Diario Uno (Argentina), Cecilia Osorio, 20.07.2014

Ocho mendocinos denunciaron a un hombre por haberles “suministrado sustancias ilegales con efectos alucinógenos a través de distintas prácticas medicinales”, según el testimonio de algunas de estas personas a Diario UNO.

Aseguraron haberse acercado a él en momentos de crisis personales incentivados porque el denunciado “decía ser especialista en una técnica psicoterapéutica llamada holotrópica”, desarrollada por los psiquiatras Stanislav Grof y Cristina Grof y que consiste en una respiración acelerada para alterar los estados de la conciencia logrando así una reparación emocional.

“De allí nos condujo a otras terapias, a través de una dependencia emocional, que lograba con manipulación psicológica”, dijeron.

«En una carpa de sudoración donde confluían 15 personas se generaba calor con piedras volcánicas, se quemaba marihuana y se les daba un té medicinal hecho a base de jugo de peyote o psilocibina (hongos alucinógenos), o un taller medicinal en el que se distribuía ácido lisérgico (LSD)” son algunos de los hechos expuestos en enero en la Fiscalía Federal 1, a cargo de Alejandra Obregón, quien formalizó la acusación que figura en el expediente Nº1043/2014, en la Secretaría Penal C, del Juzgado Federal 1, cuyo titular es el magistrado Walter Bento.

El abogado que se constituyó en querellante ante las denuncias, Jorge Caloiro, manifestó que «en principio se acusó a Jorge Rodríguez de infringir la Ley de Estupefacientes Nº23.737 en cuyo artículo 5 inciso «e» penaliza el acto de entregar, suministrar o aplicar a otros estupefacientes, ya sea a título oneroso o gratuito”.

Los afectados dicen que “nunca les explicaba en qué consistía la medicina” y que llegaron a pagar “desde $350 por encuentros individuales y hasta $1.500 por los talleres con la promesa de que éstos servirían para remediar problemas y purgar angustias”. Nahuel Sosa (31) y su hermano Alé Sosa (24), Jeremías Martín Sosa Calderón (31) y Pablo Navarta (23) son los denunciantes que relataron a Diario UNO la situación, motivados  porque “era importante contar lo que vivieron 30 personas, entre adultos y jóvenes, junto a nosotros. Este pseudoterapeuta es conocido y sigue ejerciendo, no queremos que a otros les pase lo mismo”.

Cadena de afectos

Los cinco jóvenes que narraron la acusación mencionaron varios puntos comunes. Principalmente, el haber accedido en un momento de vulnerabilidad y crisis adolescente. Añadieron hechos que no forman parte de la  denuncia, pero que consideraron necesarios para entender la situación de la que fueron parte hasta fines de 2013.

La mayoría de ellos expresó que en la primera entrevista con el denunciado tenían entre 18 y 19 años, y que fueron por sugerencia de sus madres, quienes habían experimentado anteriormente las técnicas respiratorias y confiaron que era un buen método terapéutico. Beatriz Montilla, madre de Nahuel y de Alé, quien también figura como denunciante en la causa, explicó: “Asistí a los talleres de respiración por la recomendación de un psicólogo. Me atrapó mucho la manera anticonvencional que este hombre tenía de trabajar y cuando mi hijo mayor atravesó una crisis adolescente complicada, pensé que lo podía ayudar, que sería bueno para él”.

«Establecer vínculos de amistad en paralelo a las prácticas» es otro detalle que suman como parte del método quienes realizaron la acusación. “El gordo, como todos lo conocen, era amigo de mis viejos, me conocía desde que era chico; era difícil no creer en su palabra. Ésa era la cadena de afectos de la que él hablaba y se beneficiaba: sus terapias te llegaban de la boca de personas en las que confiabas y así ampliaba su grupo de pacientes”, dijo el mayor de los Sosa.

Los talleres “purgadores”

Jeremías Sosa Calderón detalló cómo fue que de un encuentro personal con este hombre, en una casa de la calle Lisandro de la Torre, en Godoy Cruz, llegaron a los talleres que se hacían en la montaña o en una vivienda de la calle Longoni, en Chacras de Coria: “Él iba testeando tu carácter, hasta dónde podías llegar. Te convencía de que lo tenías que hacer porque era parte de tu tratamiento. Esa coacción psicológica es difícil de explicar,  porque él era tu referente y usaba su poder para eso”.

