Diari ARA / Dominical (España), Laura Serra, 9.03.2025

Cuando era adolescente, Miguel Perlado (Pamplona, 1973) cayó en una secta surgida en el seno de una escuela de parapsicología. De aquella experiencia le vino el interés por estudiar psicología y lleva más de 25 años trabajando como psicólogo clínico y forense especializado en sectas, ayudando a las personas a salir de ellas. Es autor del libro ¡Captados! (Ariel), ejerce de divulgador y ha hecho de perito en juicios que han sido mediáticos.

Cuando pensamos en sectas tenemos en la cabeza a las chicas de Charles Manson, la masacre de Waco, la Cienciología, sectas muy mediatizadas e incluso violentas. ¿Todavía existen?

— Todavía existen alguna de ellas. Son estructuras bien identificadas, con una larga trayectoria, pero como el mundo ha cambiado mucho, las sectas también han cambiado radicalmente.

¿Cómo es una secta moderna?

— Los indicadores son calcados en casi todas. En primer lugar, existe una persona que se erige en fundador único y hay un culto a su personalidad. La segunda variable es que existe un estilo de relación orientado a controlar y dominar la vida de las personas, su intimidad, su afectividad, su pensamiento. Y el tercer elemento es que genera un daño psicológico o físico, en ocasiones de índole sexual. Debemos olvidarnos de la idea de la secta clásica y contemplar un amplio espectro: hay grupos de influencia baja y grupos de una influencia excesiva.

La cuestión es dónde pones el listón entre un guía espiritual y una maquinaria de dominio psicológico.

— El punto de corte tiene que ver con el dominio y control excesivos. Hay relaciones transformadoras que pueden sacar lo mejor de las personas y hay relaciones que se plantean como transformadoras y que, al final, acaban dominando, controlando y explotando a las personas. Cualquier práctica espiritual o terapéutica, requiere cierta entrega, disposición a abrirte. Cuando el otro se aprovecha de tu vulnerabilidad para explotarla y beneficiarse de ella tenemos una dinámica destructiva. Aunque también hay que decir que existen sectas que pueden tener un cierto nivel de seguidismo o de devoción que no es explotador, no es destructivo, y hay grupos que aprovechan el componente devocional para estrangular, controlar y dominar.

¿Qué es ilegal?

— La ley tiene importantes dificultades para determinar lo que es una secta. Según el Código Penal serían punibles las asociaciones que, aún tengan fines lícitos, utilizaran mecanismos de control de la personalidad. Al fin y al cabo, lo que crean o dejen de creer no es cuestionable: puedes creer en la Virgen María, en platillos voladores, en energías o en la Pachamama, el tema es si esto está al servicio de la explotación o el dominio del otro.

Pero el dominio también es complicado cuantificar.

— Hay grados. La experiencia sectaria tiene que ver con hacerte perder la capacidad de pensar, neutralizar o destruir tu capacidad de relacionarte libremente con los demás,  no se preserva tu autonomía, no se puede pensar críticamente y no se puede plantear nada crítico dentro de la organización. Si todo esto va sucediendo tienes un problema, porque estás en un contexto que no favorece la autonomía sino la dependencia excesiva, patológica, y que puede convertirse en controladora.

Pero según cómo algunas organizaciones religiosas, partidos políticos…

— Hay grupos o instituciones que pueden mostrar comportamientos sectarios, pero no hace que sean una secta. Ahora bien, cuanto más acumulen más posibilidades existen. Las religiones, como instituciones, pueden tener un componente de control. Hay una larga historia de abusos en nombre de la religión o de la fe, esto es indiscutible, y debería trabajarse para definir códigos éticos dentro de estas estructuras para evitar dinámicas de abuso espiritual. Pero debe emplearse el término con prudencia. No es lo mismo un abuso puntual que una estructura sectarizada donde el abuso se acumula, se cronifica y se institucionaliza bajo el pretexto de que todo esto te transformará y te permitirá romper tus límites, salir de tu ego, trascenderte.

También hay empresas que explotan utilizando discursos de superación.

— Es un problema porque la visibilización del contexto sectario se está difuminando más. ¿Entonces todo es una secta? ¿Lo es el crossfit? ¿Mi empresa? Tenemos una efervescencia de gurús, youtubers e influencers que salen como setas en las redes y que tienen una puesta en escena y una narrativa sectarias: un personaje carismático con un lenguaje que no deja pensar, cuyas frases se repiten como clichés, que hablan en términos absolutos, que fuerzan a la persona a identificarse con el mensaje y con el producto… Son recursos y mecanismos que observamos en un contexto sectario, aunque no diríamos que por ello son sectas en sentido estricto del término.

¿Cuándo se convierte en peligroso?

