El Confidencial (España), Ana Rodríguez, 22.10.2023

Buscavidas ha habido siempre a lo largo de la historia. Y si no, que se lo digan a la hija pequeña del escritor y periodista Mariano José de Larra. El querer encontrar la forma de alimentar a su familia en un momento en el que las cosas no iban precisamente bien hizo que esta mujer, sin darse cuenta, se convirtiera en la autora de la primera estafa piramidal de la que se tiene registro. Cuando empezó a olerse lo que estaba ocurriendo, cogió sus maletas y huyó a Suiza. Pero, rebobinemos unos cuantos años para entender cómo Baldomera, la heredera del aclamado escritor, terminó de esta manera. El 13 de febrero de 1837, Mariano José de Larra se suicidó. Tenía tan solo 27 años. Fue su hija Adela, de apenas cinco, quien descubrió el cadáver de su padre. Baldomera, la pequeña de los tres hermanos, tenía un año menos. Eran fruto de la relación entre el escritor romántico y Josefa Wetoret, un matrimonio que no duró mucho tiempo y que serviría al icono del liberalismo de inspiración para alguno de sus artículos (El casarse pronto y mal es uno de los que escribió en aquella etapa). De esta unión nacieron Luis Mariano de Larra (conocido por escribir zarzuelas como El barberillo de Lavapiés), Adela y Baldomera.

La hija pequeña del periodista contrajo matrimonio con Carlos de Montemayor, médico de la Casa Real; mientras que su hermana Adela, apodada la Dama de las Patillas, fue amante del rey Amadeo de Saboya, quien le llegó a poner una casa en pleno Paseo de la Castellana. De hecho, se conocieron gracias a la relación de Baldomera con Montemayor. El reinado del monarca italiano estuvo lleno de vaivenes. Sumado a la crisis por el conflicto independentista de Cuba, a Amadeo le estalló en pleno mandato una nueva guerra carlista. Dos años después de llegar al poder abdicó y regresó a su país, lo que llevó a España a declarar la Primera República. En esta espiral de inestabilidad, el marido de Baldomera, muy marcado políticamente, decidió coger sus cosas y marcharse a «hacer las Américas», dejando a su mujer y a sus hijos en una situación precaria en Madrid. Para más inri, en aquella época se vivió una profunda crisis económica a lo largo y ancho de toda Europa que llevó a Baldomera a agudizar el ingenio para salir adelante. Antes de eso, no le quedó otra opción que recurrir a prestamistas, que le cobraban un elevado interés por sus servicios. En esas transacciones logró entender cómo funcionaba el mercado y se lanzó a montar su propio negocio.

Su historia cambió en la primavera de 1876. Con todo el conocimiento acumulado en los años anteriores y ante la necesidad de brindar un buen futuro a sus hijos, Baldomera Larra fundó la Caja de Imposiciones, una especie de banco fantasma que, tras pasar por varias localizaciones, se instaló en la actual plaza de la Paja, donde antes se ubicaba el ya extinto Teatro España. Según iban pasando los días, las colas a las puertas del negocio de Baldomera iban siendo más y más largas. Su modus operandi era muy innovador: las personas acudían a este lugar e ingresaban una determinada cifra de dinero y rellenaban un formulario con el nombre del inversor y la cantidad depositada. La hija de Larra ofrecía un rendimiento de hasta el 30% mensual. Es más, llegó a prometer a aquellos que le dejaban una onza de oro que en menos de un mes le devolvería dos. Con el dinero que recaudaba de los nuevos impositores iba pagando a los primeros inversores y así sucesivamente.

Este sistema sería desarrollado posteriormente por Carlo Ponzi, un conocido delincuente de origen italiano que estafó a muchas personas en Estados Unidos a principios del siglo XX. En este tipo de método existe una persona, física o jurídica, que ofrece gran rentabilidad a sus inversores, por lo que logra convencer a más gente para que invierta capital. Los intereses del dinero prestado son pagados con dinero de nuevos clientes. El problema viene cuando deja de entrar dinero, algo que Baldomera no se imaginaba que pudiera pasar. Hasta que pasó. La mayoría de sus clientes eran pequeños ahorradores que acudían a su sede con la ilusión de conseguir pingües beneficios por cada real depositado. Hay crónicas que hablan de incluso niños, que iban con sus huchas, con la ilusión de duplicar sus ganancias. Baldomera les atendía con su cautivadora personalidad y la mejor de sus sonrisas, sin ser consciente de que este método de inversión sería el origen de las estafas piramidales. «Es tan simple como el huevo de Colón», decía cuando le preguntaban por el éxito de su negocio. Cuando hacían referencia a la garantía de la Caja de imposiciones en caso de quiebra, ella contestaba sin inmutarse: «¿Garantía?, una sola: el viaducto», que precisamente era el lugar elegido por aquellas personas que querían quitarse la vida.

