El Progreso (España), Víctor M Rivero, 28.02.2025

La Escola Galega de Administración Pública de Santiago acoge este viernes y este jueves el X Encuentro Nacional sobre Abuso Psicológico y Sectas, una cita organizada con apoyo del Colexio Oficial de Psicoloxía de Galicia que busca promover el conocimiento sobre las dinámicas abusivas que imperan en estos grupos, así como sensibilizar y crear un lugar de encuentro, intercambio y diálogo.

Miguel Perlado, psicólogo clínico y fundador de la Asociación Iberoamericana para la Investigación del Abuso Psicológico (AIIAP) es uno de los impulsores de estos encuentros. Participará en la mesa inaugural y, junto a la abogada Ana Reguera, en la ponencia ‘Consideraciones jurídicas y psicológicas acerca de los miguelianos’.

– ¿Qué es una secta y qué lo no es? Es decir, ¿qué diferencia a los miguelianos de los evangélicos o a un gurú esotérico de un influencer?

La cuestión de la definición es siempre harto compleja, pero la experiencia de años ayudando a miembros de sectas y sus familiares, así como de los estudios que se han hecho hasta el momento, se pueden citar tres elementos definitorios de lo que entendemos como una dinámica sectaria destructiva, con independencia de la doctrina. El primero es, indiscutiblemente, el culto a un fundador: se exige una devoción y una dedicación a sus adherentes que genera una dependencia existencial excesiva. El segundo es que en sus maneras de funcionar despliegan grados de control que son excesivos también, en el sentido de control del pensamiento, las emociones, las relaciones, el día a día e incluso la propia identidad más íntima. Y el tercero es que generan un daño psicológico, físico e incluso sexual a sus seguidores; de forma colateral a sus familias, porque que tensionan o rompen las relaciones, y a la sociedad en su conjunto, ya que se apropian de ideas o hacen uso de instituciones o de espacios públicos para desplegar su programa.

– Parece que más que de tipo religioso, ahora tiendan hacia una línea centrada en lo psicológico, lo terapéutico, el autoconocimiento, la meditación…

Aunque es cierto que la doctrina religiosa no es la más preponderante, continúa existiendo, con mucha fuerza y con transformaciones muy curiosas. Pero es cierto, esa tendencia responde a un cambio social y contextual en los últimos 15 o 20 años. La religión se ha ido diluyendo, las instituciones religiosas también han entrado en crisis, y la población, la juventud más particularmente, se define como espiritual pero no religiosa. Esto ha hecho que estos grupos también se adapten a los tiempos: asistimos a una transformación del panorama de la espiritualidad, que aparece entremezclada con una suerte de nuevas propuestas con programas de crecimiento personal, talleres de fin de semana… También encontramos este tipo de discursos espirituales, sectarios, en las redes. Lo estamos observando con el despliegue de múltiples influencers y youtubers con un lenguaje muy similar al de las sectas, porque es un lenguaje simplificador, exclusivo, que hace sentir a la persona única y especial, que genera un espíritu de grupo muy potente. «Tan solo aquellos que siguen el programa de coaching o el canal de YouTube conseguirán el éxito financiero, espiritual…»

– A partir de la pandemia parece que todo esto ha ido a más…

Ha habido una cierta polinización de convicciones y prácticas que ha dado lugar también a múltiples transformaciones ante las cuales estamos atentos a ver cómo evolucionan. La pandemia ha hecho aflorar ansiedades y fenómenos subculturales que estaban en estado larvario, por ejemplo a través de combinaciones sui generis donde se han entremezclado las terapias alternativas con los platillos voladores, el discurso conspiracionista, incluso a veces con ideas que se acercan a la extrema izquierda o a la extrema derecha… Ha diversificado el panorama y, por otro lado, ha hecho emerger de forma evidente una angustia social muy destacada que busca soluciones más rápidas, más instantáneas. Aunque conviene ser prudente, porque hay muchas propuestas, sobre todo a través de la red, que tienen un tinte o una narrativa sectaria pero no acaban de constituirse como una secta stricto sensu.

– ¿Se puede decir que toda secta hace palanca en una necesidad social?

Exactamente. Estos grupos capturan esas vulnerabilidades que son consubstanciales a la persona, en el sentido de que, cuando hay incertidumbre, convulsión social, crisis socioeconómica, crisis de valores… necesitamos certezas. Con la pandemia hubo mucha incertidumbre y muchos se agarraron a un clavo ardiendo hasta que se quemaron. Con los condicionantes sociales que estamos experimentando aumenta la zozobra, el desasosiego, la intranquilidad y la necesidad de respuestas simplificadoras, porque pensar cuesta mucho y duele mucho, y pensar críticamente, más. Estos grupos son síntomas sociales de algo que nos está sucediendo como cultura: una mayor desconexión de los demás, una pérdida del espíritu comunitario, un mayor individualismo, un narcisismo exacerbado… Estos grupos conocen nuestras fragilidades y ofrecen programas de transformación que, de entrada, son atractivos, pero que a medio y a largo plazo pueden acabar siendo dañinos.