— Lo que debería alarmarnos es si una persona cada vez desconecta más de la gente de siempre, si repite el mismo mensaje sin ningún filtro crítico, si se irrita cuando le cuestionas o le criticas algo, si tiene una actitud evangelizadora. Hoy en día se entra de una forma muy suave, a través de un amigo o conocido, ya no es el proselitismo agresivo de los 60, 70 u 80…

Hoy, que no se cree tanto en la reencarnación, ¿qué utilizan las sectas para atraer a la gente?

— El abanico se ha abierto. Hay sectas de corte religioso o espiritual, de crecimiento personal, comerciales, pseudopolíticas, pueden haber inversiones, cursos de memoria… Yo he trabajado con grupos de música y pintura que se habían sectarizado. Por último, no es la doctrina sino la mecánica que se instauró ahí dentro: alguien emerge como un profeta, se produce un cierre del grupo, se incomunica y se adoctrina. Hoy quizás la gente sea más descreída, pero busca otras alternativas. Al fin y al cabo, no ha mermado la búsqueda de un sentido a la vida, ni las preguntas en torno a qué hay después.

¿Cuál es el público objetivo que puede terminar en una secta?

— La persona idónea es una persona joven, idealista, con un buen nivel de inteligencia, con estudios universitarios, inconformista, que quiere cambiar las cosas, algo obsesivo o tenaz en su manera de enfocar las tareas. No son perfiles con psicopatologías o enfermedades mentales, estamos hablando de personas productivas. En momentos de vulnerabilidad es cuando eres más accesible.

Las sectas ofrecen un sentido de pertenencia, orden, propósito…

— Cierto, encuentran cosas buenas, como una comunidad, un sentido a ciertas preguntas, un alivio de ciertos malestares. En momentos de turbulencia emocional es más fácil que alguien te atrape con un mensaje simplificador total y absoluto. Porque nuestra mente funciona con el mínimo esfuerzo, si cabe. Cuando entras en crisis aún necesitas menos complicaciones: si me lo das bien masticado yo te lo agradezco: dime qué debo hacer. Por eso las sectas van hacia dónde hay desastres naturales, convulsiones sociales, crisis económicas.

¿Y cómo se sale de un grupo en el que estás cómodo y feliz? ¿Cómo se rescata a quien no quiere ser rescatado?

— La experiencia nos dice que va a llegar un momento de deterioro de la relación. No siempre ni al mismo tiempo, claro, porque el grado de sufrimiento es distinto en cada caso. ¿Se debe rescatar a todo el mundo? Depende. Si el contexto les genera trauma o abuso, la tarea sí es ayudarlas a despertar o abrir la mente. En mi caso salí porque uno de mis amigos tuvo un brote psicótico y no sólo no le atendieron sino que dijeron que esto era la manifestación de algo que surgía de su interior.

¿Qué buscan los líderes?

— Son diferentes. Pero una dimensión común es un funcionamiento narcisista maligno; es decir, es alguien que se alimenta de los demás y que cuando más sufre el otro más satisfacción saca. Son parásitos. Parece que vayan a ser tíos muy atractivos, pero no es así. Suelen ser gente bastante normalita que tienen un gran carisma, utilizan la combinación de milagro, misterio y autoridad.

¿Cuáles son los últimos casos judiciales en los que ha intervenido como especialista?

— En el de la secta de los Miguelianos en Galicia, un herborista que se llama poseído por san Miguel Arcángel que funda una comunidad que de cara afuera colaboraba con la Iglesia y hacía actividades sociales y de cara adentro acabó abusando de chicas, algunas menores, y acabó en prisión. En el caso de La Chaparra, en Castellón, que inicia el juicio en abril, hay un señor con supuestas dotes sanadoras y toda una narrativa religiosa que durante treinta años explotó personal y económicamente a sus seguidores y abusó de menores. En Barcelona tenemos el caso del «maestro José», que esta a la espera de juicio, un pequeño grupo que giraba en torno al yoga y el autoconocimiento, a través de lo que incurría en abusos. Lo que pasaba en estas sectas también se ha extendido al terreno de comunidades virtuales, emergiendo sectas digitales que atraen y seducen por la red, si bien en algunos momento del proceso habrá un contacto offline, como el caso paradigmático de los Defensores de Cristo.

¿Trabajar durante tanto tiempo sobre sectas le hace sospechar más de todo?

— A todos nos afecta nuestro trabajo, claro. El riesgo es volverte un descreído o pensar que cualquier práctica espiritual es una secta, y eso no tiene ni pies ni cabeza. Lo que me enseña la experiencia es que, aprendiendo de las derivas sectarias, atendiendo al extremo más patológico de la espiritualidad, podemos sacar ideas más claras acerca de lo que serían formas saludables o sanas de funcionar.