Ahora Nahuel puede interpretar los hechos desde otra posición, ya que fue la carrera de psicología –llegó a ella motivado por el ahora denunciado–, la que “paradójicamente me abrió los ojos al contrastar la ciencia académica y lo que este tipo hacía”. Desde ese lugar es que explicó que los talleres alternativos se basaban en “una psicología transpersonal: con distintas técnicas se generaban estados alterados de la conciencia, con los que él te decía que podías acceder a cosas de tu pasado para resolver el dolor presente.Esa alteración la producía con la carpa de sudoración o temazcal, terapia medicinal o gestalt donde asumías distintos roles”.

“En una de esas experiencias –añadió Sosa– participó mi hermano, que entonces tenía 17 años. Cuando pasaba el jarrito con la infusión, hablaba de medicina del gran espíritu”.

“Alucinación, alteración de la sensopercepción, náuseas y mareos” eran los efectos de la respiración holotrópica, contó Jeremías, que llegó a sufrir en uno de esos encuentros el entumecimiento de manos y pies: “Había una música evocativa de fondo que contribuía. Después de esto, Jorge te hacía una interpretación y si te sentías mal físicamente te explicaba que eso era bueno para purgar tus penas. Siempre usaba frases ambiguas que se acomodaban a cualquier persona, pero te hacía pensar que vos eras único, que te habías ganado su confianza”.

Contaron despuésque en otras oportunidades y con ayuda de un psiquiatra “nos prescribió medicamentos como ansiolíticos”.

La ruptura

Dos de ellos dejaron la carrera universitaria para seguir psicología, “motivados por la posibilidad de trabajar con Jorge, como él nos sugería dijeron Jeremías y Nahuel.

Al avanzar en el estudio empezaron a comprender las contradicciones de estas terapias alternativas sumado a “otras situaciones que evidenciaron un uso desmedido de la técnica: fueron las primeras alertas”.

Una noche de viernes, Pablo Navarta no accedió a participar en una actividad en la que sospechó que se usaba marihuana. “El castigo por resistirme fue someter a todo el grupo a fumar constantemente hasta que yo accediera. Eso me valió el desprecio y la marginación del resto. En el estado en que estaban podrían haberme hecho cualquier cosa”, detalló el joven.

Después, “una relación sexual sostenida en paralelo con dos de las jóvenes del grupo terminó de abrirnos los ojos sobre lo que sucedía”. Una de ellas era la novia de Nahuel, quien la había llevado para que resolvieran un problema de pareja. “Su método era trasplantar ideas. A ellas las indujo a creer que estaban enamoradas de él y selló un pacto de silencio para que nadie se enterara, porque esto mismo hacía con otras mujeres. Pero en  diciembre, el secreto se rompió y fue cuando entendimos que debíamos denunciar lo vivido”, dijo Sosa, para quien “las consecuencias psicológicas en algunos casos son irremediables”.

“Hay un vacío legal acerca de estas prácticas”

Jorge Caloiro, abogado de los denunciantes, manifestó que “sólo en Córdoba existe una ley referida a las víctimas de grupos que usan técnicas de manipulación psicológica, y es más conocida como la Ley de Sectas. Por eso cuando un cliente me manifiesta una situación de este tipo es difícil enmarcarla desde lo jurídico”.

La norma a la que Caloiro hizo referencia es la Nº9891, que habla de “todas aquellas organizaciones, asociaciones o movimientos que exhiben una gran devoción o dedicación a una persona, idea o cosa y que emplean en su dinámica de captación o adoctrinamiento técnicas de persuasión coercitivas que propicien la destrucción de la personalidad previa del adepto o la dañen severamente, y la destrucción total o severa de los lazos afectivos”.

“Era la elocuencia de su discurso la que captaba, golpeaba la emotividad”

Sobre los primeros encuentros que tuvieron y la impresión que entonces produjo el denunciado, Nahuel Sosa describió: “Su discurso era siempre muy impactante, te golpeaba la emotividad. Su manera tan informal para referirse, su carisma, impactaban y seducían a la vez”.

Después, el joven añadió en diálogo con Diario UNO: “Recuerdo que la primera vez que fui me leyó un libro de Walt Whitman (poeta, periodista y humanista estadounidense) que para él era una especie de Biblia.

En verdad es un libro maravilloso, pero él usaba esa poesía voluptuosa para impactar a nivel emotivo; de nuevo era la elocuencia y la sencillez de su discurso las que te captaban”.