– ¿Cuáles son hoy sus víctimas?

No hay un perfil único, pero sí que hablamos de situaciones o franjas de riesgo. Por ejemplo, la adolescencia continúa siendo una porque hay una transformación de la identidad y entonces puede venir un grupo que fije esa identidad y el adolescente quede ahí cautivo. La experiencia nos lo dice que las situaciones de transición, de cambio, son altamente propicias para que las personas se sientan más frágiles, más necesitadas. No necesariamente tienen problemas más graves que el común de los ciudadanos, pero sí atraviesan situaciones en las que buscan soluciones. Y el tema es quién se hace cargo de ofrecérselas. Entonces, sí, esas vulnerabilidades hacen que el target, digamos, más atractivo, sean fundamentalmente las personas jóvenes pero ya con capacidad adquisitiva, idealistas, con ganas de ayudar, que tienen estudios universitarios, insatisfechos con la sociedad, quizás algo tercos o tenaces en sus tareas y que cuando se meten a hacer algo se meten hasta el fondo.

– ¿Y cómo los captan?

En el común de las situaciones, se plantea un proyecto que de entrada es muy transformador y muy atractivo, pero después de este primer movimiento de seducción y de bombardeo de amor, desestabilizan la identidad. Te hacen dudar de tu percepción, de tus relaciones, de tu infancia, tus vínculos… hasta que se acaba desmontando la identidad. Te dicen que ese es el paso necesario para transformarte y ser la nueva persona que debes ser. Al final es institucionalizar el abuso psicológico, emocional o espiritual: cuanto más te rompas, más te elevas. Después de la seducción viene el adoctrinamiento dentro del grupo, se satura la mente de tal forma que se bloquea la capacidad de pensar, y en un tercer momento se instaura una profunda dependencia hacia el grupo, que se acompaña de una entrega absoluta, lo que desemboca en una relación parasitaria, explotadora y que te deja sin recursos económicos, roto en tus relaciones afectivas y en no pocos casos con daños sexuales.

– ¿Qué focos de preocupación se han detectado en Galicia? Estuvieron los Miguelianos, se denunció la presencia en el Camino de la secta La Orden…

Galicia es un lugar donde, por la cultura, su idiosincrasia y sus tradiciones, han podido desplegarse algún tipo de sectas como los Miguelianos, que yo creo que es un producto muy propio en el sentido de que Miguel Rosendo empezó como curandero con sus hierbas hasta que llegó a conformar un grupo incardinado dentro de la iglesia católica. Las sectas también se apropian de tradiciones culturales o ancestrales. Pero hoy en día este tipo de grupos no son una cuestión local, sino transnacional. Se han metido de pleno en la globalización y no son un tipo con una túnica, sino que construyen multinacionales de la iluminación instantánea que funcionan insuflando miedo, ansiedad, culpa, presión de grupo… con empresas vinculadas, canales de comunicación… con oradores preparados o profesionales a su servicio que puede hacer presentaciones en hoteles, que se codean con gente importante, que obtiene apoyos sociales disimulando y distorsionando su mensaje.

– Además las redes rompen cualquier tipo de fronteras…

La eclosión de las redes sociales es fundamental. De hecho estamos asistiendo a la proliferación de sectas digitales, que despliegan toda su seducción y adoctrinamiento vía online, aunque, tarde o temprano, siempre habrá un contacto offline. Son potentísimas porque, aparte de los niveles de desinformación que hay en las redes, muchos nativos digitales no saben ver los semáforos de alerta. Hace falta una tarea de educación para que los jóvenes, las generaciones que vienen, sepan cómo identificar los riesgos.

– ¿Cómo puede actuar la familia frente a todo esto?

La familia puede hacer mucho. Son los primeros que detectan el problema, porque ven que la persona cambia, está más cerrada, habla como por boca de otro, ya no le interesan las cosas que hacía antes, va más con otra gente, se ha transformado en otro… Y luego se pueden detectar mentiras, engaños, distorsiones en la comunicación, ataques, rupturas… O discursos muy en boga como la necesidad de un periodo de «desconexión familiar» o las acusaciones de toxicidad que las sectas también utilizan. En este sentido, las familias pueden ayudar mucho: abriendo el diálogo lo máximo posible, acompañando, sin atacar frontalmente, tratando de comprender la perspectiva del adepto. No deben desfallecer, porque es posible salir de las sectas, pero hay que arremangarse, ponernos todos a remar en la misma dirección. También con apoyo de profesionales que conozcan la temática, porque es un proceso muy desgastante y en el que se atraviesan momentos de dolor emocional muy intensos.