«La infeliz mujer recurre a una de esas prestamistas tiranas […] y solicita un préstamo ofreciendo ciento por ciento de intereses […]. La mujer acepta el negocio, y a fin de mes recibe treinta y dos duros a cambio de los diez y seis que ha prestado. Las comadres de la vecindad comentan el caso, y despierta la codicia acuden a explotar a la infeliz mujer necesitada, ofreciéndole dinero en las mismas condiciones», relataba sobre este caso la periodista Carmen de Burgos, conocida como Columbine. En el Madrid de finales del siglo XIX la gente la empezó a llamar «la madre de los pobres», aunque no por mucho tiempo. Los tambores de la quiebra empezaron a sonar en otoño de 1876, pero fue en diciembre cuando finalmente la Caja de Imposiciones acabó saltando por los aires. La hija de Larra se dio cuenta de que no había forma de hacer frente a los pagos, aunque luego en el juicio echaría la culpa a la prensa del momento. Los rumores sobre su falta de solvencia y las lagunas de su negocio empezaron a correr por las calles de Madrid, de la misma forma que lo había hecho su negocio meses antes.
La huida

En plena crisis de pánico, Baldomera se dejó ver por el teatro de La Zarzuela, como si nada pasase. Sin embargo, lo tenía todo planeado. Poco antes de que acabase el espectáculo se dio a la fuga a Suiza, llevándose consigo ocho millones de reales, según relatan algunas crónicas. Después se supo que estaba viviendo en Francia bajo una identidad falsa. Cuando las autoridades españolas se enteraron ordenaron su detención y extradición. Aquí se sometió a un juicio por el que acabó condenada a seis años de cárcel y recibió la repudia de toda su familia. No se saben las cifras exactas de cuánto pudo recaudar, pero se cree que rondan los 22 millones de reales (lo que podría equivaler a unos 14 millones de euros). Hubo más de 5.000 afectados por esta estafa, de la que se hablaba incluso fuera de nuestras fronteras, en países como Francia o Bélgica.

La historia de Baldomera fue la comidilla del momento. No solo acaparó portadas, sino que le llegaron incluso a componer alguna que otra canción (El gran camelo de Doña Baldomera es una de ellas). «Donde está la Baldomera, más allá de los infiernos, a cambiar los tres millones, que ha robado de otro reino», tarareaban por las calles de Madrid. «Baldomera está arruinada; tiene numerosos hijos en la miseria; su marido está lejos… el hambre la amenaza… Esta mujer, a la que ligeramente se toma como el tipo de la explotadora, es mucho menos culpable que todas las personas que acudían en tropel a dejarle su dinero, deseosas de estafarla, de robarla, y que luego aparecieron como víctimas, como engañadas, como personas decentes. Baldomera, envuelta ya en aquella red, que no tenía fuerza para romper, se dejaba arrastrar en ella», explicaba Carmen de Burgos.

Poco después de sentarse frente al juez, Baldomera logró ser absuelta gracias a una campaña de recogida de firmas, en la que participaron algunos aristócratas que habían sido estafados. La legislación de aquellos tiempos la acabó favoreciendo de cierto modo. Según un recurso de casación presentado por su abogado, el Supremo entendió que al ser mujer no tenía capacidad para contratar sin el consentimiento de su marido, por lo que sus clientes no podían ser considerados acreedores. La jugada le salió bien y logró salir de la cárcel. Tras su paso por prisión no se sabe mucho sobre esta enigmática figura. Unos dicen que estuvo en Cuba. Otros que se fue a Inglaterra a bordo de un barco en el que viajaba también el anarquista Mijail Bakunin. Sea como fuere, el tiempo ha registrado su nombre como una de las estafadoras más importantes de la historia. Ya lo dijo su padre: «El corazón del hombre necesita creer algo, y cree mentiras cuando no encuentra verdades que creer». Baldomera creyó la suya y la defendió hasta el último día de su vida.