anualmente en una finca llamada Villa Varsana, en Churriana, «llegan a acudir unas mil personas de toda Andalucía; aquí no somos tantos, pero podemos juntarnos unos 200».

La parte más sorprendente es que hace unos años que los Hare Krishna fueron abandonando la característica que más los distinguía —y oponía— a otras corrientes védicas: su proselitismo. Una de las claves del revival protagonizado por Prabhupada era su fijación en que los devotos salieran a la calle a dejarse ver y convencer a otros. En Madrid eran parte del paisaje habitual de la Malasaña de la movida, siempre rodeados en la plaza del Dos de Mayo de otras tribus urbanas. Su centro de la calle Espíritu Santo era un comedor vegetariano donde lograban captar a nuevos adeptos. Sin embargo, hoy ya solo funciona para miembros de la comunidad. Ya no aparecen en los aeropuertos. Su música no recorre ya el centro de las ciudades.

«A finales de los 70 y toda la década de los 80 eran años en que la juventud buscaba mucho alternativas, no era muy conformista», dice el religioso, que en aquella época recorría las calles en busca de novicios. «Hoy en día las nuevas generaciones quizás tienden a quedarse en casa bastante tiempo. Es otra época». También para ellos. «Entonces venían muchos jóvenes, varios cada mes, que querían quedarse un tiempo», abunda Yadunandana. «Ahora las personas que lo practican son gente más madura, más asentada, y lo hacen desde sus casas, ya no quieren vivir en comunidad».

Sin embargo, no solo no han desaparecido, sino que como el lince ibérico han logrado remontar. Hay otras fuerzas que reman a su favor. Fuera del templo, en el patio central que sirve de aparcamiento no cabe un coche más. La hospedería —Nueva Vrajamandala se financia básicamente ofreciendo alojamiento para jornadas y escapadas de meditación en grupo— está llena. El modelo de negocio de otras comunidades, por ejemplo ofrecer cursos de cocina vegetariana o vegana, también están cada vez más demandados.

Muchas de las ideas que llevan años pregonando han sido abrazadas finalmente por el capitalismo: desde las apps de meditación o yoga al veganismo, de los ayunos intermitentes al concepto de karma, todo forma ya parte de nuestra realidad diaria. Prabhupada convenció con todo esto a los hippies agotados de un materialismo rampante, pero el sistema ha logrado devolver el golpe y absorberlo en su beneficio. Todo eso, de algún modo extraño y retorcido, les ha conferido una nueva posibilidad, una reencarnación.

El místico se levanta para dirigirse al altar del templo y me explica las imágenes: “Están Krishna, la divinidad, y Radha, la naturaleza femenina de la divinidad”, dice. “En el altar, con los brazos alzados, están Chaitanya y Nityananda, encarnaciones de Krishna dentro de nuestra comunidad que divulgaron su nombre y su mantra por toda la India y predijeron que esto llegaría a cada pueblo y aldea del mundo, cosa que está ocurriendo…”, pausa dramática, “…gracias a internet”.

Cuando eran realmente conocidos, los Hare Krishna arrastraban también acusaciones de secta oscura, de perseguir a los desertores, de enriquecerse… y bueno, algo de eso hubo aquí y allá. Sin embargo, los años han pasado y ya las túnicas naranjas han dejado de resultar amenazantes para ser solo pintorescas. «Saber que hay familias que nacieron aquí y que ahora están criando a sus hijos aquí… me da tranquilidad», reflexiona el swami. «Son otra generación que viene detrás, y el día que yo falte habrá personas que van a continuar todo esto, manteniendo la esencia pero claro, dentro de su camino, porque el mundo es dinámico». Las dos mujeres bajan los escalones cuchicheando nerviosamente al ver, en mitad del patio, a Yadunandana Swami.

El maestro, de 61 años, es un hombre bajito con el cráneo rapado, un rastro de arcilla ocre en el puente de la nariz —tilak, extraída de una de las ciudades sagradas del hinduísmo— y ataviado con una superposición de prendas naranjas en distinto grado de intensidad. Al ver a las devotas les lanza una sonrisa y desplaza sus Crocs color azafrán en su dirección.