El País, 07/01/2003

El anuncio por la secta raeliana del nacimiento de dos bebés clónicos no merece ningún crédito. El líder de ese extravagante grupo, un oscuro ex periodista francés que asegura estar en contacto con los extraterrestres y se hace llamar Su Santidad, no ha aportado ni una sola prueba de su pretendida hazaña técnica. Tampoco los supuestos investigadores que le arropan ostentan la más mínima credencial científica digna de consideración. Los raelianos, al igual que el polémico ginecólogo italiano Severino Antinori, parecen haber encontrado una inmejorable fuente de publicidad, y tal vez de financiación, en la credulidad y la sed de sensaciones de un sector del público. Hasta ahí los hechos, o la falta de ellos.

Pero la aventura raeliana y otras similares, que sin duda proliferarán a su rebufo, pueden tener efectos indeseables. No sólo porque intentar la clonación de bebés sea peligroso -los científicos han advertido del grave riesgo de malformaciones que comporta esa técnica en el momento actual-, sino también porque los legisladores, movidos por su deseo de impedir aventuras descabelladas de esa clase, puedan echar en el mismo saco un tipo distinto de clonación, la terapéutica, para cuya exploración existen sólidas razones científicas y médicas.

La idea es aquí utilizar el material genético de un paciente para clonar un embrión de pocos días, pero no con el objetivo de implantarlo en una mujer para que nazca un bebé, sino para obtener de él células madre y tejidos que luego puedan trasplantarse al paciente sin suscitar rechazo inmunológico. Este proceso ya se ha probado en algunos animales de experimentación y sería lamentable que los delirios de un grupo de iluminados acabaran yugulando la posible extensión de esa técnica al ser humano. Lo que cabe esperar de los responsables políticos es que se actúe diligentemente contra los intentos irresponsables de fotocopiado de bebés y, a la vez, se proporcione un apoyo decidido a las técnicas de clonación que sí tienen un fuerte interés biomédico.